viernes, 22 de septiembre de 2006

Precio único: Una ley medieval

A pesar del acertado veto que hizo el Presidente a la ley del libro, la batalla de algunos editores por imponernos una legislación medieval prosigue. El precio único no es otra cosa que prohibir que la libre competencia impere en la industria editorial y que los consumidores podamos tener el poder decisivo en el mundo de la lectura.


Comparada con la oferta editorial en Estados Unidos la que tenemos en Hispanoamérica es lastimosamente pobre. Cada semana al menos recibo un extenso catálogo de ofertas editoriales, personalizado según los intereses que indiqué en un sencillo cuestionario, de la cadena de librerías "Borders" de Estados Unidos (Borders Rewards), con descuentos competitivos en centenares de títulos. Otro tanto hacen otros distribuidores editoriales en Estados Unidos con una oferta diversificada, que lo mismo comprende la más reciente novela de John Le Carré que discos compactos de nuevas grabaciones de música clásica o la más actualizada biografía de Stalin, de Robert Service.
Bastó con que yo comprase en una sucursal de "Borders", en un apresurado viaje a una ciudad del Medio Oeste de los Estados Unidos, una interesante biografía de George Washington y "Rivers of Gold" del historiador birtánico Hugh Thomas (que relata todo el entramado que acompañó a los viajes de Colón y Magallanes al nuevo mundo), para que la bien aceitada maquinaria comercial de "Borders" me captara como cliente. Competencia por servicio, por precio y por valor añadido al del simple libro.
Esta floreciente industria editorial – y podría hablar también de las disfrutables librerías de "Barnes & Noble" y de la maravilla que es adquirir libros por la red gracias a "Amazon"- sólo se explica por la competencia. Y la competencia sólo se explica por una orientación decidida de servicio al consumidor, actualización tecnológica, productividad.
En contraste, nuestros editores hispanoamericanos permanecen anclados en una visión medieval y corporativista del negocio editorial. Su batalla principal, en la que han gastado cuantiosos recursos, y más malas que buenas artes de persuasión, ¡es por prohibir los descuentos en los libros!
Batalla adornada con grandes palabras de resonancias "sociales": Proteger a los pequeños libreros, estimular a los autores incomprendidos por el salvaje público y demás. Para ello se erigen, los editores, como supremos hacedores de la cultura que habrán de decidir en su infinita sabiduría qué autores debemos leer y cuánto debemos subsidiar, los lectores que compramos una obra de un autor consagrado – como Mario Vargas Llosa-, la publicación de una dudosa "promesa" literaria apreciada sólo en un reducidísimo cenáculo de iniciados, como Alberto Ruy Sánchez. El editor decide que yo en la Ciudad de México debo pagar más por el libro para que un hipotético lector en un villorio pague el mismo precio (es decir, el precio máximo, porque el precio único es fijado, por supuesto, de acuerdo al precio más alto).
Medieval, porque los editores pretenden que el Estado les confiera un estatuto de gremio privilegiado, una patente de corso: Ellos y sólo ellos son los dispensadores de la cultura. ¡Vaya arrogancia!

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Yo he sido atrapado por la bien aceitada maquinaria comercial de Amazon, que no sólo ha puesto a mi alcance libros que deseaba comprar y que no estaban disponibles en México, sino que además me ha "abierto los ojos" a diversos títulos y autores que me eran desconcios gracias a su sistema de recomendaciones. Así por ejemplo tras mi compra del libro "natural laws of business" de Richard Kotch, Amazon me recomendó el libro "Wy most things Fail" de Paul Ormerod que ahora estoy leyendo y disfruntado mucho. Gracias a Amazon hoy soy un lector con más libros a su alcance y mejor informado. ¿Qué han hecho los editores mexicanos por mí últimamente?

septiembre 26, 2006  
Blogger Ricardo Medina Macías dijo...

Ramón: ¿Qué han hecho los editores mexicanos (y los editores en lengua española, en general) por mí últimamente? La respuesta es: 1. Meter la mano en mi bolsillo, para que cada vez que compro un buen libro editado por ellos (ejemplo, la última novela de Vargas Llosa editada por Alfaguara) me impongan un sobre-precio exorbitante para subsidiar la edición de decenas de libros mediocres o malos que jamás compraría. 2. Meter la mano en bolsillo para que se mantenga el negociazo de los libros de texto autorizados por la SEP para secundaria; libros caros y que los cautivos padres de familia tienen que pagar a chaleco. 3. Meter la mano en mi bolsillo para que la SEP, Conaculta, la UNAM o alguna otra entidad gubernamental o para-gubernamental les de dinero para editar lirbos cuyo único mérito es que los escribió un asesor del Presidente (como Ramón Muñoz). 4. Despreciarme como lector, decidiendo sin la menor investigación de mercado que estupendos libros, ya agotados en el mercado, no merecen reeditarse porque les late que no va a ser negocio. Ejemplos, ¿qué espera Oceéano para reeditar el magnífico libro de Isaac Katz sobre la Constitución mexicana o qué esperan para reeditar y actualizar el libro de Juan Molinar Horcasitas sobre las reformas electorales en México, que es lectura obligada para cualquier estudiante de ciencia política? mientras tanto las copias fotostáticas de este libro están a todo lo que dan, 5. Usarme de pretexto, en sus cabildeos, para obtener más rentas a mis costillas, como sucede ahora con esta ocurrencia de prohibir los descuentos en los libros ¡en nombre de la cultura y de los lectores! En fin, que activos sí han estado los editores...¡haciendo lo que NO deben!

septiembre 26, 2006  

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