domingo, 17 de abril de 2005

Imágenes del futuro en “un país de la esperanza” (XIII)

Ricardo Medina Macías

Es una mentira, concluye el protagonista, que la herencia polìtica de Camargo haya sido traicionada. Lo que ha hecho García Tejedor simplemente es cosechar lo que sembró su precursor, un sentimiento popular de agravio, y lo transformó en gobierno.

“Día 210 después de la victoria. Fructífera conversación con Rosario. Además de haber recuperado esos espacios de serena comunicación con mi compañera de toda la vida, durante la plática Rosario me ha aportado nuevos elementos para juzgar lo que hemos vivido en el país durante los últimos años. Por ejemplo, todo ese asunto de la herencia política de Toño Camargo que hoy algunos dicen que ha sido traicionada por García Tejedor. Tiene razón Rosario: Eso es mentira, hay una clara línea de cotinuidad entre uno y otro, entre Camargo y García Tejedor.
“Tal vez nadie podría haber detenido a Camargo cuando siguió esa estrategia de confrontación y lucha popular, al margen de los cauces institucionales, que le condujo primero a la cárcel y después a esa prematura muerte, enfermo y un tanto decepcionado. El punto en el que no nos ponemos de acuerdo Rosario y yo, es si esa estrategia simplemente era necesaria dadas las circunstancias o fue una estrategia suicida, dictada por la vanidad de Camargo y por cierta locura. No necesito decir que Rosario sostiene la segunda opinión, ¿por qué?, ¿por una especie de conservadurismo de madre de familia al que repugnan las aventuras radicales?, ¿por la coherencia entre fines y medios que Rosario sostiene a rajatabla? No lo sé. Rosario insiste, y desde un punto de vista teórico no le falta razón, que Camargo nunca fue un verdadero demócrata, sino un iluminado que se vió arrastrado - ¡y nos arrastró a miles! – por una retórica maximalista de todo o nada. Para Rosario, los excesos que vemos hoy (y que ensombrecen la alegría de la victoria tanto tiempo anhelada) sólo son consecuencia de los desvaríos que inició Camargo. Desorden en el que florecen corruptelas, demagogia, métodos autoritarios. A nadie nos gustan, pero ¿no estaban ya presentes en gran parte de las actitudes y de la retórica de Camargo?
“Sea de ello lo que fuere, aquí estamos. Viviendo la construcción de un nuevo régimen político que quiere cambiar todo desde sus cimientos. Una regeneración o purificación nacional de la política, la economía, la vida social…A veces parece que más que avanzar hemos retrocedido a épocas que creíamos superadas de autoritarismo y demagogia (Rosario lo cree), pero a mí me parece que nos falta perspectiva para juzgar el resultado final, son excesos que ya desaparecerán una vez que superemos esta dolorosa etapa de parto. ¿O no?
“Aparecen en algunas columnas de chismes políticos, incluso en la prensa oficialista, versiones de que hay una gran corrupción en la campaña de reparto de tierras. Tenía que ser. Me urge hablar con mi hijo Alberto, pero está fuera de la ciudad”.
Esta ficción continuará.

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jueves, 14 de abril de 2005

Un fantoche a la busca de un personaje

Ricardo Medina Macías

El nuevo populismo hispanoamericano anda en busca de su epopeya literaria. Han encontrado el modelo en la anécdota superficial de Los Miserables de Víctor Hugo.
Hugo Chávez Frías, en Venezuela, dedicó varios minutos de una de sus interminabales charlas-discursos-monólogos a glosar la anécdota incial de Los Miserables, cuando el humilde obispo Myriel, o Monsieur Bienvenu, salva a Jean Valjan de la acusación, justa por cierto, de haber robado en la casa que le dio cobijo y, en el colmo de la efusión generosa, el obispo regala además un par de candelabros de plata al desdichado Valjan.
Tan emocionado estaba el ex coronel golpista con la anécdota que indicó encarecidamente a sus oyentes que leyesen Los Miserables para ser mejores revolucionarios bolivarianos.
En México, apenas el miércoles pasado (13 de abril), un destacado político de estirpe priísta y vertiente nacional-revolucionaria, hoy insigne perredista, publicó un artículo encomiando la obra de Víctor Hugo, trazando paralelismos entre acontecimientos recientes de la vida pública mexicana y los avatares de Los Miserables. En efecto, Ricardo Monreal redondeó este par de bonitas frases: “A nuestra convulsionada transición democrática le falta un Víctor Hugo. Le sobran, en cambio, los Javert”.
Tal parece que el neopopulismo anda en busca de su epopeya literaria. Es lo bonito del romanticismo, aun de este romanticismo un tanto kitsch del que echan mano los políticos: De pronto se descubre que la lietartura, el arte, puede transformar, asi sea momentáneamente y en la imaginación de las masas, vulgares querellas judiciales o mezquinas escaramuzas políticas en epopeyas memorables.
Los fantoches andan a la busca de un personaje. Un fantoche es tanto una “persona grotesca y desdeñable” como “un muñeco grotesco frecuentemente movido por hilos”. Un personaje, en cambio, además de ser una “persona de disitinción, calidad y representación en la vida pública” puede ser “cada uno de los seres humanos, sobrenaturales, simbólicos y demás, que intervienen en una obra literaria, teatral o cinematográfica”.
Gracias a la transposición romántica un fantoche puede llegar a ser un personaje del mismo modo que una calabaza se convierte en hermoso carruaje, sí, pero sólo en la imaginación enfebrecida, en el éxtasis del que habla Milan Kundera que se alcanza en ciertos conciertos de rock –por ejemplo- en los que el individuo se disuelve en un gran colectivo y se agita convulso al ritmo de una machacona repetición de sonidos. Éxtasis ensordecedor que nada tiene de místico, sino de escape del pasado y del futuro para adquirir ese sucédaneo de la eternidad que es el instante en que nos perdemos de vista a nosotros mismos.
Ilusión, pues.
Lo que no es ilusorio es que esta búsqueda de una epopeya para transfigurar las mezquinas escaramuzas políticas, esta búsqueda de un personaje que purifique al fantoche, es sólo un medio para otra búsqueda muy terrenal y pragmática: Un político en búsqueda de la candidatura. ¿O no, señor Monreal?

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lunes, 11 de abril de 2005

De apodos y cuentos

Ricardo Medina Macías
Donde se cuenta, entre otras cosas, la apócrifa leyenda del “Rayito de Esperanza”.
¿Nos vendrá de los moros la afición a poner apodos? Quién sabe. Se cuenta en El Quijote – primera parte, capítulo 40 – que “es costumbre entre los turcos ponerse nombres de alguna falta que tengan o de alguna virtud que en ellos haya”.
Y se reitera: “como tengo dicho, toman (los turcos) nombre y apellido ya de las tachas del cuerpo, y ya de las virtudes del ánimo”. Lo dice el cautivo al contar la emocionante la historia de la bella Zoraida que ahora quiere llamarse María. Pues así hacemos también por estas tierras. A un chaparro le dicen, desaprensivamente, Elena (por “El enano”) o a un lisiado los crueles le llaman “el terror de las hormigas” (con un pie las junta – a las hormigas – y con el otro las aplasta) o se le dice a un par de sujetos que son señaladamente lentos “el dúo dinámico”. En efecto, las tachas del cuerpo o las virtudes del ánimo.
También los oficios – “el balatas” – o el modo de hablar – “el uyuyuy” –sirven para generar apodos. Con frecuencia, un apodo basta para destruir el destino que unos ilusionados padres soñaron para su vástago: Lo bautizan Odiseo después de conocer las hazañas de Ulises y en la escuela lo fastidian llamándole “el Cheo”. Jorge Ibargüengoitia tenía documentado el elevado porcentaje de las mujeres llamadas Concepción que terminan como “Conchis” (me parece que superaba el 90 por ciento). También comentaba que había altas probabilidades de que el padre de alguien que se llamaba Orestes fuese el intelectual del pueblo, que se paseaba entre los puestos de carnitas con un libro de Amado Nervo bajo el brazo.
Pero eso se refiere a ciertos nombres que marcan para toda su vida a ciertas personas y que pueden ser tan crueles o tan graciosos como algunos apodos. De uno de esos nombres surgió “el descubrimiento de América” que es un cuento del peruano Bryce Echenique sobre una guapa muchacha limeña a quien sus padres, inmigrantes italianos, bautizaron y celebraron como el nuevo continente que los recibió.
Mi amigo Aníbal Basurto Corcuera, el Gordo, vecino hace varios años de Apizaco, Tlaxcala, jura que el auténtico “Rayito de Esperanza” fue un borrachín de aquél lugar, esmirriado, casado con una mujerona llamada Esperanza quien solía llamarlo a grandes voces desde afuera de la cantina. El “Rayito” – que también respondía al nombre de Juan – escuchaba los gritos de Esperanza y contestaba: “Ya salgo mujer, como de rayo”…Y se demoraba aún sus buenos 30 minutos – aderezados con nuevos gritos de Esperanza – en salir de la cantina.
La respuesta puntual de Juan – “ya salgo, como de rayo” –, la lentitud del sujeto y el nombre de su mujer se amalgamaron en el afortunado apodo. Dice el Gordo que el Rayito murió de una congestión alcohólica y que su viuda, Esperanza, se casó con “el Bendix”, que es un mecánico.
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domingo, 10 de abril de 2005

Imágenes del futuro en “un país de la esperanza” (XII)

Ricardo Medina Macías
El protagonista se remonta al pasado buscando una explicación para sus perplejidades. Discute el espinoso asunto de “la detención de Camargo”.
“Día 208 después de la victoria. Ayer se celebró el octavo aniversario de la famosa ‘Detención de Toño Camargo’, evento que es el origen remoto del triunfo de la gran marcha hacia la esperanza. Lo curioso es que ahora la figura real de este héroe se ha ido desdibujando para convertirse en mito. Por ejemplo, ya se habla de Toño como mero ‘precursor’ del movimiento y paulatinamente García Tejedor se ha convertido en el único líder. Circula profusamente por la red, mediante correos electrónicos firmados con pseudónimos, un texto inquietante. Ahí se afirma que el legado de Toño Camargo fue gradualmente expropiado por algunos de sus colaboradores – especialmente por García Tejedor – quienes poco a poco se fueron apropiando del capital político de Toño, de su inmensa popularidad, para desviar el movimiento de la esperanza hacia los fines sectarios de una camarilla de aventureros. Es obvio que esta versión es divulgada por personajes despreciables – la famosa banda de los cuatro que fue expulsada del partido – y que hoy se han escondido en el extranjero. Es una versión que hay que tomar con profunda desconfianza.
“Sin embargo la versión de estos traidores tiene un punto a su favor, es decir: Tiene algunos gramos de verosimilitud que resultan inquietantes. La incógnita, que tal vez nunca resolveremos, se refiere precisamente al evento de la detención de Camargo hace ocho años. Vista a la distancia, la célebre detención ya no parece tan sólo una sucia maniobra de los reaccionarios para frenar la carrera de un ídolo popular (acusado entonces, recuérdese, de mal uso de los recursos públicos que recibía el POC -partido de los obreros y campesinos- que entonces encabezaba el propio Camargo) sino también una estrategia perdedora a la que empujaron a Toño algunos de sus cercanos colaboradores, que después fundarían el PEP, Partido de la Esperanza Popular, usando la herencia de Toño.
“Según la versión clandestina Toño fue alentado por estos colaboradores a seguir una estrategia suicida que lo llevaría a la cárcel irremediablemente (recuérdese la famosa tesis de que NO debería seguir una defensa jurídica para evitar la cárcel, sino encabezar desde la prisión un movimiento de regeneración nacional) y que lo apartó, en la práctica, de cualquier posibilidad de llegar al poder. El formidable capital de popularidad de Toño – aislado de los mecanismos que le habrían permitido mantenerse en el ánimo de los electores- fue trasladado a la cuenta de García Tejedor. Camargo enfermó (tal vez decepcionado por el curso que habían tomado las cosas) y falleció pocas semanas después de salir de la cárcel, fulminado por un cáncer. ‘Perdimos un candidato, pero ganamos un mártir’ aseguran que dijo entonces García Tejedor.
“No sé qué pensar. Solamente imaginar que esta versión fuese cierta, que García Tejedor empujó deliberadamente a Toño a la cárcel, me provoca naúseas”.
Esta ficción continuará.

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martes, 5 de abril de 2005

El Papa y el significado del trabajo

Ricardo Medina Macías
Para Juan Pablo II el trabajo libre y digno – que enriquece al hombre y al mundo – está en el centro de la vida económica. El origen del capital es el trabajo. De esta fecunda línea de pensamiento se derivan conclusiones cruciales para entender la libertad económica y aquilatar la riqueza de lo que se ha llamado “capital humano”.
Tanto en su predicación a lo largo de estos 26 años de pontificado, como en las decisivas encíclicas sobre el mundo del trabajo y la renovada doctrina social de la Iglesia, Juan Pablo II dejó muy claro que, desde la perspectiva de la Iglesia Católica, el trabajo está en el centro de la vida económica.
Una primera reflexión derivada de este postulado es que carece de sentido establecer dicotomías decimonónicas entre capital y trabajo, como si el segundo se sumase al primero para generar riqueza o como si el primero no hiciese otra cosa más que expoliar la plusvalía generada por el segundo. Nada de eso. El capital no es nada sin el trabajo, el capital no existe si no es mediante el trabajo. El capital es trabajo, pasado, actual o futuro.
También derivada de este postulado es la reflexión de que el dinero es mero símbolo y resultado del trabajo. El dinero compra trabajo futuro pero porque el dinero es producto del trabajo pasado. Dicho en términos filosóficos: El dinero es trabajo en potencia, pero no sólo por convención, sino porque –otra vez- en su origen está el trabajo en acto del ser humano.
Más todavía, el origen de la propiedad también es el trabajo.
Toda esta doctrina contrasta radicalmente con la concepción marxista del trabajo como alienación o explotación. Y la razón de fondo, radical (que va a la raíz de las cosas), de esta diferencia se llama libertad, que es el valor ausente en la teoría y en la praxis marxista; y que también - ¡quién lo diría! – es el valor ausente en la praxis hedonista de lo que el filósofo Augusto del Noce llamaba “la sociedad opulento-tecnológica”.
De esta forma, la doctrina católica sobre el trabajo y la economía (que Juan Pablo II llevó a profundidades insospechadas) se levanta, majestuosa, sobre cualquier materialismo ramplón o pretendidamente científico; lo mismo es un desmentido tajante al neopositivismo que es una rotunda negativa al materialismo marxista. Lo mismo advierte al hombre de nuestro tiempo de los peligros del hedonismo descerebrado que de las atrocidades del materialismo militante que rebaja la dignidad del hombre a una mera excrecencia de las relaciones de producción.
Al poner el trabajo en el centro de la economía – como fuente de dignidad y de riqueza – el Papa proclamó el imperativo de la libertad. No hay dignidad humana sin libertad de trabajo; no hay prosperidad sin libertad de trabajo; no hay armonía posible entre los seres humanos si falta la libertad.

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lunes, 4 de abril de 2005

Un amigo de la libertad

Ricardo Medina Macías

Juan Pablo II nos guío a todos, creyentes o no creyentes y aun a quienes pudimos – ¡ay! – haber desoído sus palabras, durante 26 años difíciles, apasionantes, decisivos. Su primer mensaje fue una enérgica invitación a despojarnos del miedo, para conocer la verdad y ser libres.
Este mundo es un poquito mejor y bastante más libre que hace 26 años gracias en gran medida al infatigable pontificado de Juan Pablo II.
Sería impropio e innoble “usar” al Papa que acabamos de perder para cualquier clase de alegato ideológico. Es indudable que contribuyó, en bendita hora, al derrumbe del sistema totalitario soviético, que conocía muy bien y al que denunció – como un sistema que destruía de raíz la dignidad del hombre, privándole del maravilloso don de la libertad-, pero también es cierto que adviritió con claridad (Durango, México, 9 de mayo de 1990) que sería incorrecto interpretar los entonces recientes acontecimientos de la historia – la caída del muro de Berlin – “como el triunfo o el fracaso de un sistema sobre otro”. Y advertió que no se debería “rehuir el juicio crítico necesario sobre los efectos que el capitalismo liberal ha producido, por lo menos hasta el presente, en los países llamados del Tercer Mundo”.
Juan Pablo II fue uno de los políticos más importantes del siglo XX, pero lo fue por accidente o por derivación. Su misión espiritual, su mandato recibido de lo alto, iba mucho más allá de las visicitudes de la política. Paradójicamente, su eficacia política se explica porque Juan Pablo II nunca fue un político, sino un líder religioso, dedicado a la custodia de valores eternos. También en mayo de 1990, en Monterrey, México, el Papa amigo de la verdad y de la libertad se refirió a la trascedencia (“lo que va más allá”) de los valores eternos que custodió: “La Iglesia no puede en modo alguno dejarse arrebatar, por ninguna ideología o corriente política, la bandera de la justicia (…) Precisamente por esto ha de oponerse a todas aquellas fuerzas que pretenden implantar ciertas formas de violencia y de odio, como solución dialéctica de los conflictos”.
Esta lucha contra la dialéctica del odio y de la lucha de clases debió librarla también el Papa contra el marxismo infiltrado en el seno mismo de la Iglesia, bajo la denominación equívoca de teología de la liberación. Todos recordemos la severa admonición del Papa a Ernesto Cardenal, en el aeropuerto de Managua, Nicaragua, para que abandonase su militancia sandinista, esa suerte de totalitarismo ensotanado – como le llamó Federico Jiménez Losantos -, ese repulsivo clericalismo de los curas que quieren ser políticos al servicio de ideologías enemigas de Dios y de la libertad.
Fue un amigo de la libertad, un hombre extraordinariamente bueno. Vivió y murió dando ejemplo. Fue también firme en la defensa de su Fe y de la doctrina de la Iglesia Católica. Plenamente en el mundo y, a la vez, más allá de las limitaciones y ataduras de este mundo.
Lo vamos a extrañar.

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domingo, 3 de abril de 2005

Imágenes del futuro en “un país de la esperanza” (XI)

Ricardo Medina Macías
Tras una larga interrupción, el protagonista reanuda su diario. Renacen algunas esperanzas, pero siguen las perplejidades.
“Día 203 después de la victoria. He interrumpido durante un par de meses estas anotaciones personales. Lo hice porque detecté que estaba usando este diario como una suerte de coartada para mis confusiones y falta de compromiso revolucionario. Me produjo una repulsión natural, instintiva, saber que mi hijo, en cierta forma impulsado por mí, trabaja en uno de los programas (el de la expropiación o donación forzosa de tierras) menos presentables del nuevo gobierno. No tengo nada en contra de que se haga justicia, incluso de que se haga justicia de forma expedita y sin miramientos. Tampoco voy a negar, como hacen muchos reaccionarios, que detrás de algunas grandes fortunas de nuestro país están terribles historias de acaparamiento de tierras por parte de una clase privilegiada y ciega frente a la miseria de las mayorías. Lo que me repugna (tachado en el original)…Lo que me inquieta es el método, ya que propicia la creación de una nueva casta –la de los profesionales del reparto revolucionario – de vividores de la política, que se están haciendo inmensamente ricos con el procedimiento.
“Mi propio hijo, Alberto, ha multiplicado por diez los ingresos que, antes del gobierno de García Tejedor, recibía como simple empleado en una empresa privada. Las comisiones que percibe por cada expropiación o donación forzosa que promueve son, en números absolutos, impresionantes. Es tan afortunado que insiste en que es hora de que me jubile y descanse de mi rutinario trabajo de burócrata (trabajo que, por cierto, se ha vuelto un tanto absurdo porque nuestros estudios o análisis, buenos o malos, carecen de sentido dado que la asignación y construcción de obras públicas se ha vuelto completamente discrecional y no depende de nosotros, oscuros empleadillos públicos a quienes se nos califica en ocasiones de residuos del antiguo régimen)…No sé, la propuesta del retiro es sumamente atractiva y, a la vez, repugnante. ¿Será un problema generacional?, ¿estoy buscando argumentos para oponerme a reconocer que soy un viejo desplazado por los jóvenes?…No lo sé.
“De ninguna manera deseo convertirme en un viejo amargado y derrotista que se opone a todo, simplemente porque él no es protagonista de estos nuevos tiempos y que, por una condición totalmente azarosa, le ha tocado el llamado a retiro. Tampoco quiero abjurar apresuradamente de mis convicciones de años y que creí ver satisfechas con el triunfo de García Tejedor…
“Pero quiero seguir siendo libre para juzgar lo que veo con mis propios ojos, no de acuerdo a un catecismo impuesto. Y no veo cómo podremos construir la justicia con la que soñamos con la suma de pequeñas o grandes injusticias que seguimos cometiendo a diario, con el pretexto de que estamos haciendo la revolución”.
Esta ficción continuará.
Correo: ideasalvuelo@gmail.com