martes, 17 de mayo de 2005

Juan Orol, los boleros y los demagogos

Ricardo Medina Macías
¿Qué tienen en común las películas de Juan Orol, los boleros y los políticos demagogos? Pues que no conocen más reglas que aquellas que les dicta su “ilusionado corazón”.
Seguramente Hugo Chávez y José Luis Rodríguez Zapatero se llevan tan bien porque ambos estan “llenitos de las mejores intenciones”.
Ya dijimos ayer lo que valen, en la vida pública, las intenciones. Nada.
Hugo Chávez, por ejemplo, se ha gastado buena parte de las carretadas de dólares que le deja el petróleo (a su país, Venezuela, lo que en este caso significa que es a Chávez a quien benefician) en comprar armas. Argumenta que son armas para la paz. ¿Cuál es la diferencia entre “armas para la guerra” y “armas para la paz”, si matan igual? Pues sí, adivinó usted, las benditas “intenciones”. Tenemos pues no un argumento, sino un llamado a la fe: “Créanme que no abrigo malas intenciones”.
El Zapaterito, por su parte, propone que el mejor camino para terminar con el terrorismo de ETA es suponer que cuando ETA amenaza, hiere o asesina lo hace con “buenas intenciones” y que, por lo tanto, en lugar de perseguir los crímenes de ETA, lo conducente es sentarse a la mesa con los de ETA para platicar sobre las buenas intenciones que, en el fondo, comparten el gobierno y los terroristas.
El reino de las intenciones es el reino del corazón. Y las películas de Juan Orol, las telenovelas típicas, los boleros (hablo de las canciones, no de los lustradores de calzado) y los demagogos comparten la convicción – la fe – de que el corazón nunca se equivoca. (Los desmienten los infartos y el adulterio, entre otras cosas, pero eso no hace flaquear su fe).
Dicen los que han analizado las películas de Juan Orol que en ellas funciona algo que se ha llamado copretérito lúdico: “Que yo era un matón apasionado”, “que tú eras una rumbera enamorada”, “que yo era un detective sagaz e invencible”…La clave estriba en creerse el cuento, en asumir el papel. Algo similar hacen los políticos demagogos que son “puro corazón”: “Que yo era valiente y honesto…Que yo tenía la solución a todos los problemas…Que yo ignoraba que mis colaboradores tenían malas mañas…Que yo amaba desaforadamente a los pobres”.
Y con los boleros sucede lo mismo: Es otra vez la coartada invencible del corazón que nunca se equivoca. El demagogo sueña que son sus electores quienes le cantan: “Voy viviendo ya de tus mentiras…miénteme más que me hace tu maldad feliz”.
En la vida real se llama bigamia, pero en el reino del bolero sólo se trata de un pobre enamorado al que le llaman “corazón loco”: “Aquí va mi explicación/ A mí me llaman sin razón/ Corazón loco/ Una es el amor sagrado…/La otra es el amor prohibido…”
Ah, y los demagogos tienen una razón adicional para no reconocer más reglas que las del corazón: Es que, ¿saben?, el corazón está a la izquierda. ¿Se necesita algo más para ser “políticamente correcto”?

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lunes, 16 de mayo de 2005

El supersticioso reino de las intenciones

Ricardo Medina Macías
Las intenciones, por definición, son inescrutables. Sin embargo, suelen esgrimirse a diario, como vara de medir, en la arena polìtica. Los resultados de ese escrutinio de lo inescrutable suelen ser nefastos.
Si usted cree que la mejor forma de discernir en la vida pública entre “buenos” y “malos” es atender a las intenciones, lo más probable es que usted elija – en la política o en los negocios- al mentiroso más hábil o al beato más incompetente.
Recuerdo la formidable crítica que Gabriel Zaid le hiciera, hace ya muchos años, a Carlos Fuentes, cuando el segundo pedía que la opinión pública y los ciudadanos en general apoyasen a Luis Echeverría Álvarez contra viento y marea, porque – decía Fuentes- a él le constaba que LEA era una persona “honesta y patriota”.
Vale la pena citar textual la respuesta de Zaid a este disparate del amigo de Echeverría: “Que a ti te conste que Echeverría es sincero y que a mí no me conste, pertenece al orden privado y carece de interés público. A un funcionario se le juzga por sus actos públicos. Incluyendo sus actos de omisión”.
Recordemos: Al “sincero” Echeverría le preguntó públicamente un periodista (Jacobo Zabludovsky) respecto de los crímenes del 10 de junio de 1971: “¿Serán castigados los culpables, señor Presidente?” y el “sincero” Echeverría respondió: “Categóricamente, sí”.
A la distancia, ya sabemos lo que valían las “intenciones” del “sincero” Echeverría.
Y es que juzgar “por sus intenciones” a una persona no es juzgar, sino hacer una apuesta irracional: Las intenciones son incognoscibles y, como tales, carecen de validez en la vida pública. Si el mejor intencionado político lleva a su país al desastre no debemos juzgarlo por sus “buenas intenciones” (que, repito, son incognoscibles y serían en todo caso materia de fe) sino por sus hechos y omisiones, por los resultados de sus actos.
Lea usted los discursos de varios políticos y los comentarios que, sobre ellos, hacen algunos sesudos “analistas”. Seguramente encontrará muchos ejemplos de esta falacia de las buenas o las malas intenciones.
El fraude de las intenciones también funciona al revés: El demagogo acusa a sus adversarios políticos, no por sus hechos, sino por sus presuntas – e incognoscibles, repito por tercera vez- malas intenciones: “Es que no quieren que les gane en las urnas; es que me quieren perjudicar; es que todo es una conjura”.
Presumir que se conocen las intenciones del prójimo en la vida pública es superstición. No me importa – porque no soy su confesor o su director espiritual- si el empresario Fulano que engañó a sus accionistas minoritarios no tenía intención de hacerlo, me importa el hecho de que los engañó.
No me importa si el político Zutano no abrigó ninguna mala intención al recibir un regalo prohibido por la ley, el hecho relevante es que violó la ley y es responsable de sus actos. Que ante Dios o ante su conciencia esgrima sus presuntas buenas intenciones. En la arena política, no.

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domingo, 15 de mayo de 2005

Zapatero: Lo que NO se debe hacer

Ricardo Medina Macías

El espíritu de los pactos de 1978 que explica la exitosa transición española a la democracia, está siendo traicionado en la práctica por Rodríguez Zapatero, quien se ha rehusado a gobernar en alianza con el otro gran partido nacional, el PP. México debería aprender lo que NO se debe hacer.
El “Zapaterito de León” – torero malo, si los hay- quiso armarla en grande el pasado miércoles en el debate parlamentario sobre el estado de la Nación; salió vapuleado, a él fue a quien se la armaron en grande cuando el líder de la oposición, el caústico gallego Mariano Rajoy, iluminó sin piedad – en un discurso memorable- los terribles fallos del primer año de gobierno de este socialista (José Luis Rodríguez Zapatero) dedicado a echar para atrás el reloj de la historia en España, al servicio de sus aliados a cual más pequeños, a cual más radicales, a cual más chantajistas.
“Hace un año – le recordó Rajoy a Zapatero- sabíamos que llegaba usted al gobierno sin esperarlo, sin planes, sin mayoría y sin experiencia. Le ofrecimos el apoyo del Partido Popular para las cuestiones de Estado y usted lo rechazó porque consideró mejor para sus objetivos personales que España se hipotecara en manos de una minoría nacionalista y radical”.
Ése, junto con su típico sectarismo de izquierdista trasnochado, ha sido el principal error de Rodrìguez Zapatero, del que se han derivado, como en casacada, una serie de pequeños y grandes desaciertos, que mantienen crispada y dividida a la sociedad española, algo que no sucedía desde la ejemplar alianza de 1978 que permitió la transición hacia la democracia.
De ahí que, en apretada sìntesis, Rajoy le recordara también a Zapatero el auténtico estado actual de la Nación española: 1. “Gobiernan los socialistas pero quien tiene la vara alta es Esquerra Republicana de Cataluña”, 2. “El Gobierno se dedica a reabrir heridas del pasado”, 3. “En España vuelve a haber buenos y malos” y 4. “Ha resucitado el cantonalismo”.
Más preciso e incisivo, Rajoy le explicó al Zapaterito: “Me parece que usted arrastra un problema: no acepta la reconciliación que alcanzamos el año 78. No la acepta. Era usted muy joven entonces, y tal vez no le explicaron que la Transición fue un derroche de generosidad y de inteligencia por parte de todos. Sobre todo representó – y representaba hasta que usted llegó al Gobierno- un inmenso afán de convivencia y concordia, de mirar hacia delante.
“Llevábamos 25 años muy tranquilos en este aspecto, pero ha tenido que llegar usted para recordarnos que existe el resentimiento. Sí, señoría, lleva usted un año soplando sobre los rescoldos del resentimiento”.
¿Lección para México? Alguna hay, sobre todo para los estúpidos que proponen que cualquier alianza con quienes cultivan la añoranza de los viejos tiempos del estatismo y el corporativismo es buena; cualquier cosa, dicen, menos la única alianza que podría mirar hacia delante: la de los dos grandes partidos nacionales, el PRI y el PAN.

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jueves, 12 de mayo de 2005

¿Estado de Derecho o derecho de picaporte?

Ricardo Medina Macías
El derecho de picaporte – del que tanto presumen algunos poderosos con buenos “enchufes” en los llamados círculos de poder- tiene efectos devastadores sobre el Estado de Derecho y sobre la democracia.
Una de las mayores lacras de las endebles democracias de varios países de América Latina es “el derecho de picaporte” que ejercen algunos grupos y personas aprovechando su cercanía a las instancias de poder, para negociar la aplicación de la ley. Es decir, para evitar la ley, para torcerla, para aprovechar sus resquicios discrecionales…
Igual de grave es que ese derecho de picaporte se ejerza empujando las puertas del poder con la manipulación de masas engañadas (recurso al populismo) que se ejerza con el sutil encanto de las componendas palaciegas, la frecuentación social o el intercambio de favores en lo secreto.
De hecho, no sólo producen –ambos extremos- los mismos resultados sino que provienen del mismo origen: Un desprecio a la igualdad jurídica que es fundamento de la democracia. La diferencia entre el caudillo que tuerce la mano de la ley recurriendo a la manipulación de las masas y el “enchufado” que logra el mismo fin recurriendo a sus “contactos” y al más o menos discreto cobro de facturas por favores pasados o futuros, es meramente escenográfica.
Esta lacra es la que convierte a lo que debería ser un mercado en libre competencia en mero mercantilismo o en corporativismo. No son las reformas liberalizadoras de los mercados las que fallan, sino que, por el contrario, tales reformas suelen convertirse en letra muerta avasalladas por el “derecho de picaporte” o por la dictadura de la popularidad.
Así, en lugar de democracia tenemos gobiernos que se mueven conforme a los espasmos de las presiones de la calle (recurso populista) y conforme a los arreglos cortesanos. El empresario se vuelve negociante de favores y presiones. El legítimo cabildeo, en lugar de llevarse a cabo a la luz del día y con argumentos racionales, se realiza en la oscuridad, comprando conciencias, traficando con influencias, amenazando o premiando, según el caso. No acuden a los congresos grupos de especialistas apertrechados con investigaciones serias y documentos para persuadir las inteligencias de los legisladores, sino auténticos comandos de choque con portafolios llenos de billetes, promesas de apoyos o amenaza de castigos futuros.
Lo mismo acontece en los palacios de gobierno y el poder ejecutivo se transforma en corte de las miserias y de los milagros. El mandatario inaugura obras o pronuncia discursos, mientras los cortesanos y cortesanas gobiernan premiando a los favoritos de la corte, protegiéndoles de las inclemencias de la ley, empujándolos con recomendaciones o intrigas.
Igual de malo para las vulnerables democracias es el gobierno de los cortesanos que el gobierno de la calle y la pancarta. Hay un abismo entre esas aberraciones y la verdadera democracia. Y ese abismo explica, en gran medida, la pobreza y los fracasos de muchos países en la crucial tarea del desarrollo.

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Los comités de sabios y la democracia

Ricardo Medina Macías

Para los elitistas que administran la peculiar “democracia” francesa es todo un escándalo que el 74 por ciento de los franceses hayan sucumbido ante Google y utilicen ese motor de búsqueda en la Internet. Proponen “crear” un Google a la francesa dirigido, como es “políticamente correcto”, por un comité de sabios bendecidos por el gobierno.
Algunas de sus mejores ironías las reservan los británicos para sus vecinos, mar de por medio, franceses. Si usted quiere divertirse a costillas de la presunción y arrogancia de los políticos galos le recomiendo leer la reseña que la revista británica The Economist le dedica a la última ocurrencia de los defensores oficiosos de la magnífica cultura francesa: Abominar del popular motor Google de búsqueda en la Internet como última expresión del desafío anglófono y de las vulgares tiranías de la popularidad.
Google, como se sabe, se basa en un algoritmo de gran eficacia para encontrar en segundos los sitios en la red donde se menciona la palabra o frase que busca el usuario. Algunas de las variables decisivas del algoritmo son la popularidad o frecuencia junto con la actualidad (aparecen primero, en los resultados, las menciones de fechas recientes). Los resultados, por otra parte, son exhaustivos y el usuario puede hacer tan precisa como quiera la búsqueda formulando adecuadamente la pregunta.
Pues esto, que es tan lógico y libre (racional) como podría desearse, escandaliza al ministro francés Renaud Donnedieu de Vabres quien escribió recientemente en Le Monde esta tontería: “Yo no puedo creer que la única llave de acceso a nuestra cultura sea un ranking automático de popularidad como el que está detrás del éxito de Google”.
Lo dicho por monsieur Donnedieu es una soberana tontería porque: Nadie cree, ni siquiera monsieur Donnadieu, que Google sustituya a la inteligencia de quienes buscan información en la red. Los tontos buscan, y encuentran, memeces sea en Google, sea en la vida.
Lo que sucede es que las elites que administran la política y la cultura oficiales en Francia abominan de la libertad. De ahí que propongan “corregir” a Google y a otros motores de búsqueda creando un motor de búsqueda netamente francés (con garantía de cien por ciento de corrección política) en el que sea un comité de sabios el que decida qué información debe aparecer primero o exclusivamente en los resultados y asi evitar que los estudiantes franceses y sus compatriotas sucumban ante la avasalladora y tosca “no-cultura” anglosajona.
Un paso más y estos guardianes de la pureza y la excepción culturales propondrán que también sea un comité de sabios quien decida cuál debe ser el tiraje de cada periódico, revista o libro y cuánto tiempo debe dedicarse a la lectura de cada producto cultural.
Por supuesto, como anticipa The Economist, el motor de búsqueda promovido por el gobierno francés, si es que algún día se realiza el proyecto, será un rotundo fracaso. Pero eso, ¿a quién le importa? Muera el mercado, vivan los comités de sabios.

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miércoles, 11 de mayo de 2005

El irresistible (y peligroso) alegato emocional (III y final)

Ricardo Medina Macías
La clave del alegato emocional estriba en establecer un sistema de valores diferente y propio y aferrarse con firmeza a él hasta el final. Y entonces, como escribió el profesor de derecho Norman Redlich, “si la gente es tan idiota como tú pensabas que era, algún día llegarás a presidente de los Estados Unidos”. A Nixon le funcionó.
Además del respaldo popular Nixon recibió, gracias a su emotivo discurso sobre el perro “Checkers”, un espaldarazo definitivo de Eisenhower quien acudió personalmente a estrecharle la mano y decir “este es mi hombre” para la vicepresidencia, así como elogios que hoy suenan desmedidos: “Lincoln moderno”, modelo del “verdadero ciudadano estadounidense”.
Un análisis de los diarios de la época revela que no sólo entre el común de la gente el alegato emocional de Nixon resultó eficaz: De 70 periódicos en 48 estados de la Unión Americana sólo siete se refirieron en su cobertura del discurso al asunto que racionalmente era el central: Los fondos irregulares que recibía Nixon de empresarios y negociantes de California – algunos muy cercanos al crimen organizado-, el resto centraron su información y comentarios en los argumentos emotivos del alegato. Casi todos los diarios tendieron a mostrar su apoyo al candidato sin cuestionarle nada, anota Anthony Summers biógrafo de Nixon.
Un demoledor análisis racional del discurso “Checkers” fue hecho tiempo después en la revista The Nation por Norman Redlich, quien llegaría a ser decano de la facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York y formaría parte, años más tarde, de la famosa Comisión Warren que investigó el asesinato de John Fitzegerald Kennedy. Vale la pena citar sus comentarios centrales que se han vuleto clásicos en la historia de la política de Estados Unidos en el siglo XX:
“Por encima de todo, escribió Redlich explicando las pautas centrales de ese manual de la demagogia moderna, jamás hables del verdadero motivo por el que has sido llamado a rendir cuentas. Jamás te cuestiones si estaba bien aceptar dinero de gente cuyos intereses dependen de lo que tú votes. Crea tu propio estándar ético y después hazle saber a todo el mundo la firmeza con la que te aferras a él…Y si la gente es realmente tan idiota como tú pensabas que era, algún día llegarás a presidente de Estados Unidos”.
Es un habilidoso acto de magia: Distrae al público, hazle que olvide por qué estás sentado en el banquillo de los acusados, desvanece tu delito en la imaginación popular y establece, rotundamente, un sistema emocional de valores, unos estándares éticos propios que defenderás a capa y espada (por ejemplo: “ya he demostrado que quieren evitar que llegue a la Casa Blanca a erradicar a los pillos que ahí se esconden”). La gente estará tan fascinada con ese acto de prestidigitación que se pondrá listones en las solapas, saldá a las calles a defenderte, enarbolará pancartas incendiarias, destrozará a quienes piensen de otra manera…
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martes, 10 de mayo de 2005

El irresistible (y peligroso) alegato emocional (II)

Ricardo Medina Macías

Termina el discurso de Nixon, que uno de sus colegas, el congresista por Florida, Claude Pepper, calificó como “el anzuelo demagógico más inteligente que he visto en mi vida…casi aterrador al pensar en lo peligroso que es y en la acogida que recibió”,
Dejamos ayer a Nixon dibujando ante las cámaras de televisión una imagen idílica de él mismo y de su familia. La pincelada sobre “el abrigo republicano” de su esposa Pat (ya que no podían darse el lujo de un abrigo de visón) fue genial, pero aún faltaba lo mejor:
Nixon relató que un simpatizante común de Texas había regalado a Pat y a sus hijas Tricia y Julia un simpático perro cocker spaniel blanco y negro al que las niñas habían bautizado como “Checkers” (el juego de Damas, que se juega en un tablero de cuadros negros y blancos) y se lanzó a fondo: “Ustedes saben, las niñas, como todos los críos, adoran al perro y déjenme decirles ahora mismo algo. A pesar de lo que digan sobre él, no nos deshaceremos del perro”.
Touché. Nixon tenía ya en el bolsillo a millones de televidentes llorosos y conmovidos. Nótese el recurso: El perrito fue un regalo, una contribución de un simpatizante, el perrito es parte esencial de la felicidad de una familia normal de Estados Unidos, trabajadora y responsable, cuyo jefe (Nixon) lucha incansablemente por el bien de su país, ¿qué desalmado adversario político sería capaz de arrebatarles a Tricia y a Julia el adorado perrito?, ¿se dan cuenta de la mezquindad y crueldad con que mis adversarios quieren destrozarme, aunque para ello liquiden también la felicidad de un par de inocentes niñas?
Siguió un cierre magistralmente demagógico. Nixon recordó una frase de Abraham Lincoln: “Dios debe querer mucho a las personas comunes y corrientes, porque creó a muchas”. Conquistado el auditorio, Nixon advirtió: “No creo que deba dimitir, porque no soy una persona que se rinda fácilmente y resulta que Pat tampoco lo es. Al fin y al cabo, su nombre es Patricia Ryan y nació el día de San Patricio, y ya saben ustedes que los irlandeses jamás se rinden”.
En un gesto final de humildad Nixon ponía su destino en manos del Comité Nacional Republicano, pero suceda lo que suceda dijo “continuaré en la lucha. Recorreré Estados Unidos de punta a punta hasta que saquemos de Washington a los sinverguenzas, a los comunistas y a quienes los defienden”.
El discurso provocó casi cuatro millones de telegramas, la mayor parte de ellos a favor de Nixon. Una mujer con dos abrigos de piel envió uno de ellos de regalo a Pat. Otra le envió 25 dólares que había ahorrado para comprarse un abrigo para ella. Los Nixon recibieron decenas de collares y mantas hechas a mano para Checkers.
Este éxito impresionante sería calificado por el periodista Walter Lippmann como “la experiencia más degradante que mi país ha tenido que soportar”. Y no le faltaba razón.
Seguimos mañana.

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lunes, 9 de mayo de 2005

El irresistible (y peligroso) alegato emocional (I)

Ricardo Medina Macías
La utilización lacrimosa de un perro “cocker spaniel” ante las cámaras de la televisión salvó la carrera política de Richard M. Nixon en 1952. Con razón a ese discurso, conocido por el nombre del perro ( “Checkers”), se le ha llamado “un manual para demagogos basado en los más bajos preceptos”. Un manual exitoso, por desgracia.
Richard Milhous Nixon fue un superviviente. Durante su larga carrera política se forjó más en las adversidades y en los fracasos que en los éxitos. Superó obstáculos que habrían desanimado a cualquiera. Es probable que esas experiencias le hayan persuadido de que era “indestructible”…
El párrafo anterior no es, en modo alguno, un elogio a Nixon. Es una severa advertencia sobre el terrible poder de la demagogia en las democracias.
En 1952 Nixon aspiraba a ser Vicepresidente de Estados Unidos en la fórmula republicana que encabezaba el Presidente Dwight Eisenhower. Se le atravesó en el camino un obstáculo que parecía insalvable: El diario New York Post reveló que el senador Nixon estaba siendo generosamente financiado por la élite de los negocios en California. Era una terrible acusación – puntualmente cierta, desde luego- para quien presumía que llegaría a la Casa Blanca para limpiar la política estadounidense – junto con el prestigiado “Ike”- de corruptos y oportunistas.
Prácticamente vencido – hasta el mismo “Ike” consideraba seriamente deshacerse de tal incómodo compañero- Nixon acudió la tarde del 23 de septiembre de ese año, cinco días después de las revelaciones del diario neoyorquino, a los estudios de la NBC en Los Ángeles para dar la cara ante millones de televidentes. Se jugaba el todo por el todo.
Nixon, el principio de su alegato ante las cámaras, argumentó que el dinero recibido era de ciudadanos comunes y corrientes, que sólo se había utilizado para gastos de campaña – nunca para su beneficio personal- y que de ningún modo había significado compromisos que afectasen futuras decisiones de gobierno. Pero ese rutinario desmentido no fue la esencia de su discurso, sino el emotivo llamado a los sentimientos de la gente común.
Se dibujó a sí mismo como un hombre de orígenes modestos, hijo de unos padres trabajadores, casado con una mujer maravillosa (Pat, que permaneció seria a su lado durante todo el discurso) : “Pat no tiene un abrigo de visón, pero tiene un respetable abrigo republicano y yo siempre le digo que está bien con cualquier cosa que se ponga”. Comentó sobre las hipotecas de sus dos austeras casas en California y en Washington –donde tenía que vivir como senador que era- y aludió a su viejo Oldsmobile de 1950.
Fue entonces, preparado el terreno, cuando Nixon llegó al punto culminante de su emotivo discurso y a millones de televidentes se les humedecieron los ojos.
Pero eso, el clímax del alegato de Nixon frente a la televisión y la sorprendente reacciones de millones de televidentes merecen comentarse con mayor amplitud en las Ideas al vuelo de mañana.

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martes, 3 de mayo de 2005

La crianza de los niños

Ricardo Medina Macías

Por error asociamos siempre el adejtivo “malcriado” con el sustantivo “niño”. No es correcto, los malcriados suelen ser adultos cuyo detestable comportamiento obedece precisamente a que en su infancia no fueron bien criados por sus padres.
Mal criar a un niño no tiene ningún chiste. Basta no ponerle reglas claras, sencillas e inflexibles. El niño vive entonces en una permanente confusión. Sin límites, como quien en lugar de conducir por una autopista con acotamientos y señales, de pronto es arrojado con todo y automóvil al ancho campo traviesa. Los malos resultados de este método educativo también comprueban la imbecilidad de Juan Jacobo Rosseau cuando hablaba de “el buen salvaje”. No hay salvajes buenos. El mejor salvaje es el salvaje civilizado.
Todos conocemos adultos malcriados, desde el que nunca aprendió a “pronunjiar” el fonema S y “pronunjia” en lugar de pronunciar, hasta el que aprendió en la infancia que el mundo fuera de los límites de su casa es un gigantesco basurero o que su prójimo está por ahí para ser atropellado, vapuleado, explotado, defraudado o violado.
Todos conocimos en la infancia a personajes que, con el tiempo y a ciencia y paciencia de sus padres y educadores, habrían de convertirse en adultos malcriados: El manipulador congénito, el matoncito de la escuela, el mentiroso contumaz…
Nadie les enseñó unas cuantas reglas elementales para vivir y convivir en el mundo. Hoy mismo uno puede detectar rápidamente a los futuros adultos malcriados en algunos lugares públicos, como los cines, los parques o los restarurantes. Hay quien dice que en tales circunstancias se entiende prefectamente la conducta de Herodes, pero siempre hay alguien más odioso que un niño en etapa de mala crianza: Sus padres y los adultos que lo malcrian.
Otro asunto es dilucidar qué hacer con los adultos malcriados: ¿la clínica psiquiátrica?, ¿la cárcel?, ¿una terapia ambulatoria?
El otro día leí el testimonio conmovedor del padre de un político acerca de su famoso hijo: “De chamaco tenía una enfermedad: no se le podía decir nada ni regañarlo. Se trababa. Alguien me dijo que lo que necesitaba era un par de nalgadas bien dadas. ¿Pero cómo le iba a pegar a mi hijo? Total que un día cuando se trabó, me dije: ‘Total, si se ha de morir, pues de una vez’ Y le dí un par de nalgadas. Él hizo: ‘¡Ah!’. Y se le quitó esa enfermedad”.
Me parece un bonito relato de las visicitudes de la crianza. Claro que las mismas nalgadas y bofetones pueden resultar – además de una muestra de salvajismo- totalmente inoportunos y contraproducentes. Con reglas claras, acompañadas de premios y castigos previamente conocidos, no se necesitan golpes. Sin reglas claras, las nalgadas sólo alimentan el resentimiento de esos futuros adultos malcriados. En fin. Todo un arte, eso de la crianza de los niños.
Sería aventurado sacar conclusiones del episodio de los berrinches que se ¿curaron? con un par de nalgadas. Nunca se sabe.

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lunes, 2 de mayo de 2005

¿En peligro de extinción?

Ricardo Medina Macías

Junto con las ballenas, las tortugas y el cumplimiento de la ley, los peatones son otra especie en peligro de extinción.
Ser peatón en la Ciudad de México es una gran aventura. Un romántico retorno a la ley de la selva y una comprobación de que Rosseau era un pobre imbécil cuando decía eso de que el hombre en estado de naturaleza es un ser lleno de buenos sentimientos.
Empecemos por el entorno natural del peatón, que son las banquetas. Son un muestrario de los caprichos y mezquindades de los constructores y dueños de inmuebles, con la sonriente complacencia de las autoridades. En algunos casos simplemente no existen (al dueño de la casa se la acabó el dinero o no le dio la gana hacer su pedacito de banqueta), pero en la mayoría de los casos están diseñadas para rendirle culto a su majestad el automóvil, de forma que el peatón debe bajar de la banqueta para esquivar la destartalada camionetota (introducida ilegalmente al país, pero “legalizada” con unas placas de, digamos, el estado de Michoacán) que ocupa todo el espacio que alguna vez debió ser para que él caminara seguro y confiado.
Además, suelen revelar – las banquetas- las distintas etapas por las que han pasado la administración de la ciudad y la conducta cívica de los vecinos: alcantarillas sin tapa, verdaderas trampas mortales que en ocasiones con dudoso gusto algún vecino misericordioso señala con un neumático viejo, cerros de basura – las jardineras son ideales como basureros centenarios-, bardas y postes con ilegibles leyendas de vándalos. La última moda es poner en banquetas y espacios destinados a los peatones los restos de la última y fastuosa obra pública del gobierno: piedras apiñadas, varillas oxidadas…
¡Ah y los olores! que muestran los avances de la ingeniería hidraúlica de los aztecas a nuestros días: La esquina de la calle Cinco de Mayo con el Eje Central –por ejemplo- deja en el peatón una experiencia olfativa inolvidable.
Los peatones también ponen lo suyo en este ambiente paradisíaco – como dicen los cursis publicistas- y suelen hacer un punto de honor no cruzar las calles y avenidas por las esquinas, no usar los escasos y horribles puentes peatonales y dejar sus huellas – en forma de envolturas de golosinas, colillas de cigarros, pañales deshechables (usados, desde luego) y otras monerías - a su paso. Pero no los culpo, es simple y darwiniana adaptación al medio hostil.
Por eso veo con gran simpatia la compasiva campaña del gobierno capitalino que promueve la protección del peatón, como quien predica el cuidado de las ballenas o de los huevos de tortuga. Eso sí, la campaña es completamente ineficaz y demagógica, pero ése es el sello de casa…
Tal vez dentro de algunos años, algún conservacionista de buenos sentimientos promueva la campaña “cuidemos la ley, que nos la estamos acabando, que ya casi no hay, ¿usted la ha visto?”…
Bueno, soñar no cuesta nada.

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domingo, 1 de mayo de 2005

Imágenes del futuro en “un país de la esperanza” (XV y final)

Ricardo Medina Macías
Tras una abrupta y prolongada interrupción en su diario, el protagonista concluye con una nueva esperanza.
“Dos años después de la victoria. Han pasado muchas cosas, pero desistí de ponerlas por escrito: Ese experimento de introspección llegó a ser casi una causa de dolor físico.
“El nuevo sistema económico ha trastocado nuestras vidas. Ayer, buscábamos estirar los ingresos; hoy, rogamos que haya en el mercado qué comprar; hemos aprendido un nuevo significado de la palabra ‘escasez’. Lo curioso es que sigue vigente la norma de que con mucho dinero o con las conexiones correctas todo se consigue. Antes las transacciones se pactaban más o menos libremente; hoy, una impersonal burocracia decide qué se distribuye, cómo, cuándo, a qué precios…y a quiénes. A esto se suman las restricciones que nos han impuesto desde el exterior, el famoso boicot del que oímos hablar todos los días.
“Nos refugiamos en esos pequeños o grandes gozos que nos depara la vida interior, ahí donde los comités de la burocracia y los mandatos del caudillo García Tejedor no pueden llegar: Unas nubes hermosas, unas lineas leídas por enésima vez, una sonrisa que te arranca un crío. José Antonio y Pilar, nuestros compadres, nos invitaron a una “francachela” con pan, vino y un queso holandés que me pareció delicioso (José Antonio lo consiguió en el mercado negro, a cambio de una pequeña fortuna). Volvimos a ser nosotros mismos: Cantamos, hablamos de cine y de libros, reímos en voz baja con los chistes en clave.
“Lo que mas duele es constatar la degradación moral. La simulación se ha vuelto una segunda piel, necesaria para sobrevivir. Tenemos miedo. Un miedo pegajoso, como sudor. Miedo a caer en desgracia, a perder el puestecito de trabajo, miedo a molestar al vecino – que podría desquitarse denunciándonos-, miedo a perdernos a nosotros mismos. A Rosario y a mí, aunque casi nunca hablamos de ello, nos duele más que nada haber perdido a nuestro hijo Alberto. Hoy es un desconocido. Los tres meses que pasó en la cárcel – no por ser parte de un sistema corruptor, sino por no detectar a tiempo una mudanza en el ánimo del caudillo- le fueron útiles para aprender a estar siempre en el lado correcto de la rueda de la fortuna. Nada más.
“Una vez regenerados y purificados – así dicen – el sistema judicial, los tribunales, las leyes, la economía, la cultura y hasta las diversiones, se ha empezado a promover la reelección de García Tejedor para un nuevo mandato que ésta vez sería de diez años. Desde luego, será una gran dicha contar por más tiempo con la guía y luz del capitán de la esperanza. (Sí, la frase anterior es un sarcasmo, una forma de humor que hemos desarrollado hasta el extremo). Qué lejanos están los tiempos en que palabras como ‘libertad’ o ‘democracia’ querían decir algo y no eran meros eslabones para hilvanar un discurso. ¡Qué cansancio! Hoy la esperanza consiste en conservar nuestros pequeñísimos espacios de vida interior y libertad”.
Fin de la ficción.

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