miércoles, 29 de abril de 2009

Ebrard, agente patógeno y letal

Lo más grave del Síndrome de Aturdimiento Político Incurable (SAPI) es que los sujetos enfermos se convierten en agentes patógenos que dañan severamente a todos aquellos que tienen la desgracia de caer bajo su campo de acción. Dado que las acciones de estos enfermos incurables pueden tener consecuencias letales para la sociedad parece obligado su confinamiento en espacios aislados – de preferencia herméticos y con paredes acolchadas – para evitar no sólo que contagien a otros el síndrome, sino sobre todo los efectos socialmente destructivos que se derivan de su patología.

Ante el estupor que ha ocasionado la decisión atolondrada, inconsulta e impertinente, de Marcelo Ebrard decretando el cierre inmediato de restaurantes en la capital del país, pregunté el doctor Aníbal Basurto Corcuera si estábamos ante un caso grave de SAPI. He aquí la respuesta del acreditado investigador:

- “Sin duda, Marcelo Ebrard es un caso típico, de catálogo o de libro de texto, de aturdimiento político incurable, progresivo y letal para la sociedad. Además del peligro de que sujetos como el descrito contagien a los demás me refiero a los daños que estos entes patológicos y patógenos van sembrando a su paso”.

- “Como ya expliqué, el SAPI suele cursar con Politización Obstructiva Crónica (POC), en el caso que comentamos la obsesión y la compulsión política – lo que algunos llaman “sacarle raja electoral a todo”- llega a tal grado que obstruye el funcionamiento neuronal. El cerebro de estos desgraciados parece una tormenta de sinapsis neuronales erradas y vertiginosas; como chispazos continuos y cada vez más desorientados. Esto fue documentado por H. Brunner, F. Carsberg y T. Chávez en una investigación realizada en 2003 en el Instituto Neurológico de Vilna, Lituania”.

- “En el caso del señor Ebrard todo indica que el episodio desencadenante de la obstrucción cerebral fue la percepción de que no le estaba sacando provecho político-electoral a la grave epidemia de gripe porcina (o incluso la percepción de que otros podrían habérsele adelantado), lo que se tradujo en una orden interna desquiciada en alguna región de su cerebro: 'Hay que hacer algo, lo que sea: radical, espectacular, que nadie lo haya hecho antes'. Dado que estos pacientes han perdido contacto con la realidad (en la jerga decimos que se han deschavetado, en honor al gran neurólogo oaxaqueño Teófilo Chávez) esa ocurrencia imperiosa se vuelve un disparate letal. Así se gestó, a mi juicio, esta decisión unánimemente condenada porque es manifiestamente estúpida.”

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martes, 28 de abril de 2009

Un senador cae víctima del SAPI

El terrible SAPI ha llegado al Senado. Esperemos que se trate de un caso aislado y que se tomen las medidas pertinentes para evitar una epidemia.

No es lo mismo el SAPI que el SAPT. El primero es el Síndrome de Aturdimiento Político Incurable que es, como su nombre lo indica, una condición patológica sin remedio. (El otro es el síndrome temporal que se cura quitando de la nómina al afectado).

En algunos casos particularmente penosos el SAPI cursa con alucinaciones auditivas aterradoras (el paciente llega a escuchar millones de voces al unísono), con mudanzas incontrolables de partido (conocidas en la jerga como “chaqueteo oportunista irrefrenable”) y suele presentarse junto con el POC, Politización Obstructiva Crónica, que se caracteriza por una incontrolable compulsión por interpretar todos los acontecimientos como fenómenos exclusivamente políticos.

Si se le muestran a una persona que padece POC las diez manchas de tinta de la prueba diagnóstica de Rorschach, tal persona “ve” en las diez manchas sólo eventos, símbolos y personajes políticos. Un experimento desarrollado por el doctor Aníbal Basurto Corcuera en pacientes con POC solicitó a los sujetos describir lo que veían en las nubes (el experimento se realizó en un llano durante una tarde nubosa) e invariablemente los enfermos vieron en las nubes figuras de conocidos políticos – “pero si esa nube es el vivo retrato de mi general Cárdenas”, “aquella tiene el mismo bigotito de Beltrones”-, emblemas de partidos políticos, urnas, curules y otros elementos de la parafernalia político-electoral (Ver: “Interpretación nubosa: Su uso para el diagnóstico de Politización Obstructiva Crónica”, Basurto Corcuera et al. Apizaco, Tlaxcala, 1998).

Lamento informar que el senador Ricardo Monreal Ávila manifiesta todos los síntomas del SAPI. Una muestra clara es este párrafo de su colaboración hoy en un periódico: "Millones de padres de familia con sentido común se preguntan: ¿en verdad es tan arriesgado mandar a los hijos a las escuelas y confinarlos en la casa? Si todo afuera es riesgo de contagio, ¿qué cualidad inmunológica tiene el hogar que está negada al aula, a la oficina, al supermercado, al camión de pasajeros o al parque de la colonia? Si el beso y el abrazo son vías de transmisión, ¿no es el hogar donde más besos, apapachos y contactos de mano nos prodigamos los mexicanos?" (El artículo se llama: "Influenza, más política que salud").

Fijémonos – explica el doctor Basurto- en la desorbitada presunción del paciente (fruto de las alucinaciones auditivas) quien asegura escuchar simultáneamente las voces de “millones de padres de familia” haciéndose las mismas preguntas idiotas.
La tragedia la resumió en dos palabras uno de los colegas de Monreal que pidió no ser identificado: “Lo perdimos”.

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lunes, 27 de abril de 2009

“¡Sorpresa!, los vamos a llevar a Ixtapa”

Usted contrató y pagó un sitio en el vuelo 7787 que sale de San Luis Potosí, según el itinerario confirmado por escrito por Click-Mexicana, el domingo 26 de abril de 2009 a las 19:20 horas con destino a la ciudad de México. Sin escalas.

Ya instalado en el avión y esperando partir en cualquier momento, sube a la nave una mujer que avisa: “Tenemos un inconveniente, nos han dado instrucciones de dirigirnos a Ixtapa para recoger ahí unos pasajeros, el tiempo de vuelo a Ixtapa es de una hora y 15 minutos; permaneceremos en la plataforma unos 15 minutos y después partiremos a la ciudad de México; el tiempo estimado de vuelo de Ixtapa a la ciudad de México es de 45 minutos”.

Varios protestan. Es inútil, sólo habrá alguna consideración para quienes tengan conexión inmediata a otro vuelo que parta de la ciudad de México (con suerte, los podrán colocar en otro vuelo de Aeroméxico), si no es así, asegura la empleada de Mexicana, usted tiene que aguantarse. Punto. Es una orden superior, nadie dice quién dio la orden, ni para qué, ni cuál es la lógica de darnos una “vueltita” a Ixtapa (eso sí, por el mismo precio) aunque no queda precisamente “de pasadita”; nadie accede a informar quiénes son esas personas que hay que recoger en Ixtapa. Usted piensa: No somos clientes, somos leva de un ejército llamado Click-Mexicana y una sargento nos ha hecho el favor de avisarnos que “la superioridad” decidió que nuestro itinerario será otro y que dispondrá de nosotros y de nuestro tiempo a su gusto. No hay emergencia meteorológica o de otro tipo, ¿influenza porcina?, que explique la repentina alteración. Los súbditos están para callar y obedecer.

Seis bajan del avión – a pesar de la insistencia de la empleada que insiste en impedirles abandonar una nave donde, para efectos prácticos, estaban secuestrados- y adquieren un boleto en la línea de enfrente donde hay amplia disponibilidad. Salvo dos casos, de conexiones urgentes, los empleados de Mexicana dicen que no están autorizados ni a rembolsar el boleto ni a sufragar el vuelo alterno. Cuatro de los decididos tienen que pagar un boleto adicional en la otra línea…y ver la posibilidad de demandar a Mexicana por incumplimiento de contrato y por daños y perjuicios. O al menos ejercer su derecho al pataleo; que es lo que estoy haciendo.

Hay negociantes que confunden “líneas aéreas de bajo costo” con “líneas aéreas de pacotilla”. Un abismo de diferencia.

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"Lo bueno es que nos enteramos a tiempo"

¿Tengo que estar asustado o enojado? El día que un periódico capitalino anunció una epidemia de influenza en la ciudad de México, lo consideré otra muestra de la irresponsabilidad y el amarillismo de algunos medios. Pero no. Sí hubo tal epidemia, o brote o montón de enfermos o riesgo sanitario o castigo divino o plaga de Egipto o lo que sea. Se suspendieron clases (el aviso surgió casi a la medianoche del jueves y desató la usual cadena de importunas llamadas telefónicas de medianoche de personas oficiosas que creen su deber asustar al prójimo); en algún noticiario nocturno el locutor sometió al secretario de Salud a una desordenada e ilógica andanada de preguntas que el funcionario respondió como mejor pudo.

Viernes en la tarde: La gente en la ciudad de México parece oscilar entre la temeridad y el pánico. Muchos con cubre-bocas (mal puestos, por cierto) pero sin signos de alarma; por el contrario, abarrotando restaurantes, haciendo planes para la calculada desmesura de viernes en la noche. Un simpatizante blanquiazul (hay cruces y parroquias imposibles de disfrazar) especula que la epidemia de influenza será un gran e inesperado aliado del PAN y del gobierno en las elecciones próximas porque monopolizará durante semanas la agenda informativa y de opinión (y aquí estoy yo, de tonto, uniéndome al coro). ¿Será?

Al día siguiente tenemos que salir temprano a San Luis Potosí para asistir a un bautizo. La noche del viernes hay profusión de notas sobre la influenza en la red. Ninguno de los medios que consulto en la red, y son muchos, menciona alguna relación San Luis Potosí - influenza porcina. Hacia allá volamos, felices de la vida, el sábado. De pronto, en medio de la comida nuestros anfitriones nos dicen que somos de veras muy valientes y muy lindos al habernos animado a venir…porque los hospitales locales no se dan abasto; porque ya van varias muertes por influenza. Domingo en la mañana. Escribo esto desde la habitación de hotel en San Luis Potosí. Leo en el sitio de la red del mismo periódico aquél: “El brote de influenza en San Luis Potosí se agravó al reportar el quinto fallecimiento por este padecimiento y el registro de 62 enfermos confirmados”.

Me lleva… Esto es como haberse ido de descanso a las pacíficas islas Malvinas el 6 de mayo de 1982. Lo bueno es que nos enteramos a tiempo.

El reverente terror al ayatolá

El abuelo de Facundo Cabral – cuenta el cantante- era un coronel muy valiente que sólo le tenía miedo a una cosa: A los pelmazos. ¿Por qué? Porque son muchos. Por temprano que te levantes, ya está el mundo lleno de pelmazos – lo que me hace recordar los días aciagos en los que Andrés López nos recetaba sermones píos de madrugada-, y los hay de todo género. Tengo para mí que los más divertidos son los “tontos con balcones a la calle”, como les decía el llorado periodista español Jaime Campmany.

Pero yo, además de a los pelmazos, le temo a otra especie singular: Los ayatolás, que son pocos – se necesita ser inteligente para serlo- pero tan terribles como esos perros bravos que hasta a los de casa muerden. Por extensión, desde luego, les llamo ayatolás a todos aquellos que se proponen ser guardianes intransigentes de alguna fe o de alguna ortodoxia. Andan a la caza de cualquier desviación, por pequeña que sea, de lo que consideran la única verdad (que, por supuesto, sólo ellos poseen) y les encanta andar dispensando excomuniones a todos sus correligionarios que se aparten un ápice del canon que ellos han grabado en piedra.

Los hay en algunos partidos políticos – de derecha y de izquierda- que siempre recelan de la pureza ideológica de sus compañeros. En la izquierda hacían fracciones de las fracciones (jugaban a la aritmética de la división infinita) al grado de que se dice que en una pequeña célula izquierdista – de las del siglo pasado, desde luego- entre sólo cuatro personas podría haber hasta diez fracciones distintas, cada una de las cuales reclamaba para sí la exclusiva pureza ideológica. En la derecha solían exigir a los neófitos pruebas de sangre, pedigrí, árbol genealógico impoluto de cuando menos siete generaciones; tal vez con el fin de evitar que se les colaran intrusos judaizantes.

Digo que los ayatolás no ayudan porque, tan entretenidos están en cuidar como perros lo que consideran la doctrina impoluta, que muerden – con los dientes de la crítica despiadada- a sus propios correligionarios; incluso por nimiedades que se antojan subjetivas.

Por cierto, se dice erróneamente que el nombre de dominicos les venía a los miembros de la orden de los predicadores porque eran los “canes del Señor” – Domini canis- encargados de cuidar la Fe verdadera frente a los embates del protestantismo. Es, creo, una falsa etimología.

Con un pelmazo te puedes reír (de él o, mejor, con él), pero con los ayatolás no hay más remedio que llorar y rechinar los dientes.

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miércoles, 22 de abril de 2009

Déficit fiscal: Conceptos y magnitudes

Barack Obama propone unos cuantos valores fundamentales en torno a los cuales no sólo demócratas y republicanos sino la gran mayoría de los estadounidenses pueden reconstruir “el sueño americano”. Correcto.

Un gobernante debe unir no ahondar las divisiones, aun cuando tales divisiones le reditúen electoralmente en el corto plazo.
Uno de esos valores invocados por Obama es el del ahorro y la frugalidad: El gobierno, al igual que las empresas y las familias, no puede gastar permanentemente por encima de sus ingresos. Por eso el abrumador y creciente déficit fiscal de Estados Unidos resulta una aberración. Otra vez: Correcto.

El problema es cuando pasamos del concepto abstracto a las magnitudes numéricas; cuando pasamos del discurso a las realidades. Una y otra vez, en el discurso, Obama habla de que se deberá corregir el déficit fiscal –enderezar la nave- pero, al analizar sus propuestas de gasto para los próximos años y aceptando sus optimistas proyecciones de ingresos públicos futuros, el resultado es descorazonador.

Obama pidió a su gabinete identificar en los próximos 90 días en qué renglones específicos se debe hacer un “fuerte” recorte al gasto público federal. Suena bien, suena de acuerdo con la propuesta de enderezar el barco, pero estamos hablando de recortar el gasto ¡en 100 millones de dólares! Eso es un grano de arena en la inmensidad del desierto.

Greg Mankiw, excelente profesor de economía en Harvard y algún tiempo asesor de George W. Bush (lo que significa que no es, ni de lejos, un simpatizante de Obama) sacó la calculadora y anunció que 100 millones de dólares son el 0.003 (cero-punto-cero-cero-tres) por ciento de los 3.5 millones de millones (billones en español, “trillions” en inglés “americano”) del déficit fiscal proyectado para 2010 por el mismo gobierno de Obama. Ver: Aquí y aquí también.

Obama es inteligente y ha dado muestras de ser un político respetable y honesto; de los mejores dentro de lo que hay (que no es mucho). Pero estos números lo dejan sólo como otro bien intencionado más. Estos números, este déficit escandaloso (del cual Obama sólo es responsable parcialmente y del cual hay que pedrir cuentas en especial a George W. Bush) es como una lápida sobre el inteligente discurso de Obama.

Obama necesitará mucho más que “gestos políticamente correctos” para enderezar la nave. Debe aprender a “leer” las magnitudes numéricas detrás de los grandes conceptos. A todos nos convendría.

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Barack Obama sí sabe escribir

Estoy muy lejos de compartir el entusiasmo que manifiesta Barack Obama por asuntos tales como el combate al calentamiento global, el uso de los impuestos como herramienta para redistribuir el ingreso o la intervención del gobierno en la fijación de los salarios de los ejecutivos de empresas privadas, por mencionar sólo tres tópicos de la agenda del presidente de Estados Unidos que me parecen profundamente equivocados.

Obama escribe que sus puntos de vista sobre la mayoría de los temas están más de acuerdo con los editoriales que publica The New York Times que con los editoriales de The Wall Street Journal. A mí me sucede exactamente lo contrario.

Sin embargo, me parece uno de los presidentes más brillantes, inteligentes y decentes de los Estados Unidos en los últimos cien años. Su influencia benéfica en el futuro de Estados Unidos y del mundo podría ser igual o mayor a la que generó Ronald Reagan en su momento. Es, a mi juicio, mucho más coherente y claro que F.D. Roosevelt y más honesto intelectualmente de lo que fue J. F. Kennedy.

¿Por qué lo digo? Porque he leído lo que ha escrito y lo encuentro muy bien escrito. Eso, saber escribir bien o incluso ser lo suficientemente inteligente para encontrar quién le escriba bien a uno lo que uno quiere escribir, es una cualidad escasa en este mundo, no sólo entre los políticos sino en todas partes, incluido el mundo editorial. Se aprecia tan poco la capacidad de “cifrar” porque también son muy pocos los que saben “descifrar” y distinguir lo valioso de lo deleznable.

Pero no me crean; lean los dos libros de Obama – “Los sueños de mi padre” y “La audacia de la esperanza”-, relean su vibrante discurso inaugural como presidente. Comprobarán que Obama es una persona brillante, con una clara visión de cómo se ha deteriorado la política en Estados Unidos a causa de las posturas maniqueas y partidistas (maniqueísmo que con frecuencia alentamos y promovemos los medios de comunicación en todo el mundo); una persona comprometida con los mejores valores que han hecho de Estados Unidos un país de libertades, de trabajo honesto, de sólidas virtudes cívicas y de grandes realizaciones.

Por cierto: sólo un majadero como Hugo Chávez pudo tener el pésimo gusto de regalar a un buen escritor y lector, como Obama, ese viejo panfleto vomitivo, plagado de falsedades: “Las venas abiertas de América Latina”, del uruguayo Eduardo Galeano.

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lunes, 20 de abril de 2009

Cursis frente a las visitas

Ni hablar, a los mexicanos la cursilería se nos agudiza frente a las visitas. Hay quien dice, como Germán Dehesa, que a muchos les brota en todo su esplendor su condición de “nacos irredentos” apenas atisban en el horizonte que pisará nuestro patrio suelo un personaje de renombre mundial.

Si el personaje, como es el caso de Barack Obama, viene precedido de una oleada mítica – digamos: el primer Presidente de los Estados Unidos afroamericano o la reencarnación de Abraham Lincoln, F. D. Roosevelt y John F. Kennedy en una sola persona- la cursilería toma un impulso irrefrenable.

Se define lo cursi como el intento vano de algunos de mostrar “refinamiento expresivo” o “valores elevados”. Atención: la clave de la cursilería es que tanto afán no se ve coronado por el éxito, sino por el ridículo; la razón del fracaso debe buscarse en la ignorancia, que incapacita en el cursi cualquier aptitud para distinguir lo auténtico de lo falso.

Pues ahí nos tiene usted (la primera persona es una licencia retórica porque no estuve ahí ni nadie cometió el desatino de invitarme, por fortuna) recibiendo en nuestra “humilde casa” (los verdes jardines de Los Pinos o el hermoso y monumental edificio que alberga al Museo de Antropología e Historia son nuestra “humilde casa”) a mister Obama, y extasiándonos en la grandiosidad de aviones, autos y helicópteros.
No faltó, es cursilería irremediable que nos viene de fábrica al igual que lo de las “fibras sensibles”, la profusión de las frases hechas en los medios de comunicación (los locutores de la radio ganaron, como siempre, el primer lugar) tales como “impresionante dispositivo de seguridad” y las alusiones a los “perímetros”, en lenguaje de patrullero informando al mando superior, como sinónimos analfabetos de áreas, zonas o territorios: “Con la novedad, mi comandante, de que es imposible que la unidad ingrese al perímetro de Polanco, porque ahí está el hotel del distinguido”.

Para mí quien alcanzó la cumbre de la cursilería en esta visita fue la periodista que, en una novel columna, calificó de “leoninos” los despliegues de seguridad. Genial humorismo involuntario. ¿Acaso los del Servicio Secreto traían leones para ahuyentar a los impertinentes?, ¿o tal vez fueron “leoninos” porque, semejantes a contratos sumamente desventajosos para una de las partes, estipulaban que cada cortesía del visitante debería ser pagada con cien cursilerías de los anfitriones?

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Análisis erróneo y receta fracasada

Los mitos tienen una trágica capacidad: Persisten en la mente de algunos aún ante los embates más contundentes de la realidad.

Tal es el caso, por ejemplo, de dos mitos complementarios: 1. Es deseable para un país como México tener un superávit en cuenta corriente; aunque se olvida mencionar que la contraparte de ese superávit es un déficit en la cuenta de capitales y 2. Es deseable manipular el tipo de cambio para generar dicho superávit; aunque se olvida mencionar que la política de las “devaluaciones competitivas” es sólo un tramposo mecanismo para disminuir los salarios en beneficio de una utilidad, efímera, para los exportadores.

Hace unos días el profesor José Luis Calva, investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, anunció como “buena noticia” que si bien la crisis ha ocasionado una caída de las exportaciones mexicanas ésta ha sido acompañada de una caída relativamente mayor de las importaciones, de forma que ha disminuido el déficit comercial (se supone que esta última es la “buena noticia”) y atribuye este fenómeno, sin más, a la depreciación. Cito: La “causa radica en la devaluación del peso mexicano”.

Hecho este muy pobre análisis, el profesor propone inducir, de forma deliberada, una mayor depreciación del peso para que una situación de superávit comercial permanente se convierta en un “blindaje endógeno” contra los efectos de la crisis global (en “El Universal”, 16 de abril de 2009).

El primer gran error analítico de Calva es desdeñar que la principal caída de las importaciones se ha dado en los bienes intermedios; aquellos que en su inmensa mayoría se importan para transformarse en México y más tarde exportarse. La integración de la industria manufacturera de México con la industria estadounidense es casi total, de forma que si, como ahora sucede, cae verticalmente la demanda en Estados Unidos, los inventarios para producción de exportaciones manufactureras (autos, computadoras, televisores, entre otras) automáticamente se ajustan a la baja. Importamos sólo los bienes intermedios que esperamos exportar como bienes finales.

La causa de la caída, tanto de las exportaciones como de las importaciones, es la integración industrial México - Estados Unidos, NO la depreciación del peso.

En un análisis deficiente el investigador acomodó dos mitos típicos del mercantilismo: 1. Exportar es bueno, importar es malo y 2. Es deseable manipular el tipo de cambio para inducir una depreciación de la moneda.

Es como leer que hoy, en 2009, un investigador propone usar sanguijuelas para curar la leucemia.

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El mal gusto de ser acreedor

A los políticos se les olvida que el universo “clientes de la banca” también incluye a los acreedores, es decir: a quienes depositamos dinero en esa instituciones. Sólo tienen ojos para los deudores, como si el dinero que se las prestó a los deudores hubiese salido de las bóvedas del odioso tío Rico McPato (Uncle Scrooge McDuck) y no de los bolsillos y ahorros de millones de anónimos depositantes.

Elizabeth Warren, presidenta del panel que nombró en noviembre pasado el Congreso estadounidense para que supervisase que los bancos usen bien los recursos públicos que hubieren recibido con motivo de la calamidad económica global que padecemos, se ha quejado de que algunos bancos estadounidenses han elevado sus comisiones y están cobrando elevadas tasas de interés en los préstamos al consumo.

Si me topase con la señora Warren, que también ha sido una profesora muy popular en varias universidades de Estados Unidos, podríamos tener un incómodo intercambio de opiniones; ella defendiendo los intereses de los deudores de los bancos; yo defendiendo los intereses de los acreedores, suplicando que no se los olvide que los acreedores no sólo somos avaros ricachones sino también trabajadores que llevan una vida frugal y que han confiado sus ahorros (diferencia entre ingresos y gastos) a los bancos.

También le preguntaría a la señora Warren si supone, acaso, que se les dio dinero público a ciertos bancos con la finalidad de que lo malgastaran y de que condujeran más rápido a esas instituciones a la quiebra.

Le preguntaría, en fin, si cree que los ahorradores-acreedores no somos también contribuyentes interesados en que los bancos regresen lo antes posible – mediante la generación de utilidades- los recursos públicos que han recibido.

Los acreedores en este mundo somos numerosísimos. Para empezar, todos los asalariados son acreedores (las empresas para las que trabajan desde el día 2 y el día 16 de cada mes ya les están debiendo dinero); todos los pensionados lo son; todo el que tiene dinero en un banco es un acreedor; todos los que trabajan por su cuenta y tienen que esperar uno, dos, tres o hasta más meses para que les paguen son acreedores.

La moneda tiene dos caras, pero los políticos ven sólo una cara de la moneda – la de los deudores- porque creen que eso les permite posar de redentores de los oprimidos. Farsantes.

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jueves, 16 de abril de 2009

Todavía no, pero ahí vamos…

¿Ya comenzó la recuperación de la actividad económica? No.

¿Ya regresó la confianza a los mercados? Sí, de forma incipiente pero significativa.

Estamos hablando de procesos distintos, aunque fuertemente vinculados. La recesión es de largo aliento, se fue extendiendo y profundizando durante 2008, pero se incubó desde 2007 con la debacle de las hipotecas de baja calidad y de los productos de inversión estructurados que les correspondían en la otra columna del balance (“tus pasivos son mis activos; si tú eres insolvente, yo estoy perdido”).

La pérdida de la confianza, en cambio, fue súbita y brutal. Tanto así que puede fecharse el 15 de septiembre de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers. En ese momento los mercados financieros “leyeron”, asustados, que las respuestas de las autoridades estadounidenses ante la crisis estaban siendo erráticas y desconcertantes.

Hasta esa fecha los medios de comunicación generales, no especializados, andaban en otros asuntos, desdeñaban la crisis económica porque eso no vendía y porque generalmente no la entendían (que nadie se ofenda, pero al día de hoy la mayoría sigue sin entender de qué se trata, lo que no obsta para que todos pontifiquen); por ejemplo, en México los medios andaban, en esos días, alborotados con la nota roja, los secuestros y las mantas de los narcotraficantes. En Estados Unidos pasaba otro tanto: la contienda electoral estaba en su apogeo y ningún candidato registró la crisis como su caballito de batalla. A partir de la quiebra de Lehman las campañas se focalizaron en la recesión, los rescates fallidos, la búsqueda de chivos expiatorios y demás.

Para quienes gustan de las analogías médicas, la súbita pérdida de confianza fue causada por un evento iatrogénico (que significa: un agravamiento del estado del paciente generado por la incompetencia del médico tratante); digamos que alguien se equivocó en el hospital y le transfundió sangre del tipo equivocado al enfermo. Casi lo matan.

Ese episodio iatrogénico es el que empieza, en estos días, a superarse. El plan de Tim Geithner para limpiar los activos tóxicos no es una panacea, pero al menos es un plan. El tardío reconocimiento de que, después de todo, no habrá más remedio que un proceso judicial de quiebra para GM (siglas que aún no significan, esperemos, “Government Motors”), quiere decir que ya no están tan atolondrados en la sala de urgencias; los resultados del G-20 no fueron tan decepcionantes como algunos habíamos temido; Barack Obama ya se acordó de que hay un mundo afuera de Estados Unidos…Ahí vamos.

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miércoles, 15 de abril de 2009

Estados Unidos: Una guerra estúpida

“Criminal”, “estúpida”, “fallida”, “errónea”, “mal dirigida”, “autodestructiva”, “desastrosa”, “inmoral”.

Todos estos adjetivos, y algunos más, se aplican a la “guerra contra las drogas” que desde hace décadas lleva a cabo Estados Unidos. No son calificativos que a mí se me hayan ocurrido, es una seria y fundamentada opinión editorial publicada el lunes en el Financial Times (FT) y destacada en su primera plana. La firma uno de los colaboradores más prestigiados del diario especializado: Clive Crook.

La severa crítica tiene sólidos fundamentos y parte de una tesis bien conocida:
“Aun un observador casual puede ver que la mayor parte del daño causado en los Estados Unidos por las drogas ilegales es resultado del hecho de que tales drogas sean ilegales, no del hecho de que sean drogas”.

Otras drogas, legales, como el alcohol o el tabaco, sin duda causan estragos en la salud, en la economía y hasta en la convivencia social, pero al ser drogas legales son reguladas, y tales daños son infinitamente menores que los causados por las drogas prohibidas y perseguidas.

La sociedad y los gobiernos han logrado establecer mecanismos de control en el caso de las drogas permitidas: van desde los impuestos hasta fuertes restricciones, conocidas y aplicadas ampliamente, que permiten que el Estado (entendido como el conjunto del gobierno y la sociedad) conozca y controle quién produce las drogas, cuáles son sus canales de distribución, quién puede tener acceso a ellas, en qué proporción, a qué precios, en qué condiciones, bajo qué controles de calidad.

Además, la regulación entendida en sentido amplio (lo que incluye los llamados “impuestos al pecado”) genera ingresos fiscales que se destinan - al menos en parte- a tareas de prevención y combate de las adicciones, así como a sufragar los gastos que genera la atención y el cuidado a los adictos.

Desde el punto de vista de los principios, que es lo más importante si no queremos convertirnos en una manada de cínicos, estas regulaciones aplicadas a las drogas permitidas preservan y respetan la base de toda democracia: la libertad y la responsabilidad personales. Toda democracia que se respete o se sustenta en principios liberales clásicos o degenera en dictadura de la chusma.

México, obligado por la vecindad con Estados Unidos, está atrapado en esta guerra idiota e inmoral. Parece imposible eludir esta tragedia -una tarea absurda, costosa e inútil, promotora del crimen-, mientras el gobierno de Estados Unidos no abandone un enfoque tan estúpido.

¿Hasta cuando?

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martes, 14 de abril de 2009

La impunidad de los “demasiado grandes”

Los monopolios, públicos o privados, así como las empresas que pueden ejercer un poder dominante en los mercados, generan infinidad de daños económicos. El más obvio es el detrimento en el bienestar de los consumidores mediante la apropiación de rentas que, en un ambiente de competencia, deberían corresponderles a estos últimos, no a las empresas. Pero las prácticas monopolísticas también causan muchos otros daños que con frecuencia pasan desapercibidos.

En esta ocasión me referiré sólo a uno de esos daños, a partir de un ejemplo reciente. Tal efecto es nocivo para todo el entramado económico y consiste en la cancelación, para efectos prácticos, de la regulación y de los reguladores ante el gigantismo de la empresa dominante; podría decirse (parafraseando la controvertida fórmula con la que el anterior secretario del Tesoro de Estados Unidos justificó el rescate de varias firmas gigantes), que las prácticas monopolísticas alimentan la aparición de empresas demasiado grandes para ser efectivamente reguladas.

El ejemplo reciente en México ha sido la configuración de nuevas Áreas de Servicio Local (ASL) en telefonía, una medida de regulación acordada por el órgano regulador para evitar que millones de usuarios paguen como llamadas de larga distancia las que en realidad deberían ser llamadas locales (entre áreas próximas e incluso contiguas) y para permitir que en cientos de localidades hubiese competencia entre operadores para prestar el servicio de terminación de las llamadas.

A principios de abril, conforme con el calendario de las autoridades, debieron incorporarse nuevas ASL en Baja California Sur, ciudad de México, Coahuila y Jalisco. Sin embargo, la regulación fue anulada sin empacho por la empresa dominante creando un impedimento de carácter operativo: El rechazo a modificar las series numéricas y los prefijos de marcación en esas ASL, de forma que siguen computándose como llamadas de larga distancia las que, a la fecha, deberían ser llamadas locales.

El regulador parece impotente ante estas argucias, entre otras razones porque el tamaño de la empresa dominante le otorga ganancias tan exorbitantes (la diferencia de costos, entre competencia plena y falta de competencia, es para el consumidor en este caso de alrededor de siete veces) que el costo de violar la regulación – equivalente al pago de multas- resulta muy inferior a las rentas derivadas de continuar con la práctica monopolística.

Cuando la entidad a regular parece “demasiado grande” la única respuesta racional debería ser la aplicación de una regulación extraordinaria; como escribí en el artículo de ayer: más que una regulación normal esos entes parecen necesitar una camisa de fuerza.

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domingo, 12 de abril de 2009

Regulación: Ni puritana, ni anarquista

Por eludir el alcoholímetro en la ciudad de México un joven ebrio causó la muerte de un policía que intentó detenerlo. Convendrán los lectores conmigo que esta tragedia NO puede ser atribuida a la regulación – representada por el alcoholímetro, entre otros mecanismos, reglas e instituciones-, ni a una omisión de los reguladores, sino a una conducta delictiva del ebrio que es punible de acuerdo con las leyes.

Los puritanos, que en el fondo son idealistas furibundos, dirán que si se prohibiera absolutamente la producción, distribución y venta de bebidas alcohólicas esa tragedia se habría evitado. Falso. La prohibición absoluta de bebidas alcohólicas causaría más tragedias, similares y de otra naturaleza: criminalidad incentivada por el altísimo atractivo económico de los negocios ilícitos (como sucede con el narcotráfico), producción y tráfico de bebidas adulteradas y un largo rosario de desgracias; además de que ninguna autoridad tendría control sobre en dónde se vende alcohol, a quién se le vende y demás.

Los anarquistas, que también son idealistas furibundos, dirán que el alcoholímetro no debe existir porque genera tal temor en los conductores que, por eludir ese control, acaban cometiendo estupideces o porque vuelve a los conductores irresponsables (“el gobierno se ocupará de que yo no maneje ebrio”). Falso. No podemos saber el número – de lo que pudo ser y se evitó no queda registro-, pero un control como el del alcoholímetro, con todas sus limitaciones y errores, evita muchas tragedias.

Podemos aplicar criterios análogos al papel de las regulaciones o de la falta de regulaciones en la gestación de la crisis financiera global; así como a los actos y a las omisiones de los reguladores.

Los puritanos querrán borrar de la faz de la tierra no sólo los productos financieros complejos – digamos, los derivados-, sino incluso la noción misma de apalancamiento; los anarquistas insistirán que hay que dejar que todos y en todo nos “auto-regulemos” . Ambos son extremos abominables.

La clave filosófica de la regulación está en el reconocimiento de la libertad y de su permanente consecuencia: la responsabilidad. La libertad es personal, la responsabilidad es personal. “El que la hace, la paga porque fue libre para hacerla”.

La regulación no debe socializar lo que es personal: la responsabilidad. La regulación no debe permitir que una entidad se vuelva tan grande que no pueda pagar por sus culpas. Lo “demasiado grande” se vuelve no-imputable. Como un monstruo irracional. A tales engendros no se les “regula”; se le pone una camisa de fuerza y punto.

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martes, 7 de abril de 2009

Evaluación serena del G-20 (3 y final)

En la reunión del G-20 hubo logros parciales, omisiones graves, asuntos que apenas pudieron esbozarse y desacuerdos profundos a los que la declaración final puso sordina.

Es un avance significativo el otorgamiento de mayores recursos al FMI y a otros organismos financieros multilaterales. Queda pendiente la reforma profunda del FMI y del Banco Mundial. Si algo ha mostrado esta crisis es que, a diferencia de hace 50 años, las economías en desarrollo desempeñan un papel crucial en la economía del planeta; es ridícula, por ejemplo, la “regla no escrita” de que la cabeza del FMI deba ser invariablemente un europeo y la cabeza del BM deba ser invariablemente un estadounidense. Los políticos del mundo marchan con medio siglo de retraso, o más, respecto de la realidad económica.

Es una gravísima omisión que la condena al proteccionismo haya quedado en otra declaración retórica. No hay un solo compromiso firme de los 18 países del grupo que han incurrido en prácticas proteccionistas, de noviembre de 2008 al mes de abril de 2009, para dar marcha atrás a dichas prácticas. El buen deseo de concluir con éxito la Ronda de Doha suena a burla: no está sustentado en una sola medida concreta.

Respecto de la regulación ya señalé que fue un acierto atajar el propósito de crear un organismo regulador supranacional burocrático y evitar el afán de multiplicar limitaciones sin ton ni son para los mercados financieros. Ha quedado claro que las reglas de capitalización, creación de reservas y otras de solvencia, que hoy se aplican a los bancos, también deben aplicarse a los “bancos no-bancos”. (Los “bancos –no bancos”, son aquellas entidades financieras que, sin captar directamente recursos del público para ser prestados, y por lo tanto sin ser jurídicamente bancos, en la práctica sí funcionan como tales).

Los desacuerdos que se silenciaron al final de la reunión son profundos: No ha concluido el diferendo entre China y Estados Unidos acerca de la moneda de reserva mundial, no ha concluido el diferendo entre Europa y Estados Unidos acerca de la regulación y los paquetes de estímulo fiscal de cada país, no ha concluido el diferendo entre los “grandes” y las economías emergentes acerca de la nueva configuración del FMI, el Banco Mundial y otros organismos multilaterales.

Lo mejor de la reunión es que tales desacuerdos no se agravaron.

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Evaluación serena del G-20 (2)

Tengo para mí que el resultado más importante y positivo de la reunión del G-20 fue que se lograse abortar la equivocada pretensión europea (principalmente de los gobiernos de Francia y Alemania) de crear una regulación financiera supranacional rígida, restrictiva, politizada y demagógica, que manejaría alguna burocracia internacional al estilo de la ONU. Eso es lo que festejaron los mercados financieros al final de la cumbre, más que la inyección de recursos en billones de dólares para estimular una recuperación.

No sólo se trata de que cada país y cada economía tiene peculiaridades que una regulación financiera supranacional no sabría entender ni atender, sino de que en materia de regulación los excesos siempre (repito: siempre) resultan más costosos que las omisiones. Sé que decir esto, en medio de una crisis global cuya principal causa parecen ser las omisiones de los reguladores en Estados Unidos, es políticamente incorrecto y parece un contrasentido, pero hay que saber ver un poquito más allá de lo reciente para analizar con objetividad la historia.

Invariablemente, el intervencionismo controlador ha generado más problemas que soluciones.

Aclaro que sí es preciso, y urgente, ampliar el perímetro de lo regulado (aplicar a los bancos-no bancos, como a las administradoras de fondos de inversión o de cobertura, o como a las sociedades financieras de objeto múltiple, para ponerlo en terminología local, los mismos parámetros estrictos de capitalización y de formación de reservas que se aplican a la banca convencional), pero ello lo debe hacer cada país y sin incurrir en un afán controlador que inhiba la creación de nuevos mecanismos para potenciar los efectos benéficos de la intermediación.

Lo que es un auténtico despropósito en materia de regulación es entrar a terrenos demagógicos, como ése de fijar topes a los salarios de los ejecutivos que trabajan para intermediarios financieros privados, como si fuesen servidores públicos, burócratas, y como si limitar sus ingresos los hiciese automáticamente más probos y mejores personas. Es odioso y repulsivo ese prurito de los políticos por convertirse en niñeras o en directores espirituales de las personas.

Por cierto, las conclusiones del G-20 no pudieron eludir esa ridícula concesión a la demagogia. Esperemos que sólo haya sido eso, una concesión retórica para consumo de la galería, que suele demandar chivos expiatorios y santas inquisiciones que quemen a tales chivos expiatorios en leña verde.

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sábado, 4 de abril de 2009

Evaluación serena del G-20 (1)

Al final de las reuniones en la cumbre lo que se anuncian son los acuerdos, nunca los desacuerdos.

Vale la pena hacer una evaluación serena y objetiva de los resultados de la reciente reunión del G-20. ¿Por qué?

Uno, porque al final de una “cumbre” lo que se publicita son los acuerdos, no los desacuerdos; a nadie, entre los jefes de gobierno y de Estado, le conviene regresar a casa diciendo que fue una pérdida de tiempo (y de dinero y esperanzas de los contribuyentes) eso de reunirse en lejanas tierras con toda la parafernalia, y los gastos, que acompañan a estas juntas en las alturas. Esta tendencia a publicitar la concordia y no el disenso es algo que con extrema facilidad se tragan los medios de comunicación, basta con que en los discursos y declaraciones finales se deslicen estratégicamente las frases clave: “acuerdo histórico”, “se inaugura una nueva etapa de cooperación internacional”, “después de las tensiones surgió sorpresivamente el consenso” y similares. Créanme, esto de las frases clave es muy importante en la política y se paga bien.

Dos, porque se corre el peligro de confundir el fin de la crisis, con el principio del fin (la frase original es de Winston Churchill y después la retomó Bruno Donatello) y olvidar que los relativamente aceptables resultados de la reunión del G-20 no equivalen a una solución mágica al episodio de desconfianza profunda que hoy aqueja a la economía mundial. Todavía saldrán algunos esqueletos escondidos en los armarios (hay que prestarle atención a lo que sucede en varias economías de Europa del Este) y hay que admitir que el pantagruélico programa de estímulos fiscales aprobado en Estados Unidos generará en el mediano y largo plazos no pocos aprietos.

Tres, aunque parezca que se le han otorgado mayores facultades al FMI y a otros organismos multilaterales lo que se les ha dado es más recursos (quizá no los suficientes para la magnitud de la sequía que se avecina) pero queda pendiente reconfigurar sus atribuciones, reconocerle a los países emergentes mayor protagonismo en la conducción de esos organismos y, al mismo tiempo, acotar con gran cuidado sus facultades en materia de regulación porque se corre el peligro de convertirlos en monstruos que estorben a la economía mundial, en lugar de ayudarla y dejarla ser.

Hay aún más razones para la cautela y para el optimismo moderado. En las próximas dos entregas espero comentarlas.

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jueves, 2 de abril de 2009

Hablando de “voracidad” en el G-20

Barack Obama dice cosas muy chistosas para ser Presidente de los Estados Unidos.

Habla, con frecuencia, como si fuese un predicador puritano que fustiga los dispendios, los excesos y las desmesuras; lo cual podría estar muy bien si Obama no fuese la cabeza de un gobierno que se ha embarcado en el que podría ser el mayor despilfarro fiscal de la historia de la humanidad.

La víspera de la reunión económica global (G-20), en Londres, Obama lanzó una advertencia que, con toda razón, The Washington Post calificó de “inusual”. Cito el párrafo original escrito por Anthony Faiola tal como lo recibí del servicio digital de noticias del Post:

“LONDON, April 1.-On the eve of a global economic summit here, President Obama delivered an unusual warning Wednesday for an American leader: The “voracious” U.S. economy can no longer be the sole engine of global growth”.

Escuchar al Presidente de los Estados Unidos calificar de voraz a la economía de su país debe haber sido como miel para los oídos de algunos de mis viejos profesores jesuitas, quienes parecían más aficionados a leer a Antonio Gramsci que a Tomás de Aquino.

El adjetivo “voraz” tanto en inglés como en español connota una condena moral a la glotonería, a la rapacidad, a la desmesura, a la incontinencia. Así pues mister Obama condena el apetito insaciable de sus compatriotas.

Todo lo cual es bastante discordante con el keynesianismo en boga en el propio gobierno de Obama – que cifra sus esperanzas de recuperación precisamente en estimular la demanda con pantagruélicas cantidades de dinero público-, pero además suena, dirigido al resto del mundo, como un feo regaño a europeos y chinos, entre otros, porque están esperando que el febril consumismo estadounidense los saque del aprieto, mientras que ellos (ojo, Unión Europea) no le dan rienda con la misma alegría que en Obama Country al gasto público y al déficit concomitante. (¿O no tendrán cómo hacerlo?).

Tal vez esa última fuese la intención del discurso de Obama, pero ¡vaya que lastimó a todos sus compatriotas! utilizando un adjetivo impertinente (voraz) para describir el consumo de un pueblo que sí, gasta y se endeuda, a veces mucho, en los tiempos bonancibles, pero que tiene la virtud encomiable de ajustarse de inmediato a la frugalidad y al ahorro en los malos tiempos, como hoy sucede.


Voraz, lo que se llama voraz e insaciable es el apetito de los políticos (incluido Obama) para disponer de los recursos de los contribuyentes.

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G-20: Lo que está en juego

El asunto más importante para el bienestar mundial – incluso para la paz del planeta- que tienen en sus manos los dirigentes del G-20 es evitar a toda costa que la crisis se convierta en el pretexto para dar marcha atrás al proceso de globalización comercial.

Un compromiso auténtico con la libertad comercial y una condena enérgica a las casi incontables prácticas proteccionistas es lo más importante que puede lograr la reunión del G-20.

La mala noticia es que hay muy pocas probabilidades de que así suceda.

Un ejemplo: Los desplantes de Nicolás Sarkozy (cito su declaración: “No seré socio de una cumbre que concluya con un comunicado de compromisos falsos que no aborden los temas que nos preocupan”) son una pésima señal. El gobierno de Francia (y en gran medida el de Alemania) parece llegar a la cumbre con una agenda no-cooperativa, más para consumo de sus electores en casa, en la que ostensiblemente NO está el libre comercio o la condena al proteccionismo comercial. Su agenda – “los temas que nos preocupan” – es enfrascarse en una discusión sin salida con Estados Unidos acerca del falso dilema entre programas de estímulo (gasto) a la demanda y nuevas regulaciones financieras de carácter global.

El libre comercio NO es un “tema” que agobie a Francia; por el contrario, la tradición secular de la política comercial francesa ha sido el proteccionismo.

Pero no son sólo los gobiernos de Francia o Alemania los que relegan el asunto del libre comercio. La mayoría de los líderes llegan a la cumbre con agendas marcadas por la necesidad de complacer, cada cual, a grupos de interés en sus respectivos países que, a su vez, forman parte de sus reductos electorales. Grupos de interés anclados en el proteccionismo.

Fue precisamente la interconexión entre economías emergentes y economías desarrolladas la que posibilitó un largo período de prosperidad y crecimiento del comercio mundial en las últimas décadas. En el proceso varias economías emergentes crecieron desempeñando el papel de exportadoras y acreedoras, en tanto que varias economías altamente industrializadas disfrutaron de financiamiento abundante y barato proveniente de sus contrapartes comerciales.

La opción de restablecer esa prosperidad es lo que podría tirarse por la borda en esta cumbre.

Por desgracia, la globalización no es irreversible. Ya en las primeras décadas del siglo pasado el mundo retrocedió en materia de libertad comercial y migratoria; ese retroceso fue una de las principales causas de las dos grandes guerras mundiales.

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