martes, 28 de julio de 2009

La “brecha del producto” y la recuperación

La calidad de la recuperación del crecimiento dependerá, en el caso de Estados Unidos, de que sea rápida y eficaz la corrección del desastroso déficit fiscal. En el caso de México, además del prerrequisito de mantener finanzas públicas en orden, sólo reformas estructurales en serio para incrementar la productividad pueden garantizar un crecimiento del PIB que supere las mediocres tasas del 3% anual promedio.

Hay una interesante discusión entre los economistas serios en Estados Unidos acerca de la “brecha del producto” (output gap) en ese país y de cuáles serían las condiciones necesarias y suficientes para que dicha brecha – actualmente negativa, desde luego, por la recesión - sea cubierta en el menor plazo posible y, de tal forma, que la recuperación del dinamismo de la economía sea sostenida y rápida, en lugar de tímida, prolongada y sembrada de retrocesos.

Huelga decir que, hasta ahora, el segundo de los escenarios, el de la recuperación a cuentagotas y con retrocesos (algo así como una W o una serie de W con pendiente negativa), es el que va ganando la partida. Si bien hay un formidable potencial de productividad en los avances tecnológicos, ésta puede verse frenada si el gobierno de Estados Unidos (presidencia y congreso) no se compromete con mayor seriedad a reducir el desastroso déficit fiscal y si el banco central (la Reserva Federal) no recupera su autonomía real respecto del gobierno y prioriza el combate a la inflación desde ahora como su verdadera misión, aun cuando ello parezca políticamente impertinente porque estamos aún en medio de la recesión y los dichosos retoños tardan en aparecer o en convertirse en frondosa vegetación.

Otro factor decisivo para una recuperación sostenida (que cierre la brecha del producto en el menor plazo posible) es la reanimación del comercio mundial que, en estos momentos, sólo puede lograrse con acciones decididas a favor de la reducción de aranceles y barreras al comercio, asunto en el que el gobierno de Barack Obama, dicho sea sin segunda intención, no ha dado color.

Conviene, antes de proseguir, definir en beneficio de los neófitos – que somos legión-, qué significa eso del “output gap” que hemos traducido como brecha del producto, ya que en los próximos meses, o semanas, el concepto será infaltable en las discusiones serias acerca de la recuperación económica, tanto en Estados Unidos como en México.

Se entiende por “brecha del producto” una medida económica de la diferencia entre la producto (el PIB sería el “producto” por excelencia) actual y aquél que podría alcanzarse en un escenario de óptima eficiencia en la asignación de los recursos o factores totales de la producción (TFP por sus siglas en inglés) o, en otras palabras, si la economía funcionase eficazmente a su máxima capacidad potencial sin generar presiones inflacionarias.

Teóricamente existen tanto brechas negativas como positivas del producto. Una brecha positiva sería aquella en la que el producto actual es mayor al óptimo en términos de eficiencia, se trataría en tales casos de un sobrecalentamiento de la economía, frágil y logrado artificiosamente, que genera presiones inflacionarias que lo hacen insostenible.

Para una discusión más profunda, y hasta un tanto abstrusa, acerca de la brecha del producto en Estados Unidos y la recuperación de la economía puede verse este sitio en la red: “Econbrowser” pulsando aquí.

Es obvio que hoy en día, salvo en el caso de China (aunque habría que discutirlo), ninguna economía relevante en el mundo vive una brecha positiva del producto. Todas están en brechas negativas, es decir: creciendo por abajo, o muy por abajo en algunos casos como México, de su potencial de eficiencia óptima. (Respecto de China hay indicios de que la sobre-estimulación fiscal a través de los cuantiosos créditos otorgados por sus bancos, apuntalados a su vez por rescates multimillonarios del gobierno, podría estar creando burbujas especulativas en los mercados locales de valores y de bienes raíces; por lo pronto, las autoridades financieras chinas el lunes pasado ya dieron la voz de alarma y están tratando de monitorear si tanto dinero de veras está llegando a donde se supone que tendría que llegar; pero el asunto de la existencia o no de “burbujas chinas” merecería un mejor y mayor análisis para otra ocasión; los interesados, por lo pronto, pueden consultar este breve reporte del Financial Times).

Descrito sucintamente el concepto de brecha del producto, pasemos a lo que nos interesa: ¿Cómo deberían cubrir Estados Unidos y México, cada cual en su circunstancia, dicha brecha negativa?, y, siendo realistas: ¿Qué nos espera en el mediano plazo si ambos países fallan en ese propósito, o falla uno de ellos?

Ya mencioné brevemente que las tres principales tareas de Estados Unidos, para cerrar la brecha del producto son: 1. Atender con eficiencia y eficacia la indispensable reducción del déficit fiscal, 2. Emprender una decidida cruzada a favor de la reanimación del comercio mundial, mediante la disminución unilateral de barreras a las importaciones (arancelarias o no), así como empujando de veras un salvamento política de la fracasada ronda de Doha, y 3. Que la Reserva Federal recupere vigorosamente su autonomía respecto de la política fiscal del gobierno estadounidense.

Y ya mencioné que en ninguno de los tres frentes las cosas pintan bien.

Para México, superar la brecha del producto es, en cierta forma, más sencillo y también más complicado. Veamos: Es más sencillo porque está mucho más claro lo que se debe hacer y se antoja mucho más complicado porque parecería que, salvo el gobierno federal (y ello de una manera desigual), ningún otro de los otros actores políticos tiene clara dicha agenda ni está muy interesado en sacarla adelante, sea porque es una agenda que lesiona sus intereses de corto plazo (o los de sus patrocinadores) o sea porque no ven rendimientos inmediatos en llevar a buen término tal agenda de reformas (por desgracia, parece ser que la miopía – imposibilidad de ver a larga distancia- es el padecimiento generalizado de la política mexicana).

Lo que hay que hacer es sencillo:

Primero, en el plazo más corto posible, desde el inicio del próximo periodo de sesiones en el Congreso, diseñar una estrategia racional y viable de fortalecimiento definitivo de las finanzas públicas que, como ya se ha dicho, debe contemplar tanto un incremento de los ingresos tributarios (no petroleros, desde luego) como reducciones significativas del gasto con criterios de eficiencia, no politizados. La opción de un mayor endeudamiento debe manejarse con pinzas, hasta por razones prácticas: En la medida que la solución se recargue en exceso en un mayor déficit fiscal, el castigo de la potencial inversión externa hacia México (a través de las calificadoras de valores, urgidas de lavarse la cara después de sus desatinos durante la euforia previa a la crisis) será fulminante y nos meterá en problemas aún más graves; ni hablar de crecimiento en ese contexto.

Segundo: Desatar todo el potencial de productividad aletargado en la economía mexicana, mediante una reforma laboral seria que flexibilice tal mercado para demandantes y oferentes de trabajo; emprender una acción coordinada y decidida, sin titubeos ni aplazamientos burocráticos, para establecer condiciones de competencia auténtica en mercados estratégicos, empezando por las telecomunicaciones, la energía, el transporte y siguiendo por los mercados financieros. El “benchmark” o parámetro a imitar debe ser la competencia ya existente entre las grandes cadenas de comercio al menudeo, menos competencia es incompetencia.

La agenda es relativamente sencilla, porque es clara y porque los rendimientos esperados son inmensos y de corto plazo, pero se antoja también una agenda extremadamente complicada de negociar y llena de ruidos perturbadores. Los mismos que deberían llevarla a cabo, los políticos y en especial los miembros del Congreso, parecen ser los primeros promotores del ruido que impide, incluso, que se hable en serio de estos asuntos en la arena política.

Habrá que ver, pero las señales que envían los políticos tanto en Estados Unidos como en México no son para alentar el optimismo.

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