lunes, 22 de enero de 2007

Gil Díaz y la actualidad del liberalismo en México

Durante el sexenio 2000-2006 fue el funcionario público que más decididamente defendió, en las palabras y en los hechos, la vigencia del liberalismo clásico. Sin duda hay una estrecha vinculación entre los espléndidos resultados de su gestión como Secretario de Hacienda y sus sólidas ideas liberales. Las ideas transforman al mundo.

Los principios del liberalismo representan la mejor guía no sólo para la formulación de políticas públicas que generen bienestar creciente entre los habitantes del planeta, sino – aún más importante- la mejor salvaguarda de la dignidad de la persona humana, constantemente asechada por la perniciosa intromisión de los gobiernos.

La libertad sigue siendo tanto o más amenazada en nuestros días que en siglos pasados.

De ahí la importancia de que existan inteligencias lúcidas e íntegras, aunque sean unos cuantos apenas, entre los protagonistas de la vida pública.

En numerosas ocasiones Gil Díaz, como Secretario de Hacienda, proclamó sus convicciones liberales. Destaco, por su riqueza conceptual, dos de sus intervenciones públicas: Una, el 30 de junio de 2004, al recibir la gran orden de la Reforma de la Academia Nacional, A.C. Otra, el primero de noviembre pasado, con motivo del 60 aniversario de la carrera de economía en el ITAM, bajo el título “El legado liberal de Benito Juárez”.

Ofrezco al lector apenas una cita de cada una de ellas, invitándole a leer los textos completos a partir de los vínculos señalados arriba.

De la primera:
“Hoy como en el siglo XIX el auténtico liberalismo es reformador. No pretende destruir lo existente para construir alguna utopía sobre las ruinas, sino estar atento a los avances del conocimiento humano para darle forma nueva a la misma sustancia, que eso y no otra cosa es reformar.
“No se trata de que el liberal sea un fanático del cambio por el cambio, sino de que está siempre abierto a todos los cambios que hagan a los hombres no sólo más prósperos, sino sobre todo más libres.
“Todo esto, porque el liberal sabe que para el ser humano sin libertad no hay prosperidad que valga la pena”.


De la segunda:
“Si nos miramos en ese espejo, si contrastamos nuestra organización económica con los requisitos de un arreglo liberal, si medimos el tamaño y lo pernicioso de nuestros monopolios, si meditamos sobre las reglas bajo las cuales se desenvuelven nuestros sindicatos, si hacemos cuentas de la cantidad de subsidios y la forma como alteran nuestro comportamiento, si enumeramos y estudiamos las numerosas trabas a los negocios y a la inversión, si reconocemos la anarquía en la que se desenvuelven las actividades económicas en las calles y en las banquetas, entonces podremos entender cómo nuestro atraso no tiene que ver con la adopción del modelo neo liberal, o de la economía de mercado, o de esa caricatura apodada Consenso de Washington. Podremos conocer también la enorme distancia que nos separa del ideal liberal y del potencial que estamos dejando pasar”.

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