Cuba: las banderas como tapadera
En su bitácora "Desde Cuba. Generación Y", Yoani Sánchez, que obtuvo una mención especial en los premios de periodismo Maria Moors Cabot que otorga la Universidad de Columbia, nos cuenta la historia de 138 altos mástiles con sus respectivas banderas cubanas ondeando, apiñados, frente a la oficina de intereses de los Estados Unidos en La Habana.
Las banderas no cumplían otra función que impedir que cualquier ser humano de dimensiones normales pudiese leer los mensajes que difundía la luminosa marquesina de la representación estadounidense. Lo que ha sucedido ahora es que ya quitaron los mensajes sobre derechos humanos, las noticias y los enunciados políticos de la famosa marquesina y habrá que quitar, más temprano que tarde, las ostentosas e inútiles banderas y los 138 mástiles. La bandera como tapadera se degrada a trapo inútil cuando ya no hay algo que esconder.
Es la triste historia de siempre de las dictaduras. En la Unión Soviética también se recurrió a extravagancias insólitas y a dispendios inusitados para impedir que la gente tuviese acceso a versiones distintas de la oficial o a noticias en estado natural, no filtradas, no contaminadas, por la propaganda del régimen. Otros tantos desplantes absurdos llevaba a cabo Franco en España, en especial durante los años más duros, implacables, que fueron los inmediatamente posteriores a la guerra civil...
O es lo mismo que hacía la piadosa madre de un amigo mío, que forraba las portadas de los discos en los que acaso aparecía alguna imagen perturbadora para las buenas conciencias, digamos una chica en bikini o con una falda - ¡minúscula!, decían- que le hacía mostrar, ¡por Dios!, las rodillas. O, como lo contó alguna vez Jorge Ibargüengoitia, es lo mismo que hacía algún padrecito jesuita en el entonces Club Vanguardias, que tapaba con un sombrero el lente del proyector para impedir que los muchachos presenciasen, en las funciones de cine casero, alguna escena inconveniente.
¡Qué poderosa debe ser la verdad y cuán frágil debe ser nuestra mentira cuando nos vemos precisados a someter al prójimo a la ceguera, pretendiendo, ahora sí que tapar el sol con un dedo!
Las banderas no cumplían otra función que impedir que cualquier ser humano de dimensiones normales pudiese leer los mensajes que difundía la luminosa marquesina de la representación estadounidense. Lo que ha sucedido ahora es que ya quitaron los mensajes sobre derechos humanos, las noticias y los enunciados políticos de la famosa marquesina y habrá que quitar, más temprano que tarde, las ostentosas e inútiles banderas y los 138 mástiles. La bandera como tapadera se degrada a trapo inútil cuando ya no hay algo que esconder.
Es la triste historia de siempre de las dictaduras. En la Unión Soviética también se recurrió a extravagancias insólitas y a dispendios inusitados para impedir que la gente tuviese acceso a versiones distintas de la oficial o a noticias en estado natural, no filtradas, no contaminadas, por la propaganda del régimen. Otros tantos desplantes absurdos llevaba a cabo Franco en España, en especial durante los años más duros, implacables, que fueron los inmediatamente posteriores a la guerra civil...
O es lo mismo que hacía la piadosa madre de un amigo mío, que forraba las portadas de los discos en los que acaso aparecía alguna imagen perturbadora para las buenas conciencias, digamos una chica en bikini o con una falda - ¡minúscula!, decían- que le hacía mostrar, ¡por Dios!, las rodillas. O, como lo contó alguna vez Jorge Ibargüengoitia, es lo mismo que hacía algún padrecito jesuita en el entonces Club Vanguardias, que tapaba con un sombrero el lente del proyector para impedir que los muchachos presenciasen, en las funciones de cine casero, alguna escena inconveniente.
¡Qué poderosa debe ser la verdad y cuán frágil debe ser nuestra mentira cuando nos vemos precisados a someter al prójimo a la ceguera, pretendiendo, ahora sí que tapar el sol con un dedo!
Etiquetas: Cuba, el temor de la mentira, honestidad intelectual, la fuerza de la verdad, Yoani Sánchez
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