miércoles, 31 de agosto de 2005

Cuando no importa la productividad

No estaría mal llamarle a las cosas por su nombre: Los precios subsidiados por el erario no incrementan la productividad, sino las ganancias de los industriales beneficiados. Llamarle a eso productividad es una cruel burla para los contribuyentes.

Contrastes. Nota del The Wall Street Journal del martes 30 de agosto: La aerolínea Jet Blue ha logrado el éxito mediante incrementos en la productividad, por ejemplo: Vendiendo ya el 77% de sus boletos por Internet o haciendo que sus aviones vuelen en promedio 14 horas al día, contra ocho o diez horas máximo de sus competidores, y sosteniendo la máxima flexibilidad laboral. Nota de la sección de negocios de un diario mexicano del mismo día: “Negocia IP – aquí foto de Don Fulanito de Tal líder de la Cámara empresarial Cual- nuevas tarifas de energía con el gobierno”.
Es la distancia – abismal- entre el empresario y el negociante.
Hace muchos años el director de una empresa fabricante de equipos industriales me reveló una fórmula que él consideraba exitosa para los negocios en México: “Hay que prestarle más atención al Diario Oficial que a las publicaciones especializadas en investigación científica o tecnológica”. Tenía razón, aunque por desgracia para él hubo otros negociantes más astutos – que en lugar de leer el Diario Oficial cabildeaban eficazmente con quienes dictaban todas las disposiciones aparecidas en dicha publicación- que le ganaron la partida y la empresa.
Así, con ejemplos como el anterior – y podría citar de memoria más de 50-, aprendí que para una mayoría de los hombres y mujeres de negocios en los países de Hispanoamérica la clave del éxito está en tener buenas relaciones con quienes están en el poder, para – a través de ellos- conseguir leyes, reglamentos, disposiciones favorables para los negocios. El margen de utilidad – a veces descomunal- no está en incrementar la productividad (eso es teoría de economistas o de escuela de negocios del primer mundo), sino en los “enchufes”. Así se hace el círculo aparentemente virtuoso que explica muchas fortunas en América Latina: Los “enchufes” permiten obtener una legislación propicia (por ejemplo, un régimen de concesiones otorgadas discrecionalmente en lugar de un régimen de libre competencia, sin restricciones de entrada) que permite obtener rentas desorbitadas que permiten gastar cantidades multimillonarias en comprar buenas voluntades en el mercado político, que mantengan el status quo o, mejor aún, que incrementen los márgenes de ganancia.
Esos extraordinarios márgenes de ganancia salen de los consumidores cautivos y de los contribuyentes. También, a veces, de incautos inversionistas minoritarios que carecen de una protección jurídica efectiva.
Todo esto se llama mercantilismo. Y es una manera de hacer negocios y dinero radicalmente diferente de la que prevalece en el capitalismo de libre mercado.
Por cierto: Los “industriales” que negocian con el gobierno pagar por los energéticos precios más bajos que los que prevalecen en el mercado mundial, le llaman a eso luchar por “la máxima productividad”. Ni la burla les ahorran a los contribuyentes.

martes, 30 de agosto de 2005

El petróleo: Los calvos y el peine

Es muy probable que el próximo gran salto en la productividad se dé en el campo de la generación de energía.

Desde un punto de vista analítico las condiciones están dadas para que en el futuro próximo se produzca un gran salto en la productividad - similar a los que se verificaron con la revolución industrial del siglo XIX o con la revolución tecnológica de las postrimerías del siglo pasado – en el terreno de la generación de energía. Urge sustituir definitivamente las fuentes de energía provenientes de restos fósiles – petróleo y gas – por fuentes más eficaces, más baratas, renovables y limpias para el ambiente.
Hay un acuerdo más o menos general en que la actual temporada de precios altos y volátiles del petróleo, a diferencia de los dos choques petroleros anteriores en la segunda mitad del siglo XX, obedece a razones netamente económicas (creciente demanda, por parte de China y Estados Unidos principalmente, y estrechez de la oferta) más que políticas. También hay un acuerdo de que, disipada la ilusión monetaria introducida por la inflación, los precios actuales del petróleo todavía están entre 25 y 30 por ciento por debajo de su techo histórico. Otro elemento decisivo en la actual situación de los precios del petróleo es que la racha alcista se está verificando en un mundo – especialmente los países desarrollados- mucho mejor preparado para afrontarla, con inflación relativamente baja, tasas bajas de interés y un predominio de los avances productivos en el sector servicios por encima del sector industrial (lo que contribuye, también, a disminuir el impacto del llamado choque petrolero). Nótese que la sustancial diferencia de la economía actual (globalizada gracias a una mayor apertura comercial) respecto de la economía de hace 30 años obedece, en gran medida, a la revolución tecnológica que ha impulsado avances fenomenales en la productividad.
Más premisas: 1. Los análisis coinciden en un futuro agotamiento de la energía proveniente de residuos fósiles (el problema no sólo es de reservas sino de capacidad para explotarlas con una rentabilidad competitiva), aunque difieren en las fechas tentativas para tal colapso, 2. La ley fundamental de la economía – la pendiente negativa de la curva de la demanda (Becker)- nos advierte que hay un precio a partir del cual la explotación de petróleo dejaría de ser rentable, sobre todo en presencia de fuentes alternativas, 3. Dichas fuentes alternativas existen y son conocidas pero aún no llegan a su “punto de maduración” que las hagan irrecusablemente preferibles frente al petróleo. Ese punto, sin embargo, cada día está más cerca.
A partir de todas las premisas anteriores, la conclusión se antoja irresistible: El futuro no está en el petróleo, ni en sus derivados. Es muy probable que estemos viviendo la última generación del petróleo en el planeta.
En este contexto, las discusiones – e ilusiones – acerca de una supuesta bonanza para los países petroleros, como en México por los excedentes petroleros, tal vez sean tan absurdas como el pleito de dos calvos por quedarse con el último peine.

lunes, 29 de agosto de 2005

El terror al crecimiento

Pregunta: ¿Cuántos políticos y negociantes mexicanos, hoy exitosos, sobrevivirían en un país que creciese sostenidamente al 6 por ciento anual, con estabilidad de precios y finanzas públicas en superávit? Respuesta: Muy pocos.

Durante siglos la economía no creció en el planeta. La mayor parte de los habitantes de la tierra, hasta los inicios del siglo XIX, eran miserables según los estándares que hoy aplicamos para calificar la pobreza extrema. La explosión del crecimiento económico y de la prosperidad en el mundo que se dio a partir del siglo XIX no fue gratuita: Debieron conjuntarse varios factores, al menos cuatro, que se institucionalizaron: 1. Derechos de propiedad plenos – lo que incluye las libertades civiles. 2. Un procedimiento sistemático para examinar e interpretar el mundo, es decir: El método científico ajeno a supersticiones y otras supercherías. 3. Un moderno mercado de capitales al que acudir para financiar la producción y el desarrollo de nuevas invenciones y 4. La capacidad para comunicar rápidamente la información vital y para transportar con eficacia y en poco tiempo personas y bienes.
Simplificada al extremo esta es la tesis del libro de William J. Bernstein sobre el nacimiento de la abundancia en el planeta (The Birth of Plenty. How the prosperity of the modern world was created).
No se necesita una gran perspicacia para detectar que en muchos países del mundo – incluido México, desde luego- esos cuatro requisitos distan de ser una realidad institucionalizada y constante. (Baste el ejemplo de la ausencia de rigor lógico y científico en un país en el que la mayoría de los “formadores de opinión” empiezan sus diagnósticos y propuestas con: “Yo creo”, “Me parece”, “Siento que…”). No nos debería de asombrar, entonces, que en dichos países el crecimiento económico sostenido y con estabilidad siga siendo una especie de milagro elusivo. ¿Por qué si ahí están las claves del crecimiento no las hemos aprovechado?
La respuesta es triste: Porque un porcentaje considerable de quienes podrían inducir los cambios para el crecimiento se benefician del mantenimiento del actual estado de cosas (status quo). Más triste: Porque la prosperidad en una sociedad de personas libres con mercados libres se caracteriza por la competencia y por una jerarquía implícita entre las personas de acuerdo a los méritos en dicha competencia y - terrible noticia- buena parte de nuestros líderes políticos y en los negocios NO serían competentes en un entorno de esa naturaleza. Y lo saben.
Por eso tenemos prospectos de Presidentes que formulan ocurrencias en lugar de proyectos y por eso tenemos medios de comunicación que festejan las ocurrencias de acuerdo a etiquetas preconcebidas – “debe ser buena la ocurrencia porque es de izquierda” por ejemplo- y que viven, especialmente los medios electrónicos, de la difusión de las ocurrencias de tales políticos.
Por eso, también, todos dicen querer la prosperidad y el crecimiento para el país, pero muy pocos – si acaso – están dispuestos a formular con alguna precisión qué se debe cambiar para lograrlo.
Triste, de veras triste.

domingo, 28 de agosto de 2005

“No frenen las fuerzas de la competencia”: Greenspan

El miedo es el peor consejero. De entre varios mensajes valiosos que dejó el Presidente de la Reserva Federal el viernes y el sábado pasados, éste – un llamado a no frenar las fuerzas correctivas que genera el mercado libre- es tal vez el que más resonancias debiera tener hoy en México.

Sin duda, como ya es una tradición en El Economista, Roberto Salinas León ofrecerá en dicho periódico espléndidas crónicas y reflexiones acerca de lo que se dijo en la reunión que año con año convoca el Banco de la Reserva Federal de Kansas, en Jacksonhole, y especialmente sobre el par de mensajes cruciales de Alan Greenspan – el viernes y sábado pasados- pletóricos de enseñanzas y advertencias para el futuro de la economía mundial. (Para conocer directamente ambos discursos de Greenspan, del 26 y del 27 de agosto, ver aquí y aquí también).
Lejos de mi ánimo, pues, competir con el análisis de Roberto quien conoce, como nadie en México, las entrañas y vicisitudes de esa ya legendaria reunión de expertos en política monetaria. Más bien, estas Ideas al vuelo buscan llamar la atención sobre una sola de las varias reflexiones de Greenspan y cómo debiera ser “leído” en México ese lúcido llamado de Alan Greenspan por parte de quienes – desde los distintos ámbitos- inciden en las políticas públicas que se aplican en el país.
Greenspan muestra en ambas alocuciones una de sus mayores virtudes: Un sano escepticismo acerca del poder efectivo que podrían tener medidas aisladas de política monetaria – basadas en complejos modelos de predicción que suelen fallar las más de las veces – compensado, el escepticismo, por una confianza casi sin límites en el poder correctivo que tienen las fuerzas de la libre competencia en el mercado.
Dicho de otra forma: El Presidente de la Reserva Federal advierte que si en el mundo prevalece el miedo a la libre competencia y en los gobiernos (por ejemplo, en el de los Estados Unidos) el miedo a los inevitables ajustes al desequilibrio fiscal, las correcciones que tendrá que hacer la política monetaria serán más dolorosas y menos efectivas.
Traducido rápidamente el mensaje a la situación actual de México, en vísperas de que el Congreso empiece a discutir el programa económico para 2006, me parece que hay dos consecuencias que nadie puede pasar por alto: 1. O hacemos ya las reformas para incrementar la productividad de la economía mexicana y ponernos a tono con la competencia global o el futuro de mediano y largo plazos será terriblemente desdichado para México y 2. El superávit en el balance tradicional de las finanzas públicas es imperativo para 2006 y los años subsecuentes, so pena de que los compromisos financieros del sector público terminen por ahogar todo el potencial de crecimiento de la economía mexicana.
Créanme, una lectura inteligente del mensaje de Greenspan desde la perspectiva de México dice todo esto y mucho más. Y yo no desdeñaría en absoluto las enseñanzas de una de las inteligencias más lúcidas de nuestra época.

jueves, 25 de agosto de 2005

Los "especialistas" en incultura financiera

Increíble pero cierto: Con arrogancia digna de mejor causa hay “especialistas” en periodismo financiero que proponen “deflactar” las cifras de asegurados permanentes en el Seguro Social. Es sólo un ejemplo de la incultura financiera ¡de los “especialistas”!
Sucedió hace poco en un programa de radio especializado en finanzas: El o la comentarista en turno – que dejaremos piadosamente en el anonimato- dijo que aunque las recientes cifras sobre el número de asegurados permanentes en el Seguro Social parecían buenas habría que aplicarles la consabida suspicacia, por ejemplo –sentenció- habría que “deflactar” dicho número para saber lo que realmente pasaba con el empleo en México.
“Deflactar” es un espantoso verbo con el que algunos economistas significan restar a una cifra expresada en valores monetarios corrientes los efectos de la inflación para poder conocer mejor su significado real. No sólo los economistas, también los contadores, los analistas financieros y los empresarios – entre otros- están habituados a este procedimiento –desinflar lo expresado en valores monetarios corrientes- para disipar, en la medida de lo posible, la ilusión monetaria que introduce la inflación.
Lo que resulta novedoso, sorprendente e irritante es que alguien que presume de especialista en economía y finanzas, (que se gana la vida comentando críticamente la información de esa naturaleza y que ostenta una presunta experiencia de años en tal oficio) proponga con total impunidad intelectual que un dato que expresa un número de personas – como es el caso de los asegurados en el IMSS- pueda “deflacionarse” o “deflactarse”. En todo caso se trata de una ignorancia que revela no sólo la precaria calidad del oficio periodístico en México – y el desinterés de los dueños de los medios de comunicación y de los patrocinadores por brindar productos de calidad al público -, sino también una peligrosa ignorancia generalizada que permite la fabricación de multitud de especialistas instantáneos; ignorancia “ilustrada” podríamos llamarle.
Lo más irritante es que la misma persona que hizo tal propuesta absurda (error elemental: La inflación es un fenómeno monetario, sólo pueden “desinflarse” aquellas cifras que expresan valores monetarios corrientes), cotidianamente da “lecciones” de finanzas y economía política a diestra y siniestra, despotrica porque a su juicio el banco central se equivoca al aplicar tal o cual política, lamenta que los doctores en economía no sean más doctos (así lo hizo, sin ir más lejos, tres minutos después de proponer su barrabasada), regaña con acritud, en ausencia de los criticados, a funcionarios públicos y a empresarios e inversionistas y, metafóricamente, se rasga las vestiduras porque “estos señores que pagamos con nuestros impuestos no saben hacer las cosas”.
Pero hay que tomar el asunto con humor. Me imagino que este persona cuando acude al médico “deflacta” sus cifras de glucosa, su presión arterial y hasta su peso corporal. Digamos que así vive en la ilusión, típica de los ignorantes ilustrados, de que “sabe” más que los profanos. Pregunta: ¿Cuando cocina un pastel también “deflacta” las cantidades de harina, huevos, azúcar y demás para ponerlas, digamos, en “gramos constantes de 1970”?

martes, 23 de agosto de 2005

El secreto de la productividad

Un “trabajo” que no genera valor agregado – riqueza- no es trabajo, es un desperdicio miserable de energía, de recursos escasos. La calidad del trabajo no se mide por el sudor de quien trabaja, sino por el bien que produce.
El ocio es superior al trabajo. El ocio contemplativo, como siempre lo entendió la filosofía clásica, no requiere de una justificación ulterior, puede y debe ser un fin en sí mismo. El trabajo en cambio es un medio, es útil para lograr algo. No es un bien en sí mismo, al margen de sus resultados.
Por eso hay empleos que NO son trabajos. Por eso hay empleos que deberían desaparecer porque más les valiera a quienes los llevan a cabo – cuyo esfuerzo contribuye a destruir valor, no a crearlo – estar ociosos. Opino que es una injusticia menor pagar a ciertos personajes para que NO hagan nada, que pagarles para que destruyan.
Aristóteles decía que estamos no-ociosos para poder disfrutar del ocio (el origen de la palabra “negocio” es negación del ocio, tiempo arrebatado al ocio por las necesidades). Siglos más tarde, el filósofo neo-tomista Joseph Pieper en un conjunto de bellos ensayos (“El ocio y la vida intelectual”) demostró que el último fin del hombre – lo que debería conducirle a la felicidad plena- es la contemplación de la verdad absoluta. La implicación teológica es obvia: El cielo será ver a Dios cara a cara; no necesitaremos más ante la contemplación del Ser por Sí Mismo Subsistente. Hay en esto una implicación moral que desagrada a los partidarios de una religiosidad llena de suspiros, lágrimas y carantoñas: Los afectos están subordinados a la inteligencia, no al revés.
“Trabajamos por necesidad”, esta frase coloquial y frecuente encierra una verdad mucho más profunda de lo que aparenta. Son las necesidades, la precariedad de la vida humana, las que nos impulsan a trabajar. Nótese que esto se aplica del mismo modo a necesidades materiales que afectivas, espirituales o intelectuales. Trabajamos para resolver o satisfacer necesidades propias. La vida social nos enseña que podemos obtener los recursos para satisfacer nuestras propias necesidades y deseos intercambiando el fruto de nuestro trabajo (valor) por el trabajo o por el fruto del trabajo ajeno, que también entraña un valor.
Tal intercambio sólo es ético cuando es libre; por eso la esclavitud es aberrante. El libre intercambio es un juego ganador para las dos partes. La clave para que alguien acepte libremente darme algo de valor por mi trabajo es que mi trabajo genere valor. Cobrar por abstenernos de realizar un mal –una pérdida de valor – que está en nuestras manos cometer (como hace el secuestrador usando la vida de sus víctimas) es un crimen abominable. Podría decirse que los grupos de presión que amenazan con paralizar un país – con violencia, con una huelga nacional, obstruyendo el trabajo ajeno – en caso de que no satisfagan sus deseos actúan igual que los secuestradores: No trabajan, saquean.

La mayor fatiga no es, por lo general, el mejor de los esfuerzos.

El valor que producimos constituye la productividad de nuestro trabajo. La única manera de generar cada vez mayor riqueza que tienen una persona, una empresa o un país es aumentar su productividad: Hacer lo mismo en menos tiempo o con menos recursos; hacer algo mejor en el mismo tiempo o con los mismos recursos o producir algo mejor en menos tiempo y con menos recursos que antes.
A veces, como con la invención de la máquina de vapor o como con la invención de las computadoras personales, la productividad avanza a saltos. Pero por lo general lo hace paso a paso.
La magnitud de la fuerza que se aplica (equivalente a la definición de “trabajo” que se usa en la física) no es por necesidad proporcional al valor generado.
Ese equívoco – igualar magnitud del valor con magnitud del esfuerzo- está en el origen de muchas frustraciones: Los perdedores consuetudinarios claman que son víctimas de la injusticia porque no obtuvieron lo que deseaban a pesar de que dieron “su mejor esfuerzo”. Patrañas. El mejor esfuerzo – el esfuerzo productivo- no es el más fatigoso, es el esfuerzo proporcionado al fin que se quiere lograr. Con un cuchillo se aplica más fuerza sobre la dentadura pero no se limpian mejor los dientes que con un cepillo diseñado para tal fin.
No hay trabajo sin inteligencia. Hacer inteligentemente un trabajo (hacer inteligible lo que estamos haciendo, que es lo que nos distingue de las bestias) consiste en conocer el fin que persigue ese trabajo y los medios proporcionados – adecuados – para ese fin.
Cuando la empresa Wal-Mart rediseñó las relaciones entre los proveedores, los centros de distribución y las tiendas a las que acude el último consumidor, logró reducir los precios finales – en beneficio del consumidor y de la empresa que, así, ganó una participación mayor del mercado total- y generó un valor adicional (productividad). El secreto de este avance en la productividad, como siempre sucede, radica en que se perfeccionaron inteligentemente los medios para alcanzar un fin: Una mayor participación de mercado a través de una mayor satisfacción para el consumidor.
El fin de Wal-Mart – ganar participación de mercado para obtener mayores utilidades y darle más valor a los accionistas de la empresa- no es el mismo fin que el del cliente de Wal-Mart –quien desea productos más baratos y mayor calidad – pero la empresa sólo puede lograr su objetivo si satisface cabalmente el objetivo del consumidor.
Esto nos conduce al factor clave de la productividad: El consumidor. Sólo hay un incremento en la productividad ahí donde aumenta la satisfacción de los consumidores. Obtener mayores utilidades al margen de los consumidores (por ejemplo, mediante presiones al gobierno para disfrutar de una situación de monopolio u oligopolio) significa un retroceso en la productividad y es, bien vistas las cosas, un saqueo. Ese género de utilidades no se obtuvieron generando valor, sino destruyéndolo.

Necesidades: Satisfacerlas, nunca premiarlas

La lógica perversa de la miseria sustentable y creciente se funda en el uso de las necesidades como algo que merece ser premiado, nunca satisfecho o resuelto.
Hay una diferencia clave entre el negociante y el empresario. El primero lucra con las necesidades – sobre todo, desde luego, con las que exhibe ostentosamente como “sus” propias necesidades-, el segundo se gana la vida satisfaciendo necesidades ajenas y cobrando – más y mejor en la medida en que sirve más y mejor – por satisfacerlas. El primero vive de sus necesidades, el segundo se ha propuesto – si lo dejan – vivir de sus capacidades.
Algo semejante puede decirse de las diferencias entre el politiquillo y el llamado (con estúpido afán despectivo) “tecnócrata”. El primero explota las necesidades propias y ajenas – si es preciso las fomenta para fortalecer su papel de redentor dadivoso que saquea los recursos y capacidades de los demás-, y el segundo explota – si lo dejan- sus propias capacidades.
Los primeros – negociantes y politiquillos – tendrán a flor de labios las frases nobles y una presunta superioridad moral que esgrimen con arrogante soberbia (“nosotros”, dirán hablando de sí mismos, “sí tenemos buenos sentimientos hacia los débiles y necesitados, no somos egoístas que buscan su propio beneficio”); los segundos –empresarios y tecnócratas- confesarán sin empacho que buscan su propio beneficio y que saben que la única manera decente de lograr su propósito es satisfacer – nunca premiar- las necesidades ajenas; en otras palabras: Servir a los demás por interés propio, sabiendo que mejor les irá – si los dejan – mientras más y mejor sirvan para la resolución de las necesidades.
La filosofía moral – por llamarle de algún modo presentable – de los primeros (negociantes y politiquillos) es la promoción de la escasez y el exterminio de la libertad como si se tratase de un peligroso delirio. Detestan la competencia porque pone en riesgo su negocio que no es otro que el de lucrar con las necesidades ajenas mediante el chantaje moral – “te regalo leche contaminada a cambio de tu voto”, “te conmino a que compres mi producto porque yo soy un productor nacional, no un odioso extranjero”, “exijo que me den subsidios porque los necesito y porque soy de casa”-, huyen como de la peste de una jerarquía fundada en el mérito y el talento porque justamente carecen de ellos.
Es la misma filosofía moral – aunque habría que llamarla, con justeza, inmoral- del hipocondríaco que convierte sus enfermedades (imaginarias o reales) en un modo de vida y de relación con el mundo, para recibir atención, cuidados, recursos que se le deben escatimar – en su lógica perversa de enfermo mental- a quienes están sanos “porque no los merecen”. Acuden presurosos al médico que les confirme en su derecho a recibir permanente atención y compasión, huyen del médico que pueda sanarles.
La filosofía moral de empresarios y tecnócratas – como les he llamado en este resumen esquemático- se funda, por el contrario, en la productividad y en la solución de las necesidades. De eso discutiremos mañana.

lunes, 22 de agosto de 2005

Una fórmula diabólica

Es una fórmula infalible para conseguir el desastre económico y la decadencia moral.
Hay que evitar los juicios a priori. Olvide usted por un momento que el autor de la conocida fórmula “De cada cual según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades”, fue Lenin. Consideremos, sin prejuicios, las buenas intenciones detrás de esta fórmula que se propone para la felicidad de las sociedades y consideremos también sus consecuencias.
Imagine que quien propone que el Estado le exija a cada cual según sus capacidades y le dé a cada quien según sus necesidades es uno de esos simpáticos personajes en busca del voto que llamamos políticos.
¿No le parece así, de bote pronto, que estamos ante una maravillosa y deseable utopía?, ¿no le parece así, sin mayor reflexión, que dicha utopía merece cuando menos el beneficio de que nos esforcemos por buscarla y, así, aproximarnos a ese ideal, en lugar de seguir viviendo en un mundo en el que unos pocos tienen mucho y muchos tienen muy poco, casi nada?
Pues no. No sólo no vale la pena dicha fórmula. Además es la fórmula perfecta para fabricar miseria y desdicha, degradación moral. Veamos por qué.
Suponiendo, que ya es mucho suponer, que un Estado tuviese los recursos necesarios para cumplir ese desideratum ¿qué sucedería? Sencillo, sucedería algo similar a lo que siempre ha sucedido con la planificación social que los ingenieros de la felicidad nos recetan: Cada uno de nosotros buscaría – como lo hemos hecho siempre y lo seguiremos haciendo- maximizar los beneficios personales y familiares, pero en lugar de hacerlo de acuerdo a una regla moral fundada en el mérito, en lugar de esforzarnos por mejorar nuestras capacidades y ganar más mientras más y mejor servimos, dedicaríamos todos nuestros esfuerzos a mostrarnos como los más necesitados y como los menos capaces.
El talento, la creatividad, el trabajo serían castigados, en tanto que la incompetencia, la ineptitud, la inutilidad serían premiados. Los peores, como agudamente descubrió Friedrich A. Hayek, se pondrían a la cabeza. Los peores no sólo en un sentido intelectual, sino moral. Los más corruptos. Al capaz le diríamos de antemano que mientras más talentoso se mostrase más tendría que trabajar para recibir a cambio menos que el inepto (porque, por definición, siempre parecerá más necesitado el inepto que el capaz), es decir: Lo obligaríamos a mentir, a castrarse intelectualmente para no ser castigado. Todos, en suma, viviríamos simulando necesitar más de lo que en realidad necesitamos y dando mucho menos a la sociedad de lo que efectivamente podemos dar.
Este infierno no sólo existió en la Unión Soviética (o en Cuba o en Corea del Norte) existe también cotidianamente entre nosotros. Ya sea en forma tenue o en forma manifiesta el virus de la planificación de la felicidad social nos ataca a todos. Buena parte de nuestra legislación “social” – llena de buenas intenciones- procede de esta fórmula diabólica, infalible para el desastre económico y la corrupción moral.

Especial: Palabras de Benedicto XVI (a propósito de la entrega del viernes)

Benedicto XVI presenta a los jóvenes «la verdadera revolución»
La que proviene de Dios, aclara en la Vigilia del sábado por la noche

COLONIA, sábado, 20 agosto 2005 (ZENIT.org).- Benedicto XVI, presentó a unos 800.000 jóvenes de 193 países, congregados en la sugerente Vigilia de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) del sábado, «la verdadera revolución» capaz de trasformar el mundo, la que proviene de Dios. Acogido con el mismo entusiasmo y aplausos que su predecesor, Juan Pablo II, creador de estas Jornadas, el recién elegido obispo de Roma explicó, hablando en cinco idiomas, que los santos «son los verdaderos reformadores». «Quisiera expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo», subrayó al dirigirse a los chicos y chicas que llenaron la explanada de Marienfeld, a unos 27 kilómetros de Colonia. Entre los santos que propuso a los jóvenes como modelos de vida, mencionó las figuras de san Benito, san Francisco de Asís, santa Teresa de Ávila, san Ignacio de Loyola, san Carlos Borromeo, así como los más recientes testimonios de Maximiliano Kolbe, Edith Stein, la Madre Teresa de Calcuta y el Padre Pío. En su discurso, interrumpido sobre todo en la segunda parte por muchos aplausos, el Santo Padre recordó que en el siglo XX el mundo fue testigo de «revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de Dios, sino tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo para transformar sus condiciones».
«Y hemos visto que, de este modo, un punto de vista humano y parcial se tomó como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo», afirmó hablando desde lo alto de una colina artificial realizada para la ocasión. «No son las ideologías las que salvan el mundo--advirtió--, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico». «La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y, ¿qué puede salvarnos, si no es el amor?» preguntó bajo un palco que recordaba la nube de Dios del Antiguo Testamento. El sucesor de Pedro reconoció que «se puede criticar mucho a la Iglesia. Lo sabemos, y el Señor mismo nos lo ha dicho: es una red con peces buenos y malos, un campo con trigo y cizaña». «El Papa Juan Pablo II, que nos ha mostrado el verdadero rostro de la Iglesia en los numerosos santos que ha proclamado, también ha pedido perdón por el mal causado en el transcurso de la historia por las palabras o los actos de hombres de la Iglesia», recordó. «En el fondo --aclaró--, consuela que exista la cizaña en la Iglesia. Así, no obstante todos nuestros defectos, podemos esperar estar aún entre los que siguen a Jesús, que ha llamado precisamente a los pecadores». «La Iglesia es como una familia humana, pero es también al mismo tiempo la gran familia de Dios, mediante la cual Él establece un espacio de comunión y unidad en todos los continentes, culturas y naciones», recalcó. «Aquí, en Colonia --concluyó--, experimentamos lo hermoso que es pertenecer a una familia tan grande como el mundo, que comprende el cielo y la tierra, el pasado, el presente y el futuro de todas las partes de la tierra».

jueves, 18 de agosto de 2005

Un Papa diferente, la misma verdad, la misma indiferencia

Está visto, el Papa Benedicto XVI no tiene el mismo “peso noticioso” que su antecesor. Esto, desde luego, no es culpa del Papa, sino de unos medios de comunicación incapaces de superar la miopía de “lo vistoso”.

Para los medios de comunicación parece que no es noticia que más de un millón de jóvenes dediquen varios días a escuchar a uno de los pensadores más sólidos de nuestro tiempo, un intelectual de veras que – además – les predica algo tan fuera de moda como la búsqueda de la felicidad a través de la defensa a ultranza de la verdad y que los exhorta a encontrar ambas cosas – la verdad y la felicidad que de ello se deriva- en la persona de Cristo.
Si eso no es noticia, estamos fritos.
Cuando la última visita de Juan Pablo II a México me tocó presenciar los entusiastas y costosos preparativos que se hicieron en una de las televisoras mexicanas con ese motivo. Había algo sumamente chocante en la avidez de la televisora por “conectar con las emociones de los mexicanos” y por usar la presencia y la figura del anciano y enfermo pontífice de la misma manera que usan a la selección nacional de futbol o a los chismes de cama – antes se decía: “chismes de alcoba”, pero las alcobas han pasado de moda- de algún personajillo de la farándula. De mi parte, le hubiese rogado a Juan Pablo II que no viniese a México, que no valía la pena mermar más su precaria salud para hacerle el caldo gordo a tantos vivillos dentro y fuera de los círculos eclesiásticos. Prácticamente nadie, de entre los entusiasmados promotores de la visita del Papa en esa televisora – que hoy se codeaban reverentes con cardenales y obispos, del mismo modo que ayer coqueteaban con la posibilidad de una entrevista exclusiva con Maradona o con Luis Miguel- podría repetir dos o tres conceptos del vasto mensaje doctrinal y pastoral que dejó Juan Pablo II, pero codiciaban – eso sí- un lugar de privilegio cerca del Pontífice.
Juan Pablo II era noticia. Al principio de su pontificado utilizó magistralmente el escaparate de los medios de comunicación para que el mensaje de la Iglesia Católica estuviera presente – aunque fuese envuelto en la frágil emotividad de los actos multitudinarios – en este mundo desquiciado.
Hoy, Benedicto XVI parece que no les gusta a los medios de comunicación. Demasiado austero y demasiado intelectual no parece despertar los efímeros entusiasmos que concitaba su predecesor. Sin embargo, el mensaje es esencialmente el mismo – si algún teólogo, junto con Henri de Lubac, inspiró a Juan Pablo II fue precisamente Joseph Ratzinger – y parece un bofetón certero a toda la frivolidad y corrupción en la que chapotean – con tanto entusiasmo – algunos medios de comunicación.
El mensaje es sencillo: Busquen la verdad, denle una oportunidad a Jesús de mostrarles la verdad, vivan conforme a la verdad y serán felices. Pero el mensaje no es noticia. No vende. No aumenta los índices de audiencia. No halaga la vanidad de clientes y patrocinadores.

miércoles, 17 de agosto de 2005

La factura de los incompetentes

¿Qué tienen en común los jóvenes que cierran avenidas en la Ciudad de México exigiendo “pase automático” al título universitario y los negociantes en todo el mundo luchando por mercados protegidos? La incompetencia.

¿A qué le teme el duopolio de la televisión abierta en México cuando se opone a la inversión extranjera en los medios de comunicación electrónicos?
¿A qué le temen los políticos mexicanos que argumentan con vehemencia que fuera de los partidos organizados y bendecidos con dinero público no deben existir opciones electorales?
¿A qué le temen los industriales de la petroquímica cuando exigen precios subsidiados y apoyos del fisco para sus proyectos de inversión?
¿A qué le temen los gobiernos locales que se oponen con toda clase de artimañas a la rendición de cuentas?
¿A qué le temen quienes demandan aranceles más altos a las importaciones y todo tipo de barreras proteccionistas?
¿A qué le temen los artistas, intelectuales y académicos incrustados en convenientes organizaciones cuando despotrican contra la “invasión cultural” extranjera?
¿A qué le temen los dirigentes de agrupaciones cañeras cuando se oponen con todo, incluida la violencia, a una liberalización en el mercado de los edulcorantes?
¿A qué le temen los dirigentes de los partidos políticos que hacen la apasionada defensa de las reglas y de la disciplina interna frente a cualquier brote de disidencia?
¿A que le teme el joven “rechazado” por su pésimo desempeño académico, que se lanza a bloquear calles exigiendo el “pase automático” a la universidad y exigirá más tarde el título y el empleo automáticos?
Todos ellos temen, tienen pánico, a que su incompetencia les cobre la factura. Mientras tanto, los demás pagamos la factura de dicha incompetencia, con precios más altos, mayor gasto público, productos y servicios caros y mediocres…
En 1944, Friedrich A. Hayek se preguntaba: “¿Por qué los peores se ponen a la cabeza?” – capítulo 10 del clásico imprescindible “Camino de servidumbre”- y explicaba que ello sucede cuando los sistemas políticos y sociales están organizados bajo emotivos postulados que hablan de cosas tan deseables como etéreas, digamos “el bien público”, “la igualdad de oportunidades”, “el bienestar social”…Dicho en otras palabras: El colectivismo – sea embozado o franco- sólo conduce a la dictadura de los incompetentes.
“Los criterios morales dominantes (como los que prevalecen detrás de los clisés mencionados, anoto yo) dependerán, en parte, de las características que conducirán a los individuos al éxito en un sistema colectivista o totalitario y, en parte, de las exigencias de la máquina totalitaria” (Hayek).
¿Ha calculado usted cuánto esfuerzo, tiempo, trabajo, dinero, se destina en el mundo para defender la incompetencia?
¿Ha detectado que las dispendiosas campañas de los políticos para atraerse el voto no son sino las solicitaciones encarecidas de los incompetentes para mantener el actual estado de cosas?
¿No le parece cínico que los políticos que más han hecho para evitar cambios que afectarían a los incompetentes ahora prediquen que ellos - ¡precisamente esos políticos!- pondrán al país en movimiento o en marcha?

martes, 16 de agosto de 2005

La globalización que no llega

En muchos casos el odio que se le tiene a la globalización expresa un pánico profundo: Al rápido castigo que reciben en el mercado global quienes son incapaces de “crear valor”.
La globalización no ha llegado. Al menos, no ha llegado a todos los rincones del planeta con toda su fuerza transformadora. Viviríamos mucho mejor. Todos. La globalización no significa que los monjes del Tíbet “también” tomen Coca Cola – cosa que por cierto no hacen -, ni que los adolescentes de Afganistán escuchen la misma música barata que los adolescentes de Costa Rica, cosa que sólo a veces sucede; la globalización es algo distinto. Tiene que ver con un conjunto de reglas sencillas y universales por las cuales la gente – consumidores del mundo – premia el desempeño competitivo.
Es claro que la globalización es todavía un anhelo cuando vemos en tantas partes del planeta y en tantas actividades que los peores o los más incompetentes siguen teniendo la sartén por el mango. La globalización, así, no es sino un nombre inadecuado para definir un ideal que algunos consideramos que merece ser buscado: Un mercado libre a escala universal en el que reine la competencia y en el que, por lo tanto, la riqueza provenga de la productividad y no de arreglos para que personas o grupos bien conectados políticamente se apropien de los excedentes que corresponden a los consumidores.
A riesgo de incurrir en la cursilería de los que se dicen revolucionarios se puede decir que el ideal de la globalización no es la dictadura de los trabajadores o de los patrones o de los políticos, sino la dictadura de los consumidores libres.
Sí, la “fiera”, “fría”, “impersonal”, “despiadada”, dictadura del mercado. Lo que – atención- equivale a decir: La dictadura de la gente intercambiando valor (trabajo por dinero, dinero por trabajo, trabajo por bienes) a su conveniencia, sin restricciones, aprovechando cada cual – según su leal saber y entender, según sus personalísimas condiciones e intereses- los márgenes de beneficio que cada día van creando el trabajo productivo y la inteligencia humana.
Tal “dictadura” nada tiene de impersonal. Por el contrario, su motor (el beneficio que busca cada cual) está impregnado de humanidad hasta la médula. Lo que mueve al empresario en competencia a ser productivo es el afán de “crear valor” que, en el mercado libre, podrá intercambiar por el valor que más le convenga (trabajo subordinado, un automóvil fastuoso, una casa con aspecto de pastel napolitano, un libro, ocio creativo, un cuerpo más esbelto, la tranquilidad de conciencia o -como se lo recetó el psicoanalista- el afecto de un padre al que nada parece complacer), lo mismo mueve a los demás – un beneficio personal que sólo los muy idiotas reducen a lo material o al dinero.
Y hablando del dinero y la globalización. Una cita del emocionante alegato de Ayn Rand al respecto: “El dinero reconoce que el lazo común entre los seres no es un intercambio de sufrimientos, sino de bienes”.

lunes, 15 de agosto de 2005

¡Milagro!, ¡sólo 840 días para unas placas!

Estoy reconciliado con la vida. Perdida toda esperanza al fin obtuve las placas de circulación en el Distrito Federal de un automóvil que, increíble, adquirí nuevo y de contado hace “sólo” unos 840 días. Toda una hazaña. A este paso, México pronto contará con una estación espacial en órbita, digamos para el siglo XXV.
Los gobiernos nunca han sido ejemplos de productividad. Es inevitable que esto suceda cuando no existe la menor conexión entre los resultados tangibles del trabajo y la remuneración que perciben los esforzados servidores públicos. Aun así hay gobiernos más improductivos que otros.
En la ciudad que vivo, en la que viven mis padres, vivieron mis abuelos y bisabuelos paternos, que es la sufrida Ciudad de México, hay un área en la que la improductividad gubernamental alcanza cotas insospechadas – que sin duda situarían a México en un primer lugar ya no digo internacional, sino cósmico en la materia- que es la referente al registro de vehículos automotores y al otorgamiento de las respectivas licencias para que éstos circulen (previo el pago de los derechos correspondientes y del impuesto a la tenencia de autos, que es federal pero se quedan los estados, y que era provisional en 1968, pero se ha vuelto permanente e inamovible). Producto de todos esos trámites, el dueño del automóvil se supone que recibe dos láminas metálicas – con alguna clave única de identificación, como “OO7-SEX” – que debe colocar permanentemente en su automóvil, una en el frente, otra en la parte posterior.
Por razones inescrutables este trámite de apariencia sencilla (que podría organizar eficazmente un analfabeto funcional con buena voluntad y los incentivos correctos para hacerlo) ha sido víctima de alguna maldición misteriosa y ha roto todas las marcas de la ineficiencia. Al menos, eso sucedió durante los años que van del 2000 al 2004, como me consta.
Perdida ya toda esperanza y sólo por el prurito de comprobar morbosamente hasta qué extremo podría llegar la incompetencia, acudí ayer por cuarta vez a las oficinas de algo que se llama “la Setravi” a solicitar humildemente el par de láminas que le deberían corresponder a un automóvil adquirido hace “sólo” dos años y medio. Todo transcurrió con normalidad: La servidora pública – les choca que les llamen “burócratas”- revisó mis documentos, con desagrado comprobó que estaban en orden, revolvió algunos papeles y sentenció: “Nostán” (es decir: “Sus placas todavía no están”). Supliqué entonces un permiso nuevo, la servidora dijo que sería imposible, pero me preguntó con sorna: “¿A poco quiere que se las busque?” (Se entiende que hablaba de las placas). Respondí con cara de peón de hacienda cañera en la tienda de raya: “Pues, si usted fuese tan amable y no le supone una gran molestia”. Asintió la esforzada servidora pública. Se fue, pasaron unos minutos y - ¡milagro!, ¡santo niño de los pantanos tabasqueños!- regresó con las dichosas láminas y me las mostró triunfante.
En fin, mi coche ya tiene placas. El sol brilla de nuevo. Vida, nada me debes. Vida, estamos en paz.

domingo, 14 de agosto de 2005

Brasil: Catástrofes electoralmente rentables

El senado brasileño aprobó un disparatado aumento al salario mínimo de casi 50 por ciento. La pinza se cierra sobre Lula, quien deberá oponerse a esta “popular medida” al mismo tiempo que declina su popularidad por los escándalos de corrupción en su partido y en su gobierno.
Mi ejemplo favorito es cómo los políticos peronistas trabajaron para dinamitar la precaria estabilidad de la economía argentina – que estaba sustentada erróneamente en la famosa paridad uno a uno con el dólar-, empujaron la renuncia de Fernando de la Rúa, festejaron la catástrofe y la aprovecharon para retomar el poder. Hoy es un secreto a voces el fiero enfrentamiento entre Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner – ambos peronistas y beneficiarios inmediatos de la catástrofe del 2001 -, pero eso ya sólo es muestra adicional de la repugnante condición de ciertos políticos.
Luiz Inácio Lula da Silva inició su mandato en Brasil, contra todo pronóstico, adoptando políticas fiscales y monetarias ortodoxas que alejaron el espectro de la catástrofe anunciada, pero que inevitablemente decepcionaron a la base más dura de sus apoyos políticos – los núcleos más radicales del Partido del Trabajo y, en general, esa izquierda variopinta que suele florecer en América Latina -; Lula tuvo éxito hasta que el escándalo de los millonarios sobornos, en que habrían incurrido destacados miembros de su gobierno y de su partido (el PT), le estalló en el rostro hace algunas semanas. Su popularidad cayó estrepitosamente y se calcula que si hoy fuesen los comicios no lograría reelegirse.
El jueves pasado uno de los partidos de oposición – situado, según los esquemas convencionales, a la derecha del PT y partidario aparente de políticas de libre mercado-, el Partido del Frente Liberal (PLF), logró que el senado aprobara un aumento a los salarios mínimos de 48 por ciento. A todas luces otorgar ese aumento desquiciará la de suyo precaria estabilidad de la economía brasileña, de inmediato afectará el balance fiscal y la tasa de inflación, más tarde: el riesgo- país, la tasa de cambio y, a la postre, generará mayor desempleo y miseria. Pero políticamente es una decisión altamente popular para sus promotores.
El gobierno de Lula lucha para evitar que este incremento salarial desorbitado sea aprobado por la Cámara de Diputados. Si también los diputados lo aprueban – en lugar de la propuesta gubernamental que es de un aumento de 15.4 por ciento- Lula no tendrá más remedio que vetarlo y aparecer, a los ojos de gran parte de la población (que difícilmente percibe el gran peligro que se esconde tras estos señuelos populistas) como un villano…y además corrupto.
Negocio redondo del veneno populista. Que nadie diga que para los políticos inescrupulosos provocar catástrofes, invocarlas, precipitarlas, no es rentable. Que le pregunten a Néstor Kirchner en la Argentina, cuando desde la oposición se solazaba en las tribulaciones de la economía de su país.
Habrá que ver, ahora, de qué material está hecho Lula: De encuestas de popularidad o de agallas para gobernar.

jueves, 11 de agosto de 2005

El incómodo liberalismo de Juárez

En el cumpleaños 200 de Benito Juárez, ¿qué harán tantos fervientes juaristas que en el fondo abominan el liberalismo económico – el de ahora y el del siglo XIX, que son básicamente lo mismo- y usan al héroe oaxaqueño como mero mito?
La restauración del ejido y de las llamadas propiedades comunales, después de la revolución mexicana del siglo XX, fue una rectificación - ¿o traición?- a los postulados del liberalismo mexicano del siglo XIX. Ninguno de los liberales, incluido Benito Juárez, habría aprobado el artículo 27 de la Constitución de 1917.
La intención detrás de la llamada “Ley Lerdo” del 25 de junio de 1856 (por Sebastián Lerdo de Tejada), que recibió el entusiasta apoyo de Benito Juárez, fue la individualización de la propiedad en México, como requisito indispensable para la productividad y modernización del país. Dicha ley no sólo promovía la desamortización de los bienes eclesiásticos – lo que le ganó a los liberales mexicanos el encono de no pocos jerarcas de la Iglesia Católica de entonces-, sino también la desamortización de los bienes que se decían propiedad de comunidades civiles, las propiedades colectivas o comunales.
Querer convertir a Juárez en una especie de social burócrata partidario del ejido y de leyes especiales para las comunidades indígenas – los famosos “usos y costumbres” – es una tremenda falsificación histórica. Una mentira monda y lironda.
Otros, impelidos por la contundencia histórica, admiten que Juárez no fue ni por asomo un indigenista socializante y no dudan en admitir apenados – como dijo recientemente un antropólogo e historiador mexicano – que Juárez dejó de ser indio en la medida que se convirtió en liberal (¡horror!, como si no pudiera haber zapotecas liberales y sí teutones social burócratas). Lo dicen como pidiendo perdón por esa enfermedad maligna – el liberalismo- que infectó a Juárez.
Menos liberal que Juárez fue el emperador Maximiliano – a quien podemos imaginar como una especie de Danielle Mitterrand visitando a Marcos en Chiapas – quien atemperó la ley de 1856 creando la “Junta Protectora de las clases menesterosas” lo que regresaba al colectivismo previo a la Reforma, al reconocer personalidad jurídica a las comunidades pobres, no a los pobres como individuos. Recuperado el poder sobre todo el territorio Juárez descartó el invento de la junta protectora e insistió en un país de ciudadanos libres y responsables, no en un reino de colectividades a las que un Estado benefactor protege tratándoles con una vara distinta a la de la ley común. Maximiliano, en este sentido, revelaba su talante mercantilista, no liberal.
Cuando el año próximo se celebre el 200 aniversario del nacimiento de Juárez me pregunto qué malabarismos ideológicos o falsificaciones históricas harán algunos que se llaman a sí mismos juaristas fervientes pero abominan el liberalismo económico, la globalización, la propiedad privada, la apertura comercial.
Tal vez en el fondo admiren al Juárez tardío, a quien la muerte sorprendió empeñado en su afán de mantenerse en el poder eternamente…algo que tiene mucho de masónico, pero nada de liberal.

miércoles, 10 de agosto de 2005

¿Hay errores inteligentes?

¿Qué error fue más costoso?, ¿el de Neville Chamberlain juzgando que Hitler estaba apaciguado o el del gobierno de Estados Unidos juzgando que Saddam Hussein sí tenía armas de destrucción masiva? La respuesta es obvia: El primero.
Es conocida la “apuesta de Blas Pascal”. Expresada esquemáticamente sería: En caso de error sería menos costoso creer en Dios y que Dios no existiese a no creer en Dios y que Dios sí existiese.
En estadística y en ciencias sociales se les llama error tipo I y error tipo II, ¿cuál es el más costoso? Depende el caso. El error tipo I, explicaba ayer Walter E. Williams en un artículo difundido por www.townhall.com, foro del pensamiento conservador estadounidense, consiste en no reconocer como verdadera una hipótesis que a la postre resulta cierta; el error tipo II consiste en aceptar como verdadera una hipótesis que al final se revela como falsa.
Por ejemplo, los analistas de inversión de un banco extranjero encargados de orientar a su casa matriz sobre los riesgos y las oportunidades en un determinado país preferirán siempre cometer errores de juicio del tipo II: Preferible anticipar una crisis que después no sucede a ser sorprendido por una crisis que no previmos. Véase que en esta tendencia está presente un rasgo esencial de la naturaleza humana: La aversión al riesgo. Nos sabemos en riesgo, porque sabemos que no lo sabemos todo.
El analista no pone en riesgo su trabajo si se equivoca por precaución – en todo caso habrá provocado algunos costos de oportunidad poco visibles que se “justifican” ante la magnitud de los daños que se habrían dado si el error hubiese sido el contrario – y, en cambio, se expone a perder su trabajo, su prestigio y el dinero de sus patrocinadores si comete un error del tipo I.
Williams menciona un caso de error tipo I que, sin embargo, resultó poco costoso para los responsables (no así para las víctimas anónimas, como se verá) cometido por los burócratas de la FDA (Food and Drug Administration) de Estados Unidos: Los fármacos llamados beta-bloqueadores que “prolongan la vida de las personas en riesgo de sufrir muerte súbita por alteraciones cardíacas” ya estaban disponibles desde 1967 en Europa, pero no fueron aprobados por la FDA para su prescripción en Estados Unidos hasta nueve años después.
Los burócratas responsables no pagaron ningún costo por este error - ¿quién los censuraría por ser excesivamente cautelosos?-, aunque en 1979 el doctor William Wardell, profesor de farmacología en la Universidad de Rochester demostró que el uso de los beta-bloqueadores podría haber salvado en Estados Unidos más de diez mil vidas por año.
Los políticos mexicanos nos han infligido a los ciudadanos varios errores del tipo I – el mejor ejemplo sería la resistencia irracional a reformas indispensables- que para ellos no serán costosos, pero que para las víctimas –los ciudadanos- significan oportunidades de bienestar que se han perdido, tal vez sin remedio.

martes, 9 de agosto de 2005

Cañeros de carne y hueso: Aviso al PRI

Para efectos prácticos la llamada “ley cañera” mantendría a los cortadores de caña en un régimen similar al de la esclavitud. Por ello, es lógico que más del 80 por ciento de 4,200 productores de cinco estados del país rechacen ese engendro del corporativismo trasnochado.
Uno de los grandes problemas del PRI, a juicio de Jesús Silva Herzog Márquez, es que se ha convertido en una “gran cazuela de intereses” parciales, contrapuestos, muchos de ellos francamente retrógrados, ajenos a las preocupaciones reales y cotidianas de la sociedad.
Tal vez el mejor ejemplo de esta tragedia sea el apoyo que ese partido brindó en el Congreso a la llamada “Ley del desarrollo sustentable de la caña de azúcar”. Bien vista, dicha ley contraviene multitud de los postulados que en algún momento ha enarbolado ese partido: 1. Consolida un oligopolio en la producción de caña, 2. Limita penosamente la libertad de los mismos productores y jornaleros (los que efectivamente cortan la caña, no quienes se ostentan como sus líderes) en lo económico y en lo político, 3. Castiga a los consumidores nacionales obligándoles a comprar el azúcar más cara del planeta, 4. Lastima las finanzas públicas del país, no sólo con la creación de nuevos organismos burocráticos, sino manteniendo una estructura de subsidios que sólo beneficia a los líderes de dos organizaciones – la CNC y la CNPR, o Confederación Nacional de Propietarios Rurales, ambas del PRI-, además de establecer la obligación gravosa para el fisco (en última instancia, para los contribuyentes) de comprar a precios artificiales los excedentes de producción y 5. Pone en serio riesgo el cumplimiento de tratados comerciales internacionales, como el TLCAN aprobado por el Senado de la República en donde su principal promotor fue el entonces senador Roberto Madrazo Pintado.
Es cierto que el apoyo de los priístas a la ley ha sido soterrado y poco entusiasta, pero el partido ha vuelto a su vieja costumbre de cobijar a sus líderes corporativos lastimando a la sociedad. No deberían hacerlo y menos en tiempos electorales, cuando aspirarían – se supone- a convencer a los electores de que ya son un partido moderno, que ha abandonado viejos vicios y corruptelas.
Sería interesante que los priístas preocupados por algo más que su inmediata y futura colocación, revisasen la investigación que hizo la empresa Consultores del Golfo S.A. de C. V. – a solicitud de la Confederación Nacional de Organizaciones Agropecuarias y Forestales, A.C.- entre 4,600 productores de caña de azúcar (personas mayores de edad, de carne y hueso) de San Luis Potosí, Veracruz, Jalisco, Tabasco y Morelos.
Más del 80 por ciento de los productores entrevistados se oponen a la nueva ley y apoyan la intención del Presidente Vicente Fox de vetarla.
En la dirección de correo electrónico consulgolfo@yahoo.com.mx los escépticos e interesados pueden solicitar el estudio. ¿Quiénes son, entonces, y qué papel juegan los presuntos “cañeros” que mantienen sitiadas las oficinas de la Secretaría de Agricultura?

lunes, 8 de agosto de 2005

Silva Herzog, González de Alba, Discovery

Para empezar, un análisis impecable e implacable sobre el PRI. Para seguir, otro alegato estremecedor sobre la doble – insoportable – “moral” del PRD. De postre: Los ecologistas vociferantes y los accidentes mortales en transbordadores espaciales.
Implacable, Jesús Silva Herzog Márquez define al PRI de hoy en cinco rasgos: (1) El PRI sólo tiene una prohibición: “pensarse a sí mismo”, de donde se deriva que (2) El PRI actual defiende una cosa verbalmente y hace otra – digamos, se manifiesta a favor de las reformas estructurales y vota en contra de ellas – porque la consigna es “quien se define, se excluye”, lo que reduce a ese partido a ser (3) “Una gran cazuela de intereses” cerrada en sí misma; dado que su única tarea es la de procesador de intereses (contrapuestos, muchas veces retrógrados) que carecen de un mensaje atractivo para la sociedad no priísta.
Respecto de las dos aparentes opciones del PRI para enfrentar el futuro y retomar la Presidencia, Silva Herzog es igual de contundente: (4) Madrazo y Montiel – o al revés - son “dos prominentes biografías en la galería del abuso” lo que conduce inevitablemente a que el PRI sea visto por la sociedad como (5) “Un partido que celebra y ennoblece la corrupción y que entrega su confianza a sus figuras más desprestigiadas”.
Para pensarse – sobre todo entre los priístas- el contundente análisis de Silva Herzog.
No menos implacable es el análisis de Luis González de Alba sobre la insoportable “doble moral” que exhibe el PRD, que ha sucumbido a la tentación de apostar todo a la conquista del poder, no con su mejor carta sino con su única carta popular. Sustenta su alegato en el caso del preso político Carlos Ahumada. Preso “cuyo mayor delito fue haber devuelto al PRD parte de las utilidades obtenidas gracias a la enorme corrupción…del PRD”.
El carácter implacable del artículo de González de Alba viene de la simple comparación que propone entre el trato que recibieron los presos políticos del movimiento estudiantil de 1968 – de los que formaba parte el propio González de Alba y que fueron auxiliados en su defensa jurídica y en otros menesteres por un jovencito del Partido Comunista que se llamaba Alejandro Encinas- y el trato, notablemente más vejatorio e inhumano, que recibe el preso político Ahumada…por parte de un gobierno “de izquierda”.
Para pensarse, también.
De postre: El combustible que utiliza el transbordador espacial Discovery, así como el que usó el trágicamente accidentado transbordador Columbia, es mucho más inflamable y riesgoso que el combustible que se utilizaba anteriormente. ¿Por qué? Porque la NASA actuó de forma “políticamente correcta” ante los gritos de los ecologistas y de la Enviromental Protection Agency (EPA) y empezó a usar un combustible que, supuestamente, no daña la capa de ozono. ¿Nuevo lema para el ecologismo: “Incinera a un astronauta pero cumple con el Protocolo de Kyoto”? Ver editorial: “Green for Launch” en el Investors Business Daily del pasado 2 de agosto (www.investors.com).

“Si Juárez no hubiera muerto…”

La respuesta obvia a esta imposible hipótesis, que plantea la letra de un danzón, es que si Benito Juárez no hubiera muerto estaría por cumplir su cumpleaños número 200 el próximo 21 de marzo. Cada cual se disputará, al momento de los festejos, la propiedad del mito. ¿Cuál es el Juárez verdadero?
Me han intrigado dos asuntos que el habla popular plantea alrededor del personaje histórico Benito Juárez: 1. ¿Qué le hizo el viento al Benemérito?, y 2. ¿Qué habría pasado si Juárez no hubiera muerto?
Las respuestas que he recibido a la primera incógnita son de los más variadas, van desde el machismo apoteósico alrededor del héroe (“el viento a Juárez le hizo los mandados”) hasta las que revelan viejos resentimientos históricos pasando por las menos intensas, pero más probables, como “el viento a Juárez le tiró el sombrero y le agitó los faldones de la levita”.
El segundo asunto – “si Juárez no hubiera muerto” – proviene de la letra de un danzón. Confieso que no recuerdo la melodía y que mis referencias a dicho danzón son librescas o, peor todavía, provienen de la Internet. (Confieso más: Detesto los danzones). Justamente en la red he encontrado dos referencias. La primera en un discurso reciente en un homenaje al benemérito en Acapulco (Acapulco de Juárez, como se llama oficialmente) donde se menciona que la letra original del danzón decía: “Si Juárez no hubiera muerto, Presidente sería” y se infiere que tal aserto se basaba en la afición que mostró el Benemérito, hasta su fallecimiento el 18 de julio de 1872, a reelegirse en la Presidencia.
La otra referencia la encuentro en un ensayo anónimo de un sitio que se llama “oaxacapolitico.com.mx” donde se dice: “En una sesudísima adaptación del ‘Danzón Juárez’ que lanzó un grupo popular de los 70, ‘Los Sonors’ dice en su estribillo: ‘Si Juárez no hubiera muerto… todavía viviría’.
En realidad no fue el danzón quien primero planteó la pregunta de cuán diferentes habrían sido las cosas si Juárez no hubiera muerto cuando murió, sino que fue Sebastián Lerdo de Tejada – sucesor de Juárez a su muerte, en su carácter de Presidente de la Suprema de Corte de Justicia – quien escribió en sus memorias: “una de las tonterías del señor Juárez fue la de haber muerto prematuramente; si diez años después se hubiera despedido de este mundo engañoso, no hubiera quedado ni la sombra de su paisano el señor (Porfirio) Díaz”.
Por su parte, el historiador Daniel Cosío Villegas encontró benéficas consecuencias inmediatas para la República restaurada en el fallecimiento de Juárez: “La muerte resolvió llanamente un embrollo político que parecía y era un auténtico callejón sin salida. El país sentía gratitud por Juárez (…) pero pensaba que su permanencia en el poder dividía al partido liberal y creaba problemas políticos cuya única solución iba a ser la violencia”.
Tanto Lerdo como Cosío tenían razón, pero se referían a consecuencias históricas distintas.
El hecho es que Juárez murió, de un infarto, cuando murió.

jueves, 4 de agosto de 2005

Paisaje para el taller de reparaciones

Con un paisaje increíble – vamos, el que se tiene en órbita a 350 kilómetros del planeta Tierra- el astronauta hizo una fácil reparación del exterior de la nave: Retiró a mano dos protuberancias de material aislante, como de felpa.
A las 12:45 – hora del meridiano de Greenwich – y cuando la estación espacial estaba sobre Massachussets – Stephen Robinson retiró la primera protuberancia de material aislante que se había formado en el transbordador Discovery. Diez minutos después – ya sobre las costas de Francia – retiró la segunda protuberancia. Reparación exitosa.
La imagen – insólita pero absolutamente realista – podría adornar como recuerdo una de las paredes del taller de reparaciones de un ingeniero en mecatrónica: Un hombre flotando en el espacio, amarrado de un pie a un gigantesco brazo mecánico, repara su nave aparcada en una estación espacial, teniendo como vista cercana – a sólo 350 kilómetros de distancia – la redonda tierra y como vista lejana la igualmente redonda luna, de engañoso resplandor.
No es arte abstracto o conceptual, es un paisaje que en pocos años será, supongo, tan convencional como un óleo de José María Velasco.
Usted sabe, al momento del despegue al transbordador se le desprendieron fragmentos de material aislante, algo así – dicen los enterados- como felpa que separa las grandes losetas térmicas del casco de la nave. Ese material quedó sobresaliendo – atorado – en el exterior del transbordador. Cualquier cosa, diríamos los neófitos. Pero los ingenieros de la NASA estaban preocupados porque cuando el transbordador regrese a la Tierra, el próximo lunes, alcanzará velocidades de unos 22 mil kilómetros por hora y durante algunos segundos las temperaturas en el casco de la nave serán como de unos 1,370 grados centígrados. Una bola de fuego. Las protuberancias de felpa, de sólo dos centímetros y medio -dicen otra vez los que saben- podrían alterar la aerodinámica del vehículo, provocar aún mayor calor y un accidente fatal (como el del Columbia en 2003).
Por eso la reparación que hizo Robinson el miércoles podrá parecer algo sencillo pero tal vez significó la diferencia entre la vida y la muerte de los tripulantes del transbordador. Robinson, estadounidense, fue acompañado en su recorrido espacial – de poco más de seis horas- por el astronauta japonés Sochi Noguchi; se tomaron fotos mutuamente y del éxito de esta reparación informaron puntualmente los rusos (para que vean que no sólo hay cooperación internacional mediante la ONU).
Por fortuna Robinson pudo desprender los estorbos (y guardárselos en el bolsillo) sin necesidad de usar tijeras, ni una sierra eléctrica prevista para la ocasión. A mano – aunque enguantada – retiró la felpa.
Y todo esto, ¿a qué viene? Primero a que me gustó el paisaje para proponérselo, amigo lector. Y segundo, a que en este mundo – o aquí cerca, 350 kilómetros “para arriba, todo derecho” – sigue habiendo aventuras maravillosas y emocionantes, casi tan riesgosas como subirse a un bici-taxi –armatostes infernales conducidos por anónimos forzudos – en el centro de la Ciudad de México, entre camiones, microbuses, automóviles, policías, incautos peatones y vendedores ambulantes que se antojan desquiciados.

Los admirables pecados de Bernardo Graue

Cuando menos dos graves pecados contra lo políticamente correcto cometió Bernardo Graue con su artículo de ayer en El Economista. Lo felicito.
No fui incluido en la lista de notables que fueron consultados para dilucidar cuál de los cinco anhelantes priístas de todos conocidos debe contender contra Roberto Madrazo por la candidatura del PRI a la Presidencia.
Mi autoestima ha quedado por los suelos tras este implacable “ninguneo” (para un buen análisis fenomenológico del muy mexicano mecanismo del “ninguneo” sugiero consultar algunos ensayos de Gabriel Zaid).
Hablando en serio, lo que lamento es que no tuve la oportunidad, que sí tuvo mi amigo Bernardo, de cometer graves pecados contra lo políticamente correcto. Tras la exhibición que Graue hizo ayer, con humor y valor, quedaron muy mal parados no sólo los priístas del caso, sino sus asesores y hasta los muy respetables intelectuales que dieron su aval benevolente, mediante un respetable organismo – faltaba más- de la “sociedad civil”, al refinado mecanismo de simulación.
Supongo que el origen remoto de esta ocurrencia – auscultar a los notables – podrá rastrearse en alguna mala y apresurada lectura de la Política de Aristóteles; algo así como: “¿Qué tal si atemperamos los riesgos de la democracia universal con una buena dosis de aristocracia?”, lo que también puede leerse – en vertiente cínica – como: “¿Qué tal si atemperamos la repugnante demagogia con una consulta a los voceros de la oligarquía?”. En fin, volvamos a los pecados de mi buen amigo Graue.
Primer pecado: Divulgar públicamente que estuvo en la selecta lista de los notables. Este pecado tiene, a su vez, dos terribles consecuencias: Le quita cualquier misterioso encanto al método porque viola la consigna implícita del silencio que se exige a los agraciados y, además, pone en evidencia al resto de los consultados quienes, a diferencia de Graue, se tienen bien calladito que el PRI los anda consultando.
Segundo pecado: Descalificar el ingenioso método de consulta, lo que deja mal parados a los muy respetables intelectuales de la sociedad civil (ese membrete que todo lo purifica) que han avalado el método con impecables adjetivos de transparencia. (Hay que advertir, en descargo de los miembros de esa respetabilísima organización, que ellos sólo avalan el conteo de los sufragios, no el conteo de los dineros ni, mucho menos, la pureza de las intenciones. No son la ASOVNIP, Asociación Suprema y Omnisciente Verificadora de la Nobleza de las Intenciones Priístas). Sin decirlo explícitamente Graue nos deja entender que es perfectamente posible avalar la transparencia de una farsa. Algo es algo: Mejor una farsa transparente que una farsa opaca.
Además, el enojo de Graue, ante el aparente cinismo de quien le haya incluido en la lista de notables, lo hace cometer un tercer pecado de lesa corrección política: Descalifica al partido tricolor sin calcular que en el futuro próximo ese partido o su hermano dizque descarriado podrían restaurarse en la Presidencia.
Queda claro, estimado Bernardo, que jamás te van a volver a preguntar tu opinión. Bienvenido al club.

martes, 2 de agosto de 2005

La ONU, ¿una superstición contemporánea?

El nombramiento de John Bolton como embajador de Estados Unidos ante la ONU ha perturbado e irritado a las buenas conciencias “progres”. Sin embargo, Bolton puede darle una buena sacudida a muchos de los mitos que impiden una reforma a fondo de ese paradigma de la burocracia premier.
Durante los años 60 y 70 la Asamblea General de las Naciones Unidas fue dominada por una mayoría que se burló de los valores occidentales y siguió una agenda contraria a la democracia. Año tras año condenaron la política exterior de los Estados Unidos, ante la complacencia de la Unión Soviética.
Esa mayoría, incluso cuando se definía a sí misma como “no-alineada”, atacó sin piedad a los aliados y amigos de Estados Unidos en el mundo; en 1975 la Asamblea General aprobó una infame resolución que equiparaba al sionismo con el racismo con el objeto de quitar toda legitimidad a Israel. También socavó la libertad económica en el mundo y la prosperidad global promoviendo engendros propagandísticos como “el nuevo orden económico internacional”.
Mientras tanto la burocracia de las Naciones Unidos creció y siguió creciendo como si fuera un arrecife de coral, sin plan, sin objetivo, sin meta, sólo bendecida por una especie de garantía de vida eterna.
Los tres párrafos anteriores son mi versión libre de parte del diagnóstico que hizo en 1997 sobre la ONU un académico estadounidense en el tercer capítulo del libro “Delirios de grandeza: Las Naciones Unidas y la intervención global” (Delusions of Grandeur: The United Nations and Global Intervention, editado por The Cato Institute, www.cato.org). El autor de ese despiadado pero objetivo análisis de la ONU se llama John R. Bolton y es el nuevo representante de los Estados Unidos ¡ante la ONU!
No es de extrañar que su nombramiento, para el que George W. Bush ha recurrido a un receso del Congreso y así ha obviado una difícil batalla política, haya despertado la irritación de las buenas conciencias “progres”, que siguen viendo a la ONU, no se sabe si por candor o por cálculo político, como una entidad inmaculada, casi divina, que debe gobernar al mundo. En otras palabras: Una superstición; como quien cree que algún distintivo en la solapa le preservará siempre de los ataques de los malvados.
Gente como Bolton puede ser más eficaz para reformar de raíz las Naciones Unidas – que en tantas ocasiones han fallado miserablemente para evitar genocidios, tiranías y un sin número de opresiones en el mundo, y que en otras tantas ocasiones han sido nido de la más refinada corrupción – que una legión de diplomáticos convencionales preocupados de que no se reduzcan un ápice sus principescos privilegios y opuestos a molestar con el pétalo de una crítica a sus colegas y amigos de la burocracia premier por antonomasia.
En alguna ocasión le preguntaron al entonces secretario general de la ONU. Boutros- Boutros Ghalli, cuántas personas trabajaban en la organización. Su respuesta fue sincera: “A lo sumo, la mitad”.

lunes, 1 de agosto de 2005

El regreso de las vacas sagradas

La coyuntura electoral es propicia para el temible regreso de las “vacas sagradas” a la economía mexicana. Quienes pagaríamos un costo inmenso por esta ola restauradora del dirigismo gubernamental seríamos los consumidores y los contribuyentes. Eso, sin contar el brutal retroceso de México en la carrera de la productividad.
Parece un chiste de mal gusto pero no lo es. Se trata de una amenaza real que ya está aquí, en los propósitos declarados de varios políticos que anhelan el regreso de los “viejos buenos tiempos” del corporativismo rampante, la economía cerrada, los privilegios, la protección a ultranza para grupos de presión y chantaje.
Ahí estaba ayer en la sección de “Negocios” de un diario mexicano: “Intentan resucitar los precios de garantía”. Para no creerse. Según el reporte el presidente de la Comisión de Agricultura de la Cámara de Diputados, el señor Cruz López, anunció que él junto con varios legisladores prepara una iniciativa para “establecer un sistema similar al que se tenía con Conasupo, es decir, con precios de garantía donde además el productor tenía asegurada la venta de sus productos”.
Todavía padecemos reliquias de esa ruinosa política económica, por ejemplo con el llamado “ingreso objetivo” para algunos productos agrícolas, como el maíz, el trigo y el sorgo. En lugar de avanzar hacia la definitiva extinción de esas aberraciones ahora un grupo de diputados del PRI – acompañados por sus gemelos del PRD – pretenden el retorno del viejo sistema, “pero reforzado” advierte López.
Este proyecto, sumado a varios otros – como el de la aberrante “Ley de Desarrollo Sustentable de la Caña de Azúcar” o varias de las ocurrencias de los distintos suspirantes por la Presidencia de la República en el 2006 -, configura con claridad la encrucijada en que se encuentra México. La coyuntura de las elecciones federales parece el escenario propicio para una restauración del viejo régimen: El de las vacas sagradas.
En alguna ocasión, hablando del exorbitante poder que los regímenes del PRI habían dado al sindicato petrolero, mencione que ahí donde la retórica oficialista veneraba una “vaca sagrada” – como la mal llamada soberanía nacional sobre los energéticos o el carácter prioritario y estratégico del maíz o el azúcar – había un bien alimentado grupo de carniceros que no sólo ordeñaban la vaca, sino que la destazaban.
Los “argumentos” que sustentan estos mitos son risibles desde un punto de vista racional y frío: Por ejemplo, ¿quién puede justificar que alguien, en el mundo moderno, tenga rentas garantizadas de por vida por el simple hecho de sembrar maíz, de cultivar caña de azúcar o de regentear una concesión del Estado? Nadie en el terreno racional. Otra cosa, muy distinta, es cuando entramos al terreno de los sentimientos y las emociones, de los mitos y de los complejos que durante décadas la instrucción pública y los políticos troquelaron en generaciones de mexicanos.
Aquí están de nuevo, por sus fueros perdidos o lastimados, las veneradas “vacas sagradas”. Tienen varios candidatos para recuperarlos.
Pobre país.