lunes, 11 de abril de 2005

De apodos y cuentos

Ricardo Medina Macías
Donde se cuenta, entre otras cosas, la apócrifa leyenda del “Rayito de Esperanza”.
¿Nos vendrá de los moros la afición a poner apodos? Quién sabe. Se cuenta en El Quijote – primera parte, capítulo 40 – que “es costumbre entre los turcos ponerse nombres de alguna falta que tengan o de alguna virtud que en ellos haya”.
Y se reitera: “como tengo dicho, toman (los turcos) nombre y apellido ya de las tachas del cuerpo, y ya de las virtudes del ánimo”. Lo dice el cautivo al contar la emocionante la historia de la bella Zoraida que ahora quiere llamarse María. Pues así hacemos también por estas tierras. A un chaparro le dicen, desaprensivamente, Elena (por “El enano”) o a un lisiado los crueles le llaman “el terror de las hormigas” (con un pie las junta – a las hormigas – y con el otro las aplasta) o se le dice a un par de sujetos que son señaladamente lentos “el dúo dinámico”. En efecto, las tachas del cuerpo o las virtudes del ánimo.
También los oficios – “el balatas” – o el modo de hablar – “el uyuyuy” –sirven para generar apodos. Con frecuencia, un apodo basta para destruir el destino que unos ilusionados padres soñaron para su vástago: Lo bautizan Odiseo después de conocer las hazañas de Ulises y en la escuela lo fastidian llamándole “el Cheo”. Jorge Ibargüengoitia tenía documentado el elevado porcentaje de las mujeres llamadas Concepción que terminan como “Conchis” (me parece que superaba el 90 por ciento). También comentaba que había altas probabilidades de que el padre de alguien que se llamaba Orestes fuese el intelectual del pueblo, que se paseaba entre los puestos de carnitas con un libro de Amado Nervo bajo el brazo.
Pero eso se refiere a ciertos nombres que marcan para toda su vida a ciertas personas y que pueden ser tan crueles o tan graciosos como algunos apodos. De uno de esos nombres surgió “el descubrimiento de América” que es un cuento del peruano Bryce Echenique sobre una guapa muchacha limeña a quien sus padres, inmigrantes italianos, bautizaron y celebraron como el nuevo continente que los recibió.
Mi amigo Aníbal Basurto Corcuera, el Gordo, vecino hace varios años de Apizaco, Tlaxcala, jura que el auténtico “Rayito de Esperanza” fue un borrachín de aquél lugar, esmirriado, casado con una mujerona llamada Esperanza quien solía llamarlo a grandes voces desde afuera de la cantina. El “Rayito” – que también respondía al nombre de Juan – escuchaba los gritos de Esperanza y contestaba: “Ya salgo mujer, como de rayo”…Y se demoraba aún sus buenos 30 minutos – aderezados con nuevos gritos de Esperanza – en salir de la cantina.
La respuesta puntual de Juan – “ya salgo, como de rayo” –, la lentitud del sujeto y el nombre de su mujer se amalgamaron en el afortunado apodo. Dice el Gordo que el Rayito murió de una congestión alcohólica y que su viuda, Esperanza, se casó con “el Bendix”, que es un mecánico.
Correo: ideasalvuelo@gmail.com

1 Comentarios:

Blogger Carlos Domínguez dijo...

Increíblemente informativo su texto, sin obviar, claro, ese toque de folclor coloquial que hace único a nuestro pueblo. Es el primer artículo que leo y me parece muy interesante, muchos saludos.

junio 28, 2008  

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal