lunes, 2 de mayo de 2005

¿En peligro de extinción?

Ricardo Medina Macías

Junto con las ballenas, las tortugas y el cumplimiento de la ley, los peatones son otra especie en peligro de extinción.
Ser peatón en la Ciudad de México es una gran aventura. Un romántico retorno a la ley de la selva y una comprobación de que Rosseau era un pobre imbécil cuando decía eso de que el hombre en estado de naturaleza es un ser lleno de buenos sentimientos.
Empecemos por el entorno natural del peatón, que son las banquetas. Son un muestrario de los caprichos y mezquindades de los constructores y dueños de inmuebles, con la sonriente complacencia de las autoridades. En algunos casos simplemente no existen (al dueño de la casa se la acabó el dinero o no le dio la gana hacer su pedacito de banqueta), pero en la mayoría de los casos están diseñadas para rendirle culto a su majestad el automóvil, de forma que el peatón debe bajar de la banqueta para esquivar la destartalada camionetota (introducida ilegalmente al país, pero “legalizada” con unas placas de, digamos, el estado de Michoacán) que ocupa todo el espacio que alguna vez debió ser para que él caminara seguro y confiado.
Además, suelen revelar – las banquetas- las distintas etapas por las que han pasado la administración de la ciudad y la conducta cívica de los vecinos: alcantarillas sin tapa, verdaderas trampas mortales que en ocasiones con dudoso gusto algún vecino misericordioso señala con un neumático viejo, cerros de basura – las jardineras son ideales como basureros centenarios-, bardas y postes con ilegibles leyendas de vándalos. La última moda es poner en banquetas y espacios destinados a los peatones los restos de la última y fastuosa obra pública del gobierno: piedras apiñadas, varillas oxidadas…
¡Ah y los olores! que muestran los avances de la ingeniería hidraúlica de los aztecas a nuestros días: La esquina de la calle Cinco de Mayo con el Eje Central –por ejemplo- deja en el peatón una experiencia olfativa inolvidable.
Los peatones también ponen lo suyo en este ambiente paradisíaco – como dicen los cursis publicistas- y suelen hacer un punto de honor no cruzar las calles y avenidas por las esquinas, no usar los escasos y horribles puentes peatonales y dejar sus huellas – en forma de envolturas de golosinas, colillas de cigarros, pañales deshechables (usados, desde luego) y otras monerías - a su paso. Pero no los culpo, es simple y darwiniana adaptación al medio hostil.
Por eso veo con gran simpatia la compasiva campaña del gobierno capitalino que promueve la protección del peatón, como quien predica el cuidado de las ballenas o de los huevos de tortuga. Eso sí, la campaña es completamente ineficaz y demagógica, pero ése es el sello de casa…
Tal vez dentro de algunos años, algún conservacionista de buenos sentimientos promueva la campaña “cuidemos la ley, que nos la estamos acabando, que ya casi no hay, ¿usted la ha visto?”…
Bueno, soñar no cuesta nada.

Correo: ideasalvuelo@gmail.com

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