viernes, 17 de noviembre de 2006

De las cosas que son gratis

Son esas "añadiduras" invaluables en términos monetarios que, para bien o para mal, nos ofrece la vida. Algunos economistas les llamarán "externalidades", pero el concepto de la gratuidad es más amplio.


El azar o la providencia divina, elija usted, me regaló una irrepetible vista de la catedral de la Ciudad de México al atardecer. Quienes diseñaron y construyeron ese majestuoso edificio no podían saber que un día de noviembre de 2006 su producción, vista desde determinado ángulo y a determinada hora, valdría tanto para una persona específica.

Si le pregunto a un economista me explicará que se trata de una "externalidad" positiva y tal vez me recomiende no publicitarla demasiado porque podría aparecer por ahí un político empeñado en cobrarme un impuesto alegando que recibí una especie de "servicio público".

Si le pregunto a un historiador quizá me hable de que quienes concibieron esa obra no pensaron tanto en términos de una remuneración pecuniaria a cambio de un trabajo específico, sino en dar culto a Dios o en plasmar en piedra toda una cosmovisión sobre el ser humano y su peregrinar en la tierra.

Son "añadiduras" y las de hay de todos tipos, de todo género (material o espiritual; porque no hay que pensar, ¡por favor!, que género es sinónimo de sexo, por aquello de la tonta y bien intencionada "igualdad de género"), y para todos los gustos.

Los albañiles que, al lado de mi lugar de trabajo, han puesto a todo volumen la colección completa de las más horrendas cumbias me obsequian una externalidad negativa. Otra añadidura; en este caso desagradable.

Ahora bien, nunca hay que confundir las externalidades negativas con las lesiones al derecho. Pongo un ejemplo: Si el automovilista de enfrente adornó la ventanilla trasera de su vehículo con una pegatina exaltando a un politiquillo despreciable será, en todo caso, y dependiendo de las apetencias de cada cual, una "externalidad" negativa; en cambio, si el mismo sujeto lleva su afición militante hasta el fanatismo y obstruye deliberadamente la vía pública, con el peregrino pretexto de protestar, NO estamos ante una "externalidad" sino ante un delito. Y por supuesto, también la autoridad comete un delito si en lugar de castigar al delincuente, nos obliga a sus víctimas a sufrir el desaguisado como si fuese una mera "externalidad", una añadidura en forma de contrariedad, como la lluvia.

Otro ejemplo: La apariencia del señor Gerardo Fernández Noroña es, a mi juicio, una externalidad negativa, tal vez llegue a ser insufrible pero no es un delito. En cambio, si el mismo sujeto amenaza con alterar el orden público y con impedir la libertad de tránsito de los demás – alegando que está muy irritado o que es portador de tal o cual evangelio que desea imponer por encima del resto del mundo - está cometiendo un delito por el solo hecho de proferir esas amenazas.

Con las añadiduras podemos lidiar y son gratis, buenas o malas. Los delitos impunes, en cambio, no los podemos tolerar.

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Estimado Ricardo,

Como siempre, un aplauso por sus reflexiones. Recuerdo que en alguna ocasión trató con muy buen humor el "derecho a la belleza"... solamente diré que si existiera un "impuesto a la belleza", el señor Noroña tendría una generosa cantidad que reclamar en concepto de "subsidios", ¿no cree?

Reciba un cordial saludo!

Francisco Federico Peraza P.

noviembre 17, 2006  
Blogger Ricardo Medina Macías dijo...

Francisco,

Le agradezco sus amables comentarios. Y sí, desde luego, si como dicen algunos el Estado nos debería compensar por las externalidades negativas sin duda el señor Noroña recibiría toneladas de subsidios o compensaciones.

Saludos,

Ricardo Medina Macías

noviembre 17, 2006  

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