domingo, 31 de julio de 2005

La prueba del jugo de naranja

De cómo detectar – y rechazar – las típicas respuestas reaccionarias y ruinosas de algunos políticos ante los problemas.
Usted quiere acompañar su desayuno con un buen jugo de naranja. En un solo lugar – el supermercado- usted puede elegir entre una amplia variedad de opciones en calidad y precio para satisfacer su deseo.
Los precios de cada una de estas opciones reflejan varias cosas: 1. Los costos de producción, 2. Las preferencias de los consumidores, 3. La oferta y demanda mundiales, 4. La calidad de cada uno de los productos.
No es un mercado sencillo, sino de gran complejidad en el cual la información – mediante la cual los productores y los consumidores toman sus decisiones- es compleja y variada (precios a futuro y precios de coberturas en mercados internacionales, condiciones climatológicas presentes y futuras, volúmenes de producción, tendencias en los hábitos de consumo, ingresos de los consumidores, costos de financiamiento para los productores, competencia y configuración del mercado mundial, grado de restricción o apertura comercial para el producto en un mercado específico, eficiencia del minorista –supermercado- para lograr los mejores precios y condiciones y muchos otros factores más), pero el resumen de esa información está en los precios y productos que usted tiene a la vista en el anaquel del supermercado. Y usted decide…
Tomemos dos casos entre las variadas ofertas: Las naranjas a granel y el jugo 100 % natural, empacado y pasteurizado de forma que conserva prácticamente todas las propiedades del jugo de naranja recién exprimida. En el otro extremo de la cadena tenemos en el segundo caso a prósperos agricultores de Florida, Estados Unidos, organizados para producir en función de lo que demanden los consumidores, con tecnología de punta y un uso exhaustivo de la información y en el primer caso tenemos a miserables jornaleros del estado de Veracruz, México, que ya no saben qué hacer para aumentar sus jornales porque los precios van hacia abajo.
¿Cuál es la respuesta típica del político reaccionario ante esta disparidad? Culpar al libre comercio, tratar de impedir o encarecer las importaciones de jugo de naranja, meter mano a los fondos públicos para crear “apoyos” o subsidios para los jornaleros, por ejemplo mediante el establecimiento de “precios de garantía” que los consumidores tendrán que pagar…El político reaccionario quiere ganar votos presumiendo de “sensibilidad social”. Ignora olímpicamente al mercado, es decir: a los consumidores.
La eficacia de las soluciones que ofrecen los políticos debe medirse en términos de satisfacción de los ciudadanos y de los consumidores, no en función del apaciguamiento de otros actores políticos y grupos de presión.
¿Qué tipo de respuestas recibimos de los políticos en estos tiempos de efervescencia electoral?, ¿respuestas reaccionarias que refuerzan el poder los grupos de presión y mafias o respuestas productivas que fomenten la competencia?
Haga la prueba del jugo de naranja, o de la caña de azúcar, o del café, o de la competencia en televisión o en telefonía, con su político o partido favorito. Ojalá no se deprima.

miércoles, 27 de julio de 2005

¿Indestructible?, la ignorancia arrogante

Dijo la secretaria de Salud del gobierno de la Ciudad de México que el llamado programa de pensión alimentaria para adultos mayores es “indestructible”. Hagamos una obra de misericordia: “Enseñar al que no sabe”. Va de nuevo un examen sencillito, publicado el 18 de marzo, ahora para la señora Asa Cristina Laurell.
¿Sabe usted cuál es la diferencia entre una pensión, producto de la capitalización de una vida de trabajo, y una limosna?
¿Sabe usted cuántas personas mayores de 70 años hay en el país?
¿Ha calculado usted, con métodos actuariales, cuántas personas de esa edad habrá en México dentro de dos, tres, cinco, diez años?
¿Sabe usted que para que un sistema de reparto de subsidios directos no degenere en corrupción mayúscula se necesita conocer públicamente, con total transparencia, el listado de los beneficiarios?
¿Sabe usted que se deben establecer mecanismos de revisión pública y oportuna para evitar que un sistema de reparto de dádivas se convierta en negocio corrupto de los intermediarios que reparten?
¿Sabe usted que para que un sistema de reparto funcione a lo largo del tiempo requiere capitalizarse con aportaciones continuas?
¿Sabe usted que el gobierno en sentido estricto no produce riqueza sino que la toma de la sociedad?
¿Ya calculó usted cuántos ahorros progresivos se tendrían que hacer en el presupuesto de la Federación para sostener a lo largo del tiempo un sistema de reparto de dádivas entre determinado grupo de la población?
Digamos que con medidas específicas de ahorro (no con declaraciones de austeridad que nada aportan) el gobierno federal logra en un primer año ahorros por cien mil millones de pesos, sin afectar tareas básicas del gobierno como garantizar la seguridad física, patrimonial y jurídica de los ciudadanos, ¿cuántos recursos adicionales tendrá que ahorrar el segundo año para mantener con vida el sistema sin recurrir a expedientes inflacionarios?, ¿y el tercer año, y el cuarto y sucesivamente?
En fin, ¿sabe usted que el ahorro –gastar menos- siempre tiene un límite que se llama cero?, ¿sabe usted que quien agota sus ingresos ya no puede ahorrar cosa alguna?
¿Sabe usted cuál es la diferencia entre “austeridad” y ahorro?, ¿y la diferencia entre alarde teatral de pobreza y probidad en la administración de los recursos ajenos?
¿Sabe usted que nadie da lo que no tiene?, ¿sabe usted que este principio filosófico – ex nihilo nihil fit, de la nada, nada se hace - se aplica lo mismo al dinero que a la inteligencia?
¿Sabe usted qué porcentaje del gasto público federal está comprometido jurídicamente y por lo tanto no es susceptible de asignarse discrecionalmente?
¿Sabe usted si la idea de generalizar este ruinoso sistema de limosnas, que no pensiones, es menos costosa que arrojar dinero desde helicópteros a lo largo y ancho del país?, ¿conoce los costos de oportunidad?
¿Sabe usted que para todo efecto práctico no hay comidas gratis?
Cuando tengamos respuestas, sabremos qué es más indestructible: Si un engaño demagógico y populista o la ignorante arrogancia en que se sustenta.

martes, 26 de julio de 2005

Retrato de político en trance (para matar el verano)

Cuando uno está en el negocio del poder no le paga a un psicoanalista para que le revele los oscuros motores de sus actos, le paga a un buen asesor de imagen para que oculte esos móviles y le fabrique otros flamantes, políticamente correctos.
Le gustaría tener diez o quince centímetros más de estatura. Le habría gustado ser políglota, tocar el piano. En fin, le habría gustado ser otro; tal vez en otro lugar, tal vez en otro tiempo.
A falta de eso, tiene el poder. Bueno, no todo; no todavía, pero está en el camino adecuado. Cuando uno está en el negocio del poder – y él ha subido ya suficientes escalones para saberlo – suceden cosas deliciosas: Las puertas se abren solas, los portafolios y maletines se mueven por sí mismos, las cosas no sólo se desean, suceden.
A cambio hay que soportar privaciones: Aguantar interlocutores pesados, escuchar peroratas fastidiosas, estrechar cientos de manos, palmear decenas de espaldas, repartir halagos, guardarse críticas, objeciones y enojos, cultivar a los otros poderosos, prodigar sonrisas a reporteros idiotas, adular a intelectuales vanidosos, contar los chistes correctos a los interlocutores adecuados, adivinar las próximas jugadas de adversarios y compañeros, creerse firmemente las propias mentiras, como esa de que sólo nos mueven los altos, supremos, luminosos motivos de la Patria.
No es un cínico. A veces, en la soledad inevitable del insomnio no puede evitar la pregunta incómoda “¿y todo esto para qué?”. Y lo crean o no sus críticos despiadados – esos buitres, esa jauría sedienta de sangre – a él no le falta una respuesta convincente: “Lo hago por la íntima satisfacción del deber cumplido”.
El deber cumplido. Ese cosquilleo leve y gozoso que va ascendiendo por la espalda y por los dedos de las manos hasta la cabeza, al ver los rostros de la gente agradecida, al escuchar los aplausos, al confirmar, en el asentimiento de los demás, que uno tiene razón (algo cada vez más frecuente conforme uno sube por la escalera del poder). Algunos le llaman “sensibilidad política”. Para eso – se repite en los raros momentos de ansiedad – se necesita vocación. Él la tiene. La mejor muestra es que a veces siente eso que, a falta de otro nombre, le llama “la íntima satisfacción del deber cumplido”.
Ése también es su alimento y no sólo el gozo de las puertas que se abren solas, de los maletines y portafolios que se mueven en solícitas manos de aquí para allá, no sólo esa otra sensación – increíble – de que las cosas que se desean, suceden.
Con el éxito no se discute y él es un hombre exitoso. Está a un paso de llegar a Secretario General del Partido y de ahí a las elecciones, al triunfo. Será entonces Primer Ministro y después veremos…
Claro que no le caerían mal unos diez o quince centímetros más de estatura – no por él, se dice, sino como muestra y señal de sus elevadas motivaciones patrióticas.

Gobiernos y soluciones mágicas

Para solucionar nuestras necesidades son siempre más efectivos los inversionistas – a quienes mueve el interés – que los gobiernos, a quienes también mueve el interés…pero no lo confiesan.
La madurez democrática tiene mucho de amargo desencanto. La mayoría de los países prósperos tienen instituciones y prácticas comunes que garantizan cierta satisfacción a las mutuas desconfianzas.
Un país goza de “confianza” en los mercados financieros internacionales cuando cuenta con instituciones y prácticas que satisfacen los recelos de la desconfianza. No es la “confianza” un intangible que se logre con muchas sonrisas de los políticos, con bonitos discursos, con promesas, con campañas de imagen pública.
Lo mismo sucede en las relaciones entre empresas y entre personas. Tengo confianza en que Fulano cumplirá lo pactado, porque hay un contrato firmado, porque hay una autoridad cuya tarea es velar que los pactos se cumplan, porque hay una sanción cierta e ineludible para quien traiciona la confianza. Las empresas se portan bien con sus clientes, con sus proveedores, con sus accionistas, con la comunidad, con sus trabajadores, cuando saben que portarse mal con cualquier de ellos les costará caro.
En este sentido, como recordaba un excelente artículo de Luis González de Alba (periódico Milenio) el lunes pasado, la petrolera Chevron en Papua, Nueva Guinea, se ha forjado una reputación de empresa ecológicamente responsable – en contraste con la petrolera estatal Pertamina -, y tiene tres poderosas razones para hacerlo, como lo expresó sin ambages un ejecutivo de esa empresa: Exxon Valdez, Piper Alpha y Bophal. Se porta bien porque sabe lo que costaron a las empresas responsables el derrame de un buque-tanque, el fuego en una plataforma del Mar del Norte y el gas que mató a cuatro mil personas en la India (y que hizo desparecer a Union Carbide).
Medio centenar de ocurrencias de un político, frases conmovedoras sobre la “pasión por la Patria”, “el dolor por las desigualdades lacerantes” o gestos teatrales de los buscadores del voto no garantizan nada.
Las soluciones hay que buscarlas en otra parte, en el poderoso motor del interés que mueve a los inversionistas privados de todos los tamaños. Ese interés, el vilipendiado lucro, hace que surjan las soluciones reales, porque el inversionista ganará buen dinero satisfaciendo las necesidades reales, no las abstracciones retóricas de un discurso.
En contraste, el reflejo condicionado del político es sacar la chequera pública ante cualquier supuesta necesidad de la gente. Y así tenemos carretadas de dinero público desperdiciado que se anuncian como la solución al desempleo, a la pobreza, a la inopia cultural, a la inseguridad, al analfabetismo, a la falta de competitividad…Huelga decir – todos lo sabemos- que esas carretadas de dinero NO solucionan nada y tienden a empeorar los problemas. Pero la magia de la política encuentra en el agravamiento de los problemas una nueva oportunidad y repite la dosis: Más dinero público, más presupuestos, más estructuras burocráticas elefantiásicas para - ¿ahora sí?- solucionar los “lacerantes problemas” que llenan de lágrimas los tiernos ojitos de los políticos.

lunes, 25 de julio de 2005

La dialéctica del insulto

Cuando los tiranuelos se ven acosados por la contundencia de los argumentos recurren, como último recurso dialéctico, al insulto. Suponen que descalificar al emisor de un juicio acertado bastará para que la crítica quede sin sustento.
Le dolieron a Hugo Chávez, el tiranuelo que agobia a Venezuela, los juicios certeros que sobre su desgobierno emitió un obispo retirado. La irritación de este maestro de populistas latinoamericanos (Chávez) fue tal que sólo halló reposo en un rosario de insultos contra el valiente obispo y cardenal Rosalío José Castillo Lara, de 82 años de edad.
Resumo el incidente: El diario venezolano “El Universal” entrevistó al purpurado en su pueblo natal de Güiripa, Venezuela, donde vive retirado ya de sus funciones episcopales. Castillo Lara dijo en la entrevista verdades crudas acerca de Chávez y su desgobierno: “Esta llamada revolución, al principio veladamente, luego cada vez más abiertamente, ha tendido hacia la concentración de poder en el Presidente. Se pretende eliminar así todo lo que pueda ser oposición en Venezuela y mantener una situación que le permita gobernar indefinidamente.”
Preciso, el cardenal Castillo Lara describió al gobierno de Chávez como una dictadura “orientada a establecer aquí una cubanización”. Y definió: “Dictadura es el ejercicio despótico y arbitrario del poder concentrado en una sola persona”.
La respuesta de Chávez fue el insulto. Llamó al cardenal “golpista, alcahuete de gobiernos anteriores, bandido, inmoral, fariseo, hipócrita” y otras lindezas. El cardenal se tomó la agresión con calma: “Lo que Chávez hace no es tratar de demostrar que un señalamiento es falso o erróneo, sino intentar descalificar a la persona que hace el señalamiento”. Agregó: “A las afirmaciones de este señor yo no les doy ninguna importancia. Para mí es como si hubiera entrado a un manicomio y un loco me hubiese dicho cualquier cosa”.
Cuento el incidente porque en México hay personajes públicos que ante cualquier crítica (sean las cartas de los lectores quejosos a un periódico, sean los anuncios en la televisión protestando contra la inseguridad que angustia a los ciudadanos y la impunidad de la que gozan los delincuentes, sean las demandas de información puntual y transparente sobre los asuntos públicos) reaccionan de forma similar: Descalificando a los críticos para no atender, con argumentos, las críticas.
Si estos personajes locales, además, están en busca afanosa del poder presidencial y si estos personajes, adicionalmente, han forjado pactos y convenios inconfesables con algunos “poderes de hecho” para lograr su propósito (el poder y la concentración de poder omnímodo en su persona), más valen las advertencias a tiempo. Las democracias no son infalibles. Por desgracia pueden ser asaltadas y pervertidas por tiranuelos del talante de Chávez.
Es misión imposible evitar que los observadores perciban las semejanzas entre los discípulos y su modelo, aun cuando los émulos nieguen de la boca hacia fuera las evidentes similitudes entre ellos y su inconfesado maestro.
No se puede ocultar lo que está a la vista de todos.

domingo, 24 de julio de 2005

¿Serán cándidos?

Unas cuantas reflexiones más, políticamente incorrectas, sobre las ocurrencias políticas.
La lógica suele ser despiadada. Si aplicamos un análisis riguroso y estrictamente lógico a la mayoría de las cosas que hacemos y decimos es probable que no salgamos bien librados. A veces hacemos lo que aparentemente no queremos hacer; en ocasiones, queremos los fines pero aborrecemos los medios para alcanzarlos y, en otros casos, sucede al revés: Nos embelesan los medios sin pararnos a considerar las consecuencias – fines – a las que conducen esos medios.
El viernes pasado me burlé un poco de las incoherencias lógicas detrás de algunos mensajes de propaganda política – tan abundantes en México en estos tiempos- y elegí al vuelo, y fiado tan sólo en la débil memoria, algunos ejemplos de ocurrencias políticas que, sometidas a un análisis lógico, parecen disparatadas. Cabe también la hipótesis de que esas ocurrencias más o menos absurdas obedezcan en realidad, más que a la incoherencia mental de los ocurrentes, a propósitos racionales que se nos ocultan; en ese caso, estaríamos no sólo ante propuestas absurdas, sino ante engaños deliberados. Quién sabe.
Lo divertido del asunto es que un despistadísimo lector concluyó que las reflexiones del viernes sobre las ocurrencias de los políticos conducían a que yo, el autor de estas Ideas al vuelo, deseaba descalificar a tales o cuales pretendientes a la Presidencia de la República sólo para ensalzar o enaltecer a otro de los pretendientes. Así me lo hizo saber en un escueto mensaje de correo electrónico y me desafió a que arrojase luz, ahora, sobre las razones por las cuales ese personaje – el que el despistado lector supone que es “mi” candidato-, sí merece ganar las elecciones del año próximo.
Por supuesto, el suspicaz lector se equivoca de palmo a palmo (tanto que el personaje que menciona fue también objeto de mis burlas del viernes) y me da oportunidad de hacer una reflexión adicional sobre el asunto de las ocurrencias, específicamente acerca de la ocurrencia – que tienen algunos, tal vez demasiados – de ser Presidentes.
Conozco muchas personas inteligentes y capaces que, precisamente por ser inteligentes y capaces, NO desean en absoluto ser Presidentes. Son personas, varias de ellas, que tienen claros algunos diagnósticos sobre los problemas de México y sus posibles soluciones; justamente por eso, porque saben los obstáculos que hay que vencer y las ingratitudes que hay que cosechar NO aspiran a ser Presidentes.
Por eso, el hecho de que haya quienes deseen con tanto fervor que se cumpla su ocurrencia de ser Presidentes me parece asombroso y digno de admiración y suspicacia. ¿Serán cándidos que no saben la magnitud de la tarea y la desproporción abismal entre los instrumentos con que contarían y las expectativas desmedidas que persisten en México alrededor del poder del Presidente? Tal vez.
O tal vez esos ocurrentes no nos están diciendo toda la verdad sobre el por qué quieren asumir esa tarea, tan difícil, tan arriesgada, tan ingrata, tan incierta...

jueves, 21 de julio de 2005

Epidemia de ocurrentes

¿Qué es lo que hace a un hombre levantarse una mañana y tener la ocurrencia de ser Presidente de su país?, ¿por qué Presidente y no, mejor, policía o taxista especializado en obstetricia? ¡Ay, las ocurrencias!

En México vivimos rodeados de ocurrentes. ¿Por qué hay quien lava la banqueta frente a su comercio todas las mañanas a manguerazos? Muy simple, “porque se le ocurrió”. ¿Por qué un adolescente se perfora la nariz para ponerse una argolla? Pues “porque se le ocurrió”.
Nada garantiza que una persona que un día tuvo una ocurrencia genial repita siempre la hazaña.
Recuerdo, por ejemplo, al venerado ingeniero Heberto Castillo. Como ingeniero civil tuvo una ocurrencia genial para contar con un sistema más eficiente y barato de edificación e inventó la “tridilosa”. Maravillosa ocurrencia apoyada en el estudio y el rigor científico.
Pero el mismo Heberto Castillo muchos años más tarde, como político, tuvo varias ocurrencias desafortunadas, que por fortuna no se llevaron a cabo…como la de hacerle una gigantesca perforación a las faldas del Ajusco para habilitar un túnel que comunicaría a los valles de México y Cuernavaca, de forma que la contaminación atmosférica generada por los capitalinos escapase por ahí y fuese a infestar a los desprevenidos habitantes de Cuernavaca. O la ocurrencia, disparatada por donde se vea, de instalar ventiladores gigantes en las alturas del mismo Valle de México para dispersar los contaminantes…
El hecho de que alguien tenga la ocurrencia de construir un tren bala (o balín, nunca se sabe) de la Ciudad de México a Laredo no es extraño, lo trágico es que pueda realizar su ocurrencia usando los recursos de los demás y ¡que presuma su puntada como si fuese un programa de gobierno!
¿Por qué un tren de alta velocidad y no mejor un canal navegable para barcos de vapor? Pues porque así se le ocurrió.
Otros ocurrentes exponen razones increíbles para justificar sus ocurrencias. Por ejemplo, no entiendo cuál es la relación causa-efecto entre el hecho de que en México haya muchas desigualdades y la ocurrencia de tal señor que nos avisa por la televisión que “por eso” (por las desigualdades) él quiere ser Presidente. ¿Cómo que “por eso”?, es como si yo dijera: “En el mundo hay una gran ignorancia, por eso yo quiero ser Premio Nóbel de la Paz”.
Mucho menos entiendo por qué otro político nos dice que él quiere ser Presidente motivado por el hecho de que hay obstetras que dan servicio de taxistas o que hay taxistas que prestan servicios de obstetricia a sus clientes. No le encuentro la lógica… Lo que sí sería lógico es que después de mostrarnos el hecho – que no se sabe si es bueno o malo – de que hay taxistas que estudiaron medicina, dijese: “Por eso, yo quiero ser taxista” o “por eso yo quiero ser obstetra especializado en taxis”. Digo, esas ocurrencias sí parecen lógicas, y menos peligrosas.

miércoles, 20 de julio de 2005

El vilipendio, la Fallaci y las verdades

Acusada en Italia de “vilipendio” contra la religión musulmana y gravemente enferma de cáncer, la periodista Oriana Fallaci insiste desde Nueva York: El mundo occidental y específicamente Europa vive una terrible decadencia porque ya no ama ni respeta los valores que le dieron origen como civilización.
Sólo un gran periódico, como The Wall Street Journal, puede darse el lujo de publicar una entrevista con un personaje tan fascinante, tan talentoso, tan políticamente incorrecto, tan perturbador como Oriana Fallaci.
Y sólo Oriana Fallaci puede decir algo tan insólito entre las elites culturales como lo siguiente: “Me siento menos sola cuando leo los libros de Ratzinger…Soy una atea y cuando una atea y un Papa piensan las mismas cosas, ahí debe haber algo de verdad. ¡Así de simple!”.
La Fallaci está acusada en Italia de “vilipendio” en contra del Islam, un delito que tipifica el Código Penal italiano como aplicable a quien denigra “cualquier religión admitida por el Estado”. El juez que lleva la causa en Bergamo, al norte de Italia, parece deseoso de forjarse un halo de prestigio entre la progresía europea. Paradójicamente, ese mismo afán de castigar ejemplarmente a la Fallaci –quien más que vilipendiar a la religión musulmana ha criticado acremente a los dirigentes políticos y a los santones de la intelectualidad europea por su claudicación moral e intelectual ante las agresiones islámicas- parece darle la razón al argumento intelectual de la periodista: La progresía políticamente correcta se avergüenza de los valores que forjaron la civilización occidental, especialmente del amor a la libertad y de la supremacía de la razón ante las pasiones primarias.
Por si esa paradoja no bastase, quien inició la querella contra la Fallaci está también acusado de “vilipendio” pero en este caso contra la religión católica. Se trata de un musulmán llamado –sorprendentemente – Adel Smith, quien hace dos años tildó a la Iglesia Católica en un programa de televisión de “organización criminal” y que en otra ocasión arrojó por la ventana de la habitación del hospital en que su madre convalecía un crucifijo (después de descolgarlo de la pared) al tiempo que proclamaba: “Mi madre no va a morir en una habitación donde haya un crucifijo”. Se presume que este personaje – el musulmán Smith, avecindado en Italia- es el autor de un panfleto en el que se propone sin empacho “la eliminación” de la periodista en nombre del Islam.
Más allá del asunto judicial vale la pena leer la reseña de Tunku Varadarajan sobre la entrevista que le hizo a la Fallaci (en http://www.mdtaxes.org/NEWS-STORIES-2005/WSJ.Tunku.Varadarajan.Oriana.Fallaci.6.23.05.htm). Aquí sólo se han hecho unos apuntes al vuelo.
Aun quitándoles toda la estridencia, con que las adorna la pasión italiana, la mayoría las cosas que dice la Fallaci son verdades como una catedral.
Incómodas, pero verdades. Algo escaso en estos tiempos.

lunes, 18 de julio de 2005

Yihad: La conexión paquistaní

En las naciones “conversas” al Islam, como Pakistán, el fundamentalismo islámico ha proporcionado una cosmovisión inflexible y radicalmente maniquea. El odio hacia la civilización occidental, insuflado en mentes y corazones, ya no conoce fronteras y “prende” como seña de identidad en no pocos emigrantes que viven desarraigados en Europa.
Las conexiones islámicas de los ataques terroristas del 7 de julio en Londres llevan a Pakistán. Sea por la vía de las visitas de adoctrinamiento que realizaron los terroristas suicidas a ese país, sea por la vía de la herencia cultural que en algunos casos ha trascendido hasta dos o tres generaciones.
Suele pasarse por alto el hecho de que Pakistán – al igual que Indonesia, Malasia y hasta Irán e Irak- no es una nación islámica por origen milenario, sino por conversión. De hecho, para los pueblos “conversos” al Islam la fe musulmana radical se ha impuesto en tres sentidos profundos:
Uno. Como imperialismo religioso inflexible y brutal: Los lugares sagrados del Islam no están en la propia tierra o en la de los ancestros, sino en las naciones de la comunidad árabe, especialmente en Arabia Saudita.
Dos. Como contundente sistema de control y organización política y social que ha dado a no pocos gobiernos – véase el caso de Irán – un dominio prácticamente absoluto sobre las vidas públicas y privadas de los habitantes. El costo a pagar por la aparente cohesión social ha sido una opresión brutal sobre la vida y las conciencias.
Tres. Como cosmovisión maniquea impregnada de odio radical hacia lo ajeno, que es Occidente. La biografía de los terroristas del 7 de julio nos advierte que pueden pasar dos y hasta tres generaciones de “vida normal” en Occidente – en este caso la Gran Bretaña – y persiste, como corriente subterránea en las conciencias (alimentada por las prédicas religiosas más incendiarias y odiosas), el fundamentalismo. Parecería que a un mayor sentimiento de desarraigo en Occidente, estos soldados secretos de la “Yihad” más se aferran al “clavo ardiendo” que representa el fundamentalismo islámico.
El 26 de enero pasado escribí en estas mismas páginas un comentario que preguntaba: “¿Debemos temerle al Islam?” y respondía que, por desgracia, sí. Al menos debemos temerle a ese Islam que se ha impuesto en no pocos pueblos como imperialismo, sistema de dominación y permanente grito de guerra en contra de Occidente.
Vuelvo a citar, por ello, la reveladora sentencia que escribiese V. S. Naipaul en 1998: Los conversos al Islam “deben despojarse de su pasado; a los conversos no se les exige sino la fe más pura (si es que se puede llegar a tal cosa), el Islam, la sumisión. Es el imperialismo más inflexible que se pueda imaginar”.
No estamos hablando de una curiosidad histórica o de una excentricidad geográfica que no nos concierna en un país, como México, que quisiera soñarse – para estos efectos – ajeno a las vicisitudes que agobian al planeta.

¿Debemos temerle al Islam? (especial)

La respuesta es, por desgracia, sí. Sí hay motivos para temer al Islam, por lo menos al Islam que se ha convertido en ideología de control y dominación de la vida de millones de personas en el mundo.
Es probable que usted tenga escasas noticias de quién es Vidiadhar Surjaprasad (V. S.) Naipaul, a pesar de que recibió el Premio Nóbel de Literatura en 2001 y de que es un magnífico escritor de novelas y relatos. Este originario de la isla de Trinidad (Puerto España) de una familia hindú es un intelectual demasiado íntegro para convertirse en producto comercial o en propagandista ideológico.
Supe de él por primera vez por el elogio que le dedicó hace muchos años Jorge Ibargüengoitia en uno de sus memorables artículos. Leí entonces “Una casa para Mister Biswas”, me gustó pero sospecho que no logré apreciar – por ignorante- la riqueza de Naipaul como narrador y su seriedad intelectual.
Encontré hace poco, navegando en una librería como otros navegan por la Internet, un grueso volumen: Al límite de la fe (2002, Editorial Debate, versión en español del original Beyond Belief de 1998) que contiene el relato periodístico –con una calidad literaria que pocos periodistas podrían lograr- de los viajes de Naipaul “entre los pueblos conversos del Islam”, específicamente: Indonesia, Irán, Pakistán y Malasia.
¿Por qué “pueblos conversos”? Porque lo han sido al Islam –que significa “sumisión”- de fuerza o de grado, dado que no son pueblos árabes y porque, como revela poco a poco el relato conmovedor de las varias historias que obtuvo Naipaul en sendos viajes, con más de 20 años de distancia entre el primer y el segundo viaje a cada uno de esos países, la fe islámica en gran medida les ha sido impuesta desde arriba por gobiernos que han encontrado en el Islam un excelente instrumento de dominación y control de la población como es el caso de Indonesia o que han convertido al Islam en una fe totalizadora, intransigente y cruel hasta el espanto, dizque revolucionaria, como sucede en Irán.
“La crueldad del fundamentalismo islámico –escribe Naipaul casi al término del relato correspondiente a Indonesia- radica en que sólo concede a un pueblo –los árabes, el pueblo en el que nació el profeta- un pasado, los lugares sagrados y la veneración de la tierra. Los lugares sagrados de los árabes tienen que ser los lugares sagrados de todos los conversos. Los conversos tienen que despojarse de su pasado; a los conversos no se les exige sino la fe más pura (si es que se puede llegar a tal cosa), el Islam, la sumisión. Es el imperialismo más inflexible que se pueda imaginar”.
Al final, por desgracia, la respuesta es sí: El Islam es temible. Es, tal vez, la gran amenaza que se cierne sobre los hombres y mujeres libres del siglo XXI. Y que ya sojuzga a millones más. El 11 de septiembre sólo fue una pequeña muestra.

(publicado originalmente el 26 de enero de 2005)

Fundamentalismo: “No hay civiles”

El hecho de que al menos tres de los terroristas responsables de la masacre del pasado 7 de julio en Londres sean musulmanes que nacieron y crecieron en la Gran Bretaña despierta, con razón, las mayores preocupaciones.
Por lo pronto, ha quedado como una soberana tontería el mito del choque de civilizaciones para explicar el terrorismo. No se trata de dos civilizaciones enfrentadas, se trata de la civilización contra la barbarie.
El doctor Hani Al-Siba’i, director del Centro de Estudios Históricos Al-Maqreze de Londres lo dijo con toda claridad al día siguiente de los atentados en una entrevista para la televisora Al-Jazeera: “El término civiles no existe en la ley religiosa islámica (…) no existe tal término como civiles en el sentido occidental moderno. La gente es o Dar Al-Harb o no lo es”. Ser “Dar Al-Harb” es ser infiel, formar parte del territorio abierto a la conquista musulmana. (Ver la versión de la entrevista en www.memri.org)
El concepto de “civiles” proviene de civilización. Para el fundamentalismo islámico no hay tal cosa como la “ciudad”, un espacio de respeto o tolerancia en el que las personas puedan convivir sin importar sus creencias religiosas, bajo leyes precisamente civiles, no religiosas. El Islam, para el fundamentalista, lo explica todo y divide tajantemente a la humanidad entre musulmanes e infieles. La vida de estos últimos no merece ser respetada por sí misma, sino en función de razones tácticas o coyunturales.
De hecho, la Gran Bretaña se consideró en algún momento – y así lo expresaron algunos fundamentalistas islámicos – como una especie de “santuario” protegido de ataques terroristas porque en su territorio habían sido acogidos decenas de miles de musulmanes. Según explica un revelador análisis de Daniel Pipes en el semanario de “Libertad Digital” (ver en http://exteriores.libertaddigital.com/articulo.php/1276230441) para algunos “imanes” dejó de existir ese acuerdo implícito de seguridad a raíz de la legislación antiterrorista que se estableció en la Gran Bretaña tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 (ojo, pacifistas bobalicones: Eso fue antes de la invasión a Irak).
Lo cierto es que, como señala en su última edición la revista británica The Economist: “En una era de ideologías globalizadas, comunicaciones globalizadas y fronteras porosas no hay una distinción real entre amenazas internas y amenazas externas”. Si inmediatamente después del 11 de septiembre la base operaciones de Al-Qaeda se ubicaba en Afganistán, hoy esa base de operaciones se llama Internet y está en todas partes. En efecto, por la red circulan – a la caza de reclutas susceptibles- lo mismo llamados a exterminar a los infieles que instructivos para fabricar bombas caseras, efectivas para matar a decenas de personas en un ataque suicida; ahí, precisamente, en la ciudad donde conviven los “civiles”.
Y otra pregunta inquietante – de muy difícil respuesta – es la que se hace hoy día la misma publicación británica: ¿Cómo se convierte en terrorista un joven musulmán que nació en la Gran Bretaña y que aparentemente no tenía más intereses que cometer pequeñas fechorías y seguir puntualmente los resultados de los encuentros de futbol o de cricket?

La falacia de las rentas garantizadas

Ricardo Medina Macías
Si se pretende que el Estado garantice los ingresos reales de quienes realizan determinada actividad, al margen de cualquier cambio en las condiciones del mercado, la “seguridad económica” otorgada a ese grupo sólo podrá obtenerse imponiendo un castigo injusto al resto de la sociedad.
Hay quien cree que el Estado perfecto sería aquél que nos garantizase a cada cual unos ingresos reales constantes y satisfactorios de por vida, independientemente de cualquier vicisitud. Por “razonable” que parezca ese Estado ideal es la perfecta receta para el desastre.
La flamante Ley de Desarrollo Sustentable de la Caña de Azúcar aprobada por el Congreso mexicano el pasado 21 de junio es un excelente ejemplo de esta locura del “Estado ideal”. En la misma medida que pretende garantizar rentas reales inmutables a un grupo – dos organizaciones que agrupan a los productores de caña – condena al resto de la sociedad a diversos castigos y servidumbres.
En un mercado libre los precios son el resultado final de miles de variables cambiantes que nadie, ni siquiera el gobierno más poderoso, puede aspirar a controlar. Sin embargo, siempre hay grupos – cazadores de rentas – que pretenderán que el Estado les garantice una ganancia mínima constante. ¿Cómo puede el Estado lograrlo? Obligando a que se mantenga constante – a pesar de todas las vicisitudes – una o más de una de las variables de la compleja ecuación: Sea el precio (es decir: el resultado de la ecuación), sean los salarios, sea el empleo, sea el margen de utilidad del empresario, sea el costo de los insumos, sea la tecnología o hasta la forma de organizar la producción.
Garantizar una renta inamovible para un grupo – digamos para los productores de caña en el caso de la agroindustria azucarera- requiere que el Estado utilice su poder coercitivo para convertir en “constante” lo que en la ecuación del mercado es por definición variable – porque es interdependiente del resto de las variables- y, por lo tanto, requiere que el Estado manipule también las demás variables de la ecuación en perjuicio y en contra de los legítimos derechos del resto de los participantes en la economía.
El grupo beneficiado por decreto carecerá de incentivos para incrementar su productividad, por lo que el Estado deberá destinar cada vez más dinero de los contribuyentes para mantener su renta constante. El Estado deberá también impedir la competencia que, a través de mejores precios y/o productos sustitutivos, podría afectar la renta constante. También deberá evitar la introducción de cualquier avance tecnológico que encuentre mejores usos alternativos para el producto o que permita diferenciar el producto por su calidad (porque en el esquema de renta garantizada la calidad es irrelevante).
Además, en un esquema de renta garantizada para los productores de un insumo – como es el caso de la caña de azúcar – se crea un incentivo perverso para una sobreproducción ruinosa (fetichismo de la producción) porque el Estado (en última instancia los contribuyentes) se obliga a comprar todos los excedentes a un precio garantizado, haya o no demanda para ellos.
Lo dicho: Un perfecto desastre económico.

viernes, 15 de julio de 2005

Elogio del estoicismo británico

Ricardo Medina Macías
La respuesta británica – de la gente y del gobierno del Reino Unido- al ataque terrorista del 7 de julio ha sido contundente, eficaz, estoica y demoledora: “No nos intimidan. Seguiremos siendo como somos: Libres, respetuosos, realistas, enemigos de hacer grandes gesticulaciones o de hincar la rodilla ante alguna ideología”.
La escena que dibujó el caricaturista español Mingote no tiene desperdicio: Un par de españoles, bien comidos, conversan a la orilla de una alberca; son dos hispanos “progres” desde luego. “Estos ingleses – dice el primero- se han quedado tan conmocionados con el ataque terrorista que no atinan a echarle la culpa a su gobierno”. El segundo confirma: “Cierto. Es que les falta ideología”.
Los británicos son admirables, precisamente, porque les falta ideología. Les falta toda esa gesticulación histérica, esa grandilocuencia artificiosa que cubre con gestos melodramáticos la ausencia de ideas claras. Los británicos tienen, eso sí, valores y principios. Pocos, claros, firmes. No hacen alarde de ellos, los viven cotidianamente sin aspavientos.
Escribía Juan Ernesto Pardinas, a raíz de los ataques terroristas del 7 de julio, que en la Gran Bretaña no campea la tolerancia, sino algo un poco mejor: El respeto. Y explicaba: Se tolera una uña enterrada, un dolor de cabeza o un sofocante calor. Pero a la gente los británicos no la toleran; la respetan como corresponde hacer con cualquier ser humano, sea del color, de la religión o de las excéntricas costumbres privadas que sea.
Cuando en la Gran Bretaña se hace una investigación policíaca para desentrañar algún crimen la policía no “detiene sospechosos para interrogarlos”, lo que hace es “invitar a ciertas personas a conversar sobre los hechos”.
Cuentan que en alguna ocasión un joven inquieto le preguntaba a Sir John Elliot acerca del futuro de la cultura universal. La respuesta fue la siguiente: “Mire usted, como inglés me resulta imposible pensar en esas categorías tan enormes”.
En México, herederos al fin de la cultura española, abundan en cambio las gesticulaciones, la dramatización, la ideologización de la realidad. Los hechos y los datos nos aburren; la claridad de ideas nos da vértigo. Por eso nuestros políticos se apresuran a volcar, en treinta segundos o en un minuto – lo que dura un comercial en la televisión – todos los gestos, los desplantes dramáticos, las grandes palabras, las miradas apasionadas de que son capaces. Ni por error aparece un argumento racional. Cada anuncio electorero en la tele – como los describía atinadamente Bernardo Graue- – se convierte en un nauseabundo mini melodrama. Algún político aldeano alegaba hace dos días ante sus críticos: “Soy de izquierda porque el corazón está a la izquierda”. Fantástico argumento, sólo le faltó añadir, para completar el parlamento de una telenovela de amores equívocos: “Y el corazón nunca se equivoca”.
Admiro ese estoicismo y valor de los británicos, tan lejano a los aspavientos vacuos que tanto emocionan a mis compatriotas. No sé, toda esa grandilocuencia ideológica, esas gesticulaciones histéricas tan mexicanas me parecen un poco chocantes, a bit strange, ain’t it?

jueves, 14 de julio de 2005

“Ley cañera”: Monumento a la improductividad

Ricardo Medina Macías
Imagine una ley que le garantice a un duopolio gremial (subordinado a un partido político) mano de obra cautiva, rentas crecientes para el duopolio sin importar las condiciones del mercado, los precios más altos del mundo para los consumidores – igualmente cautivos- y prohíba cualquier mejora en la productividad o la búsqueda de alternativas de mayor valor agregado para el consumidor. Ya está. Esa ley se aprobó el pasado 21 de junio.
Los consumidores mexicanos pagamos el azúcar más cara del mundo. La flamante Ley de Desarrollo Sustentable de la Caña de Azúcar aprobada por el Congreso el pasado 21 de junio pretende garantizar que lo sigamos haciendo. La ley parece diseñada – cuidadosa o demencialmente, según se vea- para incrementar aceleradamente la improductividad de esa industria – que ya es hoy notoriamente improductiva y está fuera de los estándares de competencia en los mercados internacionales – y evitar que los cultivadores de caña puedan adaptarse a las condiciones que impone la competencia global, buscando mejores alternativas de vida y de trabajo.
Parece, la ley citada, un absurdo esfuerzo para postergar lo inevitable a un costo brutal para el país: para los consumidores, para los trabajadores y para el erario. Postergar lo inevitable es cerrar los ojos a la realidad del mercado mundial y a las exigencias de productividad que impone una economía global. Pierden los consumidores, pierden los trabajadores y pierden los contribuyentes – debido a un mayor gasto público – en un esfuerzo desquiciado por prolongar, tal vez por dos o tres años, un paraíso de rentas extraordinarias para los líderes gremiales a través de las múltiples cuotas exigidas a los cañeros (y que pagaríamos los consumidores vía mayores precios y los contribuyentes, a través de un mayor gasto público).
Alguien que sabe bien lo que esto significa es Fidel Castro. Sí, el mismo dictador que casi durante 40 años se empeñó contra toda lógica y sentido común en el fetichismo de la producción de azúcar, como monocultivo que sustentaría su desquiciado “modelo económico” para Cuba. El pasado 19 de marzo, Castro sentenció en un gesto de realismo: “Cuba jamás volverá a vivir de la industria azucarera”, por si quedaran dudas añadió: Ese cultivo “pertenece a la época de la esclavitud y de un pueblo lleno de semianalfabetos”.
También sabe de qué estamos hablando Fan Junfang, un cultivador de caña en la región autónoma china Zhuang de Guangxi, quien desde 2001 ha obtenido utilidades crecientes aplicando conocimientos y tecnología que le ayudaron a incrementar la productividad por hectárea cultivada. El gobierno chino, sabedor de que China debería competir en el mercado mundial del azúcar con su incorporación a la OMC, generó incentivos para que los campesinos aumentaran la productividad – que, ¡por favor!, no es lo mismo que incrementar la producción – y se adaptaran rápidamente a las condiciones de una libre competencia global.
En México, la flamante ley cañera – que por fortuna podría ser vetada por el Presidente – apunta totalmente en la dirección contraria. Tal parece que los líderes gremiales que la promovieron están intentando una hazaña que se antoja milagrosa: “Detener la rueda de la historia” (digo, para citar a un viejo clásico hoy olvidado que se llamaba Karl Marx).

miércoles, 13 de julio de 2005

El rock de los pobres (V y último)

Ricardo Medina Macías
La clave para salir de la pobreza está en los incrementos de la productividad. Cada vez que un país, una empresa, una familia, una persona, logra producir más con menos avanza en la senda del crecimiento sostenido y del bienestar.
Para cerrar esta serie sobre las “ayudas” a los países pobres y a los grupos vulnerables financiadas con recursos públicos, me tomo el atrevimiento de retomar parte de lo que publiqué hace un año sobre uno de los más efectivos avances productivos del siglo XX que, descubierto en un país paupérrimo como Bangla Desh, ha salvado millones de vidas y ha hecho un poco más habitable este mundo convulso: La terapia de rehidratación oral (ORT por su siglas en inglés).
“Es un invento que ha salvado millones de vidas. No se realizó en un costoso laboratorio de un país desarrollado, sino en Bangla Desh, en medio de la miseria y la marginación. Cuesta cien veces menos (50 centavos de dólar por paciente contra 50 dólares por paciente) y es notoriamente más eficaz que la terapia que antes solía utilizarse.
“En México se le conoce como ‘suero oral’ e internacionalmente como terapia de rehidratación oral (ORT por sus siglas en inglés) y consiste en azúcar y sal disueltas en agua purificada. Es de una sencillez pasmosa. Pero para su invención fue necesario aplicar rigurosos conocimientos científicos.
“Conocimiento clave: Lo que suele matar a los niños con enfermedades gastrointestinales agudas es la rápida pérdida de sales en el organismo, sales indispensables para el buen funcionamiento de las células.
“En términos de bienestar lo que ha aportado al mundo en desarrollo la tecnología del suero oral es incalculable. Es tecnología porque son conocimientos científicos aplicados a la solución de problemas”.
Pero el llamado “suero oral” no es sólo tecnología y conocimiento aplicados al bienestar, es productividad: Hacemos más (bien) con menos (recursos) y lo hacemos mejor (que antes o que otros). Los avances productivos – que a veces parecen tan sencillos como organizar de una nueva forma creativa los factores que intervienen en la producción de algún bien o en la prestación de algún servicio, como hizo Wal Mart revolucionando las cadenas que van del productor al último consumidor en un supermercado- hacen mucho más por el desarrollo de los países pobres que millones de dólares en “ayudas” que acaban en manos de burócratas o de políticos venales.
Sin embargo, tales avances en la productividad suelen encontrar formidables resistencias porque atentan contra los intereses de cazadores de rentas ya establecidos. Por ejemplo, un monopolio puede ganar millones de dólares simplemente logrando que los políticos locales pongan barreras de entrada a un avance tecnológico. El correlato de esas utilidades fabulosas es que se la da otra vuelta de tuerca al atraso y que se cierran miles de oportunidades de bienestar para decenas de miles de familias.
Como una triste paradoja no sería extraño que el dueño del monopolio – en este ejemplo totalmente hipotético – fuese un mecenas que dona unos cuantos de los millones de sus ganancias (fruto de la improductividad deliberada) para ayudar a los países pobres o a tal grupo vulnerable de la población.

martes, 12 de julio de 2005

El rock de los pobres (IV)

Empecemos por las distorsiones más obvias de algunas políticas públicas – disfrazadas de progresistas- que entregan cuantiosos recursos públicos ¡a los ricos, en nombre de los pobres!
Ayer varios diarios daban cuenta de la modificación – o cancelación, desde la perspectiva de algunos – de un ambicioso proyecto de inversión petroquímica en México; la razón de que el proyecto se “desinflara” fue que finalmente privó el buen sentido y no se aceptó que el fisco subsidiara con precios preferenciales a los inversionistas.
No faltará quien lamente esta negativa y la presente ante la opinión pública como una muestra de que el gobierno obstaculiza el desarrollo del país. Sin embargo, sucede exactamente lo contrario: El gobierno rectificó a tiempo lo que sería una sangría de los recursos públicos (vía precios subsidiados de los combustibles para unos cuantos inversionistas) y evitó por esta vez caer en una ruinosa política de “fomento” que no sólo erosiona las finanzas públicas, sino que promueve la incompetencia de las industrias nacionales a costillas de consumidores y contribuyentes.
Por supuesto, en la retórica de estos proyectos fomentados con recursos públicos suele existir un fuerte componente “social”. Se argumenta que la ayuda a los inversionistas es, en realidad, un subsidio justificado porque la inversión creará cientos o miles de empleos. Es el típico uso retórico de la creación de empleos como fin en sí mismo, independientemente de que esos empleos sean improductivos y que por su improductividad impidan la creación de muchos más empleos que sí serían productivos.
Ningún funcionario público tiene una varita mágica que le indique, infalible, qué proyectos serán productivos y cuáles no. Quien tiene la última palabra es el mercado y nunca sabremos si una inversión es o no productiva y competitiva si tal inversión goza de condiciones fiscales de privilegio. ¿El margen de utilidad que perciben los inversionistas proviene del subsidio o de una verdadera productividad?
Aquí es donde el ejemplo conecta con el problema fundamental de las “ayudas” a los países pobres y de las “ayudas” – con recursos de los contribuyentes- a determinados grupos con una justificación “social” o de equívoco “bien común”. Si el proyecto continua pese a no contar con precios subsidiados con el dinero de los contribuyentes se tratará de un proyecto meritorio en sí mismo que se somete al dictamen del mercado; por el contrario, si la ausencia de subsidios le resta todo el atractivo al proyecto a los ojos de los inversionistas, será la mejor muestra de que sólo se trataba de negociar – bajo el manto de una retórica “social”- la transferencia de recursos públicos a un grupo privilegiado de buscadores de rentas.
Traslademos el ejemplo a los diversos tipos de “ayudas” – con recursos de los contribuyentes- que los gobiernos ofrecen a grupos que se consideran vulnerables o que, como los agricultores en muchos países, tienen un formidable poder de presión sobre el Estado- y preguntémonos sinceramente en qué casos estamos tirando el dinero y fomentando, con las dichosas “ayudas”, una mayor pobreza.

domingo, 10 de julio de 2005

El rock de los pobres (III)

Ricardo Medina Macías

Recientemente se ha propuesto que el requisito para que la ayuda a los países pobres se traduzca en un mayor crecimiento del PIB por persona en los países receptores es que la ayuda vaya acompañada de “razonables políticas económicas”; sin embargo, ni siquiera en tal caso hay una evidencia concluyente.
Suena lógica y razonable la tesis en boga en los organismos internacionales, como el Banco Mundial, y en gobiernos como el de Estados Unidos, de que la ayuda a los países pobres sí resulta efectiva a condición de que los países receptores apliquen políticas públicas consistentes que promuevan el crecimiento, eviten la corrupción y cuenten con un entramado institucional estable y más o menos democrático.
Esta tesis, apoyada por un célebre estudio de los economistas David Dollar, Craig Burnside y Paul Collier – todos del Banco Mundial – ha marcado en los años recientes el enfoque del propio banco, del Fondo Monetario Internacional y del gobierno de George W. Bush. Es la misma tesis más o menos oficial que privó – frente a los ideologizados alegatos en contra de la globalización – en la cumbre de Monterrey en 2002.
Sin embargo, un estudio posterior de Wlilliam Esaterly, Levine y Roodman en 2003, que redefine con mayor precisión los conceptos de “ayuda” y “crecimiento” y que robusteció la base de datos del estudio de Dollar y Burnside (difundido en 2000) sustituyendo fuentes secundarias por fuentes primarias, encontró que no hay una correlación significativa. ¿Por qué?
Lo que en última instancia revela esta revisión cuidadosa de Easterly y sus colegas es que detrás de la tesis en boga hay una poco sutil petición de principio: Se sigue sosteniendo que la “ayuda” es causa del crecimiento en los países pobres y sólo se ha añadido una condición: Las razonables políticas económicas. En ningún momento se hace la pregunta clave: ¿Y si son las “razonables políticas económicas” la verdadera y única causa del crecimiento y la “ayuda” es irrelevante o, incluso, en ocasiones perturbadora para el crecimiento económico?
A nadie le gusta hacer estas preguntas porque ponen en entredicho la efectividad de los “buenos sentimientos” que dicen inspirar las “ayudas” a los países pobres; mucho menos es agradable plantear así las cosas, si uno – por ejemplo – es un competente y bien intencionado funcionario de un organismo del tipo Banco Mundial, que define su propia misión para efectos prácticos en función de la magnitud de desembolsos de dinero que hace la institución para “ayudar” a los países pobres.
Pero son preguntas que por honestidad intelectual deben hacerse y responderse. Y además son preguntas inveitables si uno contempla el contundente crecimiento económico de dos países pobres que NO han sido receptores de este tipo de “ayudas” – o que las han recibido en mucho menor magnitud que multitud de países de África-; esos dos países son China y la India.
¿Y qué pasa con muchas de las subvenciones y ayudas que los gobiernos de los países subdesarrollados aplican en sus propios países como “política social”?, ¿están a salvo de esta crítica? Mañana lo discutiremos.

Correo: ideasalvuelo@gmail.com

viernes, 8 de julio de 2005

Terrorismo: Coincidencias y suspicacias

Justo un día después de recibir la sede para los juegos olímpicos 2012 y cuando la Gran Bretaña es anfitriona de la cumbre de los ocho (G-8 en la terminología telegráfica de moda), Londres sufre un sangriento y concertado ataque terrorista. Coincidencias que levantan suspicacias y temores.
A todas luces obtener para Londres la sede de los Juegos Olímpicos para 2012, dejando en el camino a París, Madrid, Moscú y Nueva York, fue un gran triunfo político de Tony Blair, dada la importancia de los juegos y vista la calidad de las ciudades contendientes que fueron desechadas en las votaciones olímpicas del miércoles.
Un día después de los festejos, Londres está de luto. En cierta forma, se trata de una urbe acostumbrada a vivir bajo amenaza, desde los inclementes bombardeos de la fuerza área de Hitler hasta los sangrientos ataques terroristas del IRA irlandés en la década de los 70. Tampoco era un secreto que, en el contexto del terrorismo islamista actual – el mismo que estremeció a Nueva York el 11 de septiembre de 2001 y que ensangrentó a Madrid el 11 de marzo de 2004 – la Gran Bretaña ocupa un lugar destacado en la lista de los odios fundamentalistas islámicos.
Con todo, el ataque ha sido sorpresivo y artero – con esa cobardía inconfundible que es el sello común de todos los terrorismos – y la coincidencia con la designación de la sede olímpica para Londres y con la celebración de la cumbre del grupo de los ocho en territorio británico – Escocia - despierta las peores suspicacias.
Súmese, para mayor suspicacia e incomodidad, el hecho de que el gobierno de Tony Blair ha sido el aliado indiscutible de los Estados Unidos en Europa – siguiendo una viejísima tradición de relaciones especiales entre los dos países- y en la lucha sin cuartel, y sin componendas ideológicas o políticamente correctas, contra el terrorismo.
El resultado es sombrío, pero no deja lugar a dudas: Estamos en guerra. En una guerra declarada en la que las fronteras no son territoriales sino de valores y principios. Al igual que ante los totalitarismos del siglo XX hoy los valores clave de lo que llamamos civilización occidental están amenazados de muerte, pero ahora el enemigo es difuso, ubicuo, y cuenta con la complicidad – las más de las veces inconsciente o estúpida – de una quinta columna amorfa dentro del propio Occidente.
Se trataría, en la guerra paralela, de infundir miedos y culpas. De que absurdamente pidamos perdón por ser libres o por aspirar a serlo. De que increíblemente renunciemos a fundar la civilización sobre los valores de la tolerancia, el respeto a las diferencias y la razón – que es la clave del verdadero diálogo.
Se equivocan quienes proponen “solucionar” la embestida terrorista invitando a un imposible “diálogo entre las civilizaciones”. No hay tal cosa porque aquí no hablamos de dos civilizaciones, sino de la civilización contra la barbarie.
El lunes retomaré la serie sobre “El rock de los pobres”.

jueves, 7 de julio de 2005

El rock de los pobres (II)

Lo que los resultados de las investigaciones de Easterly destrozan es la presunción de la sabiduría convencional de que hay una relación causa-efecto entre ayudas financieras a los países pobres y mayor crecimiento económico en esos mismos países (o menor pobreza, si quiere expresarse así). Incluso se insinúa la posibilidad de que la relación sea inversa: A más “ayuda”, mayor pobreza.
En el fondo es un problema de teoría del conocimiento: ¿Hay una relación causa-efecto entre ayudas financieras del exterior y crecimiento económico en los países pobres? Los resultados de las investigaciones de William Easterly indican que no hay tal relación y dejan abierta la posibilidad de que, por asombroso que parezca, la relación causa-efecto podría darse en sentido inverso: A mayores “ayudas” mayor pobreza.
Easterly obtuvo sus resultados a partir de regresiones matemáticas rigurosas, aplicadas a bases de datos confiables para cada variable: ayuda, crecimiento del PIB, crecimiento del PIB por persona. Ponderó, además, otros factores que inciden en la definición de las mismas variables, tales como políticas públicas que favorecen el crecimiento sostenido (finanzas públicas sanas, apertura de los mercados a la competencia, estabilidad política) y cuidó que las series de tiempo fuesen lo suficientemente largas para evitar que hubiese distorsiones atribuibles a factores cíclicos o circunstanciales. Además usó promedios móviles de diez años con el mismo fin: evitar distorsiones por factores cíclicos.
¿Qué obtuvo? Un valioso avance científico podríamos decir siguiendo a Karl Popper: Verificó que una hipótesis que se ha convertido, por la fuerza de la costumbre, en axioma de la sabiduría convencional NO se verifica con un método científico. No hay una correlación positiva y significativa entre “ayuda” – como variable independiente o causa – y crecimiento económico –como variable dependiente o efecto. Podría pensarse, por el contrario, ¡y ése es el efecto perturbador de la gráfica de la gran “X” que comenté ayer!, que la relación causal existe pero es la inversa: Si la “ayuda” es causa de algo sería causa de menor crecimiento económico (o crecimiento negativo) y de mayor pobreza.
Easterly no cae en el error de establecer apresuradamente esta nueva hipótesis. Se limita a verificar que la hipótesis original no se cumple.
Necesitamos revisar a fondo esa sabiduría convencional. Surgen muchas preguntas: ¿De veras la finalidad de la “ayuda” es promover el crecimiento o hay otros propósitos que no se confiesan?, ¿hay un efecto perverso, “dilema del samaritano” le llaman, sobre los países que reciben la ayuda y por ese hecho se vuelven incompetentes para crecer?, ¿el problema se reduce a que los donadores no establecen condiciones adecuadas, como exigir a los países receptores políticas públicas sólidas, a cambio de la ayuda?, ¿o el problema es más grave y en sí mismas las ayudas financieras o bien son irrelevantes para el crecimiento o bien son perversas para el crecimiento? Y en última instancia: ¿Cuál es el factor que de veras impulsa el crecimiento, cuya presencia hace prósperos a unos países en tanto que su ausencia impide el crecimiento en otros?

miércoles, 6 de julio de 2005

El rock de los pobres (I)

¿Para qué sirve la “ayuda” a los países pobres? La respuesta es terriblemente vergonzosa: Para hacer conciertos memorables, para vender discos, para engrosar cuentas de dictadores y caciques en paraísos fiscales, para sostener grandes burocracias internacionales…
Me escribe una lectora: “El fin de semana escuché respecto del concierto para ayudar a las personas de África; sin embargo todos los millones de dólares que a lo largo de los últimos veinte años (por lo menos) se han concedido a ese continente ¿dónde están? Me contesto que en cuentas bancarias de los dictadores y ‘hombres fuertes’ de esos países en esos momentos. Entonces todos esos años los bancos prestaron con intereses a esos países, para que después ese dinero regrese a una cuenta personal del ladrón en turno…”
El problema es peor y va más allá de los escandalosos casos de corrupción flagrante de dictadores y caciques que se roban los recursos que los países pobres reciben en forma de ayuda: préstamos blandos, subsidios y hasta la ayuda humanitaria en casos de hambrunas, guerras civiles y desastres naturales.
La verdad es que los conciertos políticamente correctos para “ayudar” a los más pobres del mundo – al igual que las instituciones financieras multilaterales como el Banco Mundial, cuya misión real es “mover dinero” de los países ricos hacia los países pobres confiando en que eso es mejor que nada- podrían representar uno de los casos más trágicos de auto-engaño planetario.
William Easterly, profesor de economía en la Universidad de Nueva York, ex funcionario del Banco Mundial y autor de uno de los libros más reveladores de ese gigantesco auto-engaño (The Elusive Quest for Growth: Economist’s Adventures and Misadventures in the Tropics”), muestra el resultado de sus investigaciones en una gráfica dramática de dos líneas que semejan una gigantesca letra “X”. La gráfica se llama “Ayuda y Crecimiento en África”, promedios móviles de diez años para el período 1970-1999.
Simplificando: La variable “ayuda” – préstamos blandos, subsidios, condenaciones de deudas anteriores, aportaciones directas de gobiernos y de organismos multilaterales- va de abajo hacia arriba (aumenta) leyendo la gráfica de izquierda a derecha, mientras que la variable “crecimiento” sigue la dirección inversa: de arriba hacia abajo (disminuye). La escala para la variable “ayuda como porcentaje del PIB” va de 5% a 17%; la escala para la variable “crecimiento per cápita” va de menos 0.5% a 2 por ciento. (Ver: Can Foreign Aid Buy Growth?, investigación del propio Easterly del verano de 2003, disponible en el sitio: http://www.nyu.edu/fas/institute/dri/Easterly/index.html en “Research”).
Mientras más “ayuda” recibe África, más pobre se vuelve. Así de terrible.
Esa “X” gigantesca es la expresión más elocuente del trágico auto-engaño – y fracaso – detrás de las ideas convencionales acerca de la ayuda para los países pobres.
Valdrá la pena explorar en los siguientes artículos en qué nos estamos engañando, ¿qué hemos dado por sentado cuando en realidad nadie lo ha comprobado?, ¿estamos definiendo correctamente conceptos como “ayuda”, “inversión” y “crecimiento”?, ¿cuáles son las excusas para este trágico auto-engaño global que ha durado tantas décadas?

lunes, 4 de julio de 2005

Diez obviedades sobre la democracia

Ricardo Medina Macías
Aún a riesgo de que parezcan verdades del maestro Pero Grullo, conviene recordar algunas obviedades que suelen pasarse por alto.
Primera obviedad: En una democracia no siempre ganan los mejores o los menos malos, sino los que obtienen más votos. A veces ganan los mejores, pero otras tantas veces ganan los peores. “Llegaron los sarracenos y nos molieron a palos/ Que Dios ayuda a los malos/ Cuando son más que los buenos”. A veces los malos tienen más habilidad, más dinero, más malas artes y se llevan el triunfo, Así es la democracia.
Segunda obviedad: El “pueblo” NO siempre tiene la razón. Esto se refiere no sólo a que con frecuencia los malos políticos (y gobernantes) son más populares, sino que a veces las propuestas más desastrosas – por ejemplo, las propuestas voluntariosas a golpes de dinero público y, por ende, generando déficit fiscales – son más atractivas a bote pronto que las propuestas sensatas.
Tercera obviedad: Las buenas intenciones – suponiendo, equivocadamente, que podemos conocer de veras las intenciones del prójimo- no garantizan buenos resultados. Se requieren también conocimientos precisos, sentido de la oportunidad, habilidad para llevar a cabo los buenos propósitos.
Cuarta obviedad: El “interés popular” o el bien común suele ser una coartada de intereses particulares. Más aún, el interés “social” no existe. No confundir con aquello que representa el mayor bien para el mayor número de personas.
Quinta obviedad: Los gobiernos no pueden tener soluciones para todo, ni siquiera soluciones para los problemas más importantes de la existencia. No hay gobierno que tenga la llave de la felicidad. Las religiones pueden prometer la dicha eterna, y uno les cree o no, pero cuando los políticos o los gobernantes ofrecen la felicidad nos están engañando y frecuentemente se están engañando a sí mismos. Los gobiernos NO crean empleos, los empleos los crean empresarios que detectan y satisfacen necesidades. Los gobiernos NO educan, lo hacen los padres de familia y los maestros. Los gobiernos NO curan, lo hacen los médicos y las enfermeras. Un buen gobierno es el que propicia (o al menos no estorba para…) que los empresarios creen empleos, que los maestros eduquen y que los médicos curen.
Sexta obviedad: Las intenciones del prójimo son incognoscibles, debemos conformarnos con juzgar la racionalidad de los argumentos y la efectividad de los hechos. Los peores engaños, en una democracia, provienen de los juicios gratuitos sobre las buenas o malas intenciones del prójimo.
Séptima obviedad: De entrada hay que desconfiar de los políticos que se presentan a si mismos como “no políticos”. Suelen engañar por partida doble.
Octava obviedad: Si alguien te promete prosperidad o seguridad a cambio de renunciar a libertades concretas, te está estafando. Al final no tendrás ni seguridad ni prosperidad y habrás perdido la libertad.
Novena obviedad: La democracia efectiva no se funda en las buenos sentimientos compartidos, sino en instituciones operativas y eficaces que satisfagan los recelos de nuestra desconfianza mutua.
Décima obviedad: A pesar de todas sus limitaciones y peligros, la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno.

Correo: ideasalvuelo@gmail.com

sábado, 2 de julio de 2005

Trafalgar y el mundo moderno

Ricardo Medina Macías
Una batalla naval de hace 200 años – 21 de octubre de 1805- fue preludio del surgimiento del mundo moderno y sigue agitando las aguas de las rivalidades europeas.
Hay coincidencia entre los historiadores que la batalla de Trafalgar, en la que la armada británica derrotó ignominiosamente a la armada aliada de franceses y españoles cerca del puerto de Cadiz, decidió tres hechos: 1. El destino futuro de la Gran Bretaña como reina de los mares por más de un siglo, 2. La cancelación de los anhelos expansionistas de Napoleón Bonaporte – quien buscaba invadir Inglaterra- y 3. La decadencia de España, que además en muy pocos años enfrentaría las guerras de independencia en sus posesiones de América.
Para el historiador británico Paul Johnson la formación de lo que él llama “el mundo moderno” se gestó en los 15 años que van de 1815 a 1830, pero debe reconocerse, sin demérito del juicio de Johnson, que la batalla de Trafalgar, en octubre de 1805, definió, a su vez, el tablero de juego en el que sería posible esa gestación.
Hoy, a 200 años de distancia, los festejos “políticamente correctos” del acontecimiento que ha promovido la Gran Bretaña (no para conmemorar, dice la versión oficial, una victoria de la “pérfida Albión” sino para recrear sin resentimientos el espectáculo de la batalla naval en una Europa en paz y unida) no han dejado de remover viejos agravios.
En España, por ejemplo, no pocos han lamentado el hecho de que el gobierno español haya olvidado rendir homenaje a los héroes trágicos que aportó España a la batalla naval; héroes que se batieron con singular denuedo y honor, a despecho de que una política de servilismo hacia Napoleón Bonaparte del rey Carlos IV y su válido Manuel Godoy los condujo fatalmente al desastre de Trafalgar.
Mientras tanto, algunos británicos lamentan el carácter “hipócrita” de los festejos en los que cuidadosamente se ha evitado hablar de vencedores y de vencidos, cuando –insisten- la de Trafalgar fue una victoria en todo la línea de la Gran Bretaña de la que hay que enorgullecerse.
Una muy recomendable novela del español Arturo Pérez-Reverte, “Cabo Trafalgar” (Alfaguara, 2004) que recrea la histórica batalla desde el punto de vista español de esos héroes, desdeñados y anónimos en su mayoría, ha contribuido a despertar la memoria popular de esos días aciagos para España…y los lamentos: “Perdimos por culpa de varios de los almirantes gabachos (franceses) que fueron cobardes o ineptos, o ambas cosas” y el resentimiento hacia personajes – como Godoy, quien se presume que era el amante de la reina Maria Luisa consorte de Carlos IV- “que se bajaron los pantalones ante Bonaparte y nos hicieron sus sirvientes”.
Parece que fue ayer, porque de estos juicios a las analogías con la situación actual (“¿pero qué hacemos a la sombra del eje franco-alemán en la Unión Europea?”, “¿para qué Rodríguez Zapatero le hace tantas carantoñas y zalamerías a Chirac?”) sólo hay un pequeño paso.
En fin, la historia nos persigue.

Correo: ideasalvuelo@gmail.com

viernes, 1 de julio de 2005

Tres ejemplos, tres

Ricardo Medina Macías

Sin necesidad de echar a volar mucho la imaginación se me ocurren tres ejemplos específicos de las decisiones “estratágicas” que puede tomar la administración de una empresa que cotiza en la bolsa y que deben, siempre, informarse oportunamente a todos los accionistas.
Otro sofisma del alegato que comentaba ayer se refiere a la toma de decisiones: Ataría de manos a los accionistas de control – dice el columnista - tener que tomar el parecer de los accionistas minoritarios para decisiones estratégicas, tales como –ejemplifica - exportar los productos de la empresa a China. Curiosa falacia. No. Actuar como una verdadera empresa pública no ata de manos a los accionistas de control para ese tipo de decisiones. La administración de la empresa o los accionistas de control no tienen que recabar el consentimiento de los accionistas minoritarios para hacer su trabajo. Si su trabajo es maximizar utilidades para todos los accionistas y exportar a China es una oportunidad para hacerlo, ¡adelante!
Por supuesto, deben informar – y supongo que lo harán con mucho gusto, como quien presume de un logro y de un trabajo bien hecho- de esa decisión, y lo hacen obviamente al reportar, en el estado de resultados, las utilidades derivadas de esa buena decisión de negocios.
Que la administración de la empresa emisora y los accionistas se sujeten en decisiones y acciones relevantes a la obligación de informar y tomar el parecer de los accionistas minoritarios se refiere a todo aquello que afecta los derechos de propiedad de todos y cada uno de los accionistas. Y este es el fondo de la cuestión: Los minoritarios sí son propietarios con plenos derechos, no incautos que le dan su dinero al “patroncito” renunciando a sus derechos de propiedad.
Se me ocurren tres ejemplos de decisiones estratégicas para el capital, que sí requieren de la venia o el consentimiento previo de los accionistas minoritarios:
Ejemplo 1: Incursionar en un género de negocios ajeno al que dio origen a la empresa – digamos: usar recursos excedentes de una empresa de televisión abierta para adquirir una empresa telefónica.
Ejemplo 2: Alterar la situación patrimonial de la empresa y, por ende, de sus accionistas. Digamos, recomprar a título personal y a escondidas deuda de la propia empresa a descuento para revenderla a la empresa a valor nominal.
Ejemplo 3: Ocultar – eufemismo: omitir informar- que la empresa está siendo sujeta a investigaciones por parte de las autoridades regulatorias por conductas presumiblemente ilícitas. Es claro que el accionista de control, con esa “pequeña omisión”, está tomando una ventaja indebida respecto de sus socios, al grado de que – algún caso se habrá dado- él venda paquetes accionarios previendo las repercusiones negativas de las indagatorias mientras predica públicamente que no hay mejor inversión que comprar acciones de su empresa.
Son ejemplos que se me ocurren. El último demuestra, sin necesidad de perder más tiempo, el por qué las indagatorias que hagan las autoridades sobre las empresas emisoras deben ser públicas.

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