lunes, 16 de octubre de 2006

¿Funcionaría un impuesto contra la obesidad?

¿Qué eficacia tendría, como estrategia de salud pública, gravar los alimentos ricos en grasas y azúcar?, ¿serviría para disminuir los altos índices de obesidad en México?


Dentro de los países de la OCDE, México tiene ya el dudoso honor de ser el segundo en porcentaje de población con obesidad o sobre-peso, sólo detrás de Estados Unidos. En México el 62.3 por ciento de la población adulta tiene sobre-peso y el 24.2 por ciento clasifica como obesa (en Estados Unidos, los porcentajes son 65.7 por ciento y 30.6 por ciento, respectivamente). Además, crece en forma alarmante el número de niños y adolescentes con sobre-peso u obesidad, que algunos estudios calculan ya en 25 por ciento de la población en dichas edades.

Las graves consecuencias para la salud derivadas del sobre-peso son conocidas. No sería extraño que en México se empezara a discutir, al igual que ya sucede en Estados Unidos, la conveniencia de complementar las campañas de salud pública contra la ingesta excesiva de alimentos con altos contenidos de grasas saturadas y/o azúcar, con medidas fiscales: Imponer gravámenes específicos a dichos alimentos, similares a los " sin taxes" (impuestos al pecado) con que se gravan el tabaco, las bebidas alcohólicas o el juego.

Hace unos días, Gary Becker y Richard Posner examinaron las ventajas y desventajas de un eventual " fat tax" en Estados Unidos. Ambos son escépticos respecto de la eficacia de un impuesto de esa naturaleza para desalentar el avance de la obesidad. Posner, por ejemplo, insiste que es más importante gravar los refrescos ( soft drinks) con alto contenido en azúcar a los que tan aficionados son niños y adolescentes en Estados Unidos. Para el caso de México deberíamos preocuparnos doblemente por lo que hace al azúcar, no sólo por el altísimo consumo por persona sino porque se trata de un mercado distorsionado por la injusta y abrumadora protección gubernamental que reciben las prósperas agrupaciones cañeras. ¿No es aberrante que castiguemos con impuestos y aranceles – violatorios, por cierto, de los acuerdos de libre comercio- los edulcorantes bajos en calorías, y premiemos el consumo de azúcar?

Desde luego, un impuesto a los "alimentos malos" –que propician la obesidad- buscaría fines de salud pública, no recaudatorios. Para que fuese eficaz tendríamos que cerciorarnos de que hay una elasticidad significativa entre el precio de esos alimentos y su demanda (de lo contrario, sería un gravamen fuertemente regresivo – perjudicaría más a quienes tienen menores ingresos- ya que tales "alimentos malos" abundan en la dieta popular de los mexicanos, y no abonaría mucho a la salud pública).

Adicionalmente, deben considerarse tanto o más perjudiciales que dichos alimentos los hábitos sedentarios; la falta de ejercicio físico que suele imponer la vida cotidiana en las grandes ciudades.

En todo caso ahí queda el asunto para su discusión. No me extrañaría que próximamente lo incluya en su agenda más de un político astuto. Se los paso al costo.

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

No, no funcionaría.

octubre 17, 2006  
Blogger Ramón Mier dijo...

Supongo que surgiría un mercado negro de estos productos y que habría contrabando.

Los golozos tendríamos que buscar nuestros Bubulubus entre CD's Piratas, zapatos de contrabando y fragancias de "contratipo".

octubre 19, 2006  

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