lunes, 31 de octubre de 2005

Basura política por la internet (I)

Gran indignación ha causado entre los usuarios de la red – especialmente en los “weblogs”- el mensaje basura (“spam”) que, firmado por Federico Arreola, llegó a miles de cuentas de correo pidiendo dinero para el “pobre” precandidato Andrés M. López. El mensaje no solicitado ni deseado no sólo ofende a los internautas, sino que está plagado de embustes.

Se le llama “spam” a los mensajes enviados masivamente a cuentas de correo electrónico que no son solicitados, ni deseados por quienes los reciben. Como bien señala “Wilkipedia”, la enciclopedia más popular de la red, el “spam” “perjudica al receptor (pérdidas económicas y de tiempo) y en general a internet, por consumirse gran parte del ancho de banda en mensajes basura”. Adicionalmente, muchos de los virus que se propagan a través de la red lo hacen mediante el envío de “spam", desde mensajes que ofrecen técnicas milagrosas para lograr el “alargamiento del pene” hasta quienes venden viagra o sucedáneos, pasando por los famosos fraudes nigerianos y otras recaudaciones tipo pirámide que prometen ganancias fabulosas a los incautos.
Siendo la política electoral un terreno propicio a los embustes y al aventurerismo no podian faltar los casos de “spam” particularmente tramposos disfrazados como mercadotecnia política.
Por cierto, el origen del término “spam” – señala la misma enciclopedia – tiene orígenes curiosos: En 1937 la empresa de charcutería Hormel Foods lanzó al mercado una carne en lata llamada “Hormel Spiced Ham”; a la vista del éxito que obtuvo el producto los fabricantes acuñaron el nombre genérico “spam” para la carne enlatada. Durante la II Guerra Mundial tanto los soldados estadounidenses como los soviéticos se alimentaron, en los campos de batalla, con el popular “spam". Años más tarde, el grupo de agudos cómicos de la televisión británica conocido como Monty Phyton hizo de la carne en lata uno de los blancos favoritos de sus burlas; un célebre “sketch” de 1969 terminaba con un coro de vikingos cantando "Spam, spam, spam, spam. ¡Rico spam! ¡Maravilloso spam! Spam, spa-a-a-a-a-am, spa-a-a-a-a-a-am, spam. ¡Rico spam! ¡Rico spam! ¡Rico spam! ¡Rico spam! ¡Rico spam! Spam, spam, spam, spam" . (Fin del breviario cultural, cortesía de Wilkipedia).
En días pasados, el no muy prestigiado periodista Federico Arreola – que ha devenido en colaborador y propagandista importuno de Andrés M. López- envió miles de mensajes no deseados a correos electrónicos solicitando a los desprevenidos lectores llamar a un número telefónico dedicado a recolectar donaciones de $30 pesos para López – a un costo real, para el incauto que hace la llamada, de $60 pesos más IVA- argumentando que ese precandidato único del PRD carece de recursos para hacer una campaña electoral que lo lleve a la Presidencia.
La indignación que provocó este “spam” en la comunidad de internautas es impresionante. En el artículo de mañana transcribiré algunas muestras de este enojo, más que justificado. Más adelante, analizaré la colección de embustes y engaños que contiene el mensaje y, por último, comentaré por qué Arreola no es – para decirlo en términos suaves – un comunicador prestigiado o confiable.

El populista que llevamos dentro

¿A los mexicanos nos gusta el populismo? Depende de qué entendamos por populismo. Si quiere decir que me van a dar, bienvenido el populismo; si quiere decir que me van a quitar, la respuesta es totalmente diferente.

La empresa Consulta Mitofsky hizo una primera aproximación, con limitaciones y sesgos, a lo que piensan los mexicanos acerca del populismo y los resultados parecen preocupantes: El populismo goza entre los mexicanos de mejor fama de la que merece.
Un 18 por ciento de los encuestados – por teléfono – describe al populismo como “acercarse a la gente”. Sólo un 12 por ciento dice que el populismo es hacer “promesas a la gente que no son cumplidas”. Un 3.5 por ciento de los encuestados dice que populista es una “persona que se hace mucha publicidad”. Para el 3.3 por ciento la palabra populista caza con una situación en la que “el pueblo sigue mucho al gobernante”; igual porcentaje dice que populismo es “ayudar al pueblo” y un 3.2 por ciento señala, en cambio, que populismo es “manipulación al pueblo”.
Este “estudio de opinión” como lo bautiza Mitofsky tiene claras limitaciones y hasta algunos sesgos en el fraseo de las preguntas. Por ejemplo, se preguntó a los encuestados que preferían: A. “Que el Estado gaste mucho para que haya crecimiento económico, aunque se endeude” ó B. “Que el Estado gaste poco para que no se endeude aunque no haya crecimiento”, planteando una disyuntiva falsa porque si algo hemos aprendido en el mundo en las últimas décadas es que el gasto gubernamental NO es sinónimo de crecimiento y que la estabilidad económica no es sinónimo de estancamiento o pasmo.
Sería interesante que los señores de la empresa encuestadora afinaran, para futuras investigaciones, la puntería. Podrían preguntar, por ejemplo: “¿Usted cree que es bueno que el gobierno gaste lo que no tiene?”. La respuesta mayoritaria en el caso de tal pregunta quizá sería sorprendentemente contraria al populismo.
Pero, a falta de un mejor estudio, podemos dar por buena la conclusión de que una parte considerable de los encuestados ven con simpatía las políticas populistas. Y hasta podríamos inferir que esos resultados representan con cierta confiabilidad la opinión del universo de los mexicanos mayores de 18 años.
Por supuesto, y esto ya no es ciencia sino mero sentido común, todos llevamos un pequeño o un gran populista dentro de nosotros. Sea que nos dejemos llevar por el pensamiento mágico – “lo que defraudé se compensa moralmente porque soy compartido” - , por el sentimentalismo ramplón – “Ay, manita, a mi lo que me encanta es estar cerca de la gente, ver por ella”-, por la holganza, por la vil ambición – “si van a repartir algo, soy el primero en la fila”- o por la estupidez ambiente.
Al final, queda un dejo de tristeza: ¿De veras seguimos creyendo que ese viejo y conocido veneno – el populismo – es una medicina milagrosa?

miércoles, 26 de octubre de 2005

Pensamiento mágico contra la corrupción

Una de las mejores argucias de los déspotas – digamos, de los ayatolas en el Irán posterior a la caída del Sha – es la de enarbolar cruzadas moralistas contra la corrupción, que les permiten ejercer un poder absoluto, destrozar el Estado de Derecho y establecer regímenes dictatoriales.

En la mentalidad populista la corrupción no se combate con leyes que transparenten la vida pública sino con condenas fulminantes en tribunales extra jurídicos – como los medios de comunicación- ante las cuales los acusados no puedan defenderse.
El pensamiento mágico en el que se sustenta la prédica populista establece como axiomas las siguientes falacias acerca de la corrupción:
Uno: Las políticas públicas en sí mismas son irrelevantes, lo importante es que las diseñen y las pongan en práctica los “buenos”. Un político “bueno” diseñará políticas públicas correctas y, desde luego, “buenas”; un político “malo”, a despecho de su capacidad técnica e intelectual, llevará a cabo políticas “malas”. Así, es inútil discutir la viabilidad y la pertinencia de tal o cual política pública. Lo importante es discernir si quienes la proponen o aplican pertenecen al ejército de los “buenos” o a la legión de los “malos”. ¿Qué determina la “bondad” o “maldad” de las personas específicas? Muy sencillo: Alguien tendrá inevitablemente “malas” intenciones si pertenece al grupo o partido equivocado, si no está alineado con el líder populista o con su partido.
Dos: Los corruptos no se conforman con buscar su beneficio personal; desean que les vaya mal a los pobres y a los honrados. Esto hace que el daño que provocan a la economía y al bienestar sea inconmensurable; la buena nueva es que, dada la capacidad para el mal que tienen los corruptos, bastará con combatirlos y castigarlos ejemplarmente para que la economía y el bienestar florezcan. De ahí que los predicadores populistas afirmen que el combate a la corrupción, que ellos encabezarán al llegar al poder, generará recursos prácticamente infinitos (abundancia) que harán realizables todas sus promesas (promesas a las que precisamente los presuntos corruptos o sus cómplices tildan de inviables o desorbitadas).
Tres: La transparencia no sólo no sirve para evitar la corrupción sino que puede convertirse en un obstáculo para que el líder moralizador – el Ayatola- actúe en contra de la corrupción. Las exigencias de la transparencia inhiben y retardan la acción justiciera. (De ahí que los populistas no pierdan el precioso tiempo de su cruzada moralizadora rindiendo cuentas de sus actos; las prácticas de transparencia pública, para colmo, han sido diseñadas por los mismos corruptos para ponerles obstáculos a los “buenos”).
Cuatro: Las leyes que protegen la propiedad y las libertades de las personas, así como las leyes y sistemas que dicen proteger a los individuos contra actos arbitrarios de las autoridades (amparo, independencia del poder judicial), son en realidad herramientas de los corruptos para eludir la acción moralizadora de los “buenos”.
Cambiando de asunto: ¿Vio usted la entrevista que le hicieron a un aspirante a la Presidencia en la televisión, canal 4, la mañana del martes? Fue, digamos, reveladora.

lunes, 24 de octubre de 2005

Perversiones periodísticas

Es un género periodístico inclasificable y espurio, pero muy leído: Se trata de las columnas, generalmente anónimas, que recogen chismes, especulaciones, calumnias, mensajes cifrados. Todo este material, que debiera ser impublicable, se nos vende como información confidencial o reservada buscando engañar al lector.

Algún malqueriente de Álvaro Obregón decía hace años que la especialidad de ese brillante estratega militar autodidacta – quien además fue Presidente de la República, empresario agrícola y caudillo revolucionario – era “tirar la piedra y esconder la mano”. Por eso, añadía el enemigo de Obregón, el horrendo monumento en San Ángel – en donde fue el restaurante La Bombilla- al sur de la Ciudad de México, exhibe en formol la única mano que conservó el caudillo hasta su asesinato.
Chistes crueles aparte, hablando de manos que arrojan piedras y se esconden tras el anonimato es inevitable mencionar ese género de periodismo espurio constituido por las columnas anónimas de “trascendidos”, rumores, calumnias, especulaciones. En México, recuerdo al menos tres sitios muy leídos y citados en los mentideros políticos: La columna “Templo Mayor” del diario Reforma, la columna “Trascendió” en el periódico Milenio y, más recientemente, la columna “Bajo Reserva” del diario El Universal.
Tales espacios tienen, para los periódicos que los difunden, una ventaja indiscutible: La irresponsabilidad. De antemano, lo que ahí se publique se pone a salvo de las exigencias elementales – para el resto del periodismo – de tener una fuente verificable, de buscar la objetividad, de presentar los distintos ángulos de una historia. Establecida esa patente de impunidad – esa dispensa graciosa de los rudimentos elementales del buen periodismo- todo cabe en las dichosas columnas. Si las columnas se equivocan en sus especulaciones – su promedio de aciertos suele ser muy bajo – o si los chismes resultan mentira –caso frecuente-, las víctimas pueden darse por bien atendidas si se les brinda cierto derecho de réplica; eso sí, réplica acotada al gusto de los autores de la columna.
Hoy, en el diario "Crónica" Otto Granados Roldán – periodista y académico, ex gobernador de Aguascalientes y ex embajador de México en Chile – consignó lo que nunca se le dio la gana al responsable (¿?) de la columna “Bajo Reserva” de El Universaldarle a conocer a los lectores acerca del mismo Granados Roldán. ¿Qué ocultó esa columna de chismes acerca de Granados Roldán y que era pertinente conocer? Muy sencillo: Las réplicas puntuales de Granados a las alusiones malintencionadas que sobre él hizo dicha columna. Un tal Joel Hernández, quien aparece como responsable (¿?) de la columna, considera por lo visto que los lectores no estamos preparados – intelectualmente – para conocer las réplicas directas del afectado.
En cualquier caso, Granados Roldán publicó en el diario Crónica un relato pormenorizado del enojoso asunto bajo el significativo título de Bajo, bajito y bajeza.
¿Editoriales disfrazados de noticias confidenciales?, ¿espacios para ajustes de cuentas mafiosas?, ¿campo de tiro que garantiza el anonimato a los agresores?, ¿canal del drenaje de algunas publicaciones? Todo eso y más pueden ser esas dichosas columnas. Todo, menos periodismo.

Comentario de Alejandro Casillas sobre los "descubrimientos múltiples"

A propósito de la relativamente 'vieja' y fructífera discusión sobre una observación de Kundera - que puede consultarse en este sitio- recibí este interesante mensaje de Alejandro Casillas Moreno. Vale la pena leerlo y disfrutarlo.

Estimado Ricardo:

Hace unos días recibí de España un libro que durante mucho tiempo había querido leer, El pulgar del panda de, tal vez, el más admirable y serio científico divulgador de la ciencia, Stephen Jay Gould, muerto hace unos cuantos años -cuya biografía y tratamiento personal e intelectual ante un cáncer extrañísimo veinte años antes de su muerte, por otras causas, puede ser fuente de inspiración para los que padecen enfermedades fatales. Hay un ensayo de él que trata sobre ese asunto: The median isn´t the message-. Mi sorpresa fue mayúscula al llegar al interesantísimo 4° ensayo del que te transcribo sólo unos cuantos párrafos más adelante. Se trata ahí, pero sólo al comienzo del ensayo, de un asunto que te expuse hace uno o dos meses en ocasión de una crítica que habías hecho a una afirmación de Milan Kundera respecto a la originalidad o unicidad de las ideas. Me encantó y sentí una íntima satisfacción al encontrarme coincidiendo con mi admirado Jay Gould.

Yo creo que hay que distinguir campos: uno es el de la ciencia donde el ejemplo de Darwin y Wallace es emblemático y otro el de la literatura, por ejemplo. En la ciencia y la tecnología perfectamente pueden ocurrir "múltiples" o hasta simultáneos descubrimientos. En la literatura no. Salvo, claro, en la composición de El Quijote, como nos informa Borges en Pierre Menard, autor del Quijote.

Te mando un afectuoso saludo.

Alejandro.



La selección natural y el cerebro humano: Darwin frente a Wallace (4° ensayo de El pulgar del panda)


Stephen Jay Gould



En el cuarto brazo del crucero de la catedral de Chartres, la más desconcertante de todas las vidrieras medievales retrata a los cuatro evangelistas como enanos sentados sobre los hombros de los cuatro profetas del Antiguo Testamento: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. La primera vez que vi esta vidriera en 1961, siendo aún un engreído estudiante universitario, pensé inmediatamente en el famoso aforismo de Newton ("si he podido ver más lejos, ha sido irguiéndome sobre los hombros de gigantes") y me imaginé que había realizado un gran descubrimiento al dar con esta falta de originalidad. Años más tarde, muchísimo más humilde por una serie de razones, me enteré de que Robert K. Merton, el celebrado sociólogo de la ciencia de la Universidad de Columbia, había dedicado todo un libro a los usos prenewtonianos de la metáfora en cuestión. Su título es, apropiadamente, On the Shoulders of Giants. De hecho, Newton remonta el bon mot hasta Bernard de Chartres en 1126 y cita a varios académicos que creen que los vitrales del gran transepto, instalado tras la muerte de Bernard, representan un intento explícito de inmortalizar en cristal su metáfora.



Aunque Merton construye sabiamente su libro como un delicioso paseo por la vida intelectual de la Europa medieval y renacentista, plantea una cuestión seria. Merton ha dedicado gran parte de su trabajo al estudio de los descubrimientos múltiples en la ciencia. Ha demostrado que casi la totalidad de las grandes ideas surgen más de una vez, independientemente y, a menudo, prácticamente al mismo tiempo; y que los grandes científicos están insertados en sus culturas, no divorciados de ellas. La mayor parte de las grandes ideas están en el aire, y hay varios estudiosos agitando sus cazamariposas simultáneamente.



Uno de los más famosos "múltiples" de Merton reside en mi propio terreno de la biología evolutiva: Darwin, por narrar la ya famosa historia con brevedad, desarrolló su teoría de la selección natural en 1838 y la expuso en dos bocetos inéditos de 1842 y 1844. Seguidamente, sin dudar ni por un momento de su teoría, pero temeroso de exponer sus implicaciones revolucionarias, pasó a cocerse en su propio jugo, remolonear, esperar, meditar y recoger datos durante otros quince años. Finalmente, ante la insistencia de sus amigos más próximos, empezó a trabajar sobre sus notas, con la intención de publicar un voluminoso texto que hubiera sido cuatro veces más largo que el Origen de las especies. Pero, en 1858, Darwin recibió una carta y un manuscrito de un joven naturalista, Alfred Russel Wallace, que había desarrollado independientemente la teoría de la selección natural mientras yacía enfermo de paludismo en una isla del archipiélago malayo. Darwin se quedó anonadado por la detallada similitud entre los dos trabajos. Wallace incluso llegaba a citar su misma fuente de inspiración, una fuente no biológica, el Ensayo sobre la población, de Malthus…

Populismo y “pensamiento mágico”

Las propuestas del populismo suelen pasar la prueba de la popularidad en la misma medida que niegan las duras limitaciones de la realidad.

Por supuesto, tienen razón aquellos como Enrique Krauze – ver su colaboración del domingo pasado en el diario “Reforma”- que advierten de los efectos disolventes del populismo sobre la democracia. Más aún: El populismo tiene efectos disolventes sobre la capacidad cognoscitiva de los individuos que sucumben a su embrujo.
Hace unos años, Raúl Alfonsìn – quien compite por uno de los primeros lugares entre los mandatarios más nocivos que ha tenido la Argentina; un concurso muy reñido, por cierto-, justificó una propuesta disparatada que hizo sobre la deuda pùblica de su país (ignorarla) exclamando: “¡Qué lindo que sería que no tuviésemos deuda!”. Es una confesión invaluable del mundo de ilusiones en que florece el populismo.
Una ilusión, en buen castellano, es “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad sugerida por la imaginación o causada por un engaño de los sentidos”. Pero tambièn es, segunda acepción que consigna el diccionario, “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo”. Sucumbimos a la ilusión – engaño- en el primer significado a causa de “lo lindo que sería” – segundo significado- si se cumpliese. En otras palabras: Engañamos y nos dejamos engañar – negamos la dura realidad- en la misma medida que la ficción nos resulta deseable.
La realidad nos impone límite desagradables – muerte, enfermedad, dolor, fatiga, fugacidad, caducidad, escasez- que podemos evadir, ilusoriamente, recurriendo a la imaginación. Al copretérito lúdico: “Que yo era invencible, que yo tenía todo el dinero del mundo, que yo era eternamente joven y apuesto, que yo era incansable, que yo vencìa a los malos, que yo atrapaba a los ladrones, que yo terminaba con la corrupción…”
Por otra parte, toda política es a final de cuentas política fiscal: Recaudación y asignación de recursos pùblicos. Siendo el populismo ante todo una política pùblica, es una determinada política fiscal fundada en la ilusión y en el engaño. El primer engaño (autoengaño consentido) del populismo consiste, precisamente, en negar la escasez y los principios que de ella se derivan: Costos de oportunidad, ley de oferta y demanda, los imperativos de la productividad. De ahí que las propuestas populistas no resistan un riguroso examen lógico; tropiezan invariablemente en la relación entre las causas y los efectos, o incluso llegan al extremo de desconocer el más elemental principio de causalidad. Nos ofrecen efectos sin causa, o al menos sin causa proporcionada.
Ejemplos recientes: “Si yo me ahorro en sueldos 5 pesos voy a tener 100 pesos más gastar” (desproporción entre causa y efecto), “puedo financiar pensiones sin límite sin necesidad de generar los recursos que las sostengan” (efecto sin causa).
Se vale soñar, sí. Siempre y cuando los sueños y las ilusiones no sean vistos como realidades duras, ni sean la única fuente de las políticas públicas. Los sueños – de opio, de grandeza, de rencor- han alimentado los más grandes desastres evitables en muchas naciones.

La escasez y la productividad

En un mundo sin escasez la productividad sería impensable. Dicho de otra manera: No hay desperdicio de recursos cuando nada falta.

La economía existe porque existe la escasez. Nadie necesita de economistas, ni de ingenieros, ni de tecnólogos, en un paraíso de abundancia absoluta. El problema es que tal paraíso, al menos aquí en la tierra, no existe. No hay tal lugar; es una utopía.
De esta constatación – la escasez existe y nos importa – se deriva la existencia de disciplinas científicas y técnicas – la ingeniería, la economía, la ciencia política positiva, por mencionar algunas- que buscan resolver el problema de la escasez. Son ciencias y disciplinas de la necesidad, utilitarias, que parten de un inconmovible principio de realidad: la escasez de recursos.
Como cualquer otro conocimiento cientìfico requieren de un riguroso proceso de verificación (verificabilidad) frente a lo real. Como ciencias utilitarias tal verificación suele ser eminentemente práctica: Un puente falla cuando no resiste el peso para el que, presuntamente, fue calculado; una hipótesis económica (digamos, la que da origen a un sistema de reparto de beneficios sociales) falla si se vuelve insostenible financieramente; vale decir, falla porque ignoró o desdeñó el principio básico que impone la realidad: La escasez.
La escasez signfica siempre que los recursos que empleamos para un fin “X” son recursos que han dejado de estar disponibles para fines alernativos “Y” “W” “Z”. ..Una buena decisión económica es aquella que asigna los recursos disponibles a los mejores fines en competencia. En el terreno de las decisiones personales, por ejemplo, una buena elección económica podría ser destinar una fracción determinada de los ingresos personales al ahorro; en el terreno de las decisiones macroeconómicas, de política fiscal, una buena decisión podría ser elegir gastar más en construir caminos a cambio de gastar menos en edfiicar estatuas conmemorativas.
Sin embargo, muchas de estas decisiones económicas no se refieren tanto a la asignación especìfica de los recursos, como a la elección de sistemas o métodos que propiciarán por sí mismos una mejor asignación de recursos. Es verificable, por ejemplo, que los individuos libres tomando decisiones de compra y venta en un mercado en competencia generan – a través de los precios libremente pactados- un mejor mecanismo de asignación de recursos que el generado por un sistema compulsivo en el que el gobierno decide cuánto producir, qué producir, a qué precio vender, quiénes deben producir, quiénes pueden comprar…El primer sistema es más eficaz para reducir la escasez y el segundo – es verificable a través de la historia- suele incrementar la escasez.
Esa virtud, disminuir la escasez, es otro nombre de la productividad. Los desafíos que plantea la productividad – para todos – en un mundo globalizado son inexorables, implacables, de la misma forma que la escasez es inescapable.

viernes, 21 de octubre de 2005

La implacable productividad

La desventaja de los autos estadounidenses frente a sus competidores extranjeros es, en promedio, de $2,500 dólares por auto atribuibles a los costos laborales. Obviamente, la situación es insostenible.

El desafío de la productividad en la economía global es tan implacable como la muerte. Una tras otra, las más ingeniosas estratagemas que nos hemos inventado para eludirlo se han mostrado inservibles.
En diferentes partes del planeta y en distintos ámbitos – que van desde la política hasta la producción de jugos pasando por la banca o la manufactura de automóviles –, somos testigos de dolorosos partes de batalla que dan cuenta de nuevas víctimas de la improductividad.
Todos los días recibimos retazos de información – muchas veces encubiertos bajo capas de betún ideológico – que, en el fondo, nos avisan lo mismo: Ante el desafío de la productividad no hay escape. Podemos “ganar tiempo”, paradójicamente agravando la enfermedad, podemos culpar a la globalización, podemos maldecir contra las despiadadas leyes del mercado, podemos sacar del armario las más trasnochadas y fracasadas utopías. Todo es inútil. La improductividad se ha vuelto inviable en el mundo de hoy.
Pongo algunos ejemplos. No hay manera de salvar a General Motors (GM) sin cambiar radicalmente el enfoque de las prestaciones laborales y de pensiones que se han convertido en un lastre tanto más dañino en la medida que políticos y líderes sindicales – ayudados por los “buenos sentimientos” de no pocos opinantes de oficio – proclaman que son “conquistas inamovibles e irrenunciables”.
Lo que vale para GM vale lo mismo para los sistemas de seguridad social – y en general para el conjunto de “conquistas” del mal llamado Estado de Bienestar- en buena parte del mundo. Vale para el IMSS, para Alemania o Francia sumidas en el desempleo y en los crecientes déficit fiscales, vale para los miopes negociantes que persuaden a desprevenidos políticos de que requieren subsidios para poder competir, vale para los estudiantes atrapados en la dictadura de la mediocridad (y para sus profesores condenados a ser eternos peticionarios de más gasto público). Vale hasta para los estrategas electorales que siguen confundiendo captación de recursos con captación de votos (como si no hubiese innumerables historias de sonados fracasos electorales construidos con carretadas de dinero malgastado).
Visto desde el otro extremo de la cadena – desde la perspectiva de los consumidores – este desafío de la productividad tiene un sabor de dulce revancha. Cada vez que cambio de canal en la televisión – para no darle el beneficio de mi atención a una de tantas muestras de incompetencia y estupidez-, cada vez que elijo como consumidor, o como votante en una contienda electoral, me doy el gran gusto de avisarles a estas llorosas “víctimas” que el desafío es implacable.
Piénsenlo, podrán ganar tiempo – aumentando el sufrimiento que conlleva el cambio inevitable-, podrán engañarse y engañar con gastadas retóricas acerca del bienestar colectivo, el interés social y otras parrafadas por el estilo. Es inútil. La improductividad y los improductivos perderán la guerra.

jueves, 20 de octubre de 2005

El tecnócrata y el político

Versión modificada de un chiste popular entre los ingenieros, traída a cuento para explicar la lógica de algunos políticos habladores.

Algún asesor parlanchín de los que rodean a los políticos en campaña le propuso a su cliente – el político – algo vistoso y costoso, pero en el fondo ineficaz para ganar las elecciones: Trasladarse a su próximo mitin proselitista en un globo aerostático. (Algo tan ineficaz y tan vistoso, por ejemplo, como recolectar $30 pesos de fondos para propaganda electoral por cada llamada telefónica que les cuesta $60 pesos a los presuntos simpatizantes quienes, además, no reciben nada a cambio).
Sucedió lo que tenía que suceder con la ocurrencia del globo aerostático: El político se extravió. Apurado logra hacer descender lo suficiente el globo para hacerse escuchar por un transeúnte que camina, absorto, por el campo.
- Oiga, ¿me puede ayudar? Tengo que llegar a una reunión que debió empezar hace media hora, pero estoy perdido, ¿me podría decir dónde estoy?
- Sí, con gusto – respondió el transeúnte – está usted a unos 30 metros de altura respecto del piso, entre los 40° y los 42° grados de latitud norte y los 58° y 60° grados de latitud oeste.
Molesto, el político le reclama a su interlocutor:
- Seguramente es usted un tecnócrata.
- En efecto, ¿cómo lo supo?
- Porque me ha dado una respuesta “técnicamente correcta” pero “prácticamente inútil” dado que sigo perdido, llegaré tarde y no sé qué hacer con su información.
- Y seguramente es usted un político.
- Sí, ¿en qué lo notó?, responde el político envanecido.
- En que no sabe dónde está, dice a dónde quiere llegar pero no sabe la ruta ni ha evaluado las alternativas o costos de oportunidad para llegar, ha hecho una promesa que no puede cumplir y espera que otro le resuelva el problema. Es más: Lo único que ha cambiado después de haberme pedido ayuda es que ahora resulta, por una razón que no alcanzó a comprender, ¡que yo tengo la culpa!

Hasta aquí el chiste, que originalmente no se refiere a políticos y tecnócratas, sino a jefes e ingenieros, pero que – como se ve – se aplica puntualmente a los interminables desencuentros entre los políticos y los técnicos que les reclaman a los primeros precisión y honestidad intelectual.
Es muy lucidor para un político decir que bajándole el sueldo a los altos funcionarios va a financiar la realización de promesas que cuestan cientos de miles de millones de pesos; cuando el técnico le hace notar que sus cálculos no cuadran (entre otras cosas porque ni siquiera sumando la totalidad de los sueldos de todos los funcionarios directivos del gobierno y sus prestaciones se financiaría el cinco por ciento de lo que el político ha prometido), el político se enfada y se dará la maña para, en el futuro, culpar a los tecnócratas por el incumplimiento de las promesas que él y sólo él, el político, hizo sin sustento.

miércoles, 19 de octubre de 2005

¿Ha estallado la paz?

En los últimos 30 años ha disminuido dramáticamente el número de guerras – de muertes en guerra y de desplazamientos humanos a causa de conflictos armados- en el mundo. ¿Por qué?

El primer reporte sobre la seguridad humana difundido el lunes por Oxford University Press establece sin lugar a dudas que en las últimas décadas, convencionalmente a partir del fin de la “guerra fría” (caída del Muro de Berlín), los seres humanos vivimos menos expuestos a ser víctimas de guerras civiles, guerras de conquista, operaciones de “limpieza” étnica o religiosa y, en general, conflictos armados.
Algunos datos que avalan esta conclusión: En 1950 en promedio un conflicto armado arrojaba un saldo de 38 mil muertos; en 2002 dicho promedio había disminuido a 600 muertos, una caída de 98 por ciento. Desde principios de la década de los 90 el número de conflictos armados en el mundo ha descendido 40 por ciento. El número de genocidios y muertes por causas políticas ha caído 80 por ciento entre 1988 y 2001. En 2004 sólo había en curso 25 conflictos secesionistas en el planeta; el número más bajo desde 1976. El valor en dólares de las más grandes operaciones de transferencia de armas ha disminuido 33 por ciento entre 1990 y 2003. El número de refugiados a causa de conflictos armados cayó alrededor de 45 por ciento entre 1992 y 2003 conforme disminuyeron el número de guerras civiles.
Bien, ¿por qué?
Me parece que el reporte – excelente en los datos duros – falla relativamente al momento de explicar las causas de la paz: Sobrestima el papel del activismo internacional, específicamente de las Naciones Unidas, y subestima el extraordinario papel que ha jugado la globalización económica a favor de la paz.
Sin menospreciar las buenas intenciones de las organizaciones que promueven la paz, ni el papel que ha jugado a favor de la paz el surgimiento de cada vez más países democráticos, la principal causa del declinar de los conflictos armados habría que ubicarla en el terreno económico:
1. La globalización ha creado una mayor interdependencia económica, lo que incrementa los costos y disminuye los beneficios de la agresión armada y de la violación de las fronteras internacionales y
2. Ha caído dramáticamente la utilidad económica de la guerra en la misma medida que hemos descubierto que el libre comercio y los incrementos en la productividad arrojan muchos mayores beneficios que la expansión territorial por la vía armada (en otras palabras: Han disminuido las estrategias de “suma-cero” y han aumentado los escenarios “ganar-ganar” en las relaciones internacionales).
En contraparte, mientras la amenaza de las guerras convencionales disminuye, el terrorismo – muchas veces asociado a los movimientos regionalistas o nacionalistas a ultranza así como a las furibundas reacciones contra la globalización- se ha convertido en la nueva amenaza para la seguridad de los seres humanos en el planeta.
Si quieres la paz, trabaja a favor de la globalización.

martes, 18 de octubre de 2005

¿Aguantará el experimento chino?

Es una paradoja que puede tener consecuencias terroríficas: La economía más dinámica del mundo es China, un inmenso país oprimido por una dictadura de ancianos, en el que la mayoría de la población vive en una pobreza ancestral y lacerante.

Una anomalía gigantesca. Eso es China. La fórmula que mejor describe el actual sistema económico de China es “mercantilismo salvaje”. China acumula miles de millones de dólares producto de su impresionante superávit comercial. Parece el sueño del más consistente de los mercantilistas de los siglos XVI o XVII: Consolidar un Estado-Imperio fuerte mediante la acumulación de activos – hoy son bonos del Tesoro de Estados Unidos u otros activos financieros, no barras y monedas de oro- inundando al mundo con sus mercancías.
Pero hasta como ejemplo mercantilista el caso chino es anómalo y anacrónico. Sólo es posible el experimento chino – abrumadoramente exitoso si se atiende al sostenido crecimiento de su Producto Interno Bruto- en un mundo que ha dejado atrás el mercantilismo nacionalista para entrar en el capitalismo global – la antítesis del mercantilismo – y sólo se explica el éxito comercial de China por la avidez que tienen los mercados globales de bienes cada vez más baratos y competitivos.
El asunto se complica más si consideramos que el mercantilismo chino florece en medio de una atroz dictadura que sigue, para todo efecto ideológico y retórico, los cánones de una marxista dictadura del proletariado. Nueva paradoja: Los proletarios chinos siguen en la pobreza mientras alimentan la fiebre de consumo del mercado global. No es, por cierto, lo que había profetizado Marx.
Silenciosamente, en medio de una sociedad en la que la información es rigurosamente controlada, las protestas crecen en China. Nada para alarmar, aún, a la gerontocracia, pero estamos hablando de unas 74,000 protestas en 2004, registradas en 337 ciudades y en 1,955 condados. Esto da un promedio de entre 120 y 250 protestas diarias en zonas urbanas y de entre 90 y 160 protestas diarias en zonas rurales. Son cifras oficiales que la revista The Economist difundió en septiembre pasado. Y como anota el semanario: Son cifras conservadoras porque los funcionarios chinos tratan de ocultar los disturbios locales para evitarse problemas con sus superiores (ver).
Se dice que el gobierno chino se prepara para moderar su crecimiento y atender, mediante algún tipo de políticas de bienestar social, los grandes problemas internos de pobreza. Sería una forma, especulan algunos, de darle un respiro al experimento chino.
Este gigante cuya economía crece a una velocidad vertiginosa padece ya los males propios del crecimiento desenfrenado; no sólo los cuellos de botella, sino – más importante desde todos los puntos de vista- la suprema incongruencia de ser el competidor más dinámico en las grandes ligas del capitalismo global, sin tener siquiera las mínimas libertades de una democracia incipiente.
China en los próximos años tendrá que superar su condición anómala, y en el proceso – queramos o no – nos afectará a todos.

lunes, 17 de octubre de 2005

Seguro Social y personas desaparecidas

Es mentira que el Seguro Social salve vidas o de un pésimo servicio. Son las personas específicas – el médico Tal, la enfermera Cual, el administrativo Mengano o la afanadora Zutana- quienes son competentes o incompetentes, diligentes o perezosos, solidarios o egoístas. El IMSS sólo es un mecanismo; ¿será el mejor de los mecanismos?

¿Ha notado usted la súbita desaparición de las personas en el limbo de “lo social”? Sucede todos los días y al parecer nadie reclama por la desaparición de esas personas concretas, con nombres y apellidos, con carnes y huesos, con esperanzas y aflicciones, con virtudes encomiables y defectos execerables…
Sucedió en días recientes con motivo de las penosas negociaciones entre autoridades del IMSS y delegados del sindicato de esa institución. Los medios de comunicación y las conversaciones se llenaron de comentarios, apasionados, a favor o en contra, del siguiente tenor: “El Seguro Social es nefasto; a mi abuelita la dejaron morir sin atendarla debidamente” o, en el sentido contrario: “Hay que defender al Seguro Social, a mi padre le salvaron la vida porque le transplantaron un riñón”.
Curiosa manera de expresar el agradecimiento o el disgusto, no hacia las personas específicas por su competencia o por su incompetencia, por su diligencia o por su holgazanería, por su cordialidad o por su prepotencia…Las personas concretas que presumiblemente salvaron una vida o la hicieron perderse. No, ellas no existen. Existe esa entidad “social” que suplanta la responsabilidad de las personas. Pero en realidad esa entidad “social” (personificada tal vez en el águila a punto de proteger o a punto de devorar a una madre con su hijo en brazos) sólo es un acuerdo convencional, un mecanismo arbitrario para distribuir y asignar de determinada forma determinados recursos…Y lo que en realidad se discutía no era la existencia del oficio de curar, aliviar o atender enfermos – que existe y existirá gracias a las personas específicas, no a los mecanismos bien o mal diseñados para distribuir recursos – sino si determinado arreglo en la distribución de recursos es justo, viable y eficaz para cumplir con el fin que le hemos asignado.
Desaparecen las personas y con ellas desaparecen las responsabilidades y la libertad. El ente “social” engulle todo.
No hay personas generosas o mezquinas, lo que hay es “solidaridad” impersonal por decreto o por discurso.
La izquierda políticamente correcta (¿hay otra?) desaparece a las personas; las inmola en el altar de las grandes palabras (nación, clase, sociedad civil, interés colectivo, “pueblo con sentidas aspiraciones”) y en la misma medida nos dispensa, a las personas de carne y hueso, de la aventura hermosa y arriesgada de la vida. No más responsabilidad personal, no más libertad personal, no más singularidades irrepetibles y únicas.
Ya no hay, como soñaba el loco Quijote que había sido en la “edad dorada”, los odiosos “tuyo” o “mío”, todo se disuelve en el gigantesco egoísmo – sin culpa y sin mérito- de “lo social”.

jueves, 13 de octubre de 2005

Otra vez, los tres ejemplos

Es totalmente desafortunado para México que ahora se busque mutilar la nueva Ley del Mercado de Valores. El fondo de la polémica es definir si las empresas públicas – las que cotizan en la bolsa de valores- deben de ser eso, de veras públicas, o sólo públicas de mentiritas y para tomarse la foto.

Hace unas 14 semanas, a principios de julio, se rebatió en este espacio la falsa tesis de que la transparencia informativa por parte de las empresas cotizadas en la bolsa de valores atenta contra los derechos de los accionistas mayoritarios.
Como se sabe, la diputación del PRI logró que el dictamen de la nueva Ley del Mercado de Valores fuese regresado a comisiones con la intención de hacerle tres cambios. Las modificaciones que se anticipan mutilan – ese es el verbo preciso – la legislación y revierten los avances que contenía el proyecto original – ampliamente consensuado – en materia de protección de los derechos de accionistas minoritarios. Uno de esos tres cambios, por ejemplo, implicaría que las autoridades reguladoras no podrían informar al mercado de la realización de investigaciones sobre presuntas conductas irregulares en una emisora; tal como sucede ahora, eso significaría que el público inversionista (léase, accionistas minoritarios) sólo se enteraría de las mismas investigaciones tarde, una vez que éstas concluyesen con la aplicación de sanciones.
Esto es muy grave porque abre una gran ventana para que los accionistas de control obtengan ventajas indebidas en detrimento del resto de los inversionistas, ¡justamente porque las autoridades estarían impedidas para difundir un hecho relevante – crucial – para una emisora: el dato básico de que hay una indagatoria y de que ésta podría tener consecuencias!
Vale la pena volver a citar lo publicado en julio pasado:
“Se me ocurren tres ejemplos de decisiones estratégicas para el capital, que sí requieren de la venia o el consentimiento previo de los accionistas minoritarios:
"Ejemplo 1: Incursionar en un género de negocios ajeno al que dio origen a la empresa – digamos: usar recursos excedentes de una empresa de televisión abierta para adquirir una empresa telefónica.
“Ejemplo 2: Alterar la situación patrimonial de la empresa y, por ende, de sus accionistas. Digamos, comprar a título personal y a escondidas deuda de la propia empresa a descuento para revenderla a la empresa a valor nominal.
“Ejemplo 3: Ocultar – eufemismo: omitir informar- que la empresa está siendo sujeta a investigaciones por parte de las autoridades regulatorias por conductas presumiblemente ilícitas. Es claro que el accionista de control, con esa ‘pequeña omisión’, está tomando una ventaja indebida respecto de sus socios, al grado de que – algún caso se habrá dado- él venda paquetes accionarios previendo las repercusiones negativas de las indagatorias mientras predica públicamente que no hay mejor inversión que comprar acciones de su empresa.
“Son ejemplos que se me ocurren. El último demuestra, sin necesidad de perder más tiempo, el por qué las indagatorias que hagan las autoridades sobre las empresas emisoras deben ser públicas.”

miércoles, 12 de octubre de 2005

Alemania: El amor entre los puercos-espín

La gran coalición que gobernará Alemania, encabezada por la demócrata-cristiana Angela Merkel, pero dominada en los ministerios por los social-demócratas, plantea un difícil juego de cooperación entre contrarios, con toda Europa a la espera de los resultados.

Cuentan que el acertijo favorito en estos días del saliente canciller alemán Gerard Schröder es el siguiente: “¿Cómo hacen el amor los puercos-espín?”. La respuesta es elocuente aunque convencional: “Con mucho cuidado”.
Cuidado precisamente es lo que requieren tanto Merkel, como sus aliados liberales – en el sentido europeo del término, ojo – lo mismo que los social-demócratas que han debido ceder la jefatura del gobierno a Merkel a cambio de mantener una presencia casi abrumadora en los ministerios clave del nuevo gobierno. Cuidado para no salir lastimados de un matrimonio que, de entrada, no entusiasma ni a unos ni a otros pero que plantea un desafío para el arte de la buena política.
La gran incógnita: ¿El forzado ayuntamiento entre liberales-conservadores, por un lado, y social-demócratas (con apéndices ex comunistas y radicales), por el otro, producirá algo más que una gran parálisis?
Vale ser optimistas aunque cautelosos. El optimismo proviene de la misma formación del gobierno de Merkel: Es ya una muestra de que, puestos a ser racionales, los contrarios acceden a cooperar en el juego de la política. Punto a favor de la idea de que la política no siempre tiene que ser un desastre o un estanque de fango.
Por supuesto, nadie ha cedido su plaza ideológica ni se ha pasado, con armas y bagajes, al bando contrario. Se espera que Merkel y los liberales insistan en las muy necesarias reformas estructurales que requiere Alemania para salir del marasmo del desempleo (12.6 por ciento) y recuperar competitividad; también se espera que Merkel y compañía renueven la relación con Estados Unidos y examinen con lupa la conveniencia de un eje franco-alemán.
Pero todo esto, en el mejor de los casos, tendrán que hacerlo con mucho cuidado, porque del otro lado –en el mismo gobierno, en la misma mesa y hasta en la misma cama- están los social-demócratas y sus inopinados aliados de izquierda trasnochada (pero maquillada para ponerse al día) que se oponen a las reformas y que detestan la hegemonía americana…Y los social-demócratas saben que una extensa franja del electorado teme a las reformas y les apoyaría contra Merkel, en caso de necesitarlo.
La gran coalición es tan amplia que junta cosmovisiones radicalmente diversas; se diría que genéticamente opuestas. Pero así es el electorado hoy en Europa y en otras latitudes: Profundamente dividido entre la utopía del bienestar asegurado por el Estado y la aventura de la libertad personal.
Lo que está a prueba, en fin, es saber si la Merkel tiene madera y agallas para ser una Margaret Thatcher – se necesita fortaleza, pero también prudencia- o se quedará en el intento. Mientras tanto Europa observa atenta. En Alemania se podría estar cocinando una salida inteligente para el pasmo en el que vive.

martes, 11 de octubre de 2005

Los profesionales del “ablandamiento”

Una variante del empleado de la mafia que se dedica a “romper piernas” de los extorsionados como método de persuasión es la del esbirro político que, siguiendo las instrucciones del “capo”, ablanda a los clientes provocando crispación, minando la confianza en las instituciones y sembrando maliciosas dudas sobre la reputación de sus competidores.

Los políticos también son, por sorprendente que parezca, animales racionales. La racionalidad, desde luego, no es una garantía frente a la eventualidad del fracaso; simplemente significa que actúan, como todos los demás, buscando maximizar su beneficio.
¿Qué explicaría que un político, compitiendo en una democracia con reglas e instituciones conocidas, actúe minando la confianza del público en tales reglas e instituciones? Tal político actúa racionalmente: Calcula que obtendrá un mayor beneficio para su causa – llegar al poder – fuera de las reglas del juego que dentro de ellas. Dicho en sentido inverso: Teme ser derrotado si la competencia se ciñe a las reglas del juego conocidas y aceptadas de antemano.
No son escasos los políticos que actúan así – promoviendo racionalmente la irracionalidad, el quiebre del sistema – en el mundo y en el país. Lenin, por ejemplo, diseñó minuciosas estrategias de agitación y propaganda para erosionar la que él motejaba como democracia burguesa, expresión acabada en lo político del sistema económico capitalista. Hitler actuó en forma premeditada para desprestigiar la política parlamentaria y minar las bases del sistema democrático en Alemania; así se hizo del poder, una vez que “ablandó” al gobierno electo y a los demócratas poniéndolos a la defensiva.
Este método del “ablandamiento” de los adversarios políticos y de la sociedad en general requiere de la colaboración eficaz y persistente de personajes que actúan como “golpeadores” en las tribunas políticas y en los medios de comunicación, el equivalente exacto de los “golpeadores” que usan las mafias criminales para cobrar cuentas, persuadir a los reticentes y apurar a los remisos.
Todo esto viene a cuento – aquí y ahora- entre otras cosas por la persistencia que muestra algún sedicente periodista, quien hoy es colaborador abierto del aspirante presidencial Andrés M. López, en la ingrata tarea de mentir para erosionar la credibilidad que merece el Instituto Federal Electoral y en fabricar juicios morales gratuitos para enlodar las reputaciones de los eventuales adversarios de su jefe.
La finalidad es racional (en el caso del IFE se trata minar la autoridad del árbitro electoral y de las reglas del juego democrático para ensayar la vía del golpe de mano callejero; en el caso de los adversarios, notoriamente de Felipe Calderón a quien en el entorno de López se percibe como rival muy peligroso, de desprestigiarlo para eludir el debate racional en el que calculan, con razón, que saldrían perdiendo) y nadie puede decir que estos señores – los “golpeadores”- se hayan vuelto locos.
Otra cosa, también cierta, es que estos “golpeadores” no han sido especialmente talentosos. Digo, hasta para hacer esas sucias tareas se requiere de cierto disimulo y estos personajes de tan torpes se han vuelto puntualmente detectables y predecibles.

Terminar con las conductas parasitarias

En buena medida el principal desafío que tiene México es terminar de una vez por todas con un modelo económico y jurídico que fomenta el parasitismo. La única forma de lograrlo es poner, en serio, la libertad individual como el valor supremo.

Sea que hablemos de los cínicos amagos de huelga en el Seguro Social, de la descarada campaña para evitar que una nueva Ley del Mercado de Valores proteja los derechos de accionistas minoritarios y haga transparente la gestión de las empresas públicas o de los subsidios permamentes que demandan algunos industriales para los energéticos, estamos en todos los casos ante conductas parasitarias que son toleradas y bien vistas socialmente.
Que estas conductas encuentren ardientes defensores en la sociedad y en los medios de comunicación es ominoso. Nos hemos dado la maña para que el parasitismo sea permitido y alentado. No nos debería extrañar, ante esta complacencia, que de pronto broten sin el menor rubor las aberraciones del vandalismo, del chantaje abierto o hasta del antisemitismo más aborrecible – como se vió en alguna de las manifestaciones vandálicas del Sindicato del Seguro Social; aberraciones que hasta la fecha su líder ni siquiera ha condenado.
El principal problema de la economía mexicana es la bajísima productividad y las respuestas que ofrecen la mayoría de los políticos a este problema son otras tantas reediciones del parasitismo, de la improductividad impuesta por decreto o por la siniestra “ley de la calle”. Es delito que merece cárcel que un mal poeta haya peregeñado algunas frases deleznables sobre la bandera, pero es “conquista social” que las pensiones – que no deben ser otra cosa que salarios diferidos – se confundan con dádivas forzosas que los verdaderos trabajadores (digamos los millones de trabajadores inscritos en el Seguro Social) deben hacer para disfrute de un grupúsculo (los miembros del sindicato de esa institución). ¿Es tan difícil percibir la aberración en que vivimos y en la que nos complacemos?
Algún politiquillo aldeano – elevado a los altares de la popularidad gracias al dinero público con que alimentó a los medios de comunicación – propone sin empacho pasar por encima de las leyes e instancias que garantizan el respeto al sufragio y la equidad en las contiendas electorales y su propuesta – de promoción del delito- es tolerada como estrategia de campaña, lo mismo que la persistente y sucia labor de desprestigio que los empleados de ese politiquillo emprenden contra todo lo que se oponga (personas, principios, instituciones) a su desenfrenada carrera hacia el poder absoluto, hacia el parasitismo elevado a ley suprema.
Ese parasitismo tolerado y alentado no sólo provoca pobreza económica sino que nos corrompe moralmente como sociedad.
Las próximas campañas electorales debieran ser oportunidad de examinar a fondo las raíces, las manifestaciones y las consecuencias de este parasitismo. Ojalá no sean, por el contrario, otra expresión de ese afán descarnado por el que algunos vivales pretenden seguir viviendo a costa de los derechos, del trabajo y del patrimonio de los demás.

lunes, 10 de octubre de 2005

Constitución contra la libertad

La Constitución mexicana privilegia la obligatoria veneración a los símbolos convencionales que se refieren a abstracciones – como la Patria -, por encima de los derechos y las libertades individuales.

Una reciente sentencia de la primera sala de la Suprema Corte de Justicia nos recuerda con claridad que no vivimos en una democracia liberal. Así de grave.
Un presunto poeta difundió un texto – de pésima manufactura literaria- que fue considerado “ultrajante” para los símbolos patrios – específicamente para la bandera nacional-; el acusado solicitó el amparo de la justicia por considerar que la persecución judicial que se ha enderezado en su contra viola su derecho a la libertad de expresión. En una decisión dividida, de tres votos contra dos, la corte negó el amparo y consideró que el artículo 191 del Código Penal Federal – que tipifica el delito de ultraje a los símbolos patrios- sí es acorde al espíritu y a la letra de la Constitución mexicana. Esto signfica que, a juicio de los ministros Gudiño, Valls y Sánchez Cordero, una persona merece hasta cuatro años de prisión si escribe o profiere frases que sean consideradas ultrajantes para los símbolos convencionales que pretenden significar esa abstracción que llamamos “Patria”.
Por supuesto, el más elemental sentido común ha llevado a varias voces a criticar esta sentencia porque se trata de un atentado flagrante contra la libertad de expresión. Casi nadie, sin embargo, ha meditado que la sentencia – por desgracia- sí tiene sustento en el espíritu y en la letra de la mayor parte de la Constitución de 1917. Es decir, casi nadie ha llevado el razonamiento a donde tiene que llegar: No sólo la sentencia de esos tres ministros es aberrante y contraria a los derechos humanos y a las libertades, la propia Constitución mexicana lo es.
La sentencia mencionada sería imposible en un país en el que la Constitución garantizase, sin dejar lugar a dudas ni a interpretaciones, la primacia de la libertad del individuo por encima de presuntos y etéreos “derechos” de abstracciones – como “la Nación” o “la Patria”- y por encima de presuntos “derechos” o privilegios “sociales” (usufructuados por grupos específicos que se asumen como representantes de otra abstracción) o del Estado (concepto que se rebaja al de “gobierno en turno”).
No se trata sólo de los derechos inalienables que tienen los malos poetas. Se trata de las libertades de cada uno de los mexicanos. Libertad para crear, para escribir, para decir, para emprender, para arriesgar su trabajo o su capital en lo que mejor les parezca, para comprar y vender lo que mejor les convega…
Me pregunto si los tres ministros citados, perros guardianes del espìritu de los constituyentes de 1917 (¿utilizarán los servicios de un “médium” para comunicarse al más allá con esos desaparecidos personajes?), también condenarían el memorable, y ese sí magnífico poema, de José Emilio Pacheco que se llama “Alta traición” y que empieza así:
“No amo mi patria
su fulgor abstracto
es inasible…”

jueves, 6 de octubre de 2005

Lecciones de “un país estrella”

Lección uno: El afán de reformas para mejorar la productividad de una economía nunca debe darse por concluido. Lección dos: Los últimos dos años gozamos de condiciones internacionales excepcionalmente favorables; tales condiciones no son permanentes. Lección tres: En el debate electoral no se ha hablado en serio.

Un destacado economista escribió el pasado 20 de septiembre describiendo la situación económica del país:
“La conjunción virtuosa de disciplina macroeconómica y bonanza internacional ha obrado maravillas en los últimos dos años”.

Esa situación excepcional – precios elevados en los mercados internacionales para la principal materia prima que exporta el país-, no será permanente. Por lo tanto, hay que evitar la tentación de
“las cuentas alegres”,
redoblar la disciplina presupuestal –entre otras cosas- porque
“la voracidad fiscal es insaciable en tiempos electorales”.
Días después, el 3 de octubre, el mismo economista escribió:
“Nuestras políticas públicas no se han enfocado al crecimiento como meta prioritaria, a crear las condiciones para el despegue de la innovación empresarial”.
Y lanzaba una crítica a fondo:
“Cabría esperar que la temporada electoral que vivimos se dedicara a un debate constructivo acerca de las propuestas de las distintas candidaturas para cerrar la preocupante brecha entre las luminosas expectativas que despierta el país (…) y la discreta realidad que apreciamos (…). Pero no hay ánimo de hablar en serio.”

¿De qué país escribió el economista Juan Andrés Fontaine? Del suyo. De Chile. Pero cada una de sus agudas observaciones puede aplicarse, casi a la letra, a México.
Al igual que Chile disfrutamos en estos dos últimos años de una situación de bonanza en los mercados internacionales (combinación de altos precios del cobre, para Chile, y del petróleo, para México, con bajas tasas de interés en los mercados internacionales), esa situación bonancible fue mejor aprovechada en ambos países gracias a una política fiscal responsable.
Segundo, al igual que Chile debemos prever que el entorno favorable no durará eternamente por lo que es irresponsable hacer “cuentas alegres” de acuerdo al espejismo de los abundantes ingresos fiscales.
Tercero, al igual que Chile NO estamos creciendo de acuerdo a nuestro potencial, ni siquiera ante un entorno internacional favorable. Urge discutir y poner en marcha políticas públicas (reformas) que generen las condiciones para el despegue de la innovación como fuente de un mayor crecimiento. El afán de reformas que incrementen la productividad debe ser permanente.
Hasta aquí las semejanzas. A diferencia de Chile, México no es “un país estrella” en los rankings internacionales. Nuestras reformas pendientes en varios casos son asignaturas que ya aprobó Chile; por ejemplo, Chile cuenta con una regla fiscal que obliga a que el gobierno ahorre en los períodos de bonanza. Por ello, tienen un superávit fiscal equivalente a 3.4% del PIB.
Si Chile necesita ponerse las pilas para no perder la carrera global por la productividad, México requiere carga doble o triple de energía reformista y responsabilidad fiscal…, aunque sea para alcanzar a Chile.

La pelea equivocada en la cancha equivocada

Amargas meditaciones a raíz de un disparate ostentoso.

Ayer en la mañana alguien “cabeceó” en la página de la internet de un diario mexicano (Milenio) lo siguiente: “Caen los precios del petróleo” y como cabeza secundaria esta disparatada explicación: “Se situó por debajo de los 64 dólares el barril ante el temor de que empiece a escasear”. Pocas veces hay un ejemplo tan brutal y directo de la estupidez: El anónimo redactor de esas dos líneas lanzó al ancho mundo de la red un contrasentido. ¿Así que los precios de un bien caen cuando se teme que ese mismo bien se haga más escaso? ¡Viva la sinrazón!
No sólo están reprobados en economía elemental el redactor de esas dos líneas y quienes vigilan su trabajo. Están reprobados en lógica.
Por supuesto, una vez que se leía el cuerpo de la nota proveniente de una agencia internacional de noticias se resolvía el absurdo: La causa aparente de la caída en los precios era que se habían disipado los temores de que hubiese una mayor escasez de petróleo. Acertada o no, la explicación causal que dio la agencia de noticias, para el hecho de los menores precios relativos, cuando menos no desafía la lógica elemental y el sentido común.
Supongo que el redactor del periódico que parió ese disparate mayúsculo exigirá al final de la quincena su salario y tal vez se quejará de que gana muy poco; supongo también que asistió a la universidad o cuando menos a una escuela preuniversitaria y que ahí le dieron algunas herramientas retóricas – de cuarta categoría – para detestar la globalización, la libre competencia y la jerarquía derivada del mérito del trabajo bien hecho y no de la transa, el enchufe o la herencia; por ejemplo, lecciones de marxismo recalentado.
Si comparamos este tristísimo caso con lo que sucede en otras partes del planeta – digamos con la auténtica invasión de estudiantes de posgrado chinos e indios en las mejores universidades de Estados Unidos o con la avidez de conocimientos ciertos y valiosos que manifiestan millones de jóvenes en Asia, en Europa del Este y hasta en América Central-, podremos entender que estamos jugando el juego equivocado, con los rivales equivocados, en la cancha equivocada.
Algún notable de la política o de los organismos empresariales lanzará el enésimo lamento contra la “desleal” competencia de China y pedirá protección al gobierno, vía precios subsidiados o restricciones a la competencia externa, para poder “competir”.
Todo esto me hace pensar que los muchachos de la selección de futbol de menores de 17 años que conquistaron el campeonato del mundo se han de sentir aquí como bichos raros: No sólo ganaron, compitieron de acuerdo a las reglas y no exigieron que les arreglaran la cancha, los rivales o el sistema de competencia para poder jugar. ¡Qué raros!
Más que festejar a estos triunfadores, deberíamos ponerlos en un museo de lo insólito y así, de paso, protegerlos de la mediocridad ambiente y de la dictadura de los incompetentes.

miércoles, 5 de octubre de 2005

La izquierda promueve el egoísmo

¿Quiénes son los principales beneficiarios de un subsidio público a los ancianos? Los electores económicamente activos, hijos y nietos de esos ancianos, que de esa forma se ahorran las aportaciones tradicionales que se hacen (¿hacían?) de hijos en activo a padres en retiro. Curiosa forma de fortalecer la solidaridad.

Además de ser un subsidio a fondo perdido, inviable financieramente a largo plazo, las llamadas “pensiones” a los ancianos – que no provienen de un ahorro individualizado durante la vida de trabajo del beneficiario- fomentan el egoísmo y están minando la solidaridad familiar. Por supuesto, la contraparte es que este tipo de programas generan una elevada rentabilidad electoral entre quienes de esta forma se ven dispensados, parcial o totalmente, de atender a los mayores dentro de la familia.
Lejos de mí hacer juicios moralizantes sobre la actitud de quienes se excusan de atender pecuniariamente a los ancianos necesitados en su familia; tendrán, sin duda, decenas de razones para no hacerlo. Lo que llama la atención es que la mentalidad social-burócrata que promueve este tipo de programas generalmente se presenta a sí misma, con cierta dosis de arrogancia, como superior moralmente a los despiadados neoliberales y tecnócratas que abrigamos todo tipo de recelos contra este género de ayudas con fondos públicos. Llama la atención, también, que en este caso los predicadores de la generosidad, de la solidaridad, de la ayuda a los más débiles, acaban produciendo, en los hechos, en este como en muchos otros subsidios, un efecto contrario: Dan una coartada políticamente correcta al egoísmo.
Desde la infancia me llamó la atención una frase popular con la que se ahuyentaba al que pedía algo apelando a nuestra caridad (fuera un dulce en el recreo, un lápiz para anotar una tarea o el préstamo de un codiciado balón de futbol), la frase es: “¡Que te mantenga el gobierno!”. Con el tiempo he comprendido que la frase resume perfectamente la lógica inmoral de las izquierdas y de la mentalidad social-burócrata: El gobierno – que es nadie y es todo- es una fuente ilimitada de recursos que no le cuesta a nadie y que está ahí, precisamente, para excusarnos de cualquier obligación moral hacia el prójimo necesitado.
El laicismo a ultranza corrió de los hospitales y sanatorios a las monjitas que cuidaban a los enfermos y que lo hacían buscando ganarse el cielo en la otra vida; a cambio, el laicismo nos dio una legión de “servidores públicos” sindicalizados que, a querer o no, lucran con su oficio – lo cual es perfectamente legítimo, ojo- como lo haría cualquier enfermera o médico en la llamada práctica privada; la única diferencia es que el cliente de quien ejerce la práctica privada es el enfermo o su familia (y a él le rinde cuentas) y el cliente de quien lo hace como “servidor público” es un burócrata encumbrado o el líder del sindicato.
Es curioso que la izquierda – tan moralizante, tan arrogante en sus condenas morales al liberalismo – haya hecho este mundo mucho menos hospitalario.

lunes, 3 de octubre de 2005

El partido de la calle y el chantaje

No es necesario hacer una revolución al viejo estilo para derrotar a la democracia liberal; basta con ejercer el poder de la calle, amagar con la violencia y montarse en la mula de la intransigencia irracional. Si del otro lado hay unas autoridades temerosas, con precarias convicciones, los chantajistas ganarán.

Tal parece que tener convicciones y principios es hoy lo más parecido a la excentricidad. Con toda razón, Karl Popper advertía que la tolerancia no cabía frente a los enemigos acérrimos de la razón, de la libertad y de la propia tolerancia. Contra los enemigos de la sociedad abierta. Popper, desde luego, sería hoy un incómodo excéntrico.
Usted, como yo, quiere vivir en armonía. Bien, ¿y qué hacemos cuando alguien arremete contra nuestros derechos? La respuesta de los falsos demócratas que hoy pululan (fabricando pactos de buenas intenciones, tan escenográficos como inconsistentes) es que debemos pactar con quien esgrime el uso de la fuerza y de la disrupción social. La armonía ante todo. Llevado a su extremo, el argumento de los demócratas de pacotilla justifica el secuestro – siempre y cuando los secuestradores cumplan lo pactado y no maten a la víctima, una vez recibido el monto del rescate-, el despojo, la invasión de la propiedad, el sometimiento del Estado a las demandas vociferantes de los chantajistas.
Si alguien denuncia, con palabras claras y contundentes, que vivimos aterrados por el poder que esgrimen los delincuentes (incluidos los que gozan de fuero y extorsionan desde el liderazgo sindical, por ejemplo), gracias a la impunidad que les otorgan autoridades más interesadas en las encuestas de popularidad y en conservar la etiqueta de “tolerantes a toda prueba”, a ese alguien se le condena como alarmista, como impulsor del miedo, amén de criticarle porque se opone a los fabricantes de esperanza.
Hay que repetir, hoy más que nunca, que no todo es susceptible de pactarse. Que es criminal pactar el desastre futuro a cambio de una efímera “paz social” que consiste en apaciguar a los chantajistas.
Ya vimos cómo en Bolivia, a partir del golpe de Estado callejero contra un Presidente legítimamente electo, el partido de la calle y del chantaje desgobierna a placer. Ya vimos cómo en Argentina, los famosos “piqueteros”, monstruos creados por los políticos bajo el pretexto del “bienestar social” pagado con fondos públicos, imponen su ley. Ya vimos cómo en Perú, una inteligente reforma para aumentar la competitividad de la industria energética fue abortada por el partido de la calle. Ya vimos cómo en España, un gobierno cobarde pacta no sólo con los separatistas recalcitrantes – que quieren hacer jirones del Estado español – sino que coquetea con la posibilidad de que los terroristas accedan a dejar de matar y extorsionar a cambio de concesiones exorbitantes e intolerables para una democracia.
Ya vimos cómo en México…Bueno, en México ya somos (¿somos?) campeones del mundo en el futbol de chamacos. Festejemos.

domingo, 2 de octubre de 2005

Mercado de valores y derechos de propiedad

El debate en torno a la nueva Ley del Mercado de Valores apunta, en el fondo, a una de las principales causas de la pobreza en México: El precario reconocimiento de los derechos de propiedad.
“Un magnate mexicano lucha contra la reforma a la Ley del Mercado de Valores” - A Mexican Tycoon fights Reform of Securites Law – fue el encabezado del estupendo articulo que, como todos los viernes, publicó Mary Anastasia O’Grady en su sección The Americas de las páginas editoriales de The Wall Street Journal. Vale la pena el bien escrito análisis de O’Grady, que en síntesis relata “la batalla entre los reformistas en el gobierno de Vicente Fox que quieren elevar los estándares del gobierno corporativo de las empresas en México a niveles internacionales y los fantasmas de un pasado corporativista en el Congreso mexicano que responden con un ‘¿Transparencia?, ¡no necesitamos ninguna apestosa transparencia!’”.
El argumento de las muy pocas, pero poderosas, voces que se oponen a que la nueva Ley del Mercado de Valores se apruebe en la Cámara de Diputados en los términos que fue consensuada entre la inmensa mayoría de los participantes en ese mercado (y en los términos en que fue aprobada en el Senado), es que impondría una excesiva carga regulatoria sobre las empresas emisoras y que les restaría libertad de acción a los accionistas mayoritarios, al obligarlos a informar de sus decisiones a los accionistas minoritarios y al mercado en general y a ser auditados por un comité que no estaría controlado por los propios socios mayoritarios de la empresa.
La objeción podría sonar razonable si desdeñamos el hecho de que los accionistas minoritarios también tienen derechos de propiedad sobre su patrimonio. Y ese es el punto clave de este alegato que, a mi juicio, trasciende el ámbito del mercado de valores y apunta a la causa principal de las desigualdades económicas y de la pobreza atávica en México: La deficiente, casi nula, protección a los derechos de propiedad.
Al igual que los accionistas minoritarios – que en este caso podrían ser cientos de miles de trabajadores a través de sus fondos de pensiones – millones de mexicanos pobres son hoy propietarios de mentiritas. La Constitución les otorga – verbo muy distinto al de reconocer- cierto disfrute de sus “propiedades” pero siempre bajo las modalidades y en las condiciones que decida discrecionalmente el gobierno. Esto hace que se carezca de un sentido de la propiedad y que esas mismas propiedades – precarias por naturaleza porque sobre ellas siempre pende la probabilidad de una expropiación o de un despojo más o menos legalizado- no sirvan como bienes fungibles para obtener créditos, crear valor y acrecentar el patrimonio.
Si algún magnate no quiere dar cuenta de sus decisiones y acciones a sus socios, la solución es muy sencilla: Que no tenga socios, que no acuda al mercado de valores buscando recursos, que no se constituya como empresa pública.