martes, 28 de febrero de 2006

Más acerca del “déspota benevolente”

La tentación es perfectamente explicable: ¿No estaríamos mejor si un hombre bueno tuviese el máximo poder en el gobierno para hacer el bien?, ¿no se trata en última instancia, hablando de las tareas de gobierno, de la lucha entre los “buenos” y los “malos”?

Fuera del gobierno, el ciudadano, en la medida que está más o menos informado, intuye que muchas cosas funcionarían mejor si los “buenos” pudiesen imponerse a los “malos”.
Dentro del gobierno la sospecha se confirma: Todos los días hay batallas sordas – digamos, por la aprobación de una ley que se sabe que será benéfica para el país, por la aplicación de otra ley a la que se resiste un grupo minoritario pero poderoso, por el diseño de políticas públicas que serían mucho mejores si en el último momento no se hubiesen desviado por los intereses de don Fulano o del partido Mengano- entre “buenos” y “malos”. Y, no hay que engañarse, los “malos” muchas veces ganan la partida.
El sistema de pesos y contrapesos de poder, propio de una democracia, parece entonces – ante esas batallas perdidas y desgastantes, frustrantes y tal vez inútiles- como un estorbo. ¿No estaríamos mejor si los “buenos” tuviesen el poder, todo el poder, y no tuviesen que negociar con los “malos” (que, por definición, traicionan y mienten, nunca muestran todas sus cartas) armados tan sólo con poderes legales, que son limitados y hasta paralizantes, sujetos, los “buenos” a diferencia de los “malos”, a un escrutinio constante y feroz de la opinión pública?
Sí, la tentación de invocar un “déspota benevolente” como respuesta es muy poderosa, seductora. Tiene el atractivo de que promete ser eficaz, práctica y hasta reivindicadora del bien.
Sin embargo, como muchas otras tentaciones seductoras, es una tentación – la de invocar o desear a un “déspota benevolente” en el poder- esencialmente falsa y terriblemente peligrosa.
Hay al menos tres objeciones formidables, irrecusables, frente a tal tentación: 1. No somos gobernados por ángeles; los hombres y las mujeres en el poder – aun los más bondadosos- persiguen también su interés personal, 2. El poder sin contrapesos es inhumano, mata – aun en la hipótesis imposible de la absoluta benevolencia del déspota- el bien más preciado: la libertad, 3. Ni el personaje más sabio sabe más que millones de hombres y mujeres libres lo que más les conviene, en cada situación concreta, a esos millones de seres humanos.
Primero, ¿realmente existen déspotas que a la vez sean benevolentes y procuren (el verbo es importante) siempre el bien colectivo?
Segundo, ¿realmente basta con acumular el máximo poder para hacer (el verbo es importante) siempre el bien?
Tercero, aún si existiesen los déspotas benevolentes, ¿además de benevolentes serían, más que inteligentes, omniscientes?, ¿dispondrían de toda la información sobre todas las variables para suplir con eficacia el concurso de millones de inteligencias y voluntades libres de la sociedad?
Mañana seguimos con el problema del “déspota benevolente”.

lunes, 27 de febrero de 2006

El problema del “déspota benevolente”

Un sistema en el que el poder está dividido y sujeto a contrapesos eficientes resulta siempre mejor, para contribuyentes y ciudadanos, que un sistema en el que el poder sea indiviso.


Los contrapesos efectivos y eficientes al poder son tanto o más importantes en una democracia que el respeto al sufragio individual.
Por alguna razón, que valdría la pena estudiar detenidamente, durante las campañas electorales los candidatos suelen configurar sus mensajes al electorado como si lo que estuviese en juego fuese la elección de un déspota más o menos benevolente o altruista. El candidato “ideal” en esta lógica sería el déspota más benevolente, no el candidato mejor dispuesto a someterse al contrapeso y control por parte de los otros poderes formales e informales (si estamos hablando de la elección de un Presidente, por ejemplo, esos otros poderes serían el legislativo, el judicial e, informalmente, el poder de la opinión pública, de los mercados financieros y de bienes y servicios, de las llamadas sociedades intermedias y otros).
Una buena parte de las propuestas de los candidatos a la Presidencia en México, por ejemplo, son inviables o cuando menos están seriamente condicionadas a factores que escapan al control del Poder Ejecutivo Federal. Sin embargo, se aceptan acríticamente como presuntos “programas de gobierno”.
Cito un ejemplo obvio: En el noticiario estelar de Televisa se sometió a los candidatos a un extenso interrogatorio que versó, en la mayor parte de las preguntas, sobre tópicos irrelevantes para la decisión del elector (digamos, la religión del candidato) o acerca de asuntos en los que son otros poderes – especialmente el legislativo- quienes tendrían la última palabra (digamos, la despenalización del aborto o la legalización de las drogas); asuntos, además, que en términos prácticos son sólo marginalmente relevantes para los electores.
Nunca se preguntó, por ejemplo, acerca de asuntos cruciales en los que el Ejecutivo tiene un poder relevante – a veces, hasta exorbitante- como son la política cambiaria, la política regulatoria (que puede imponer o derribar barreras de entrada en casi todos los mercados), el ejercicio del gasto público o la autonomía de órganos de gobierno que debieran estar exclusivamente dedicados a garantizar los derechos de propiedad y el cumplimiento de los contratos (el SAT, la Consar, la CNBV) o la confiabilidad de la información estadística pública (el INEGI).
A mi juicio, los candidatos menos confiables para el elector son aquellos que incurren cotidianamente en promesas grandilocuentes, que rebasan peligrosamente el campo de acción que es deseable para un Presidente en una democracia. Dicho en breve: Desconfiemos de quienes nos dibujan mundos modélicos que sólo serían factibles – y eso en teoría – en una dictadura. No se trata de elegir a quien se ostenta como el más benévolo de los déspotas posibles, sino a un modesto titular de un Poder Ejecutivo, acotado por otros poderes, que garantice la libertad, la seguridad, los derechos de propiedad y el respeto irrestricto a la ley.

sábado, 25 de febrero de 2006

Remesas: Una propuesta impertinente

Decía Ronald Reagan que la frase que infunde más terror es la siguiente: “Soy del gobierno y estoy aquí para ayudar”. ¿Por qué los políticos quieren resolverle la vida a la gente, echándosela a perder?

El sábado pasado la candidata Patricia Mercado propuso que las remesas que envían a sus familias los mexicanos que trabajan en el exterior se destinen a proyectos productivos que generen empleos en México.
Tiene razón. Lo malo es que proponer eso es como proponer que la gente use el aire para respirar…y que el gobierno debe encargarse de que así sea. ¿En qué cree la señora Mercado que las familias gastan el dinero que reciben del exterior?, ¿en hacer con los billetes verdes avioncitos de papel?
Las remesas se gastan en comida, en vestido, en transporte, en educación, en salud, en mejoramiento de la vivienda, en adquisición de vivienda, en diversión, en herramientas para el trabajo, en modestos pero productivos bienes de capital. Y ese dinero genera empleos en México e inversiones productivas.
Ningún burócrata iluminado sabe mejor que las mismas familias en qué conviene gastar el dinero que les pertenece. Detrás de la genial propuesta de la señora Mercado está la convicción –paternalista y humillante- de que la clase ilustrada de los políticos está aquí para subsanar la idiotez de los comunes mortales. Por ello, propone que el gobierno – un hipotético gobierno que ella encabezaría- haga (muy mal) lo que la gente ya hace (muy bien). No hay, en tal género de propuestas, el menor respeto por la libertad y por la inteligencia de las personas.
Algo que el gobierno, en cambio, sí puede hacer en materia de remesas – y éste gobierno lo ha hecho muy bien- es contribuir a que disminuyan los costos de envío de esas remesas, de forma que las familias reciban en términos netos más dinero a cambio del mismo aporte de trabajo (eso se llama productividad). Por ejemplo, de julio de 1999 a junio de 2005 el costo promedio de envío de remesas, de varias ciudades de Estados Unidos (Chicago, Nueva York, Los Ángeles, Houston, Miami, entre otras) a México, disminuyó en promedio casi 62 por ciento. Y eso se logra aumentando la libre competencia entre los agentes financieros, desregulando y, en general, liberalizando – nunca obstruyendo- los mercados.
Nadie está peleado con su dinero, ni los ricos ni los pobres, y nadie sabe mejor que quien posee los recursos cuál es su mejor asignación posible.
La arrogancia de ciertos políticos – que, repito, desprecian la inteligencia y la libertad de las personas – conduce a tener gobiernos que se meten donde no deben (empobreciendo a los ciudadanos) y que no hacen lo que sí deberían hacer, como garantizar derechos y libertades, seguridad y cumplimiento de la ley.
Para citar otra vez a Reagan: “La perspectiva del gobierno acerca de la economía puede resumirse en pocas y breves frases: Si algo se mueve, ponle un impuesto; si se sigue moviendo, regúlalo; si deja de moverse, dale un subsidio”.

viernes, 24 de febrero de 2006

Los tugurios y una máxima de Lenin

La lógica según la cual el Estado le dará a cada quien según sus necesidades, está en la raíz de la proliferación de tugurios morales y materiales.


No es el dinero, ni la fabricación del dinero, lo que hace surgir los tugurios y la mentalidad de tugurio – sucia, vulgar, desafiante – en el entorno, como me escribe un amable lector. En todo caso, y estirando el argumento casi al límite, podríamos decir que los tugurios y su mentalidad concomitante proliferan ahí donde el Estado, personificado en gobierno, "fabrica dinero" destinado al alivio de necesidades y proclama que ésa, y no otra, es su misión.

Si el Estado ha de darnos la felicidad – extremo que los liberales de veras abominamos- entonces el Estado debe encontrar una especie de fórmula de la felicidad. Lenin creyó descubrir tal fórmula de la felicidad fabricada por el Estado cuando sentenció que a cada cual debería exigírsele según sus capacidades y dársele según sus necesidades.

A primera vista parece una receta acertada no sólo para la felicidad de todos, sino para conseguir la igualdad de todos en los resultados. En realidad es un formidable incentivo para que cada quien exacerbe sus necesidades y oculte con sumo cuidado sus capacidades. Un resultado práctico de esa fórmula puede verse visitando con ojo atento ese tugurio monumental en que se ha convertido el centro de la Ciudad de México o Zócalo (el riñón de la patria): Es el sitio favorito para tenderse y hacer una exhibición espectacular de miserias y necesidades. Simbólicamente ahí, donde se supone que es la sede del supremo poder, los miserables exigen al Estado, cada día con menos comedimiento, que les resuelva sus necesidades. ¿Quién ha de recibir más de acuerdo a la fórmula de la felicidad dispensada por el gobierno? El que más necesita, ¿y quién necesita más sino aquél que ostente las llagas más purulentas, aquél que exhiba la suciedad más repugnante, aquél que haga alarde de la miseria más perturbadora?

"Me orino en el centro de la patria y a la vista de todos porque se me ha indicado que ése, y no otro, es el camino hacia la felicidad anhelada. Defeco a un lado del Templo Mayor porque el nauseabundo olor de mis desechos es la indicación indiscutible de que soy el hijo consentido, el hijo más necesitado de la Patria, el hijo que merece todo porque todo lo necesita y el hijo al que nada debe exigírsele – digamos, ni siquiera el decoro de no fornicar a un costado del Palacio Nacional oculto apenas por unos trapos mal puestos y sucios- porque es incapaz de dar algo".

Y el simbólico corazón de la patria se transforma en el riñón de la patria. Y el líder que hace de la miseria virtud, de la pobreza bandera, de la falsa austeridad engañifa electorera, promete que mudará de nuevo al Estado – con toda su parafernalia dadivosa – ahí, para despachar munificente desde el supremo tugurio nacional.

jueves, 23 de febrero de 2006

Modelar tugurios infelices

Pareciera haber una relación directa – de causa a efecto – entre el afán modelador de las políticas públicas intervencionistas y la progresiva aparición de tugurios – físicos y morales- en vastas regiones de América Latina.


Después de unos 30 años de residir básicamente en Europa, el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique regresó a su país y lo encontró deprimente, empobrecido material y moralmente, “tugurizado” dice, acuñando un expresivo neologismo.
Intento, tal vez inútilmente, traducir todo lo que quiere decir Bryce cuando lamenta la “tugurización” de Lima, que también podemos encontrar en Buenos Aires, en Río, en la Ciudad de México o en Caracas: 1. Fealdad urbana, 2. Desánimo, 3. Expropiación de los espacios de convivencia pública – calles, plazas, jardines- por parte de mafias vinculadas a grupos políticos o a gobiernos específicos, 4. Corrupción extendida, 5. Inseguridad y violencia, 6. Basura, 7. Desaparición de todo espíritu cívico.
¿Causas próximas?
Políticas sociales enfocadas al clientelismo político y de corte asistencial.
Un débil o hasta inexistente régimen de derechos de propiedad.
Regímenes tributarios plagados de excepciones y tratos especiales para satisfacer los intereses de grupos de presión.
Un débil o hasta inexistente Estado de Derecho. Impartición incierta y arbitraria de la justicia; amplias manchas de impunidad que cada día se extienden.
Una agobiante intervención del gobierno – en sus distintos niveles- en la vida económica, vía monopolios estatales, fijación de precios y tarifas clave (energéticos, transporte público), barreras de entrada a los mercados que inhiben la competencia en sectores estratégicos.
¿Causa última?
El abandono del Estado como garante de los derechos de las personas por un concepto de Estado modelador de la felicidad.
Hay, además, en esta usurpación del Estado – que se erige como supremo filántropo- una degradación moral para la sociedad y para cada uno de nosotros. Hemos renunciado a las virtudes personales – digamos, la generosidad o la compasión hacia el débil- porque el Estado omnipresente y omnisciente se encarga – nos han dicho – de ser compasivo y generoso por nosotros…, con nuestro dinero. Podemos desentendernos de nuestros ancianos y de nuestros enfermos porque ya vendrá el Estado con su política social y su sistema pensionario (ruinoso) a cubrir nuestra ausencia…con nuestro dinero. Hemos renunciado a labrar la felicidad propia y ajena, porque el Estado nos ha prometido que él se encargará de hacerlo por nosotros.
Uno de los autores favoritos de Benito Juárez, el liberal de carne y hueso, no el Juárez mitológico y beatificado, fue Benjamín Constant (1767-1830).
Escribió Constant sobre “los depositarios de la autoridad”:
“¡Están tan dispuestos a evitarnos todo tipo de pena, excepto la de obedecer y de pagar! Nos dirán: <¿Cuál es en el fondo la finalidad de vuestros esfuerzos, el motivo de vuestros trabajos, el objeto de vuestras esperanzas? ¿No es la felicidad? Y bien, esa dicha, dejadnos actuar y os la daremos> No, señores, no dejemos que actúen. Por muy conmovedor que sea ese interés tan tierno, rogamos a la autoridad que permanezca en sus límites. Que se limite a ser justa, nosotros nos encargaremos de ser felices””

miércoles, 22 de febrero de 2006

Del “asesinato” de Juárez y su simultánea mitificación

Este fue uno de los grandes “aportes” del régimen de Porfirio Díaz a la política mexicana: La capacidad de desnaturalizar ideas que originalmente eran contrarias entre sí, hasta hermanarlas en una entelequia insípida e indolora.


A Benito Juárez lo mataron 15 años después de haber fallecido: el 28 de julio de 1887. Ese día, el régimen de Porfirio Díaz, a punto de lograr su segunda reelección, celebra con boato y solemnidad a Juárez.
En lugar del Juárez de carne y hueso, liberal “puro” como solía decirse, surgió Juárez el mito unificador. Figura central de esa historia patria de las estatuas de bronce, de las efemérides, de los discursos conmemorativos. No deja de ser una cruel ironía –como señala el historiador Charles A. Hale- que el surgimiento de Juárez como mito unificador haya sido obra de su principal antagonista en vida, Porfirio Díaz.
Junto con Juárez mataron al liberalismo mexicano, como ideología combativa que ponía la libertad y los derechos del individuo por encima de cualquier presunto derecho colectivo, y surgió el liberalismo como santo y seña de corrección política. Después de Juárez, todos en México fueron “liberales” entre comillas. Por todos entiéndase el “todo México” de los políticos, funcionarios públicos, escritores, periodistas, educadores. La consigna, más o menos a partir de ese “asesinato” de Juárez y del liberalismo, y del surgimiento de Juárez como personaje mítico y unificador, en 1887, fue “todos somos liberales”…, para mejor dejar de serlo.
Aunque no es el único caso, esta transformación del liberalismo a fines del siglo XIX hasta dejarlo en mera etiqueta legitimadora del positivismo en el poder y hasta del colectivismo más antiliberal, es probablemente uno de los más grandes procesos de falsificación, a partir de la política, que registra la historia de las ideas.
A partir de esta santificación-mitificación de Juárez – y con él de la etapa del liberalismo mexicano que había surgido en México a partir de los años 20 del siglo XIX, con personajes como el doctor Mora- el héroe oaxaqueño lo mismo ha servido, políticamente hablando, para un barrido que para un fregado.
Sólo esa santificación-mitificación de Juárez explica aberraciones como la del propagandista político que se llama a sí mismo Comandante Cero (antes sub-comandante Marcos) quien pretende mantener a los indígenas encasillados en comunidades rígidas y aparte de la civilización y de las leyes generales, ¡nada menos que invocando a Juárez!
Sólo esa mixtificación – ese engrudo que criba los hechos históricos para despojarlos de su contenido y convertirlos en plataforma política - explica que hoy en pleno siglo XXI el más anti-liberal de los candidatos a la Presidencia de la República se ostente como heredero e imitador del Benemérito de las Américas.
En este caso, la falsificación de las ideas sólo atacó un punto, pero un punto clave del liberalismo: La supremacía de los derechos y libertades individuales respecto de los presuntos derechos colectivos. Se pasó así del Estado garante de los derechos al arrogante Estado que pretende modelar la realidad.

lunes, 20 de febrero de 2006

“Exitosas” lecciones de la pedagogía del terror

¿Cómo llamarles a quienes, usando la libertad que se disfruta en el mundo occidental, colaboran con la pedagogía del terror?, ¿cobardes?, ¿tontos útiles?


De pronto, la lógica se ha extraviado y si una turba de musulmanes fanatizados por las prédicas de sus imanes y ayatolas pone bombas, golpea, destroza, amenaza de muerte, la culpa NO es de las prédicas violentas apalancadas en el fanatismo religioso, sino de los “provocadores” occidentales que, al ejercer su libertad, osaron lastimar la susceptibilidad de esos imanes y ayatolas.
Las caricaturas, en esta lógica del terror, son las que matan. Las palabras, en esta lógica enrevesada, son las que destrozan. Si unos desalmados y despreciables fanáticos ajustician – con aleccionadora grabación en video y todo, que después difundirá diligentemente la televisora colaboracionista Al- Jazzera- a una persona por el pecado de ser occidental, cortándole el cuello con lujo de crueldad, los culpables de ese crimen son los gobiernos democráticamente electos en Occidente, jamás los predicadores de la intolerancia asesina; jamás los terroristas con turbante que quisieran meternos a sangre y fuego la letra de un Corán interpertado en su versión más violenta y estrecha.
Los “progres”, las izquierdas políticamente correctas, mientras tanto, callan ante esta muestra suprema de intolerancia, ¡pero no se le vaya a ocurrir a un político o funcionario público proclamarse católico!, no vaya el Presidente a cometer la torpeza de terminar su alocución con un “¡Que Dios los bendiga!”; de inmediato los “progres” de turno dirán, como Soledad Loaeza, que han sido ofendidos por esa bendición, proclamarán que mencionar a Dios en el recinto público es peor que mencionar la soga en casa del ahorcado.
Un periódico en México censura (repito, está en todo su derecho) unas caricaturas que reproducían a su vez las famosas caricaturas de Mahoma del diario danés, pero ese mismo periódico – la mayoría de cuyos lectores, supongo, son musulmanes- no tiene empacho en publicar esa misma semana la portada de una revista en que se parodia la imagen, tan venerada en Polonia, de la virgen negra de Czestochowa, cargando al niño Jesús, poniendo en el lugar de la Virgen María a la cantante Madona y en lugar de Jesús a la pequeña hija de la cantante. Supongo, repito, que la mayoría de los lectores de ese periódico han de ser musulmanes sunnitas o chíitas que no ven agravio alguno en esa parodia.
La razón de estas aberraciones es más sencilla: Los “progres” aprecian más su cómoda seguridad que su libertad (a ver si no pierden las dos, a la larga), no respetan ni a esta ni a aquella fe religiosa, sólo temen a los violentos; como los católicos NO son violentos, como los católicos son tolerantes no hay problema. Los católicos “aguantan” eso y más.
Demuestran estos “progres” que han aprendido la lección: La pedagogía del terror funciona. Que no se extrañen: Habremos de recibir más dosis de sus queridos pedagogos terroristas; inevitablemente y a la vista de los “exitosos” resultados.

sábado, 18 de febrero de 2006

¿Ya aprendieron?, cerdos infieles

Por si quedaran dudas, el Presidente de la Asamblea Consultiva Islámica de Irán advirtió que la lucha es contra los valores de Occidente, empezando por el valor de la libertad. ¿Aprendieron la lección, infieles del mundo libre?


Nada menos que desde ese paraíso de paz y justicia que es Cuba, Gholam Alí Haddad Adel, presidente de la Asamblea Consultiva Islámica de Irán, explicó:
“Esperamos que con la reacción digna y justa (sic) de los musulmanes en todo el mundo hayan aprendido una buena lección. Los anteriores exámenes no fueron aprobados. Veremos ahora qué nota sacan”.
Este pedagogo musulmán – entregado a la causa de educar a los infieles occidentales- visitó durante dos días Cuba, lugar en el que se debe haber sentido muy a su gusto, porque ahí no priva ese pernicioso anti-valor que se llama libertad, ni sus derivados como la tolerancia o la crítica, que – dice el mismo pedagogo, partidario de la consigna “la letra con bombas y ajusticiamientos de rehenes entra”- atentan contra los verdaderos valores de la humanidad.
Cuenta la corresponsal del periódico Reforma en La Habana, Cuba, Yolanda Martínez, que “el funcionario iraní también criticó la libertad occidental que, según dijo, afecta los valores de la humanidad”. Como muestra del carácter perncioso de la libertad el pedagogo y legislador iraní citó el reciente episodio de la difusión de imágenes del profeta Mahoma publicadas en la prensa europea.
Y como muestra de la “reacción digna y justa” de los musulmanes podría haber citado, por ejemplo, lo que casi en esos mismos momentos ocurría en la sede del consulado de Italia en Libia, donde una turba de unas mil personas asaltó el edificio “en venganza, dijeron, por el gesto de un ministro del gobierno italiano, Roberto Calderoli, quien a principios de la semana vistió en público una camiseta con las viñetas de Mahoma”. En los disturbios murieron once personas al menos, cuando la policía libia abrió fuego para contener a los enfurecidos musulmanes.
Por lo visto, el Primer Ministro italiano Silvio Berlusconi aprendió la lección de los pedagogos del fundamentalismo musulmán y exigió la dimisión de su ministro Calderoli ¡por vestir dicha camiseta! A su vez, Calderoli a quién le preguntaban si estaba arrepentido por las supuestas consecuencias de su gesto respondió: “¿Yo arrepentido?, ¿estamos bromeando? Los atentados y la violencia de matriz islámica han iniciado mucho antes de que yo me pusiera la camiseta”.
No sólo eso: El asalto violento a la sede del consulado italiano en Libia se produjo inmediatamente después de un sermón incendiario lanzado el viernes desde una mezquita. Esa es la causa directa de la violencia: La prédica de la intolerancia y de la destrucción de los valores occidentales, a sangre y fuego, desde mezquitas y desde órganos de poder copados por el fundamentalismo, como el que que preside el temible pedagogo Gholam Alí Haddad Adel.
Berlusconi, como muchos otros “infieles” occidentales aterrorizados y cobardes, se equivoca: La libertad no mata. Los fanáticos contra la libertad, sí.

¿Rebatiña entre “héroes”?

Civilizada es aquella sociedad que no les impone a sus miembros la atroz alternativa entre ser héroes o corruptos.


Con pasmosa naturalidad vemos, en estos tiempos electorales, enconadas luchas – algunas de ellas hasta callejeras, a puntapíes, palos y golpes- por obtener una candidatura. Bien vistas las cosas, este ardor por perseguir un cargo público de elección debería preocuparnos. No puede haber tal dotación de héroes en el país. Luego, muchos de los que están en la rebatiña buscan simplemente una manera de vivir a costillas de los demás. Serán malos presidentes municipales, diputados, senadores, presidentes de la República. Para preocuparse, ¿no le parece?
Trato de explicarme recurriendo a un ejemplo hipotético: Si por algún azar increíble se me propusiera ser candidato a la Presidencia de la República tomaría esa presunta distinción como una de las más atroces maldiciones; rogaría que ni de broma se considerase que tengo madera de héroe o de corrupto. ¿Por qué? Porque esa inmensa responsabilidad, ser Presidente, promete más frustraciones que gozos para una persona inteligente y honesta. Porque es muy fácil, desde una posición de tal responsabilidad, hacer grandes daños aún involuntariamente, y porque es endiabladamente difícil, desde una posición de tal responsabilidad, lograr grandes beneficios para el país. Porque en una democracia, como debe de ser, a quien ocupa un cargo público de tal responsabilidad le están destinadas más ingratitudes y sinsabores – hasta acosos y persecuciones, en algunos casos- que gozos y satisfacciones.
Nótese que he puesto dos características – inteligencia y honestidad- en el ejemplo anterior. Para alguien rematadamente tonto – tonto de catálogo o con balcones a la calle, que exhibe a placer su tontería- puede parecer muy bonito ceñirse la banda presidencial cobijado en la candorosa ignorancia de todo lo que le espera y de todo lo que se espera de él. Para un corrupto, no hay problema: Cualquier puesto público – y ¿cuál más apetecible en esta lógica que el de Presidente? - promete compensar cualquier frustración con toneladas de bienes materiales o emocionales, como la fama, la adulación de los cortesanos, el gozo perverso del poder…
Pero para alguien inteligente y honesto, sólo encuentro dos causas posibles para su ardor en la búsqueda de puestos públicos de elección popular: O es un héroe o es un loco…
No creo, sinceramente, que sea tan abundante la dotación de héroes en México (o en cualquier otro lugar del planeta) y sospecho que la de locos la supera…
Todo lo cual me lleva a concluir, ahora desde la perspectiva de los ciudadanos, que lo más valioso que podemos exigir a quien aspira a un puesto de elección popular es que nos explique cómo va a contribuir a la civilización, qué va a hacer para que cada vez menos veces los simples ciudadanos tengamos que elegir, todos los días y en las más variadas situaciones, entre ser héroes o cómplices de la corrupción.

¿Y usted?, ¿también es luchador social?

Habrán de disculparme pero, tras arduas investigaciones, cada vez entiendo menos qué quiere decir alguien cuando dice: “Pues yo aquí, soy básicamente un luchador social”.


¿Un luchador social es alguien que lucha por trepar en sociedad?, ¿es un “grillo”?, ¿es un agitador?, ¿un redentor?, ¿un filántropo?, ¿un soldado de la revolución bolivariana?, ¿un socialitos?, ¿un desempleado?, ¿un empleado de una organización no gubernamental?
En cierta forma, mi abuela Paz, que era de las damas vicentinas, era una luchadora social. Luchaba, junto con varias señoras igualmente propias y devotas, para que hubiese suficientes alimentos y medicinas para los necesitados que acudían los lunes por la mañana al dispensario de la parroquia.
Supongo que cuando hoy tanta gente se define a sí misma como “luchador social” no es a ese tipo de actividades a las que se refieren.
Investigué en la red y acabé más confundido. ¿Quiénes se llaman a sí mismos “luchadores sociales”? Ahí va una pequeña lista: 1. “Soy un luchador social con guitarra”: Anibal Sanpayo, uruguayo, fue antes guerrillero tupamaro. 2. “Sencillamente, soy un luchador social, un revolucionario”: Daniel Ortega, sandinista, ex presidente de Nicaragua, 3. “Soy un luchador social”: Esteban Pérez, diputado y hurgador (así dice), uruguayo, 4. “Mi nombre es Wilfrido Vásquez y mi C. I. es 8.789.225. Soy un luchador social por más de 25 años…estoy comprometido en alma cuerpo y corazón (sic) en el proyecto que encabeza nuestro Comandante Hugo Chávez Frías”. 5. “Soy un luchador social”: Federico Salas, ex primer ministro de Perú en el tercer gobierno de Alberto Fujimori. 6. “Soy un luchador social”: Andrés M. López, mexicano, candidato a la Presidencia, en una entrevista reciente en la televisión. 7. “Soy un luchador social que cumple una tarea que el pueblo me ha dado”: Salvador Allende, presidente de Chile en su última alocución por radio desde el Palacio de la Moneda, en Santiago, el 11 de septiembre de 1973 a las 7:55 de la mañana.
La lista todavía es más larga si buscamos de quiénes se dice que son luchadores sociales. Desde Evo Morales – así lo presentaron en su visita a La Habana, Cuba-, hasta Ricky Martin (¡de veras!) a quien en una entrevista en Venezuela (of all the places) le preguntan así: “Cantante, actor, modelo y luchador social, ¿en este momento qué sientes qué te falta? Ricky”.
Afortunadamente, para disipar estas confusiones acerca de qué diablos es un luchador social, ya existe en Venezuela el Frente Francisco de Miranda (FFM) (“instrumento que contribuye al desarrollo exitoso de los programas impulsados por el Gobierno Revolucionario en beneficio de las clases más humildes, en correspondencia con el ideario bolivariano y el pensamiento del Comandante Chávez“) donde hasta hay un reglamento con los derechos y deberes del luchador social. Por si hay algún curioso esta es la dirección en la red: aquí.
Yo, después de esta investigación, paso. No me interesa ser un luchador social. ¿Y a usted?

miércoles, 15 de febrero de 2006

El desarrollo no es asunto de filantropía

Pocas causas tan políticamente correctas y populares como la de recaudar fondos para “salvar África”. Sin embargo, estos aclamados filántropos desdeñan o ignoran que el desarrollo – en África como en cualquier otro lugar del planeta- depende de permitir la libre iniciativa de los individuos, invertir en capital humano y deshacerse del asistencialismo gubernamental y multinacional.


Ayudar a África es una gran cosa…, para los salvadores occidentales de los africanos y para los corruptos gobiernos que oprimen la iniciativa individual en África. Los perdedores, desde luego, son los africanos de carne y hueso. Siempre lo han sido y las multimillonarias “ayudas” para distintos países africanos, paradójicamente, refuerzan la pobreza y el subdesarrollo en ese continente.
Un revelador artículo de William Easterly publicado el lunes por The Washington Post (“The West can’t save Africa” – “Locals must take the lead”) pone el dedo en la llaga: Ayudar a África se ha convertido en una gigantesca operación de lavado de prestigios y conciencias para políticos y artistas occidentales – y en una apetecible fuente de corrupción para políticos africanos- totalmente ineficaz para poner a ese continente en la senda del desarrollo.
Easterly es bien conocido por sus fundamentadas y minuciosas críticas (ver sitio de Easterly aqui) al modelo de ayuda a los países pobres que desde hace décadas ha sido paradigma de políticos y de buenas conciencias. Como exfuncionario del Banco Mundial pudo documentar cómo la mayor parte de estas ayudas literalmente se fueron a la basura o a exacerbar la corrupción de gobiernos opresores. Sobre todo, Easterly redescubrió en el terreno y con rigor científico que la prosperidad económica no es un asunto de transferencia de fondos sino de permitir y dejar florecer la iniciativa de los individuos en mercados libres, abiertos al comercio mundial, sin interferencias gubernamentales.
De ahí su reiterado mensaje, incómodo pero cien por ciento pertinente: Serán los africanos quienes harán prosperar a ese continente o no será nadie más. Africanos como Patrick Awuah en Ghana, quien durante cuatro años, hasta 2005, ha dirigido una pequeña pero exitosa universidad privada, que inició con su propio dinero. La universidad Ashesi reserva la mitad de sus sitios para becar a estudiantes pobres y su objetivo, explica su fundador, es “enseñar a pensar críticamente”. Este proyecto educativo, como muchas otras iniciativas privadas en África, es desdeñado y obstaculizado por las burocracias locales, que ven en esas iniciativas una peligrosa amenaza para el actual estado de cosas (que a los burócratas, por supuesto, les resulta muy rentable).
Como ese hay muchos proyectos de desarrollo a partir de la iniciativa privada que son sofocados en África…e ignorados por los filántropos.
En contraste, China y la India le han apostado a la inciativa privada, especialmente en la formación de capital intelectual. Las donaciones que reciben China y la India son insignificantes en comparación con lo que se destina a África. Los resultados son abismalmente distintos.
Eso sí: Bono, Angelina Jollie, Bob Geldof y los líderes del G-8 no pierden el tiempo en “pequeñeces” como la universidad Ashesi de Ghana.

lunes, 13 de febrero de 2006

De la (mala) educación civilizadora

De cómo un niño peruano en los años 50 recibió – como tantas generaciones de latinoamericanos- una lección práctica, implacable – que nunca impecable- de incivilidad omnipresente.


No debería sorprenderme, pero lo hace. No debería divertirme, porque es una experiencia – como miles o millones – amarga, pero la cuenta tan bien, con tanta gracia, Alfredo Bryce Echenique que sí, lo confieso, me divierte…, y me entristece.
Son los años 50, un niño peruano de las mejores familias limeñas, Alfredo Bryce Echenique, viaja en un ómnibus de la línea Orrantia del Mar- Avenida Salaverry – Avenida Abancay, mejor conocida simplemente como “Orrantia-Abancay”, en la que los “furibundos choferes a veces literalmente se zurraban en las leyes del tráfico y se lanzaban a las más vertiginosas y criminales carreras contra nadie”. Así es como narra – décadas después – esa inolvidable experiencia formativa o deformante, según se vea:
“Recuerdo, incluso que, una vez, un policía que viajaba en el ómnibus, se incorporó de su asiento y le rogó al chofer que disminuyera la velocidad. Ante mi espanto de niño, sentadito y solo, ahí al ladito, nomás, el chofer amenazó de muerte al policía, si no cerraba el hocico y volvía a sentarse en su sitio. La autoridad se vino abajo, ante mis ojos y oídos, obedeció aterrada, y yo me convertí en niño-estatua sordo y mudo y probablemente ciego, también, un poco por la piedad que me inspiró la autoridad caída y otro mucho por terror a que el criminaloso chofer se fijara también en mi existencia y me preguntara, por ejemplo, si estaba de su parte o de la del cretino del tombo de mierda ese que había intentado meterse en su vida privada. Su vida privada éramos el ómnibus a unos ciento cincuenta kilómetros por hora, en plena ciudad, y los aterrados pasajeros se entiende”.

Ese es el tipo de educación cívica práctica que hemos recibido millones de latinoamericanos – habrá sus excepciones, claro- a lo largo de varias generaciones: En ciertos momentos y ante ciertos personajes (no sólo ante choferes de ómnibus, o ante patibularios personajes del hampa impune sino hasta ante elegantes señores de traje y corbata, con puro en la boca) la autoridad formal – cívica, civilizada, para dirimir controversias sin gritos ni sombrerazos – se desvanece, se esfuma, dejándonos en el desamparo, mudos, sordos, ciegos, niños-estatua que temen hasta respirar para no incordiar a los violentos que han vomitado su amenaza.
Esas experiencias pueden más que diez años de clases de civismo, que debiéramos llamar de civilización.
A veces, algunos días, se reviven esas clases prácticas de incivilidad, o de “no te metas con la impunidad de los violentos”, para que nadie por estos rumbos se vaya a creer la historia de la legalidad, el Estado de Derecho, el respeto debido a la autoridad constituida y/o electa…
Entonces uno se pregunta cuándo, ¡por Dios!, ya no habrá que elegir entre convertirse en niños-estatua (que no ven, no oyen, no hablan) o hacerla de héroes más o menos suicidas.

domingo, 12 de febrero de 2006

El torrente improductivo

El gran lastre que frena el crecimiento de la economía mexicana es la improductividad. Tristemente, el torrente discursivo de las contiendas políticas sólo alimenta una mayor improductividad.


En un artículo memorable, publicado en El Economista el pasado 25 de enero, Roberto Newell sintetizó con agudeza cuál es el mayor problema de la economía mexicana:
“Lo poco que hemos crecido deriva de emplear más recursos, y no de usarlos más eficientemente”
.
En efecto, desde los años 70 del siglo pasado México ha crecido, lo poco que lo ha hecho, empleando más recursos, no innovando en la utilización de los recursos para hacerlos más productivos. Es un camino que en el mejor de los casos sólo nos puede conducir al estancamiento, lo que de suyo es un retroceso si nos comparamos – como debemos hacerlo – con el resto del mundo.
En ese artículo Newell identificaba tres obstáculos que inhiben la innovación tecnológica en México y, con ello, el incremento de la productividad: 1. Una oferta pequeña de talento innovador derivada de la falta de incentivos, 2. La falta de un mercado de capitales suficientemente profundo y líquido para fondear la innovación tecnológica y 3. Una deficiente protección a los derechos de propiedad, ya no tanto en el entramado jurídico sino en la práctica.
Me permitiría agregar al muy pertinente análisis de Newell que como telón de fondo y causa ultima de esos tres obstáculos padecemos en México de un desdén constante – en la educación, en la política, en los negocios, en los medios de comunicación- hacia el análisis objetivo y riguroso y una proclividad enfermiza hacia los discursos torrenciales cargados de emotividad y adjetivos, de falacias “ad hominem”, de descalificaciones gratuitas al adversario, de condenas encendidas y de voluntarismo romántico.
En épocas electorales, como la que vivimos ahora, se hace aún más notoria la desconexión entre los discursos torrenciales y la solución a los verdaderos problemas del país. En el discurso torrencial, característico del populismo, “no queda títere con cabeza”: Todo se ha hecho mal y, peor aún, con malas intenciones, pero todo cambiará si se vota por el candidato tal o cual que se vende como el gran renovador. El análisis lógico – causal – basado en datos y hechos objetivos está ausente. El torrente de palabras no busca la solución a los problemas, sino satisfacer las pulsiones emocionales de un auditorio. Y es un recurso eficaz porque se calcula que el voto será impulsado por la emotividad, no por un análisis racional.
La “promesa de compra” – para emplear el lenguaje de los mercadólogos metidos a asesores electorales- es clara: El voto te dará una satisfacción emocional, sea el desquite, sea la apuesta por un sueño a la vez vago y apremiante.
Es de temerse que esta divergencia entre análisis objetivo y discurso político se ensanche cada vez más. Y es de temerse que, ante el agravamiento de la improductividad discursiva, haya quien no encuentre mejor respuesta que aumentar la dosis: Votando por un sueño.

jueves, 9 de febrero de 2006

De la “neutralidad” como una forma de intolerancia

Hay gente tan tonta – y tan intolerante- que nos prohíbe llegar a conclusiones después de analizar los hechos y los dichos. Cierto, la pluralidad propia de las democracias nos indica que hay diversas opciones políticas, pero la simple razón nos advierte, también, que es imposible que todas resulten correctas.


No han podido superar las cavernas del dogmatismo – digamos, la oscuridad del círculo de estudios marxista en el que sólo había un profeta verdadero, y una sola interpretación, autorizada por el partido, de las palabras del profeta- cuando ya posan de paladines de la tolerancia liberal censurando a todo aquél que se atreve a pensar por su cuenta, y - ¡santo horror democrático!- a hacer juicios de valor tras analizar y sopesar hechos y dichos.
No es un atentado contra la democracia ni un condenable “sesgo ideológico”, por ejemplo, señalar que tales dichos o actos de tal o cual político popular son falsos o incongruentes o erróneos. Menos lo es, si antes de cometer ese “pecado” (emitir un juicio de valor) uno se ha tomado la molestia de verificar – confrontar con la realidad – y de acuerdo con las reglas de la lógica (que no son plurales, sino únicas), los mismos dichos y actos mencionados. Sin embargo, parecería que para estos aprendices de demócratas (llenitos, todavía, de prejuicios dogmáticos y de reflejos autoritarios) la tolerancia implicase que valen lo mismo la verdad que la mentira y que los políticos de su preferencia gozan de una patente de inmunidad a la crítica. Se parecen a esos legisladores que confunden su fuero para opinar libremente con un escudo de infalibilidad: “Lo que usted ha dicho, señor diputado, es una burrada” se atreve uno a decirles y de inmediato montan en santa cólera republicana y desenvainan – como si fuere machete o garantía de certeza – la consabida advertencia: “La Constitución señala que los legisladores jamás – jamás, ¿me escucha usted, impertinente? – podremos ser censurados por nuestras opiniones”. De acuerdo, señor legislador, pero de que usted ha dicho una burrada (como llamar carbohidratos a los hidrocarburos o decir prepucio por occipucio) la ha dicho.
La tolerancia no significa que los ciudadanos nos hayamos convertido en perpetuos idiotas incapaces de distinguir entre una propuesta razonable y una ocurrencia disparatada, retrasados mentales a los que está prohibido - ¡en nombre, nada menos, de la libertad de pensamiento!- discernir lo cierto de lo falso, o entre los hechos desnudos y los dichos adornados, o entre las hipótesis razonables y las meras conjeturas nacidas del prejuicio o de los delirios de persecución.
La tolerancia no debe ser prohibición para el análisis, el escrutinio y los juicios. La tolerancia no significa que la lógica sea un lujo extinto.
En fin, la tolerancia y hasta la misma cortesía intelectual no impiden que lo más caballeroso que uno pueda decir, ante ciertas barbaridades, sea lo que imaginaba Gabriel Zaid que podría haberle dicho el lógico Abelardo a su amada: “Eloisa, por favor: no digas pendejadas”.

miércoles, 8 de febrero de 2006

Censura "Reforma" caricatura de Calderón o bien: Los oscuros paladines de la transparencia

El domingo, los lectores del periódico "Reforma" en la Ciudad de México o "El Norte" en Monterrey (o "Mural" o "Palabra", en Guadalajara o en Saltillo) NO pudieron ver el cartón dominical de Paco Calderón. El grupo editorial decidió - está en pleno derecho de hacerlo- censurar el cartón de Paco en el que el estupendo caricaturista da cabida a varias de las polémicas caricaturas publicadas en septiembre pasado por un periódico danés (ver referencias abajo en "Respeto a las religiones y libertad de expresión").
Para ver la caricatura censurada por los editores del grupo Reforma: AQUÍ
"Reforma" está en su derecho de editar como mejor le plazca. Más aún, sin conocer entonces el cartón de Paco escribí en esta misma bitácora que como editor jamás publicaría caricaturas que pudiesen ser ofensivas para una fe ajena (por incomprensible que dicha fe me pueda parecer).
Ese NO es el problema.
El problema es que hasta ahora los editores de esos periódicos mexicanos NO han tenido la elemental honestidad de informar a sus lectores de ese hecho de censura y de las razones que tuvieron para hacerlo. Para que después les creamos todas sus apasionadas y hasta cursis cruzadas en favor de la transparencia...¿Acaso los lectores son menores de edad y no les merecen respeto?, ¿acaso les averguenza reconocer que ellos también censuran cuando lo consideran conveniente?
(Nota: el título de este comentario debió ser, para imitar a la perfección la sintaxis detestable de esos diarios: "Censuran monos del domingo; callan explicaciones")

Hoy, todos somos daneses

The Brusseles Journal en la red ha puesto en su cabezal la leyenda: "Hoy, todos somos daneses" junto con la bandera de Dinarmarca. Es una clara advertencia de que ante las amenazas a la libertad de expresión, y a todas las demás libertades, promovidas desde el fanatismo islámico, en el mundo libre debemos responder con firmeza y sin titubeos.
Al respecto, el comentario de R. Mier al artículo sobre Respeto a las religiones y libertad de expresión (comentario que pueden ver en la sección correspondiente de esta bitácora) no podría ser más pertinente: Más que los llamados a no provocar la ira de los musulmanes radicales (manipulados por sus Imanes y por los gobiernos que dan cabida al odio a la libertad), deberíamos estar defendiendo, con todo, la libertad.
Por supuesto, sería un terrible error creer que "eso" (las amenazas de muerte y los llamados a la guerra) representa a todos los musulmanes. Por el contrario, la gran mayoría silenciosa de musulmanes que viven en Occidente - y que disfrutan y agradecen las libertades y la tolerancia que no pueden gozar en su país- opinan muy diferente. Una muestra son las palabras de Nasher Kader, musulmán danés que encabeza la red de musulmanes de Dinamarca que pide a los Imanes radicales ser congruentes y abandonar un país al que tanto dicen odiar, pero que les ha brindado oportunidades, respeto y acogida. Cito sus declaraciones:
“After all no one is forcing them to [live in Denmark]. They can always move to one of the countries in the Middle East which are based on the Muslim values they insist on living by. It seems that their loyalty is mainly to countries such as Saudi Arabia, so I think they should move there. I am tired of hearing them complain about the situation in this country which has given them shelter, freedom of expression, freedom of religion and tons of opportunities for their children. If they cannot be loyal to the values of this country they should leave and by that do the majority of Danish Muslims a big favour. The imams should stop critizising the cartoons and instead critizise the terrorists that cut the throats of innocent hostages in the name of Allah and therefore abuse Islam. But on such occasions we never hear a word from them. Hence, they are hypocrites.”


Vale la pena conocer el artículo entero de donde extraigo estas declaraciones, que puede leerse aquí

México: ¿Una tribu o una sociedad?

“Una característica crucial de las sociedades libres es que, al revés de las tribus, no tienen objetivos comunes. Tienen reglas comunes, nada más. Respetando esas reglas, cada cual es libre de perseguir los objetivos que quiera”
: Carlos Rodríguez Braun.

La mejor oferta política que podemos recibir hoy los mexicanos es aquella que ofrezca ampliar las libertades de cada cual y garantizar sin cortapisas los derechos de todos y cada uno a la vida, la libertad y el patrimonio.
Aunque suene políticamente incorrecto, en una sociedad libre NO compartimos un objetivo común al que se subordinen los objetivos individuales; como bien dice Rodríguez Braun, en la cita que encabeza estas líneas, lo que tenemos en común son “reglas”, un acuerdo institucional que posibilita que cada cual busque sus fines personalísimos sin interferir ni ser interferido por la búsqueda que los demás hacen de sus propios fines.
Esas reglas deben garantizar los derechos del hombre que son preeminentes y previos al Estado: el derecho a la vida, el derecho a la libertad (a las diferentes libertades: de creencias, de expresión, de trabajo y demás), el derecho a la propiedad (lo que incluye, desde luego, la garantía de que los contratos serán cumplidos y respetados). Por ejemplo, si el Estado debe combatir los monopolios NO es por un prurito moralista en contra de la riqueza o de la acumulación de capital, sino porque los monopolios atentan contra la libertad de los consumidores y contra la libertad de emprender o de trabajar.
Está comprobado que una sociedad prospera en la medida que sus miembros tienen libertad y gozan de un Estado de Derecho en el que se garantiza la seguridad física y patrimonial de todos, el cumplimiento de los contratos y condiciones de libre competencia y concurrencia de oferentes y demandantes en los mercados.
Sé que la simple formulación de estas ideas – normales en las democracias liberales prósperas- causa escozor en algunas personas en México. Ello es signo de un lamentable atavismo cultural que quisiera ver a los individuos como siervos del Estado, de una idea que se presume superior o de una ideología colectiva a la que se desean subordinar todos los fines individuales. Ese atavismo indica que, por asombroso que parezca, la nación concebida por los liberales mexicanos del siglo XIX – alimentados por los ideales y hallazgos de la Ilustración en Europa- sigue siendo ignorada por muchos políticos e intelectuales mexicanos.
No deja de ser una cruel burla histórica que algunos de esos políticos se proclamen, por ejemplo, “juaristas” y propongan para el país proyectos tribales y colectivistas que el Benemérito habría abominado.
Por favor, lean y entiendan la obra de Benito Juárez y la de los liberales mexicanos del siglo XIX. Tomen de ella lo esencial – el profundo respeto por la libertad y por las reglas que la preservan – y dejen de esconder sus proyectos de colectivismo revanchista – propio de una secta – detrás de las estatuas del Benemérito.

lunes, 6 de febrero de 2006

Otra lección desde Argentina

El gobierno argentino le dio una remozada verbal al ajado concepto de “industria infantil” para justificar la protección a industrias ineficientes. Ahora se le llama “Mecanismo de Adaptación Competitiva”. ¿Será que tales industrias argentinas, eternamente no competitivas, pasaron del infantilismo a la decrepitud sin conocer nunca la madurez?


El Mercosur cumple 15 años como el mejor ejemplo de un fraude: Un club proteccionista que se hace pasar por tratado de liberación comercial. El gobierno argentino acaba de mostrar con claridad para lo que sirve el Mercosur, cuando ha logrado imponer a su socio, Brasil, un régimen que cerrará el mercado argentino, temporalmente se dice, a las importaciones procedentes de Brasil que supongan un “daño importante” a las industrias argentinas.
Por lo pronto, este régimen llamado “Mecanismo de Adaptación Competitiva, Integración Productiva y Expansión Equilibrada del Comercio” (largo nombre en el que cada sustantivo está políticamente corregido con un adjetivo, algo típico de las burocracias “creativas”) protegerá de las importaciones procedentes de Brasil a las industrias argentinas de las siguientes ramas: textil, calzado, juguetes y electrodomésticos. Cabe añadir, para mayor vergüenza, que las industrias brasileñas – a las que tanto temen los industriales argentinos- en ningún caso son líderes en competitividad internacional.
Es un bonito ejemplo de cómo algunos gobiernos de izquierda – formados en toda la bazofia de moda en las universidades latinoamericanas en los años 70 del siglo pasado- protegen a sus verdaderos aliados: Las oligarquías de negociantes; y fastidian a los consumidores.
Dicho sea de paso este “logro” proteccionista del gobierno argentino en nada le ayudará a frenar la espiral inflacionaria que padece ese país (12.3 por ciento anual a diciembre pasado, contra 5.2 por ciento en Brasil) ya que los consumidores no podrán beneficiarse de los precios más bajos – relativamente – de los productos brasileños. Mientras tanto, el gobierno de Néstor Kirchner insiste en combatir la inflación con la herramienta equivocada: controles de precios disfrazados de “acuerdos” con la industria y el comercio. Todo mundo sabe, excepto Kirchner, que ello sólo producirá desabasto, mercados negros y mayor inflación.
Para México, en medio de una reñida campaña electoral, el caso argentino debería ser aleccionador: Los vehementes llamados a cambiar de modelo económico y a inyectarle “sensibilidad social” a la política económica avisan con toda claridad que se pretende volver al intervencionismo gubernamental en los mercados. La misma bazofia de la “docena trágica”.
La lección argentina es elocuente: Basta con que los burócratas iluminados empiecen a jugar a diosecillos de la economía (manipulando el tipo de cambio, imponiendo precios por decreto, levantando aranceles y barreras proteccionistas, estableciendo nuevos obstáculos a la libre competencia) para que todo el sistema se arruine. ¿Quiénes son los más perjudicados? Los consumidores y, dentro de ellos, los que menos tienen.
Una vez más, como sucedió en México en los años 70 del siglo pasado, estos gobiernos de izquierda verborreica hacen más pobres a los pobres y más ricos a los ricos. Todo un programa “progresista”.

domingo, 5 de febrero de 2006

¿Por qué las quiebras son saludables?

El mito popular entre algunos políticos de que la preservación de empleos es prioritaria ha sido la causa de terribles desastres económicos que sólo generan miseria y, paradójicamente, mayor desempleo.


A veces la mejor manera de mostar la estupidez implícita en muchas ocurrencias geniales es imaginarlas en la práctica.
Le cito, estimado lector, tres “ocurrencias geniales” que aún siguen siendo esgrimidas por políticos trasnochados; las tres están emparentadas y forman parte del mito keynesiano del “pleno empleo” como fin último de la política económica.
1. “El gobierno debe preservar empleos y, por lo tanto, no debe permitir la quiebra de ninguna empresa”.
2. “En países pobres el gobierno debe crear o fomentar la creación de empleos de uso intensivo de mano de obra y de escasa o casi nula inversión de capital”
3. “La creación de empleos debe adaptarse a las tradiciones, a los modos, a los usos y a las costumbres de un pais; ésa es una política económica con sensibilidad social”.

Ahora imaginemos un proyecto de generación de empleos alentado por el gobierno – con estímulos fiscales o incluso mediante la inversión directa de recursos públicos- que cumpla con las tres ocurrencias geniales citadas arriba. Ya lo tengo: Establecer un sistema de abasto de alimentos del mar a la gigantesca zona metroplitana de la Ciudad de México que rescate la vieja tradición – casi legendaria y muy mexicana- de establecer relevos humanos cada 50 metros del puerto de Veracruz a Tenochtitlán (todo esto con música y letra de Guadalupe Trigo, desde luego). No se ría, estimado lector. El proyecto cumple a la perfección con los tres “requisitos” del mito del pleno empleo y de la “técnica económica con sensibilidad social”, amén de rescatar una bonita tradición (como la de los organilleros que importunan a los viandantes suplicando una dádiva monetaria “para que no se acabe la tradición, jefecito”).
Que es un proyecto ruinoso, no cabe duda. Que es improductivo, también. Que provocará desabasto es innegable. Que ignora olímpicamente las necesidades y deseos de los consumidores, salta a la vista. Pero, en cambio, es políticamente correcto; genera en apariencia un montón de empleos (pésimamente pagados, por cierto, porque correr con un pescado 50 metros para entregarlo al siguiente corredor no genera mucho valor que digamos); es vistoso y muy nacionalista. Adorne la propuesta con promesas voluntariosas de que el proyecto fomentará la pesca, mejorará la dieta de los mexicanos y estimulará la economía en zonas del país aletargadas. Ya está.
Bien, pues algo así – un futuro de esa naturaleza- es el que prometen los políticos que hablan de preservar empleos a toda costa, así sean ruinosos o improductivos.
La quiebra de empresas en un mercado sujeto a la libre oferta y a la libre demanda es saludable: Permite corregir con el menor costo social y la mayor eficacia económica los errores en la asignación de recursos. En cambio, las ocurrencias geniales derivadas del mito del pleno empleo sólo impiden que funcionen los imprescindibles correctivos del mercado.

sábado, 4 de febrero de 2006

Libertad de expresión y respeto a las religiones

En las democracias liberales quien abusa de la libertad de expresión, ofendiendo a un grupo étnico o a una religion, de inmediato es castigado por el mercado.

En septiembre pasado un periódico danés – Jyllands-Posted – emprendió una desafortunada cruzada en contra de la auto-censura de muchos ilustradores que se habían negado a ilustrar con imágenes de Mahoma un libro para niños sobre ese profeta.
Fue desafortunada la campaña – por decir lo menos – porque lo que se les ocurrió fue publicar una docena de caricaturas de Mahoma que objetivamente resultan ofensivas para los creyentes musulmanes. No las he visto, pero el semanario británico The Economist describe elocuentemente tres de ellas: Mahoma tocado con un turbante en forma de bomba, Mahoma enseñando que el camino más corto al paraíso lleno de vírgenes es colgarse una bomba-suicida y Mahoma esgrimiendo ferozmente una cimitarra.
Debe tomarse en cuenta, para entender el problema, que para los musulmanes es reprobable cualquier intento de reproducir la imagen de Mahoma (de ahí las dificultades que enfrentó el autor del libro para encontrar ilustradores) y debe tomarse en cuenta, también, que en Dinamarca (como en muchos otros países de Europa) florecen, abierta o calladamente, sentimientos xenófobos y racistas en contra de los inmigrantes.
Las reacciones indignadas y francamente amenazantes en contra de ese atrevimiento – posible, no hay que olvidarlo, gracias a la libertad de expresión característica de las democracias liberales- han ido creciendo en el mundo musulmán: Desde protestas en contra del diario mediante correos electrónicos hasta amenazas de muerte a los caricaturistas y exaltadas llamadas a exterminar a Dinamarca y a los daneses por parte de grupos terroristas en Irak o de palestinos fanatizados.
Visto con ojos occidentales se puede criticar al periódico su mal tino, su mal gusto o hasta su xenofobia latente, pero nada más. Están ejerciendo un derecho fundamental, no negociable, en la civilización occidental: La libertad de expresión. Si se juzga que han abusado de la libertad de expresión, el propio mercado (la gente libre) los castigará cancelando su suscripción al diario o hasta boicoteando a sus patrocinadores.
Visto con ojos medievales – que es, por desgracia, la mirada con que muchos musulmanes radicales continuan observando el mundo – el atrevimiento del diario debe pagarse con el peor de los castigos (la muerte) no sólo a sus autores directos, sino a todo Dinamarca por permitir tales ofensas.
La diferencia de cosmovisiones, entre el mundo occidental libre y la fe islámica en su vertiente fanática, es abismal; y ése es el problema.
Todos los días, no exagero, en Europa y en casi toda América se publican caricaturas de mal gusto, ofensivas, calumniosas, cobardes, junto con con caricaturas críticas, agudas, inteligentes y valerosas. Y no pasa nada.
Como editor jamás habría publicado esas caricaturas ofensivas por elemental respeto a una fe ajena (aun cuando me resulte incomprensible), pero como periodista y ciudadano libre siempre defenderé el derecho de cualquier diario a publicar lo que le parezca. La libertad tiene los mejores antídotos contra quienes abusan de ella.

jueves, 2 de febrero de 2006

Los políticos y la imitación de Cristo

Son, los de Tomás de Kempis, consejos no aptos para políticos. Digamos este: “Desea que no te conozcan, ni te estimen”. O este otro: “Pon los ojos en ti mismo y guárdate de juzgar las obras ajenas”.

Ya es bastante fastidioso tener que soportar la temporada de ofertas angelicales – que mencionaba en el artículo de ayer- para que ahora nos aparezcan inopinados émulos de Cristo ¡nada menos que en la arena política de las vanidades!
El libro más famoso de espiritualidad, “La imitación de Cristo” del monje Tomás de Kempis (publicado en 1472) propone prácticas virtuosas tan elevadas – fundadas en el “desprecio de sí mismo”- que sospecho resultan imposibles para la mayoría de nosotros. Picado por la curiosidad – y dado el desliz de un político popular que insinuó fuertes paralelismos entre su vida y la de Cristo- busqué el célebre librito de consejos espirituales. El contratste entre lo que es un político y lo que es un imitador de Cristo – según Kempis- no podría ser mayor.
La obra de Tomás, monje de Kempis (Alemania), la fue escribiendo a lo largo de su virtuosa vida, pero sólo se difundió un año después de su muerte; tal era, cuentan sus biógrafos, la humildad de este monje. La obra consta de cuatro libros: Avisos provechosos para la vida espiritual, De la conversión interior, De la consolación interior y Del Santísimo Sacramento. Me limitó al primero de estos libros, que podría ser el menos inaccesible para el conjunto de mundanos al que pertenezco.
Léanse estos consejos y compruébese que nada tienen que ver con la política, ni con los fatuos “luchadores sociales”:
-
“¿Por qué te quieres tener en más que otro, hallándose muchos más doctos y sabios en la Ley que tú? Si quieres saber y aprender algo provechosamente, desea que no te conozcan ni te estimen”.
- “Mas los varones perefectos no creen de ligero cualquier cosa que les cuentan…A esta sabiduría también pertenece no creer a cualesquiera palabras de hombres, ni decir luego a los otros lo que oye o cree”.
- “No te estimes por mejor que otros, porque no seas tenido quizá por peor delante de Dios”.
- “Queremos que los otros sean castigados con rigor, y nosotros no queremos ser corregidos. Parécenos mal si a otros se les da larga licencia, y nosotros no queremos que cosa que pedimos se nos niegue. Queremos que los demás estén sujetos a las ordenanzas, pero nosotros no sufrimos que nos sea prohibida cosa alguna. Así parece claro cuán pocas veces amamos al prójimo como a nosotros mismos”.
- “Más fácil cosa es callar siempre que hablar sin errar. Más fácil es encerrarse en su casa que guardarse del todo fuera de ella…Ninguno se muestra seguro en público, sino el que se esconde voluntariamente. Ninguno habla con acierto, sino el que calla de buena gana. Ninguno preside dignamente, sino el que se sujeta con gusto. Ninguno manda con razón, sino el que aprendió a obedecer sin replicar”.

miércoles, 1 de febrero de 2006

Campañas electorales: Ángeles en venta

“Si los hombres fuesen ángeles, ningún gobierno sería necesario; si los ángeles gobernaran a los hombres ningún control externo o interno sobre el gobierno sería necesario”: James Madison.


Un viejo negocio en México es el que todavía se anuncia en algunas casas más o menos humildes con estas palabras: “Se visten niños Dios”. Con frecuencia pareceria que los candidatos en campaña y sus asesores realizan una tarea semejante: Tomar el desnudo y maltrecho cuerpecito del político en busca del voto y vestirlo primorosamente, engalanarlo, cubrirle sus flaquezas y verguenzas, disfrazarlo como ícono de un espíritu puro. Vender ángeles, pues.
Exceptuando el caso de algunos gasolineros – dueños de franquicias para surtir combustibles que pierden dinero por puro amor al prójimo y vocación de servicio- los empresarios y los consumidores buscamos maximizar nuestro beneficio personal en los libres intercambios comerciales. Un viejo atavismo, heredado según parece de las antiguas monarquías absolutas, quiere hacernos creer que quienes se dedican al servicio público (funcionarios en ejercicio y políticos en campaña) también, como esos gasolineros filántropos, se sustraen a la regla del interés personal y actúan – por alguna razón mágica y misteriosa- movidos por un virtuoso y etéreo “interés general”, por el “bien común” o, mejor todavía, “por el bien de todos”. Eso, desde luego, sin parar mientes en que la búsqueda de ese bien (superior por axioma a los mezquinos bienes individuales) les cueste dinero, salud, tranquilidad, reposo.
No me la creo. Tampoco se la creía James Madison, calificado como “padre de la Constitución de los Estados Unidos”, cuarto presidente de ese país, quien escribió – con mucho sentido- que “la verdad todos los hombres que tienen poder son dignos de desconfianza”. De hecho, la esencia del contrato social en que se funda la Constitución de ese país parte de la desconfianza y ha mostrado ser muy eficaz para mantener a raya los instintos de tiranía que todos albergamos apenas tenemos poder.
Tampoco se creyó el cuento de la bondad innata de los políticos y gobernantes el economista sueco Johan Gustaf Knut Wicksell (1851-1926) quien decía que la diferencia relevante entre los mercados y la política no está en la clase de valores que persiguen las personas, sino en las condiciones bajo las cuales las personas persiguen sus intereses. Heredero intelectual de Wicksell, el Premio Nobel de Economía (1986), James M. Buchanan, principal exponente de la teoría de la elección pública y de la teoría constitucionalista de la política económica, escribió en el mismo tenor: “Las reglas que vale la pena considerar son aquellas que se presume pueden funcionar dentro de un sistema polítco integrado por hombres y mujeres comunes, y no solamente por idealizados, sabelotodos y benevolentes seres humanos”.
Sin embargo insisten con su propaganda angelical: “De puro buenazo que soy, me reduciré el sueldo a la mitad”; “de puro buenazo que soy resolveré todo lo que los otros no han podido o no han querido”: “de puro buenazo que soy multiplicaré los panes y los peces”.