miércoles, 20 de febrero de 2008

Todavía no

Ese viejo soberbio y despreciable se muere en abonos vistiendo un inopinado atuendo deportivo. Ya no puede con la carga de fingirse omnipotente, pero, afortunado, aún puede anunciar que se va de a poquitos, a su modo, a su aire, dictando el guión. ¿Podrá salirse con la suya?

Fidel Castro no quiere morir como mueren los dictadores. Debe sentir un escalofrío de terror imaginando una agonía como la de su paisano gallego Francisco Franco – a quien, sin embargo, quiere imitar dejando todo atado y bien atado- y debe estremecerle de miedo la sola eventualidad de un final violento y atroz como el de Nicolai Ceaucescu.

La muerte es ineluctable e irrespetuosa. Lo sabe Fidel Castro. Le quiere ganar la partida, aunque sea parcialmente, poniendo algunas condiciones. Me voy, pero no me voy. Me voy, pero todavía no. Lo de su renuncia a ocupar todo el catálogo de cargos supremos que se fue fabricando a lo largo de más de 45 años de mentiras, opresión y cobardes astucias de obseso del poder y del control, no es la gran cosa. Una especie de prestación laboral por razones de edad, como la describía ayer Román Revueltas Retes, para no cumplir con extenuantes horarios de trabajo. El héroe está fatigado y enfermo. Pero no ha renunciado a ser el héroe y a hacer su voluntad por encima de todos. Ni soñar con que a él lo quiten.

En su abrumadora soberbia pretende que el mundo aplauda, extasiado, su nueva estratagema, como si fuese un gran gesto de renuncia. Pero no hay grandeza en este cálculo mezquino de quien, desde la Sierra Maestra, corría a esconderse apenas escuchaba, lejano, el motor de los aviones de Batista.

Lo que más asombra en este episodio de una lenta agonía, de una desesperante despedida, es el embobamiento de sus fieles, la mayoría de ellos fuera de la isla por cierto, que atesoran llenos de nostalgia la imagen sagrada del héroe que soñaron. Desempolvan recuerdos – la memoria tiende a lo apoteósico-del revolucionario infalible que habría de llevarlos al paraíso del socialismo impoluto, maravilloso y justiciero. Patrañas, entrañables para ellos.

Todavía no. Ya veremos en qué termina este episodio, probablemente el último en el que ese viejo, disfrazado de cliente de gimnasio, trata de imponer su voluntad. Todavía no. Ya llegarán tiempos mejores para los cubanos. Paciencia.

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