lunes, 25 de septiembre de 2006

¿Por qué los políticos son tan malos economistas?

Respuesta provisional: Porque la buena economía no es negocio para los grupos de presión, y los políticos – sobre todo los legisladores en las democracias "representativas"- tienen que dar resultados inmediatos a los grupos de presión.


Un par de senadores estadounidenses acaba de difundir una curiosa tesis económica para justificar que se graven con aranceles más altos las importaciones procedentes de China: Para que exista libre comercio mundial deben existir, entre los países que comercian, tasas de cambio flotantes.

Si se acepta esa tesis deberían aceptarse sus consecuencias: Dado que el yuan – la moneda china- no flota libremente frente al dólar, sino que para efectos prácticos se trata de un régimen cambiario de tipo fijo entonces es conducente con el libre comercio gravar las mercancías procedentes de China.

Por supuesto esta tesis, de los senadores Charles Schumer y Lindsey Graham, es falsa. El libre comercio funciona lo mismo con tipos de cambio flotantes que con tipos de cambio fijos. O, como les recuerda a los senadores ayer en su weblog el profesor Greg Mankiw de Harvard: "No hay ninguna inconsistencia entre libre comercio y tipos de cambio fijos" y remite a los senadores (o en realidad a sus alumnos de Economía 1 - ec 10- en Harvard), nada menos que a David Hume quien explicó en el siglo XVIII cómo florecía el libre comercio con tipos de cambio fijos atados al patrón oro, a través de los ajustes en los precios de los bienes de acuerdo a la oferta y la demanda de los mismos.

Y Mankiw ofrece también una reducción al absurdo para refutar el dislate de los senadores: Dado que el tipo de cambio es fijo entre Nueva York y Carolina del Sur ¿deberíamos gravar el comercio entre esos dos estados de la Unión para que se ajuste a ciertos patrones inescrutables de "libre comercio"?

Claro que los senadores no buscaban encontrar una nueva tesis que revolucionara la economía mundial, sino justificar una medida, la elevación de aranceles, que complacerá a una parte de sus electores. A una parte minoritaria, minúscula de hecho, de tales electores, pero extraordinariamente bien organizada. Y en detrimento de los intereses de la mayoría de sus electores que, como consumidores, se benefician de los precios más bajos de las mercaderías chinas.

Así funciona la lógica de la acción colectiva como brillantemente lo explicó Mancur Olson: Pueden más, en una democracia representativa, los grupos pequeños organizados en torno a un solo interés que los grupos mayoritarios, dispersos y con intereses diversos. Para los consumidores el costo de cabildear en el Congreso es demasiado elevado respecto de la utilidad marginal que pueden obtener; en cambio, para los grupos de presión dicho costo más que se justifica a la vista de las rentas que obtienen con una legislación favorable a sus intereses.

Por eso, entre otras cosas, muchos políticos son fanáticos de la mala economía. (Y detestan el buen periodismo económico y a los profesores de economía, como Mankiw, que los ponen en evidencia).

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