martes, 14 de noviembre de 2006

La catástrofe que no llega

Ha prendido en algunos ambientes – pocos, pero influyentes- el ánimo de catástrofe. Tras la derrota, están poniendo sus últimas fichas en la casilla de la mesa de apuestas que dice "todo explota; todos pierden" y dan gritos anunciando males sin cuento. Sólo hay algo que les irrita más que la terca normalidad: El éxito ajeno.


Me quedó tan bien el párrafo introductorio – ese resumen en cursivas que encabeza el texto del artículo- que desearía dejarlo así, a otra cosa, mariposa, y nos vemos mañana…
No se puede y sería un expediente fraudulento para los lectores, pocos o algunos, de estas Ideas al vuelo. Además, hay que explicar, desglosar, "desagregar" – como dicen en forma horrenda algunos economistas- el enunciado, desarrollar la fórmula o descomponer el argumento en sus partes. Esa es la tarea fatigosa y rutinaria, poco lucidora. Tiene algo de la normalidad que, precisamente, aborrecen los amantes de los momentos estelares, esos que lo mismo se fatigan en la búsqueda del "instante" mágico del Fausto de Gohete: "Detente, instante, eres tan hermoso", que, frustrados, descargan sus ansias de emociones únicas en el presagio de grandes catástrofes de las cuales, desde luego, ellos serán protagonistas.
La normalidad rutinaria – que no el tedio – tiene mucho de bálsamo para los espíritus picados por el demonio de la excepcionalidad. Pero además es el único camino conocido, en este mundo, para vivir bien, progresar, pensar con claridad, entender de a poquitos el mundo y contentarse con ese perpetuo cifrar y descifrar lo cotidiano que nos mantiene cuerdos y vivos. La excepcionalidad, por el contrario, tiene un poder corrosivo tremendo e inexorable sobre nosotros: No sólo "revoluciona" el organismo a tal grado que los sistemas y aparatos envejecen en días lo que lo que en la aburrida normalidad les tomaría años, sino que alteran tal vez sin remedio nuestra capacidad de entender el mundo y de ver y oir lo que los demás, los que vivimos en prosa, vemos y oímos.
¿A qué viene tanta reflexión abstracta?, ¿a qué obedece este excepcional – nótese la paradoja- elogio de la aburrida normalidad?
A un hecho muy sencillo: Que por más que busco la inminencia de catástrofes en la vida política – rutinaria, previsible, aburrida- de México para los próximos días ¡no la encuentro! De veras no entiendo tanto alarde de gritos y amenazas de que el primero de diciembre pasará esto u lo otro. O sí, perdón, si lo entiendo pero me da tristeza por aquellos eternos perdedores que, ¡otra vez!, creen que en un golpe de suerte – inopinado premio gordo de la lotería- se les hará el ansiado milagro de fastidiar a México y a los mexicanos que, tercos, nos encontramos muy a gusto en la normalidad.
Disculpen los lectores esta divagación, dedicada a esos cuantos perturbados por el afán de excepcionalidad y empeñados, ansiosos, por asustar al prójimo con el consabido "petate del muerto". Les tengo malas noticias: La normalidad siempre gana, retiren sus apuestas.

1 Comentarios:

Blogger Ricardo Medina Macías dijo...

Comentarios recibidos sobre este artículo:

Ramon Mier Email:moncho7@yahoo.com Fecha:2006/11/15
Comentario:
Ojalá y algún día la normalidad y el aburrimiento político México alcance niveles nórdicos.


Y de FJR:

En la normalidad también se producen sorpresas pero son agradables como la lucidez literaria de este artículo... bravo.


Y de la OFICINA DEL C. LIC. FELIPE CALDERÓN HINOJOSA

PRESIDENTE ELECTO DE MÉXICO

Estimado Ricardo:



Le agradecemos sus ideas al vuelo, sus divagaciones y las citas memorables…



Saludos cordiales

noviembre 15, 2006  

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