martes, 31 de enero de 2006

Uruguay: “Realismo mata populismo”

El gobierno de Tabaré Vázquez se está atreviendo – insólito en la retórica del nuevo populismo – a ser realista en el asunto del libre comercio; el sentido común y la evidencia histórica indican que ése, el libre comercio, es el mejor camino para la prosperidad.


Con el triunfo electoral de Evo Morales en Bolivia y su toma de protesta como Presidente se hizo un lugar común entre algunos periodistas y entre los propagandistas del nuevo populismo anunciar que América Latina se mueve hacia la izquierda. Error.
Las cosas son un poco más complicadas y el caso de Uruguay, a izquierda y derecha, puede ser una llamada de atención.
Tabaré Vázquez llegó a la Presidencia de Uruguay apoyado en un discurso claramente populista.
El gran logro de la coalición que llevó a Vázquez al poder fue abortar una ley que permitiría al monopolio gubernamental de los hidrocarburos en Uruguay tener socios privados y volverse más productivo. Ese logro político estuvo basado en una campaña de propaganda totalmente mendaz. Eso sucedió a fines de 2003.
En noviembre de 2004, una vez que Tabaré Vázquez ganó las elecciones, el guión parecía seguir la línea trazada por otras victorias del neo populismo.
Pero de pronto, a fines de 2005 e inicios de 2006, algo rompió el esquema del guión. El gobierno de Vázquez envía claros signos de que se desmarca de sus presuntos aliados sudamericanos en un tema que se ha vuelto consigna para Chávez en Venezuela, para Kirchner en Argentina y – por razones diferentes- para Lula en Brasil: El rechazo al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) – supuestamente promovida por Estados Unidos- y al libre comercio en general.
Heréticamente, el gobierno de Tabaré Vázquez – en su momento saludado como otro bastión de la izquierda latinoamericana antiyanqui y profundamente “anti-neo-liberal” (parece trabalenguas)-, ¡desea firmar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos!
Las reglas del MERCOSUR – al que formalmente pertenece Uruguay – obligan a sus miembros a sólo firmar acuerdos de comercio en bloque, nunca en solitario. Por lo tanto, si Uruguay llega a un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos será expulsado del MERCOSUR; escenario – por cierto- que a la mayoría de uruguayos no les desagradaría.
Para efectos prácticos el MERCOSUR – señala el analista argentino Martín Simonetta, director ejecutivo de la fundación Atlas 1853- “se ha forjado a imagen y semejanza de las necesidades de protección de sectores nacidos y criados bajo el paraguas de la sustitución de importaciones en las décadas del 50 y 60, con fortísima influencia en la determinación de políticas tanto en Brasil como en la Argentina. Asimismo, la reciente incorporación de Venezuela reafirma este sesgo de integración hacia adentro, restándole seriedad a un proceso que en marzo cumplirá 15 años de existencia”.
A la jactanciosa invectiva de Hugo Chávez que proclamó: “!ALCA, ALCA, ALCA …rajo!”, le ha respondido el ministro de Agricultura de Uruguay, José Mujica, exguerrillero tupamaro, con una sonora verdad en el mismo tono: Los compromisos del MERCOSUR “no sirven para un carajo”.

lunes, 30 de enero de 2006

Google en China

Vale la pena reproducir aquí este bonito ejemplo que nos ofrece el blog de Johan Norberg acerca de la "libertad" de información en China.
Si usted busca en Google, en Suecia, imágenes de la plaza Tiananmen encontrará esto, pero si busca esas imágenes en Google en China encontrará esto otro.
¡Vaya diferencia!
No, no es "1984" de Orwell, es China 2006. Una realidad.

¿Filántropos a medio sueldo o Presidentes?

Después de luchar arduamente por llegar a la Presidencia de su país, lo primero que ha hecho Evo Morales es reducir a la mitad el sueldo que le corresponde. ¿Es un gesto admirable o una estupidez demagógica?


Aun en un país pequeño y sumamente pobre como Bolivia el hecho de que el Presidente gane dos o tres mil dólares menos al mes es totalmente irrelevante para solucionar la pobreza o estimular el crecimiento de la economía. No se trata pues de una política pública, sino de un gesto, dirigido tal vez a persuadir al público de que el nuevo Presidente es un hombre desinteresado y generoso, ajeno a las ambiciones humanas.
Es también un gesto peligroso por sus implicaciones: Como si se tratase de un soberano absoluto y no de un mandatario (un “mandado” por el pueblo) el gobernante establece un estándar de moralidad, en dinero contante y sonante, al que el resto de los habitantes deberá (como obligación moral) sujetarse: Quien quiera que gane más que el “humilde” soberano será censurado por su ambición, ya que se presumirá que está quitándole algo a los más pobres del país.
En México algún candidato presidencial ha ofrecido hacer algo similar en caso de ser electo: Reducirse el sueldo a la mitad y reducir también a la mitad el sueldo de secretarios de Estado y de los altos funcionarios del gobierno federal. Aduce ese candidato que mediante “ahorros” de esa naturaleza se financiarán sus ambiciosas promesas de más subsidios, disminuciones en los precios de gas, gasolina y electricidad, “apoyos” de diversa naturaleza, obras públicas y demás.
Si uno hace el ejercicio de contabilizar conservadoramente el costo de esas promesas que requieren ser financiadas – como lo ha hecho Jaime Sánchez Susarrey- llega a una cifra superior a los $350 mil millones de pesos. Y si uno contabiliza el costo de sueldos y prestaciones vinculadas a los salarios de todos los funcionarios del gobierno federal (de director a Presidente de la República) encuentra que esa suma ¡ni siquiera representaría en un año el uno por ciento de los $350 mil millones de pesos que cuestan, conservadoramente, las otras promesas!
Como las verdaderas intenciones de las personas son incognoscibles, supongamos – amablemente – que estos filántropos como Evo Morales son efectivamente lo que dicen ser: Seres angelicales sin ambiciones personales, arrebatados por un franciscano amor al prójimo. Si tal fuera el caso son filántropos bastante estúpidos, porque sus gestos altruístas carecen de eficacia para hacer realidad sus promesas.
Pero no sólo eso, su gesto – un tanto teatral, debemos admitirlo- manda al menos tres mensajes totalmente equivocados a la sociedad: 1. Que la ambición por ganar honradamente un mejor salario es censurable, 2. Que los salarios no deben reflejar el valor que aporta quien los percibe sino solamente sus necesidades y 3. Que los electores – que son los mandantes del mandatario, quienes lo contrataron- no podrán exigirle al Presidente más de lo que exigirían del gerente de una sucursal bancaria.

jueves, 26 de enero de 2006

Los “gasolineros” y otros filántropos

Ya descubrí, por fin, cuál es el problema de México: Hay un montón de gente que trabaja arduamente sin pedir nada a cambio.

Es miércoles cerca de las 18 horas (esto es importante porque estoy a punto de experimentar una revelación que pondrá en crisis mis ideas acerca de la naturaleza humana) y leo la siguiente declaración del dirigente de una organización de dueños de estaciones expendedoras de gasolina:
"El incremento de 5.7 a 6 por ciento, equivale a 0.3 por ciento que es un margen mínimo; no es la comisión que requiere el sector gasolinero para subsistir, no estamos conformes, pero acataremos las instrucciones", señaló José Ángel García, presidente de la Organización Nacional de Expendedores de Petróleo (Onexpo).
Como yo estoy infectado de “neoliberalismo” soy incapaz de entender que un hombre de negocios se levante todas las mañanas y se diga a sí mismo: “Otro día de trabajo, otro día para perder dinero y seguirme arruinando con un negocio que no da ni siquiera para subsistir; acataré las instrucciones del dueño de la franquicia (Pemex, en este caso) y seguiré expendiendo gasolina porque ésa es mi vocación”.
De veras, no lo entiendo. Entiendo y admiro a quien por amor a Dios entrega su vida, su tiempo y sus bienes sirviendo al prójimo – es el caso de la Madre Teresa -, pero que alguien haga para efectos prácticos lo mismo (arruinarse) sólo por “acatar las instrucciones” de Pemex me parece absurdo. Yo que el señor García cerraba el changarro y le devolvía a Pemex su franquicia. Si hemos de creerle, tener una o varias estaciones de servicio en México es ruinoso. Y a la vista del crecimiento en los últimos años del número de dichas estaciones, México es un país fantástico en el que la gente pone negocios para perder dinero, por el puro gusto de tener algo en qué ocuparse o algo de qué quejarse…
En otras latitudes – y hay literatura abundante al respecto- los hombres y mujeres de negocios, los empleados, los políticos trabajan – entre otras cosas – para ganar dinero y vivir mejor. En ningún lugar del mundo, salvo México, los seres humanos son tan angelicales.
Aquí es diferente: Políticos, comunicadores, funcionarios públicos y hasta dueños de gasolineras están tan llenos de sentimientos altruistas (basta escucharlos) que no les cabe, ni por descuido, algún interés personal, mucho menos de carácter pecuniario.
Y ése es el descubrimiento: México es diferente. Por eso – ahora caigo- tantas prédicas sobre la productividad, los incentivos de la ganancia y la importancia de obtener mayor utilidad sirviendo a los consumidores mejor que el competidor de enfrente, caen aquí en el vacío.
México está en el estadio superior de los espíritus puros.
Como tanta filantropía se me hace inexplicable sólo puedo concluir que me equivoqué de país.
Ah, también aquí las matemáticas son diferentes: Yo, ingenuo, creía que un incremento en el margen de utilidad de 5.7 a 6 por ciento equivale a un aumento en el margen de ganancia de 5.26 por ciento. Nada despreciable, por cierto.

miércoles, 25 de enero de 2006

Cambiar de modelo (XI y final)

Decir que "el modelo neoliberal" o el del llamado "consenso de
Washington" han fracasado en México es decir una tontería. No puede
fracasar algo que no se ha aplicado.


Si por ventura un ser racional extra-terrestre llegase a México y
comparase todo lo que se critica al "neoliberalismo" con lo que sucede
en la realidad terminaría profundamente confundido o convencido de que
el país todo padece una esquizofrenia incurable.
¿Liberalismo o "neoliberalismo" en un país en el que nadie salvo el
propio gobierno puede producir y vender a terceros energía eléctrica?,
¿liberalismo o "neoliberalismo" en un país en el que la explotación
comercial de las frecuencias de radio, televisión y telefonía – entre
otras- es una concesión que otorga discrecionalmente el gobierno?
¿Liberalismo o "neoliberalismo" en un país en el que el mercado de la
televisión abierta se reduce a dos concesionarios?, ¿liberalismo o
"neoliberalismo en un país en el que se siguen fijando "salarios
mínimos" y permanecen costosas barreras para la contratación y el
despido de personal?
¿Liberalismo o "neoliberalismo" en un país en el que decenas de
comunidades indígenas tienen leyes privativas, "usos y costumbres",
que les mantienen al margen de los derechos y deberes de la
Constitución?
¿Liberalismo o "neoliberalismo" en un pais donde los derechos a la
vida, a la propiedad y a la libertad no son reconocidos como
preeminentes y previos al Estado, sino como concesiones graciosas – y
revocables- que hace el propio Estado?
¿Liberalismo o "noeliberalismo" en un pais en el que hay gobiernos
locales que desafían la autoridad del poder judicial federal e
insisten en expropiar sin otorgar audiencia previa a los afectados,
sin justificar plenamente la causa de utilidad pública y sin sujetarse
a los mandatos de la Corte?
¿Liberalismo o "neoliberalismo en un país en el que los dictámenes de
la Comisión Federal de Competencia Económica no tienen fuerza de ley y
son fácilmente burlados o desdeñados?
¿Liberalismo o "neoliberalismo" en un país en el que se imponen
gravámenes específicos, a los edulcorantes por ejemplo, para proteger
a grupos minoritarios (pero vociferantes) de interés?
¿Liberalismo o "neoliberalismo" en un país en el que la mayoría de la
población no tiene derecho real a elegir la escuela para sus hijos, el
médico o la clínica de salud que le convenga, sino que tiene que
conformarse a recibir la educación o la salud que el gobierno
disponga?
¿Liberalismo o "neoliberalismo" en un país donde persiste "La Hora
Nacional"?, ¿en un país en el que buena parte de los registros
públicos de propiedad no son confiables?
¿Liberalismo o "neoliberalismo" en un país en el que diversos grupos
de interés particular (desde líderes sindicales hasta concesionarios
del transporte o dueños de farmacias de medicinas "similares", pasando
por dueños de medios de comunicación) tienen aseguradas sus cuotas de
representación en el Congreso, al margen de la mayoría de los
ciudadanos?
No puede haber fracasado lo que ni siquiera se ha intentado.

lunes, 23 de enero de 2006

Cambiar de modelo (X)

Mantener unas finanzas públicas en equilibrio o superavitarias es incompatible con la intervención gubernamental en la fijación de precios o en la determinación “a priori” de ganadores y perdedores en la economía. Tampoco es posible “usar” o gastar las reservas de divisas sin tener un superávit fiscal. ¿Ignorantes?, ¿mentirosos?, ¿ambas cosas?

Prometer una estricta responsabilidad fiscal por parte del gobierno es hacer una falsa promesa si al mismo tiempo se propone que el gobierno intervenga determinando precios “favorables” para tales o cuales actividades.
No se pueden tener las dos cosas.
Un ejemplo de este despropósito es la propuesta de algunos políticos – alentados por grupos industriales – de establecer los precios de los energéticos que vende Pemex a la industria “de acuerdo a sus costos de extracción” a despecho de los precios del mercado internacional, es decir: Desdeñando los costos de oportunidad. No se puede exigir que Pemex sea una empresa rentable y, al mismo tiempo, obligarla a funcionar como un dispensario de subsidios a favor de grupos de interés.
Un despropósito similar es el que salta a la vista en el programa del flamante gobierno de Evo Morales en Bolivia, en el cual después de ofrecer finanzas públicas sanas – como propósito genérico- se establece que el gobierno intervendrá en la industria energética para fijar precios, márgenes de utilidad, volúmenes y hasta formas de organización a despecho del mercado internacional.
Igual despropósito es hacer promesas enfáticas de responsabilidad fiscal en México – en algunas propuestas electorales- al tiempo que se promete bajar por decreto los precios de la gasolina o de la energía eléctrica y que se asegura que no se permitirá, bajo ningún motivo, la participación de inversionistas privados en ese sector. Simplemente no se pueden hacer compatibles las tres promesas: Finanzas públicas en orden, precios de energéticos controlados al margen del mercado y mantenimiento del monopolio gubernamental en el área de la energía.
Simplemente, la promesa de responsabilidad fiscal, en este caso, es mentira.
He sostenido, a lo largo de esta serie de artículos, que el saneamiento de las finanzas públicas en México está inconcluso: Persiste una indeseable dependencia fiscal del petróleo que sólo podrá superarse con una reforma fiscal bien hecha que termine con los tratos especiales y privilegios, que siga disminuyendo la tasa del Impuesto Sobre la Renta y que grave con una sola tasa de Impuesto al Valor Agregado a todos – absolutamente todos- los bienes y servicios.
Además, México requiere de un largo periodo de superávit fiscales auténticos para lograr un desendeudamiento neto (de deuda interna y externa a la vez) en el balance fiscal. Este requisito – entre otros- lo pasan por alto las ocurrencias de algunos iluminados (expuestas hace poco en ciertos noticiarios de televisión) que exigen “usar” las reservas de divisas del Banco de México, sin considerar que dichas reservas sólo pueden ser adquiridas por el gobierno mediante desendeudamiento neto (superávit fiscal) y no son sólo una especie de ahorro improductivo.

Cambiar de modelo (IX)

Junto con la tarea de reconstruir la economía México emprendió una apertura comercial decisiva que ha arrojado múltiples beneficios.

El crecimiento de la economía en los últimos años habría sido aún menor o probablemente negativo sin apertura comercial.
Suele olvidarse que antes del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, a fines de la década de los ochenta, México emprendió una atinada apertura comercial unilateral que arrojó beneficios inmediatos; lo cual, por cierto, comprueba que la apertura por sí misma – aun sin necesidad de acuerdos comerciales bilaterales o globales- incrementa la productividad y beneficia sobre todo a las economías que toman la iniciativa de eliminar o disminuir aranceles y otras barreras al comercio.
Pese a estos beneficios innegables, persisten en México propuestas, actitudes y alianzas políticas que recelan de la apertura comercial o se oponen a ella. Hace poco, por ejemplo, un empresario mexicano distribuidor de automóviles decía ante un perplejo auditorio de estudiantes de economía: “Se nos ha pasado la mano con la apertura comercial y el neoliberalismo (sic), hace unos años competíamos cinco marcas de autos en México y hoy son más de una veintena, lo que nos obliga a vender a precios de remate”. Al fondo del auditorio la jeremiada de este negociante fue interrumpida por una exclamación espontánea: “¡Vaya!, si los precios bajos y la variedad son los males del neoliberalismo, que nos den más de esos males”.
La miopía de algunos políticos – que no atinan a pensar en términos de beneficio a los consumidores y suelen ver sólo el limitado interés de grupos de productores organizados políticamente- les hace “comprar” propuestas absurdas, como la de seguir postergando la apertura comercial en materia de algunos granos básicos, como el maíz o la de “revisar” el TLCAN para revertir más o menos la apertura.
México requiere más, no menos apertura. México requiere más, no menos globalización. México requiere de más, no de menos competencia. Si algo ha obstaculizado el crecimiento de la economía ha sido la persistencia de barreras de entrada en áreas clave de la actividad económica, desde el transporte aéreo hasta las telecomunicaciones, pasando por los energéticos y los medios de comunicación electrónicos.
Algunas de estas barreras, especialmente a la inversión, atentan también contra un régimen de pleno respeto a los derechos de propiedad. Salvo excepciones los llamados organismos empresariales en México tienden más hacia el proteccionismo que a la libertad comercial y de inversión. No pocos actores y organizaciones políticas, de viejo y de nuevo cuño, han prosperado a la sombra de intereses proteccionistas o, como sucede en el caso de la industria farmaceútica y los medicamentos, alentando leyes y reglamentos que lesionan los derechos de propiedad, bajo el pretexto de “nacionalismo”.
¿Qué se esconde detrás de los llamados a “cambiar de modelo” económico?, ¿acaso la propuesta descabellada y absurda – ruinosa para los consumidores mexicanos, que a la postre somos todos- de volver al “modelo” de una economía cerrada?

domingo, 22 de enero de 2006

Cambiar de modelo (VIII)

Los derechos de propiedad, y la mera posibilidad de formar un patrimonio, son prácticamente imposibles en un entorno de inestabilidad económica. La inflación – y su inevitable acompañante, la avidez de los gobiernos por hacerse de los recursos de la sociedad- expropia cotidianamente sin audiencia previa, sin juicio y sin causa a todos, especialmente a quienes menos tienen.

La reconstrucción de la economía mexicana, que aún no concluye, se inició hace 22 años con el gobierno de Miguel de la Madrid, sobre las ruinas de unas finanzas públicas quebradas, una moneda inservible y ante la ominosa intervención del gobierno en las más disímbolas áreas de actividad que despojaba a los mexicanos de sus bienes y desalentaba cualquier esfuerzo productivo.
Hoy la economía mexicana disfruta de nuevo de la estabilidad económica. La inflación anual de 2005 fue ligeramente superior a 3 por ciento; las finanzas públicas, en su medición tradicional, están en el umbral del equilibrio entre ingresos y gastos. Como resultado de dicha estabilidad, las tasas de interés han disminuido, ha aumentado la disponibilidad de recursos crediticios y de capitales para la inversión productiva (que es la que realizan las personas y las familias, no el gobierno), lo que a su vez ha permitido que en México volvamos a ver fenómenos que no se vivían hace décadas: un crecimiento sólido de la construcción y venta de viviendas, la adquisición en gran escala de bienes duraderos – como automóviles -, la reactivación – después de años de letargo- del crédito bancario y no bancario.
Las personas, las familias, las empresas pueden planear y trazarse objetivos de largo plazo (uno de los efectos sociales más nocivos de la inflación es que acorta los plazos a tal grado que la actividad económica se enfoca a la mera subistencia o a la maquinación de actividades predatorias): Se puede planear, con razonable certidumbre, la educación de los hijos, la construcción de una casa, la adquisición de un auto, el emprendimiento de un negocio, el desarrollo de una carrera profesional.
Sin embargo, esta estabilidad aún es precaria. Las finanzas públicas se han beneficiado, en los últimos años, de una situación extraordinariamente favorable (tasas de interés internacionales bajas y precios del petróleo altos) que sin duda NO será permanente; más todavía: a falta de una reforma fiscal, las finanzas públicas siguen lastradas por la dependencia del petróleo. Por su parte, los logros de la política monetaria en el combate a la inflación distan de ser definitivos y podrían revertirse si en el futuro el Poder Ejecutivo atenta de facto contra la autonomía de la política monetaria (por ejemplo, manipulando el tipo de cambio) o si la intervención del gobierno en la fijación de precios – al margen del mercado libre- genera nuevas distorsiones en la asignación de recursos.
Nada puede ser más aberrante, cuando estamos cerca de consolidar la reconstrucción, que abandonar el esfuerzo y volver al modelo equivocado.

Cambiar de modelo (VII)

La estabilidad es requisito indispensable – básico – para el crecimiento. Por lo pronto, nos ha permitido pasar de lo urgente a lo importante. Con estabilidad económica y una mayor democracia podemos, ahora sí, discutir lo que aún falta para crecer más rápido y sostenidamente.

Desemopolvando papeles he encontrado un artículo que escribí en diciembre de 1986 – y una apostilla a ese artículo escrita en 1993- que dan una idea de la magnitud de la tarea de reconstrucción de las finanzas públicas y de la moneda, así como de cuán dañada quedó la economía mexicana tras el inopinado viraje que le imprimieron los gobiernos de Echeverría y López Portillo.
Cito algunos párrafos: “El punto en el que los planes oficiales para 1987 parecen más vulnerables es el de la inflación. Y sin un control efectivo de la inflación todo el castillo puede caerse”. Tras esta advertencia reconocia que “mal que bien” las penurias financieras del sector público se habían ido paliando con endeudamiento, sobre todo interno: “El gobierno mexicano se ha financiado, pues, poniéndole precio a su palabra de que en el futuro las cosas mejorarán. El precio es la tasa de interés a la que debe colocar Cetes y otros medios de pago”.
Y más adelante: “…de la economía irresponsable y bullangera del ‘crecimiento con inflación, que al fin tenemos petróleo’, se ha llegado en unos años a la economía del diablo: inflación desbocada en medio de la parálisis económica. (Y, para acabarla de fastidiar, caen los precios del petróleo).
“¿Qué sucedió? En primer lugar, que faltó realismo para medir la magnitud de la crisis y combatirla; en segundo lugar, que faltó fortaleza para reducir más el gasto corriente en vez de sacrificar el gasto de inversión y descapitalizar a grandes segmentos de la población con aumentos súbitos y descoordinados de los precios de bienes y servicios públicos; en tercer lugar, que faltó celeridad para iniciar el urgente ‘cambio estructural’ prometido a la sociedad (lo que habría permitido enfrentar la caída de los precios del petróleo con una economía menos vulnerable).
“Y en cuarto lugar, pero no al último, ha faltado y sigue faltando democracia para escuchar a la sociedad en vez de usarla de convidado de piedra”.
Hasta aquí el artículo de diciembre de 1986. Cito la anotación al margen que le hice en 1993: “Hoy día las cosas son un poco diferentes: el gobierno de CSG sí ha hecho, al menos, algunas de las cosas que faltaron en el pasado, por ejemplo, celeridad para el ‘cambio estructural’. Eso es bueno, pero insuficiente. La verdadera apertura a la democracia sigue ausente. ¿Llegará?”.
Lo urgente – sanear las finanzas públicas – desplazó a lo importante – el cambio estructural- y la falta de democracia fue más un obstáculo, (que hizo más dolorosa y lenta la reconstrucción y que sesgó y limitó indeseablemente algunas medidas de cambio estructural) que una ayuda.
¿Cambiar de modelo?, ¿para perder lo que se ha logrado y volver a la economía del diablo?

Cambiar de modelo (VI)

De 1983 a la fecha, más de 22 años, los pilares de la economía mexicana – la política fiscal y la política monetaria- se han tenido que reconstruir penosamente. Hoy que esa reconstrucción empieza a dar frutos tangibles, hay quien propone, inopinadamente, derrumbar de nuevo esos pilares.

Podrán discutirse la velocidad que se imprimió a la reconstrucción y criticarse los frecuentes titubeos en el camino, pero sus objetivos han sido impecables: Sanear las finanzas públicas y reestablecer el poder de la moneda, como medio de cambio, unidad de medida y almacén de valor.
En diciembre de 1982 Miguel de la Madrid recibió el encargo de sacar adelante un país en ruinas y sin esperanza. Por una parte, un monstruoso aparato estatal devoraba literalmente los cada vez más exiguos recursos de la sociedad; por otra, ese monstruo insaciable – ávido de recursos- ya no era viable. El ogro filantrópico se reveló como un ogro enfermo, incapaz siquiera de moverse, al tiempo que ese pretendido carácter filantrópico (escudado en la retórica del “Estado de Bienestar”) se había perdido por completo: La familia revolucionaria se quedó sin pastel para repartir ya no a grupos escogidos de la sociedad (digamos, a los más pobres) sino también sin porciones de pastel a disputarse entre los ambiciosos miembros de la misma familia. Repitamos la cifra: Déficit público equivalente a 17% del PIB. Para efectos prácticos eso se llama quiebra.
Por si esto no bastase, la moneda mexicana también estaba destruida. La inflación la había convertido en un guiñapo, no cumplía una sola de las funciones que clásicamente se le han asignado a la moneda: No era ni una unidad de cuenta confiable, ni un medio de cambio eficiente ni mucho menos podía funcionar como almacén de valor.
Ante un desastre de esta magnitud, lo demás es lo de menos.
En un primer momento, las “desincorporaciones” (a tal grado llegaba la intoxicación ideológica que hablar de “privatizaciones” resultaba impropio) buscaron, por encima de cualquier otro objetivo, sanear las finanzas públicas. Parecía un lujo pensar en esas privatizaciones como una deliberada política pública para hacer más competitivo y productivo al país; la urgencia del desastre hizo que lo prioritario fuese aliviar la carga sobre las finanzas públicas, allegarse recursos.
Por su parte, una vez restablecida la sensatez en la dirección del banco central también lo urgente – reestablecer mínimos funcionales para el peso mexicano- privó sobre lo importante.
A más de doce años de distancia, esos dos pilares de la economía (las finanzas públicas y la moneda) se han reconstruido y su principal fruto, valiosísimo e imprescindible, se llama estabilidad. Hoy está de moda menospreciar no sólo la magnitud del desastre heredado por los gobiernos de 1970 a 1982, sino la magnitud de la tarea de reconstrucción: renegociaciones históricas de la deuda pública, autonomía efectiva del banco central, saneamiento gradual pero sostenido de las finanzas públicas.

martes, 17 de enero de 2006

Cambiar de modelo (V)

“La esencia del problema es que las demandas sobre el ministro de economía son potencialmente infinitas. El ministro exitoso es el que mantiene las demandas en línea con las posibilidades y no incentiva a la gente para que exprese demasiados deseos”: Arnold C. Harberger.


Nadie en “la docena trágica” – desde que la economía se empezó a manejar “desde Los Pinos”, la frase es de Echeverría a raíz de la renuncia forzosa del secretario de Hacienda, Hugo B. Margain- supo decir “no”. Se ignoró la escasez como principio fundamental que rige la vida económica. El afán de poder y de mantenerse en él llevó a un esquema absurdo: Pretender satisfacer a todos – ojo con “el bien de todos”- con recursos que se soñaron inagotables y que se revelaron, a la postre, inexistentes.
Si las “agallas” del ministro de economía para decir “no” son la clave – como dice Harberger- para el éxito de la política económica, podemos imaginar lo que pasa cuando se desplaza a los ministros de economía responsables para que el Presidente – en un régimen de omnipresente y omnipotente presidencialismo- empiece a decir que “sí” a todo y a todos con cargo a una chequera pública que el propio Presidente ha decretado, voluntariosamente, inagotable.
Específicamente, el gobierno de López Portillo ignoró sistemáticamente una regla elemental de la economía de los recursos naturales exportables: Netos de costos de extracción su costo de oportunidad es la tasa de interés internacional. Esta deliberada ignorancia indujo a la peor combinación posible: Endeudamiento público irresponsable apalancado en un recurso especialmente vulnerable por su precio volátil. Recuérdese que en el colmo del voluntarismo (“actitud que funda sus previsiones más en el deseo de que se cumplan que en sus posibilidades reales”) López decretó, ante la caída de los precios internacionales del petróleo, ¡que los precios del crudo mexicano deberían seguir siendo altos!
Esta herencia nefasta – la petrolización- sigue lastrando las finanzas públicas de México hasta el día de hoy, más de 30 años después. Dos conclusiones derivadas de ese hecho: 1. La magnitud del desastre 1970-1982 fue tal que a la fecha sigue haciendo vulnerables las finanzas públicas; es decir, el saneamiento de las finanzas públicas NO ha concluido, aun cuando tengamos equilibrio fiscal en términos tradicionales (¡contra el terrorífico 17% del PIB que nos dejó López Portillo!) y 2. La reforma fiscal integral es imperativa, entre otras cosas para que podamos estimar razonablemente el tamaño deseable del sector público que puede soportar una economía mexicana con crecimientos del PIB superiores al 5% anual (un tamaño que, lógicamente, sólo puede ser menor – nunca mayor- al actual).
No es pues el modelo – si es que se quiere llamarle así- de unas finanzas públicas responsables el que no ha funcionado (o peor aún: lo que explica los insatisfactorios crecimientos del PIB), son los remanentes del “modelo” padecido de 1970 a 1982 los que siguen impediendo un mayor crecimiento, así como la persistencia de un régimen débil de derechos de propiedad, entre otros factores.
Mañana: Lo que se ha hecho y lo que falta.

lunes, 16 de enero de 2006

Cambiar de modelo (IV)

“Sin petróleo y con Rodrigo Gómez, México creció más que con petróleo, pero sin capacidad para decir ‘no’”
: Arnold C. Harberger.


La cita que encabeza este artículo es una síntesis dramática de las causas del desastre económico que heredó la llamada “docena trágica” (1970-1982) de México a los siguientes gobiernos y a las siguientes generaciones.
Gran parte de la actual clase dirigente – tanto en el gobierno como en las empresas – se formó, para bien o para mal, en esos años aciagos. Más tarde, algunos aprendieron dolorosamente la lección de a dónde conduce ignorar – en nombre de alguna utopía o de algún modelo preconcebido – la dura realidad, otros en cambio han intentado sucesivas “fugas hacia delante” para salvar la utopía original y han hecho del rechazo a la reconstrucción económica y a la liberalización su mejor bandera. Cuando estos últimos nos proponen “cambiar de modelo económico” en realidad proponen recrear – contra toda lógica y sentido común – los errores originales que condujeron al desastre que era la economía mexicana en diciembre de 1982.
He mencionado que el esquema de crecimiento en el que se basaba el llamado “desarrollo estabilizador” – más o menos del período de Miguel Alemán al de Gustavo Díaz Ordaz- mostraba ya señales inequívocas de agotamiento. Algunas de estas señales eran claramente políticas – en cierta forma, aquí se ubica el llamado movimiento estudiantil de 1968 y la respuesta represiva de las autoridades de entonces-, pero también había indicios de agotamiento en el frente económico. Consíderese, sólo por poner el ejemplo más obvio, que el modelo de crecimiento hacia dentro y de sustitución de importaciones de cualquier forma habría colapsado con la desaparición de los tipos de cambio fijos en el mundo (1972).
La respuesta, ante el agotamiento del “desarrollo estabilizador”, no pudo ser más desafortunada: Se hizo un mal diagnóstico y se propuso un nuevo esquema que conducía a un callejón sin salida (o cuya única salida, como sucedió tardíamente en 1983, fue la dolorosísima rectificación, empezando por el origen: Las finanzas públicas que, a toda costa y a un gran costo, tuvieron que empezaron a sanearse). El esquema de “desarrollo compartido” propuesto por Luis Echeverría supuso incrementar sustancialmente la presencia y actividad del Estado en la vida económica – lo que sólo acabó por vulnerar más el débil régimen de derechos de propiedad-, desdeñar irresponsablemente los tremendos peligros del déficit público y desperdiciar la preciosa oportunidad de abrir la economía mexicana al mundo, justo cuando todo el escenario mundial había decretado la inviabilidad de los modelos de desarrollo más o menos autárquicos.
José López Portillo y el “boom” petrolero – “la administración de la abundancia”, justo cuando la economía siempre es lo contrario: el reconocimiento de la inescapable escasez de los recursos- sólo agravaron más el problema. El petróleo fue, literalmente, una maldición, un opio para las finanzas públicas y para el país, que sólo agravó y prolongó el desastre. Sobre eso comentaré mañana.

domingo, 15 de enero de 2006

Cambiar de modelo (III)

La distancia y las versiones interesadas han minimizado la magnitud del desastre que heredaron las administraciones de Echeverría y López Portillo a sus sucesores. Por lo mismo, tampoco se ha valorado la magnitud de la reconstrucción.

Durante lo que he llamado la cuarta etapa de la evolución del modelo económico de México – etapa que va de 1970 a 1982- se generaron, por políticas públicas deliberadas, distorsiones monstruosas en la economía. Vale la pena recordarlas porque no estamos hablando de meros coqueteos inocentes o simpáticos con una retórica socializante o de episodios más o menos folclóricos de “agua de jamaica para todos” o de “orgullos del nepotismo” o de perros que se revelaron como incompetentes defensores del valor de la moneda.
Estamos hablando de un desastre económico en toda la línea.
José López Portillo dejó el gobierno, al iniciarse diciembre de 1982, con un déficit fiscal equivalente a 17 por ciento del PIB. Debe notarse que ese es el déficit medido convencional y tradicionalmente – diferencia entre egresos e ingresos del gobierno federal- al que podrían sumarse deudas implícitas y requerimientos financieros del sector público no reconocidos, pero existentes, que también pesaban sobre el balance fiscal. También debe notarse que la inflación desbocada actuaba, en forma perversa, como una suerte de “creativo” mecanismo de financiamiento del déficit público al facilitar la licuefacción de las deudas por su amortización acelerada (todo ello en detrimento especialmente de quienes mantienen sus activos líquidos, como asalariados y pensionados), lo que, a la postre, incentivaba una “fuga hacia delante”: Resolver demagógicamente los problemas de corto plazo con mayor inflación.
Las consecuencias de ese desequilibrio escalofriante de las finanzas públicas, en términos de bienestar, fueron terribles: Empobrecimiento generalizado; regresiones brutales en la distribución del ingreso: no sólo más pobres sino más empobrecidos; crecimientos ilusorios del producto (llegada a cierto punto la inflación contamina incluso los resultados deflactados, porque las distorsiones en los precios relativos impiden establecer deflactores confiables); corrupción generalizada, no sólo en un aparato público que se hacía omnipresente, sino también en la actividad privada porque la inflación desbocada induce la asignación perversa de los recursos y la búsqueda de rentas derivadas de la propia inflación, no de la creación de valor; reforzamiento del mercantilismo en beneficio de contadas elites en connivencia con el poder público (dicho coloquialmente: nuevas camadas de supermillonarios creadas al amparo del gobierno) y, en fin, un ambiente generalizado de cinismo e improductividad.
Esas son las consecuencias, pero ¿cómo se llegó a ello? La causa original del desastre fue, precisamente, la inopinada propuesta de “cambiar el modelo económico” para pasar del “desarrollo estabilizador” (que, en efecto, estaba a punto de agotarse) a un modelo justiciero con una agresiva participación del Estado en la asignación de los recursos (las entidades paraestatales eran, al final, más de 1,200), deteriorando aún más el de suyo débil régimen de derechos de propiedad.

viernes, 13 de enero de 2006

Cambiar de modelo (II)

A pesar de que el régimen débil de derechos de propiedad ha sido una constante desde 1917, sí son claramente perceptibles – a lo largo de las décadas- cambios o virajes en la aplicación del modelo económico. Algunos de estos cambios han propiciado mayores márgenes de libertad para consumidores y productores y, por eso mismo, han generado bienestar.

Teniendo como telón de fondo un régimen débil de derechos de propiedad, la forma en que el modelo económico de México se ha aplicado de 1917 a la fecha registra al menos cinco grandes etapas. Intentaré describir sintéticamente tales etapas:
Uno. Etapa de la prolongación de la lucha armada y de la lucha de caudillos, más o menos hasta 1925.
Dos. Etapa de formación de instituciones iniciada por Plutarco Elías Calles, que en un primer momento se dirigió a consolidar un Estado fuerte y responsable y, más tarde, acentuó los anhelos socialistas y de intervención del Estado en la vida económica.
Tres. Etapa, que inicia Manuel Ávila Camacho, donde se atenúan los impulsos socializantes y se empieza a formar un esquema de crecimiento basado en la sustitución de importaciones, la industrialización y la búsqueda de la estabilidad económica con responsabilidad fiscal. Es un esquema de crecimiento hacia dentro – favorecido por el entorno mundial- y que culmina en el mal llamado “milagro económico mexicano” o desarrollo estabilizador.
Cuatro. Etapa que se inicia en 1970 con Luis Echeverría y que explícitamente abjura del “desarrollo estabilizador” para proponer un mayor intervencionismo estatal, con retórica socialista, durante la cual se generan grandes déficit fiscales, inflación desbocada, crecimiento del aparato estatal y de la corrupción, se acentua la desigual distribución del ingreso (una aparente paradoja si se atiende a la retórica de igualiarismo salvaje, pero una consecuencia inevitable de la inflación desbocada), se generan crisis en la balanza de pagos, se desperdician recursos petroleros y se heredan, a la siguiente etapa, unas finanzas públicas ruinosas.
Cinco. Etapa de saneamiento de las finanzas públicas (De la Madrid) y posteriormente etapa reformista hacia la apertura y mayor competencia con Carlos Salinas cuya gran aportación fue la apertura comercial y con ella la firma del Tratado de Libre Comercio de Nortaemérica. Este proceso de reformas, orientado en la dirección correcta, fue incompleto y mal instrumentado en el caso de algunas privatizaciones. Persiste, además, el débil régimen de derechos de propiedad. La crisis de diciembre de 1994 alerta acerca de la inviabilidad de un régimen con tipos de cambio preestablecidos al margen de oferta y demanda. La crisis 1994-1995 desalienta el impulso reformista y desprestigia la orientación del modelo hacia la libre competencia. Se mantienen, por fortuna, la responsabilidad fiscal y monetaria que ahora empiezan a dar frutos tangibles.
Si “cambiar de modelo” significa pasar de la etapa cinco a la etapa cuatro, se nos está proponiendo – para decirlo coloquialmente – salir del purgatorio para regresar al infierno. El lunes veremos por qué.

miércoles, 11 de enero de 2006

Cambiar de modelo (I)

“Cambiar de modelo económico” se ha vuelto una especie de “karma” en algunas campañas políticas. ¿Cambiar cuál modelo por cuál otro?, ¿cómo?, ¿para qué?

Primera pregunta: ¿Cuál es el “modelo económico” que supuestamente no funciona y debe cambiarse? No nos sirve como respuesta – para un análisis responsable- decir que se trata del “modelo neoliberal de las dos últimas dos décadas”, ya que “neoliberal” sólo se está usando como una cómoda etiqueta que suprime cualquier argumento racional. Tal etiqueta lo mismo se usa para denostar prácticas mercantilistas (por ejemplo, la connivencia de ciertas elites de negociantes con los poderes públicos) que nada tienen de liberales, que para lamentarse de hechos duros – digamos, las restricciones presupuestarias a las que todos, incluso los gobiernos, están sujetos- cuyo origen nada tiene que ver con modelos económicos o con mecanismos para la asignación de recursos, sino que son hechos ineludibles, ontológicos, en cualquier sistema o escenario: La escasez siempre está ahí, trátese de Turquía, China, Estados Unidos, México o España; estemos en el siglo XVI o en el siglo XXI o nos proclamemos de izquierda, de centro o de derecha.
Si en México hay un modelo económico que se ha aplicado consistentemente desde hace casi un siglo es el que traza la Constitución de 1917, definiendo de antemano la intervención del Estado en diversas áreas de actividad económica y estableciendo un régimen débil de derechos de propiedad, que siempre – ese es el adverbio preciso – se encuentran supeditados al arbitrio de los gobiernos. En el modelo mexicano los derechos de propiedad no son derechos de las personas, preeminentes y anteriores a las atribuciones del Estado, que el propio Estado deba garantizar ante todo. Son, por el contrario, donaciones graciosas del Estado a los particulares; donaciones que en cualquier circunstancia, a juicio de los gobiernos y de los jueces encargados de interpretar y aplicar la ley, pueden ser canceladas, mutiladas o postergadas.
Obviamente, un modelo económico tal no corresponde a una concepción liberal del Estado, sino a su antítesis. Con matices, con mayor o menor énfasis, este modelo de derechos de propiedad débiles es el que ha estado vigente en México, no las dos últimas décadas sino a lo largo del siglo XX y hasta la fecha.
Dicho sea de paso -aunque lo trataremos en posteriores entregas- si el anhelo de “cambiar de modelo” obedece al insatisfactorio crecimiento de la economía mexicana (no de ahora, sino en los últimos 35 años cuando menos) la solución debe buscarse, efectivamente, en un cambio profundo: Aquél que nos permita tener derechos de propiedad fuertes y que acote, y fortalezca, las tareas del Estado y de los gobiernos en la garantía de dichos derechos y en la provisión de los verdaderos bienes públicos: Seguridad de los habitantes y de su patrimonio, respeto irrestricto a los contratos y a la ley, estabilidad macroeconómica, condiciones de plena y libre competencia en los mercados, construcción de infraestructura básica y participación subsidiaria – nunca exclusiva- en salud y educación en beneficio de los más débiles.

martes, 10 de enero de 2006

¿Emigrar a Utopía? (III y final)

¿Por qué las Utopías devienen en totalitarismos? Porque su presunta realización requiere subordinar todo y a todos a un absoluto que se predica irrefutable.

El vendedor de Utopías nos dice, enfático, que hay que cambiar de modelo, especialmente de “modelo económico”. Se trata de una seductora invitación a mudarnos a un mundo sin restricciones – precisamente a Utopía – por la vía más sencilla: “Llévame al poder, vota por mí y yo haré posible la Utopía”.
El llamado encuentra simpatizantes – no podía ser de otra manera – porque el mundo en que vivimos está sujeto a implacables restricciones, especialmente a la tosca restricción de la escasez. El llamado, incluso, despierta simpatías entre personas reputadas como inteligentes que encuentran especialmente atractivo liberarse de una vez por todas de esas limitaciones penosas que impone la economía; esos tales presumen de ser “humanistas”, personas de refinado espíritu y nobles ideales, muy por encima de las estrechas (y aparentemente injustas) leyes que predican los economistas, digamos la ley de la oferta y la demanda.
Sólo en Utopía, por ejemplo, es posible tener un nuevo modelo económico en el que al mismo tiempo el monopolio petrolero estatal disfrute de altos precios internacionales del petróleo y los consumidores gocen de tarifas de gasolina y de gas que van a la baja; sólo en Utopía, por ejemplo, podemos al mismo tiempo tener una pensión universal para todos los mayores de 70 años que se pagará mágicamente por el expediente etéreo de “combatir la corrupción”.
Aun si cerramos los ojos a estas evidentes contradicciones – disparates – que propone el vendedor de Utopías (y muchos cierran los ojos, fascinados por la bondad absoluta de la Utopía) encontramos que la única forma de hacer posible tantas maravillas es plantear las cosas en términos absolutos. En efecto, el mundo real, el de la escasez, nos obliga a los análisis costo-beneficio, a poner “algo” en el denominador de la ecuación (ese “algo”, por cierto, es la clave de la productividad) y a la desalentadora conclusión de que “no hay comidas gratis”. Es el mundo real un mundo de relatividades (pobreza y riqueza, al fin y al cabo, son conceptos relativos; se es pobre o se es rico “en relación a”, “en comparación con”). La magia de la Utopía es que entramos al mundo de los absolutos.
Ante “el bien de la causa” o lo que se ha propuesto como “el bien de todos” desparecen los relativos, todo y todos tenemos que subordinarnos al “fin colectivo”. Y aquí hace su aparición el temible rostro de la dictadura y del totalitarismo, es la segunda parte de la oferta – inevitable – del vendedor de Utopías: “Si queremos el paraíso terrenal que ofrezco, y no podemos sino quererlo porque es una obligación humanista (¡de sentido común!, se atreven a decir), el bien de todos debe prevalecer sobre el bien de cada uno y sobre cualquier otra cosa”.
Ahí aparece (junto con la miseria, la mayor pobreza, la inflación, el racionamiento, la igualación hacia abajo) el costo real de la Utopía: Si quieres la Utopía – que te promete liberarte de todas las restricciones – renuncia a ser libre. Nada más y nada menos.

¿Emigrar a Utopía? (II)

Emigrar a Estados Unidos, pese a todos los obstáculos, es para un latinoamericano pobre una decisión dictada por el cálculo costo-beneficio. Votar por la Utopía, en cambio, es una decisión dictada por el mero deseo de un pase automático al paraíso, o por el resentimiento ante un mundo plagado de restricciones.

Estados Unidos no es la Utopía. Por eso cada día miles de personas en América Latina busca emigrar – la mayor parte desafiando prohibiciones legales – a Estados Unidos. No buscan la Utopía, sino una mejora relativa, tangible, en sus condiciones de vida. Nadie puede emigrar a Utopía porque, repitámoslo, no hay tal lugar.
Sin embargo, la Utopía sigue teniendo demanda. Se atribuye a Bono, la estrella de rock, la siguiente frase: The less you know, the more you believe. “Mientras menos sabes, más crees” podríamos decir en español. Cierto. A falta de conocimientos, creencias. He ahí una fuente inagotable del poder de las utopías, ya no las creencias, sino – más allá de las creencias- “las ganas de creer”. Ganas que, a su vez, se alimentan de grandes ignorancias (involuntarias o deliberadas) sobre los fracasos de las Utopías. Y, por si fuese poco, el terreno es fertilizado por la propaganda de los vendedores de Utopías.
Don Quijote fue un gran buscador y vendedor de Utopías. Visto el personaje bajo su ángulo más favorecedor, el Quijote – dice Mark Van Doren - es semejante al maestro que confía lo mejor de su talento y de sus conocimientos a sus alumnos porque los cree merecedores de eso y más; semejante al poeta o al genio literario que no escatima lo mejor de sus dones porque cree que encontrará lectores dignos de tal regalo. Pero el propio Van Doren descubre pronto otro ángulo, realista, visto desde el cual el Quijote es monstruoso: Deseando ayudar al jovencito que es maltratado por su patrón, don Alonso Quijano sólo le causa más daños a su presunto beneficiado; luchando por un ideal etéreo de libertad absoluta, don Quijote libera a peligrosos criminales y hiere gravemente a los guardianes de la ley.
Apuremos el símil: Sancho Panza habría emigrado gustoso a Estados Unidos (afrontando, cierto, grandes penalidades), y desde allá le enviaría el dinero arduamente ganado a su esposa, Teresa Panza, entre otras cosas para la dote de su hija. Don Quijote abominaría tal materialismo tosco y propondría en nuestros días alguna de las Utopías al uso (nacionalismo socialista, social-populismo, social-burocracia, comunismo matizado y tamizado), como nos lo demuestra su hermoso discurso sobre la mítica edad de oro.
La migración a Estados Unidos no tiene nada de quijotesca. Por el contrario, es la “salida” (exit) de la que hablaba Albert O. Hirschman cuando las alternativas de la “voz” o protesta y de la “lealtad” o sumisión se han visto agotadas e inútiles. Sancho vota con los píes…, y con la cabeza. El Quijote vota con el corazón (que, por cierto, casi siempre está a la izquierda).

¿Emigrar a Utopía? (I)

Cuatro palabras: “No hay tal lugar”. Esa es la definición de Utopía. ¿Será por eso que no hay grandes corrientes migratorias hacia Cuba, Venezuela o, más recientemente, Bolivia?

Cada vez sale más caro vender utopías. Pregúntenle si no a los encargados del financiamiento de las campañas electorales.
Sin embargo, las utopías se siguen vendiendo (basta encender la televisión para comprobarlo) y en cierta forma se siguen demandando. ¿Por qué? Una respuesta simplista sería decir que las utopías se siguen vendiendo porque representan pingües ganancias para los vendedores (digamos, para los políticos). Pero esa es una respuesta totalmente insatisfactoria. Explica en todo caso la oferta de utopías, pero no su demanda. Deja en la oscuridad el hecho – comprobable y desafiante- de que las utopías conservan su atractivo de paraísos terrenales a pesar de los fracasos repetidos en la historia (mencionemos el caso más obvio: el fracaso del comunismo). La persistencia de las utopías, y de su búsqueda, desafia al mecanicismo habitual de los economistas. Tal vez, para superar ese obstáculo en el análisis, debamos atender a un concepto que acuñó Albert O. Hirschman: El empeño (striving) “un término que capta la falta de relación confiable entre el esfuerzo y el resultado. En estas circunstancias el cálculo costo-beneficio es imposible”. Ojo, el “empeño” NO es el “interés”.
En otras palabras: Hay cosas que hacemos, en las que invertimos esfuerzo, y en ocasiones hasta estamos dispuestos a enfrentar grandes penalidades para lograrlas, que de antemano sabemos o intuimos que NO nos van a reportar un beneficio tangible. Nos empeñamos en hacer esas cosas porque “debemos” hacerlas (integridad u honestidad intelectual) o porque son tan deseables que la bondad que irradian oscurece todo cálculo racional. En esta segunda categoría, supongo, entran las utopías.
Hay otro poderoso elemento que alimenta las utopías: el disgusto y hasta el rechazo asoluto al estado actual de las cosas. Decía Arthur Koestler que cuando la fe del militante marxista que él era flaqueaba – por ejemplo a la vista de las hambrunas que había provocado la utopía soviética a principios de los años 30- el elemento de rechazo a la opción alternativa – capitalismo burgués- salvaba la fe del creyente comunista; bastaba, señala Koestler, echar una ojeada al infierno nazi en Alemania para volver a creer en Stalin. Dicho en términos actuales: ¿Cuántos creyentes en una utopía social-populista en América Latina recurren a la más reciente estupidez – real o aparente - de George W. Bush o de Estados Unidos para reforzar su fe en la utopía?
Por su parte Augusto del Noce – parafraseando el célebre pasaje de Marx sobre la religión como el opio del pueblo- señalaba que la utopía marxista era “querida” ahí donde aún no se había aplicado y a la vista de las injusticias persistentes en una sociedad opulento-tecnológica. Es decir, la persistencia de la utopía (marxista, social-populista o social-burócrata) se explicaría por la persistencia de las condiciones de opresión causadas – real o aparentemente, lo mismo da- por su alternativa: capitalismo global, neoliberalismo, desigualdad. La utopía, pues, como el opio del pueblo; el suspiro de la criatura abrumada.

Artículos relacionados: ¿Emigrar a Utopía? (II), ¿Emigrar a Utopía? (III y final), En Utopía también llueve.

La forma más cara de tirar el agua

El mal uso de los recursos públicos empieza por no evaluar sus costos de oportunidad.

Unos bonitos anuncios sobre los prados secos de algunos camellones de la Ciudad de México advierten: “Patrocinado por quienes lavan su automóvil a manguerazos”. Es el típico regaño, cargado de moralina, que hacen los gobiernos políticamente correctos a los ciudadanos desaprensivos. De paso es la justificación, por adelantado, del lamentable estado de los mismos prados.
Son las 11:45 de la mañana del 4 de enero de 2006 y un camión cisterna del gobierno de la ciudad está prácticamente detenido en uno de los dos carriles de la avenida Paseo del Pedregal. Desde lo alto de la cisterna del camión un diligente empleado público lanza con una manguera chorros de agua – supongo que es agua tratada, no potable- hacia el pasto seco y triste de los camellones. Desde luego, el camión no ostenta ninguna señalización y además de obstruir el tráfico poco falta para que provoque un accidente. Sin embargo, nadie debe quejarse: Los tres sufridos servidores públicos – el chofer, su acompañante y el señor de la manguera trepado junto al tanque- están cuidando un bien público, están haciendo su trabajo.
Qué importa que lo están haciendo mal, qué importa que estén tirando literalmente el agua (cualquiera sabe que el mediodía es el peor momento para regar un jardín y que la mayor parte o la totalidad del agua se evaporará), qué importa que estén usando un método costoso, ruinoso, de jardinería (súmense a los costos del agua, los del combustible del camión, los salarios de los empleados, la contaminación, la obstrucción del tráfico y otros), lo que importa es que están actuando “por el bien de todos”.
Detrás de esos jardineros motorizados, que sólo cumplen órdenes y se ganan la vida (paradoja: destruyendo valor en lugar de generarlo), está algún iluminado funcionario que se dice preocupado y ocupado por ese bien público que son los prados de las calles de la ciudad. Ese servidor público será evaluado – incorrectamente – no por los resultados (los prados están secos), ni por el uso productivo de los recursos, sino por el uso “bien intencionado” de esos recursos (él sí se ocupo de que los prados se regaran). Como son recursos públicos son de todos y no hay que escatimarlos. Como son recursos públicos no procede hacer una evaluación de sus costos de oportunidad, sino fijarse sólo en los potenciales beneficios que deberían generar: Una ciudad verde y hermosa. Si tales beneficios no se logran siempre habrá un pretexto para justificarlo.
Así, con esa lógica del “bien de todos”, que desdeña cualquier evaluación en términos de costos de oportunidad (cuánto cuesta no sólo lo que se hace, sino cuánto se pierde por dejar de hacer otras cosas y por hacer mal lo que sí se hace), cualquiera elabora no 50, sino mil promesas de gobierno para una campaña electoral. Todo estriba en ser ocurrente.

Los pornógrafos de la democracia

Bien vistas las cosas la más grave corrupción política es la falta de honestidad intelectual; de ella se derivan las demás corrupciones.

Durante 2005 la palabra en inglés que fue más buscada en el sitio en línea del diccionario Merriam-Webster fue “integrity”. ¿Por qué? No lo sabemos, pero se trata de un dato provocador.
Uno de los mejores maestros que he escuchado decía que íntegro es quien persigue la verdad y la defiende, aunque al hacerlo eventualmente vaya en contra de su propio interés. El sinónimo de integridad es honestidad. Y esto nos recuerda que la honestidad es mucho más que un asunto de dineros faltantes o sobrantes – sustraidos, en fin- o de expedientes más o menos inmaculados. La honestidad o es honestidad intelectual – apego a la verdad, aunque nos pese – o no es honestidad en absoluto.
Junto con el diálogo platónico de la apología de Sócrates – que ojalá siga siendo de lectura y reflexión obligadas en las escuelas – recuerdo una obra literaria cuyo protagonista es un ejemplo acabado de integridad: To kill a mockingbird (traducida al español como “Matar a un ruiseñor”) de la estadounidense Harper Lee (1926). El protagonista, el abogado sureño Atticus Finch, es descrito por otro de los personajes como alguien que dice exactamente lo mismo en el interior de su casa que en la vía pública.
La demagogia es corrupta y corruptora. Por su parte, las ideologías, en tanto que falsificaciones del pensamiento (la definción es del filósofo italiano Augusto del Noce) son fuente de corrupción. Hoy día la forma más común que adopta la demagogia política es la del populismo.
Populismo no siempre fue una mala palabra. En cierta tradición política estadounidense, por ejemplo, se suponía que el populismo era “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” en contraposición de las oligarquías o gobierno de las élites. Pero rápidamente la ideología populista se reveló como otra más de las falsificaciones de las ideas, como deshonestidad intelectual.
En la práctica, muchas de las élites depredadoras (en la vida política, económica, cultural y social) utilizan el populismo como herramienta idónea para seguir medrando dentro de la democracia; y para suprimir, a la postre, la misma vida democrática.
Ejemplo: El formidable potencial de los medios de comunicación masiva para esquematizar y distorsionar la realidad ha sido usado a lo largo de la historia contemporánea – recuérdese la poderosa demagogia que desplegaban los periódicos de William Randolph Hearst y véanse sonados ejemplos cercanos en países de Hispanoamérica- para complacer los oídos del pueblo, como masa, al tiempo que se engaña y defrauda a las personas concretas, de carne, hueso, entendimiento y voluntad libres.
El populista es – al igual que el demagogo- el adulador por excelencia del populacho. En la raíz está la deshonestidad intelectual: No hacer lo que se dice, ocultar lo que en realidad se hace, tergiversar el significado de las palabras, explotar las emociones para nublar los entendimientos.
Los populistas, en fin, son los pornógrafos de la democracia.

El nuevo fichaje de la escuadra neopopulista

Evo Morales se persigna. La primera, Fidel Castro, en la frente; la segunda, Hugo Chávez, en la boca; la tercera, el Zapaterito español, en el pecho. Y Argentina ¿cuándo? Sin una visita a Kirchner, el recorrido por los santuarios populistas quedaría trunco.

Ayer el diario argentino “Clarín” parecía lamentarse: “Evo Morales inició una gira por el mundo, pero no incluyó Argentina”. Mala tarde.
Lo más probable es que haya sido mera “incompatibilidad de agendas” o incompetencia de los encargados de ambas partes, bolivianos y argentinos, en hacer posible lo deseable: Que uno de los flamantes fichajes del neo populismo se reúna con otro de los especímenes del cotarro (Néstor Kirchner) y de paso salude a unos dos millones de bolvianos que – como dice el diario argentino – viven en el país de las estampitas de Evita, Gardel y Maradona, aunque – agrego yo – tales bolivianos expatriados no parezcan arder en deseos de regresar a su patria, ahora que por la vía del triunfo de Evo se les asegura que tienen el paraíso al alcance de la mano.
Todo esto, desde luego, es apenas poco más que simbolismo, del que se alimentan lo mismo los mitos políticos que los titulares de los diarios en épocas de estiaje noticioso. Para los bolivianos de carne y hueso, la mayoría de los cuales vive en condiciones miserables – apenas mejores, quizá, a las de principios del siglo pasado o mediados del siglo XIX – nada aportará esta gira del triunfante Evo cargada de reverencias, guiños de complicidad, arrebatos de júblilo forzado y diatribas rutinarias contra el neoliberalismo y el odiado George W. Bush. Liturgia gastada que no añade nada al producto por habitante, a los bolsillos, a la mesa de la comida, a la productividad de la jornada de trabajo.
Por mor de la adocenada simbología que esgrimen los políticos repletos de promesas y ayunos de resultados – y que en nuestros días no encuentra mejor cauce que los arrebatos neo populistas- así como a causa de ese manejo simplón y maniqueo en el que medios y periodistas solemos incurrir para explicar y explicarnos las complejidades del mundo, Evo Morales está deviniendo en mito efímero que aglutina, así sea por unos días, las vagas aspiraciones de un socialismo agónico que, a sus años y con sus estertores de moribundo, le ha dado por la vertiente populista con ribetes folclóricos y desplantes de machitos envalentonados por la retórica.
Lo cierto es que sí es una ausencia lamentable de la puesta en escena del nuevo fichaje del neo populismo (Evo) haber omitido una visita a Buenos Aires en esta gira de inauguración. Como que se echa en falta en el repertorio que, hasta la tercera señal – en el pecho y en la España que padece al señor de las frases huecas, el insigne José Luis Rodríguez Zapatero, “Zapaterito”-, iba a pedir de boca.
Mira que olvidarse de Kirchner y de los argentinos, con lo susceptibles que son.

Tres horas en penumbra, añorando el progreso

Deshilvanadas reflexiones en la oscuridad durante la víspera del año nuevo.

Cuando a las 10:43 de la noche del sábado pasado se cumplieron dos horas exactas de apagón irritante pensé frente a la débil luz de la lámpara de gas: “¿Será éste el mundo que desean quienes detestan el progreso, la libertad de emprender y los avances tecnológicos?”.
La celebración del año nuevo es, para el caso de México, un fruto de la modernidad. Cuenta Luis González y González (1925-2003) que fue en el invierno de 1887 a 1888 – “uno de los más alegres y confiados de toda la historia de México”- cuando se empieza a celebrar el primer día del año. “Hasta entonces era una diversión propia de los británicos; desde entonces da en ser tan mexicana como las posadas precursoras de la Noche Buena”.
Así que festejar el año nuevo nos llegó con el ferrocarril, con la electricidad, con la revolución industrial, con el afán de progreso que une a los liberales de la República Restaurada con los “científicos” de la Paz Porfírica.
Parece romántico conversar en la penumbra. Alejarse de la civilización para jugar a que estamos como hace 200 años, volviendo al aprendizaje de las sombras; sustraerse del ruido del progreso para sumergirse en los sonidos de la natural nocturnidad. Pamplinas. Si uno desea jugar a Robinson Crusoe lo hace deliberadamente, viaja a un destino apartado, se prohíbe todo contacto con la modernidad – desde el teléfono hasta la internet- y enciende fogatas a la luz de las estrellas, sin ruidos de motores ni de estridentes alarmas de patrullas o ambulancias. Quien lo hace o se engaña a sí mismo – tragándose todo el cuento de Rosseau sobre “el buen salvaje” – o aprende a querer el progreso y la civilización.
Cuando la experiencia es forzada en medio de la ciudad, a causa de las incompetencias alentadas por un sindicato sectario, como es el Mexicano de Electricistas, que controla para efectos prácticos la proverbial improductividad de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, el asunto se vuelve abominable.
Tras tres horas de oscuridad inexplicable regresa la luz de forma igualmente arbitraria. Es inútil renegar de estos sindicalistas de extrema izquierda (el SME), algunos de cuyos líderes supremos deben estar, a las mismas horas, en La Habana, Cuba, festejando la víspera del 47 aniversario del triunfo de la revolución traicionada y expropiada por Fidel Castro. Por esos pagos los líderes del SME suelen transitar en efemérides revolucionarias.
Grandes segmentos de las izquierdas latinoamericanas detestan el progreso, en la medida que el progreso se asocia con el liberalismo, con la inventiva individual, con el comercio libérrimo. Ya ni siquiera les queda el mito del progreso proletario que propalaba la Unión Soviética.
Ahora, en el paraíso socialista del Caribe ya no se exalta a los rubicundos bolcheviques, con sus tractores y sus abundantes espigas de trigo. Ya no más. Ahora se exalta a un indígena Aymara como talismán de una revolución que se dice indigenista y - ¡válgame Dios! – “etnocentrista”.

¿El año del liberalismo mexicano?

Aprovechemos la efemérides – 200 años del nacimiento de Juárez – para discutir por qué el auténtico liberalismo sigue siendo estigmatizado, adulterado e ignorado en México.

Al explicar los múltiples obstáculos que debió enfrentar el programa liberal de la República Restaurada (1867-1876) el historiador Luis González escribió una frase reveladora: “Dos faltas de respeto (a la vida y a los bienes del prójimo) eran tendenecias sesentonas de México”.
Dicho en términos modernos, los liberales mexicanos del siglo XIX enfrentaron la indiferencia o el rechazo de la mayor parte de los mexicanos de entonces (apenas ocho millones de personas) a los pilares en que se funda el auténtico liberalismo: El respeto a la vida y a la libertad de los demás, el respeto a los derechos de propiedad y el escrupuloso respeto a los contratos que garantiza la ley.
Preguntémonos: ¿Es hoy diferente, cuando innumerables políticos promueven y aprovechan la falta de respeto a los derechos ajenos – digamos, el derecho al libre tránsito por las vías públicas – para cultivar clientelas políticas y cobijar pingües negocios al margen de la ley?
Escribe también Luis González que la promoción de la propiedad individual que hicieron los liberales como Benito Juárez o Melchor Ocampo se estrelló contra la arraigada costumbre indígena – auspiciada también por conquistadores y misioneros españoles – de la propiedad comunal, que siendo de todos termina siendo de nadie.
Preguntémonos: ¿Es hoy diferente cuando se sigue estigmatizando la propiedad indivudual, como si fuese resumen y catálogo de todos los egoísmos?
También se enfrentaron los liberales del siglo XIX en el poder (un puñado de 18 hombres que, al decir de Daniel Cosío Villegas, parecían gigantes) a un arraigado odio contra el lucro – como motor del progreso económico y del bienestar. “Al ideal de enriquecimiento – escribe González- se enfrentaban la poquedad de tierras y cielos, una pereza de siglos y la inexistencia de capital”.
Preguntémonos: ¿Las propuestas políticas aparentemente más populares en el México de hoy fomentan la creación de riqueza, estimulan la competencia, incentivan el ahorro y el trabajo o, por el contrario, premian y subliman la pobreza, promueven el asistencialismo y el ocio, estigmatizan la riqueza ajena como si fuese causa de la miseria propia?
Decía Justo Sierra que el anhelo de Juárez fue sacar “a la familia indígena de su postración moral, la superstición; de la abyección mental, la ignorancia; de la abyección fisiológica, el alcoholismo, a un estado mejor, aun cuando fuese lentamente mejor”.
Preguntémonos casi 150 años después: ¿Qué nos ha dejado la práctica antiliberal de exceptuar a las comunidades indìgenas de la ley pareja y universal, para consagrar en cambio los nefandos “usos y costumbres”?
Resume González: “Los ideales de la pequeña propiedad, el trabajo libre y la mudanza incesante se enfrentaban a una herencia de señores, siervos y sedentes”.
Este año, 2006, podría ser el año ideal para recuperar el anhelo de esos grandes liberales del siglo XIX y repudiar – en las urnas – las propuestas antiliberales que nos mantienen en la postración.

¿Quién dicen que ganó en Bolivia? (VI y último)

De aplicarse la ley contra la corrupción que propone el futuro gobierno de Bolivia, en ese país se instaurará un régimen de terror, por encima de los poderes constitucionales, que amenazará la vida, el patrimonio, la privacidad y la integridad de cualquier habitante.

El futuro vicepresidente de Bolivia calcula que los más impacientes partidarios de un cambio radical en ese país les darán un máximo de seis a ocho meses para dar resultados. Como lo más probable es que los resultados en términos de bienestar económico serán nulos, el pueblo podrá “disfrutar”, al menos, de ver en la picota a quienes considere sus enemigos y de satisfacer sus ansias de venganza.
La legislación anticorrupción también servirá para que el gobierno se haga temer de propios y extraños, para incentivar las delaciones anónimas y fomentar las venganzas entre rivales.
La propuesta ley (ver “Ley de Marcelo Quiroga Santa Cruz contra la corrupción”)tiene todos los ingredientes para ser una herramienta de terror al servicio de quienes estén en el poder y manipulen el “Concejo Nacional contra la Corrupción” formado por entre cinco y siete miembros “propuestos por organizaciones de la sociedad civil” y aprobados por el Congreso que gozarán de total inmunidad para hacer sus investigaciones y denuncias públicas.
Los sujetos a esta ley no sólo serán los funcionarios públicos sino todas las personas públicas o privadas que pudiesen haber participado en delitos de corrupción, sea como agentes, cómplices, beneficiarios o encubridores.
La amplitud de sujetos de la ley anticorrupción se compadece con la amplitud de delitos que caen – según la proyectada ley – en esa categoría, incluido por ejemplo el delito de “conducta antieconómica lesiva para el Estado”. Otro delito, de los 18 enunciados, es el de incurrir en “sobreprecio irregular” (hay que suponer que para ser criminal bastaría con vender algún bien o servicio por encima de lo que los miembros de la comisión consideren “justo”).
Los miembros de la comisión anticorrupción – entidad “autárquica e independiente de los tres poderes del Estado”- además de gozar de los mismos fueros o inmunidades que los legisladores, podrán disponer requisas, embargos, detenciones, extradiciones. Asimismo, podrán levantar investigaciones sobre cualquier fortuna que ellos mismos supongan sospechosa de ilícito, sea de funcionarios públicos o de particulares.
Como bien dice el electo vicepresidente Álvaro García Linera, los cerebros del futuro gobierno de Bolivia no son unos ilusos aptos para escribir novelas, sino políticos realistas. Saben, como lo sabían Hitler y Goebels, como lo sabían Lenin, Molotov y Stalin, que esas “patrañas burguesas” sobre los derechos humanos, el poder judicial independiente, el derecho a juicios imparciales, el derecho a la defensa, el derecho a la privacidad y la libertad de oferentes y demandantes en el mercado, sólo estorban y paralizan cuando se está construyendo – por enésima vez- el paraíso terrenal.
Como siempre sucede el prometido paraíso se volverá un infierno, pero ese es un aprendizaje que estos nuevos redentores del pueblo se rehusan a cursar.

¿Quién dicen que ganó en Bolivia? (V)

El programa del próximo gobierno de Bolivia no deja lugar a dudas: El Estado será el principal actor de la vida económica, intervendrá directamente en la fijación de precios y ganancias.

La buena noticia, en lo que hace al programa económico, es que se postula como una necesidad el equilibrio macroecnómico y se hace un reconocimiento explícito de la autonomía del Banco Central de Bolivia, ente – dice el programa- en el que recae la responsabilidad de la estabilidad. La mala noticia es que tras este reconocimiento a las políticas monetarias ortodoxas y a cierta estabilidad fiscal, el resto del programa propone la abierta y directa intervención del gobierno en la fijación de precios, márgenes de utilidad, asignación de recursos y propiedad de los mismos. Tal intervencionismo a ultranza es una garantía de que Bolivia no sólo permanecerá en la pobreza, sino que ésta se agravará.
(Para efectos de la campaña electoral el Movimiento al Socialismo (MAS) difundió “diez propuestas para cambiar el país” que pueden encontrarse aquí, en tanto que una versión más detallada del programa de gobierno se localiza en este otro sitio ).
Sorprende que los autores del programa del MAS hayan desdeñado de plano las múltiples y repetidas experiencias de fracaso del intervencionismo estatal en la economía de las que da cuenta la historia mundial del siglo XX.
Es claro, por ejemplo, que los actuales inversionistas extranjeros en hidrocarburos (especialmente españoles y el Estado brasileño a través de Petrobras) difícilmente aceptarán que el gobierno boliviano sea no sólo el propietario de los recursos naturales sino que establezca los precios (internos y, en un alarde de voluntarismo del programa, ¡hasta externos!) de los hidorcarburos y, por lo tanto, establezca a priori un margen de utilidad (si hay alguna) para las actividades de extracción y producción. Las consecuencias de menospreciar los mecanismos de mercado serán, en esa y en las demás actividades económicas, desastrosas.
El programa propone, pomposamente, la creación de una “matriz productiva” para toda la economía, en el más puro estilo de la planificación centralizada que fracasó en la Unión Soviética y en la China comunista previa a Deng Xiaoping.
Para la realización del programa el nuevo gobierno necesitará sustituir al actual poder legislativo por una Asamblea Constituyente – que deberá elegirse en el mes de julio- a modo, que le permita abrogar varias leyes y promulgar otras tantas que le den legalidad a sus propósitos.
Se dirá que los programas de gobierno nacen para NO ser cumplidos. Habrá que ver qué sucede en este caso. De cualquier forma, los primeros signos que está enviando el futuro gobierno son inequívocos y para muestra bastan dos botones. La página oficial del MAS daba el lunes pasado dos noticias: El gobierno ya cursó invitaciones oficiales a los gobiernos de Cuba y Venezuela (ésos dos específicamente son los que se anuncian) y el nuevo gobierno ya estudia la creación de un impuesto que grave “la riqueza suntuaria”.

¿Quién dicen que ganó en Bolivia? (IV)

Un factor decisivo en el futuro gobierno de Bolivia será el papel efectivo que desempeñe el vicepresidente electo, Álvaro García Linera, un intelectual de línea marxista y exguerrillero.

Cuando Álvaro García Linera tenía siete años y era un escolar privilegiado en el colegio católico Don Bosco de Cochabamba, estaba naciendo Evo Morales en Orinoca, Provincia Sud Carangas, departamento de Oruro, en el seno de una familia que el propio Morales describe como de “nacionalidad Aymara”. La fórmula triunfadora “Evo para presidente y Álvaro para vicepresidente” ha juntado los destinos de estas dos trayectorias contrapuestas (ver las biografías respectivas en: Morales y García Linera).
García Linera es matemático egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México, pero se define a sí mismo como autodidacta en Ciencias Sociales, que de hecho es la especialidad académica en la que se ha desempeñado como autor y catedrático en su país. Para la enviada del periódico español ABC a las elecciones bolivianas, C. De Carlos, (ver aquí) García Linera sería “el cerebro del MAS – Movimiento al Socialismo-, el ideólogo en el que se inspira Evo Morales y el hombre fuerte de su futuro Gobierno”. Pero en la versión oficial las cosas serían diferentes y el intelectual de la fórmula evitará opacar a Morales o suplantarlo, algo que en el caso de Bolivia representa un escenario factible (en ausencia definitiva del Presidente, por renuncia o por causas de fuerza mayor, el vicepresidente asume automáticamente la Presidencia, tal como sucedió al renunciar Gonzalo Sánchez de Losada, forzado por las persistentes manifestaciones y bloqueos de los movimientos opuestos a su política económica y acusado de reprimir a los manifestantes, y el vicepresidente Carlos Mesa asumió el mando).
García Linera es más específico que Morales en precisar el programa de gobierno. Por ejemplo, respecto de las posibles autonomías indígenas se dice partidario de un modelo similar al belga, donde en un sistema federal el tercer nivel de gobierno lo constituyen las comunidades lingüísticas (ver sobre Bégica).
El periodista Emir Sader en el periódico de extrema izquierda "Rebelión" no duda en calificar a García Linera como “intelectual marxista” (ver cita) y la extensa bibliografía del futuro vicepresidente parece confirmar esta clasificación, con títulos, entre muchos otros, como “Introducción a los estudios etnológicos de Karl Marx” (1988), “Introducción al cuaderno Kovalevsky de Karl Marx” (1989) o “El Manifiesto Comunista y nuestro tiempo” (1999). Sin embargo, en sus primeras declaraciones, tras el triunfo del 18 de diciembre, aparece más como un político realista, que pinta su raya respecto de los gobiernos de Hugo Chávez y de Fidel Castro (así sea retóricamente) y advierte que serán un gobierno que sabrá hacerse amar por quienes tienen poder para desestabilizar Bolivia (por ejemplo, los seguidores de Felipe Quispe) pero también hacerse respetar usando los medios coerctivos del Estado: “Tendremos la voluntad política de hacernos temer. Eso es el Estado y el que no lo comprende debe dedicarse a escribir novelas”.

¿Quién dicen que ganó en Bolivia? (III)

El triunfo de Evo Morales fue festejado épicamente por los propagandistas de Fidel Castro; de inmediato, los compañeros de viaje – los “tontos útiles” como les llamaba Lenin – repitieron la consigna haciendo del próximo Presidente boliviano una especie de talismán.

Lisandro Otero González es uno de los propagandistas de Fidel Castro con mayor oficio literario (de hecho ha pergeñado algunas obras distinguidas con premios políticamente correctos) y le ha tocado el honor de difundir la nueva epopeya de la izquierda latinoamericana, personificada en Evo Morales. El 14 de diciembre, por ejemplo, a través de Radio Progreso de La Habana dibujó algunos conmovedores rasgos biográficos de quien cuatro días después ganaría las elecciones en Bolivia:
“Evo Morales, de humildísimo origen, ha sido pastor, trompetista de orquesta y conscripto militar; ha confesado que aún se lava él mismo su ropa interior y sus calcetines, lo cual es un indicador de su origen de clase. Ahora ha sabido interpretar los anhelos de las masas bolivianas”.
Antes de este alegato de clase (“origen es destino”), Otero había narrado cómo un jovencito Evo de sólo 14 años quedó impresionado al poder probar cáscaras de naranja que desaprensivos viajeros arrojaban desde las ventanillas de un autobús, cuando Evo y su familia emigabran a Cochabamba (ver aquí).
Una vez confirmado el triunfo de Morales, el 20 de diciembre el propagandista Otero estalla en júbilo en las páginas del sitio “Rebelión. Tupac Katari” y anticipa qué países deben seguir en el continente derrotando a los nefandos gobiernos de la derecha:
“El espectacular triunfo de Evo Morales en Bolivia excedió todas las expectativas. Se trata no solamente de una oportunidad emancipadora para uno de los países más pobres de nuestro continente sino un impulso más a la ola de liberalización que ya une a Argentina, Brasil, Uruguay, Venezuela y Cuba a la cual ahora se une Bolivia. Y si las cosas siguen como van el año próximo el triunfo probable de Andrés Manuel López Orador borrará del poder a uno de los gobiernos más reaccionarios y sumisos en la historia de México, el nefando sexenio de Vicente Fox”.
El ejemplo de Otero ha cundido entre los comentaristas de izquierda y en México no ha faltado el columnista que le ha avisado a Evo Morales (por si el futuro Presidente tiene la fortuna de leerlo) que “no está solo”, sino que cientos de fervientes revolucionarios – así sean de escritorio- le acompañan.
Llama la atención, por cierto, que Otero haya incluido entre los bastiones de la “liberalización” revolucionaria a Brasil, cuyo gobierno está muy alejado del neopopulismo vigente en Argentina o en Venezuela. Más sorprendente es el asunto si se considera la próxima expropiación de las inversiones de Petrobras en Bolivia, anunciada – con eufemismos – por el futuro gobierno de Morales.
Más que poéticas, las licencias que se toma Lisandro Otero son las licencias propagandísticas que se conceden a sí mismos los “buenos revolucionarios”.

¿Quién dicen que ganó en Bolivia? (II)

Evo Morales no sólo es indígena, es indigenista. Pero hay en Bolivia indigenistas aún más radicales, como Felipe Quispe, que pueden hacerle imposible el gobierno.

En México, un diputado del PRD, el profesor Iván García Solís, se dejó llevar por el entusiasmo de las efemérides – tan frecuente en las izquierdas latinoamericanas – y proclamó en la tribuna que Evo Morales será el primer Presidente indígena en América. Desde luego, el perredista se equivocó; olvidó nada menos que al mexicano Benito Juárez y recibió una andanada de críticas.
Lo que los críticos de García Solís no tomaron en cuenta es que el olvido de Juárez – en el panteón de los héroes del indigenismo de izquierdas- es explicable, toda vez que Juárez fue un indígena liberal (¡horror!), reformador, que abominaba – con justa razón – los atavismos aldeanos y trató, junto con la pléyade de los liberales mexicanos del siglo XIX, de aismilar a México a la modernidad y al mundo; un liberal, además, que admiraba sin rubor las instituciones democráticas y de gobierno de Estados Unidos (¡doble horror!). Porfirio Díaz fue, también, presidente indígena, pero tampoco cuenta en el panteón políticamente correcto tanto por su adscripción formal al liberalismo como por su tan vituperada dictadura modernizadora.
Evo Morales, en cambio, no sólo es antiyanqui sino indigenista. Proclama la reivindicación de los “pueblos orginarios” frente al “colonialismo” y en contra, desde luego, de la globalización y del presunto imperio estadounidense. (Dicho sea de paso, como ya lo mostró en sus primeras declaraciones como presidente electo, el fantasma del colonialismo le proporciona una excelente excusa frente a sus impacientes partidarios: No pueden abolirse en un día –dice- prácticas coloniales odiosas que tienen más de 500 años en América).
Sin embargo, hay de indigenismos a indigenismos. Para Felipe Quispe, también indìgena boliviano y enemigo acérrimo de los blancos y de lo extranjero, Evo Morales no es más que un traidor de la causa indigenista. Quispe sueña, y lucha violentamente por ello, con desmantelar el Estado boliviano y hacer resurgir en el territorio las orignarias naciones indígenas. Se dirá que los partidarios de Quispe no suman más del cinco por ciento del electorado boliviano, pero su capaciad de movilización y obstrucción es formidable. Quispe no deja lugar a dudas: “Soy la mala conciencia de Evo”.
Por otra parte, los fundamentalistas del indio – como Quispe – ven también como enemigos al partido que llevó a la Presidencia a Morales (Movimiento Al Socialismo, MAS) y a sus acompañantes, como el vicepresidente electo Álvaro García Linera, quien ni racial ni culturalmente tiene un ápice de indígena.
Quispe maneja perfectamente los métodos desestabilizadores que depusieron en los últimos tres años a dos presidentes en Bolivia. Evo Morales recurrió – al tiempo que lo hacía por su cuenta el propio Quispe- a tales métodos (el golpe de Estado callejero) en ambas ocasiones.
Basta tener numerosos indígenas miserables dispuestos a resistir sin pausa y mostrarse intransigente; refractario al diálogo y a la negociación.

¿Quién dicen que ganó en Bolivia? (I)

Evo Morales asumirá la Presidencia de Bolivia acosado por todas partes, especialmente será acosado brutalmente por todos sus “amigos”, aliados coyunturales que – cada cual – exigirá perentoriamente la realización de un paraíso diferente. La víctima, otra vez, será el pueblo boliviano, especialmente los más pobres.

Evo Morales tiene problemas con los teléfonos.
El presidente de Chile (saliente) el socialista Ricardo Lagos le habló por teléfono para felicitarlo por su triunfo del 18 de diciembre; un colaborador de Morales tomó el aparato y le dijo al mandatario chileno que el recién electo Presidente de Bolivia no podía atenderlo. Unas horas después Evo se quejaba ante la prensa de que sólo el gobierno chileno NO lo había felicitado por su victoria. De inmediato fue desmentido, cortés pero firmemente, por la cancillería chilena: No sólo dejó “colgado” en la línea a Lagos, también recibió por escrito una calurosa congratulación, que ignoró, de sus vecinos chilenos. Primer problema.
Más tarde, Evo Morales cortó abruptamente una entrevista telefónica con un periodista de la BBC, cuando éste le pidió explicar “con claridad” su postura acerca de las autonomías que buscan algunos de los nueve departamentos (provincias) de Bolivia – especialmente la relativamente próspera provincia de Santa Cruz donde sólo un tercio de los electores votaron por Evo y donde se alzó con el triunfo Rubén A. Costas ferviente partidario de la autonomìa y adversario de Morales. La breve entrevista telefónica no sólo fue cortada de improviso (Morales le dijo al periodista que no tenía por qué repetirle las cosas) sino que fue poco favorecedora para Evo, quien, entre otras cosas, se equivocó al decir que la Coca-Cola sigue utilizando la coca que obtiene de Bolivia como ingrediente en sus bebidas (algo que dejó de hacer la multinacional desde 1929, según le recordó el periodista). Segundo problema.
Al día siguiente, un grupo de irreverentes periodistas de la cadena radial española COPE – del Episcopado español- engañaron a Evo por teléfono imitando la voz del jefe de gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, quien en la broma se congratulaba de que el triunfo de Evo consolidaba el eje La Habana-Caracas-La Paz en contra del neoliberalismo y del imperio yanqui. Después, el auténtico Rodríguez Zapatero (la verdadera víctima de la broma cruel de los periodistas de la COPE) hubo de llamar a Evo Morales para ofrecer disculpas por esa “broma inaceptable”. Tercer problema.
Son sólo tres anécdotas más o menos triviales que reflejan, sin embargo, la impreparación de Morales ante el inmenso desafío que supondrá tratar de gobernar Bolivia – con sólo dos de los nueve Prefectos departamentales recién electos pertenecientes al partido que lo llevó al triunfo-, en medio de expectativas desbordadas y contradictorias dentro y fuera del país.
La primera pregunta es: En realidad, ¿quién ganó las elecciones?, ¿el Movimiento Al Socialismo (MAS) llevó a Morales al triunfo o Morales llevó a ese partido de izquierda con acentos indigenistas al poder?.

“Por el bien de todos”: Una sublime patraña (II y final)

Quien hoy asegura que en todo lo que hace y dice – y en todo lo que hará y dirá en el futuro- sólo lo guía “el bien de todos” ya ha dado muestras elocuentes de lo que entiende por eso. Aquí algunos ejemplos.

Por el bien de todos hay pase automático. Por el bien de todos hay universidades – como la que estableció el gobierno de la Ciudad de México- en las cuales no hay odiosos exámenes de conocimientos y aptitudes, en las cuales el ingreso se logra por sorteos azarosos.
Por el bien de todos las calles del centro de la Ciudad de México han sido hipotecadas a gremios de comerciantes ambulantes, que a su vez son fuente de ingresos paralelos para las autoridades locales y carne de cañón para usos electorales o de intimidación política.
Por el bien de todos la información sobre las obras públicas permanece oculta, resguardada frente a incómodas inquisiciones.
Por el bien de todos el Distrito Federal es una de las entidades más herméticas en materia de transparencia y acceso a la información pública. Es por el bien de todos, porque así – dicen – no gastamos en más burocracia.
Por el bien de todos se desechan los criterios de costo-beneficio en el gasto público ya que sería mezquino evaluar lo que se hace con tanto “amor al pueblo”.
Por el bien de todos no hay que preguntar a dónde fueron a parar los maletines repletos de dólares que recibieron los paladines del bien de todos.
Por el bien de todos hay que quitarle sus propiedades a una viuda para que prospere una empresa cooperativa mercantil.
Por el bien de todos hay que olvidarnos de la ley y de la impertinente aplicación de la ciega justicia.
Por el bien de todos hay que cerrar los ojos ante un linchamiento que costó dos vidas porque esos “usos y costumbres” forman parte del bien de todos.
Por el bien de todos hay que oponerse a que los organismos financieros – encargados de preservar derechos de propiedad y cumplimiento de los contratos- sean autónomos y no dependan de la voluntad omnímoda del supremo benefactor.
Por el bien de todos hay que poner en duda la imparcialidad de los órganos electorales autónomos y apelar, por encima de las instituciones y de las leyes, al supremo poder popular.
Por el bien de todos hay que vituperar a los jueces y magistrados que aplican la ley, cuando sus fallos contravengan lo que hemos decretado que es “el bien de todos”.
¿Por el bien de todos? Patrañas.
Patrañas sublimes si así se quiere, pero patrañas.
¿Hasta cuando aceptaremos que lo verdaderamente importante es el bien de cada cual y no un etéreo “bien de todos”?, ¿hasta cuándo los políticos dejaran de comportarse como déspotas más o menos benévolos?
¿Hasta cuándo entenderemos que el mayor bien para el mayor número sólo se logra dejando que cada cual busque libremente su propio bien, sin interferencias gravosas de supremos benefactores?

“Por el bien de todos”: Una sublime patraña (I)

Las más de las veces las invocaciones a un bien colectivo, que estaría por encima – e incluso en contra- del bien de cada cual, terminan en autoritarismo, miseria, violación de los derechos humanos y ataques constantes a la libertad personal.

Uno de los rasgos más atractivos del siglo XXI es que, gracias a los avances tecnológicos y al desencanto frente a las utopías colectivistas y estatalistas, podría ser el siglo de las personas (no de las naciones, no de los sistemas, no de los imperios, no de las muchedumbres impersonales). Y uno de los rasgos más tristes de la mayoría de los países de Hispanoamérica es que la noción de persona libre y responsable sigue siendo aplastada – en el discurso y en la práctica- por los mitos colectivos y totalizadores. ¿Nos perderemos también el siglo XXI?
Suena bonito que un partido político, o una coalición de partidos, digan que luchan “por el bien de todos”. Pero ese tipo de llamado a un bien etéreo para la totalidad colectiva esconde cientos o miles de atentados contra el bien de las personas individualmente consideradas.
Pongámoslo en términos de historia menor – que es, a la postre, la de cada uno de nosotros- y pensemos en esas pobres mujeres condenadas a ser cuidadoras de por vida de una madre o de un padre ancianos, condenadas en nombre del “bien mayor”, el “bien de todos”, el “bien de la familia”. En realidad, para esas mujeres el “bien de todos” es el bien de todos los demás, nunca el de ellas. En el mejor de los casos, se les dispensa el trato de “santas” a tales mujeres mientras el resto de la familia se dedica a sus asuntos; en el peor de los casos, se les desprecia diciendo que nacieron para ello, para hacerse las sirvientas de la familia. Eso sí, parecería que el bien colectivo ha quedado salvaguardado. Atroz negocio “por el bien de la causa”.
Traslademos ahora el ejemplo a la gran historia: Por el bien de todos las mayores atrocidades parecen justificadas, desde el asesinato de millones de judíos (que sólo los imbéciles siguen negando contra toda evidencia) hasta las hambrunas, los despojos de propiedades, pasando por la opresión de los mejores a manos de los peores, en nombre de una igualdad (“el bien de todos” se nos repite) que castiga a los competentes para que los incompetentes no se sientan postergados.
El mecanismo funciona de la siguiente manera: Alguien se consagra a sí mismo como “el supremo benefactor” y ese alguien decide por sí y ante sí, sin rendir cuentas a nadie, lo que es “el bien de todos”. Por supuesto, en los cálculos y en los supuestos del benefactor supremo – autonombrado como tal – jamás entran los derechos y las libertades específicas de los individuos. Eso, se nos dirá, son mezquindades, egoísmos liberales.
Mañana: Algunos ejemplos concretos de las barbaridades que sufrimos “por el bien de todos”.

Una anécdota sobre Graham Greene

En los hechos, el nombre de Dios lo mismo se ha usado para someter que para liberar.

Contaba ese gran maestro que fue Miguel Manzur Kuri que en uno de sus primeros viajes a México el escritor británico Graham Greene escuchó decir a uno de sus distinguidos guías, durante una visita a la Basílica de Guadalupe (y a la vista de la fe desbordada de cientos de peregrinos), que la aparición de la Vírgen de Guadalupe había sido un invento de los conquistadores españoles para mejor someter a los indígenas mexicanos. Greene habría observado otra vez el entusiasmo de los mexicanos que se postraban a los pies de la imagen venerada antes de responder: “Por lo que veo, más bien pensaría que fue un invento de los mexicanos para liberarse de la opresión de los españoles”.
Nótese que en la anécdota los interlocutores no están discutiendo, en absoluto, la veracidad o inautenticidad de las apariciones guadalupanas, sino que – partiendo de la hipótesis de que están presenciando un fenómeno de mitificación colectiva- discuten a quién beneficia más dicho mito, si a unos presuntos oprimidos o a unos presuntos opresores.
Es como si el cicerone de Greene le dijese: “La religiosidad funciona como un opio adormecedor y ayuda a que los oprimidos se mantengan como tales”. El viejo alegato de Marx acerca de la religión como el suspiro de la criatura oprimida, como la esperanza en un mundo sin esperanza. Y es como si Greene respondiese, como un adelantado – que en cierto forma lo fue – de ciertos teólogos de la liberación, inficionados también de marxismo pero con sus gotas de agua bendita: “No, por el contrario, este mito ayuda a que los oprimidos se liberen, porque ante el lugar sagrado la espada del conquistador se detiene y el ánimo del oprimido se levanta para luchar por la revolución colectiva”.
Hay, desde luego, una tercera hipótesis que hago mía: ¿Y si no estuviésemos ante un mito, sino ante un auténtico fenómeno sobrenatural que ejerce un influjo tan poderoso sobre el espíritu humano que se vuelve botín político de unos y otros: De quienes lo usan como resignación ante la injusticia y de quienes lo usan como acicate para convalidar una lucha ideológica que nada tiene de religiosa o sobrenatural? En tal caso, ambos usos traicionan la naturaleza estrictamente religiosa del fenómeno, ambos usos profanan lo sagrado.
En cierta forma, esta discusión ejemplifica una de las grandes tragedias de México en el siglo XIX: De cómo el uso faccioso – político, profano- de la religión mató el proyecto de nación que imaginaron los grandes liberales de la República Restaurada.
¿Qué tanta responsabilidad tuvieron los hombres de la Iglesia Católica en México del fracaso, lamentable a todas luces, de la reforma liberal?, ¿cuán diferente sería la historia de México si en el nombre de Dios o en el de la revolución no se hubiese decretado –aún ahora – como sospechosa de todo pecado a la libertad individual y a la supremacía de la persona, de cada persona, sobre el Estado?

Objeciones a Dios, no a la libertad

Ni modo, aun en estas épocas de holganza los lectores – si los hay con ánimo para leer y pensar- tendrán que soportar estas ideas al vuelo. Un par de punzantes e inteligentes críticas al artículo sobre “Dios y la libertad” me obligan a revisar el asunto y afinar algunas afirmaciones que, a los ojos de algunos amigos agnósticos, parecen cercanas al escándalo.

A riesgo de simplificar, la objeción de los lectores agnósticos a la tesis de esas “ideas al vuelo” – publicadas el 5 de diciembre y motivadas por un artículo de Carlos Alberto Montaner – puede expresarse así: “Hacer aparecer a Dios en el alegato sobre los fundamentos de la libertad suena a trampa, como quien en medio del juego de pronto se encuentra carente de argumentos y se saca de la manga una carta mágica (Dios) con la cual cerrar las discusiones y de paso censurar a los no creyentes”.
Por otra parte, me dicen los objetores con toda razón, la experiencia histórica de las teocracias ha sido más bien nefasta para la libertad de los seres humanos; parecería pues que invocar a Dios como razón última y baluarte de la libertad es impertinente.
Tienen razón. Al final, debe reconocerse lo obvio: El punto de encuentro entre creyentes liberales y agnósticos liberales es la libertad, no Dios. En todo caso que en la historia de las ideas repetidamente se haya recurrido al concepto de Dios como fundamento de la libertad del ser humano – y, por tanto, como una instancia que está muy por encima de toda autoridad humana- no demuestra la existencia de Dios (que es, me temo, el asunto que molesta en el argumento), sino tan sólo que la libertad está siempre amenzada, que es un bien precioso y frágil – ganado por las luchas históricas de un puñado de hombres admirables o recibido de Dios, que cada cual opte por explicarse su origen de la forma que mejor se acomode los hechos y a su cosmovisión.
Dicho lo anterior, debo disculparme con aquellos lectores que vieron en ese alegato a favor de la libertad sobre todo una especie de prédica fervorosa sobre la necesidad de que Dios exista. No era la intención del artículo. No debía serlo.
Por supuesto, lo deseable es que NO necesitemos apelar a Dios para que los derechos fundamentales del hombre – principalmente su libertad – sean respetados sin cortapisas y en todas partes. No lo hemos logrado.
Reconozcamos también que así como las teocracias – religiosidad militante desde el Estado- han vulnerado gravemente la libertad de quienes han sido y son sometidos a ellas, otro tanto podría decirse de los régimenes fundados en un ateísmo militante.
Lo cual me recuerda lo que se cuenta que respondió el escritor británico Graham Greene a un distinguido cicerone que le aseguraba que la Virgen de Guadalupe fue un invento de los españoles para mejor someter a los indios. Algo que trataré de relatar mañana.