De nuestra pertinaz miopía
Parece un mal sin remedio. En 1848 Frederic Bastiat lo denunció magistralmente en su ensayo "Lo que se ve y lo que no se ve". La novedad es que casi 160 años más tarde seguimos sin prestar atención a lo más importante, que suele ser "lo que no se ve".
En amplios e influyentes segmentos de la población en Estados Unidos ha resurgido un fuerte sentimiento contra el ingreso de inmigrantes – legales o no- al mercado laboral. Con un simplismo similar al que priva en varios países de Europa – especialmente en Francia- se juzga que la llegada de trabajadores no especializados de otros países contribuye a disminuir los salarios y, por ende, a mermar el bienestar.
De nueva cuenta hay que remitir a los políticos y a los líderes de opinión que sostienen y promueven esa visión miope – contra la evidencia histórica y contra el simple razonamiento- al magistral ensayo de Bastiat, sobre lo que se ve y lo que no se ve. Los malos economistas, advertía el genial ensayista, sólo atienden a lo que se ve de inmediato y ello les lleva a sostener tonterías tan monumentales como la de que la sociedad recibiría grandes beneficios si tuviésemos un ejército de jóvenes vándalos rompiendo ventanas; después de todo, ¿razonan?, de algo tienen que vivir quienes reponen ventanas rotas.
En el caso de la migración de trabajadores – haciendo a un lado los chocantes reflejos xenófobos cubiertos de hipocresía políticamente correcta- no se "ve" que gracias a los menores salarios de esos inmigrantes no calificados laboralmente, los precios disminuyen y se liberan recursos que se destinan a incrementar la productividad o a mejorar el bienestar. El trabajador nativo, que ve al inmigrante como una terrible amenaza, no percibe que él está pagando menos por su vivienda gracias a que la productividad introducida por los inmigrantes ha disminuido los costos de construcción; tampoco "ve" que sin el aporte de la migración sería imposible sostener los bajos precios que él paga por comer una hamburguesa.
El pròximo libro de Philippe Legrain, Inmigrants, your country needs them, que aparecerá el 11 de enero, lo explica con agudeza. Para ver un comentario del Financial Times respecto del ese libro, ver aquí.
Generalmente lo que no se "ve" – porque a los grupos de interés que se benefician del proteccionismo o de las barreras a la migración justamente no les interesa que se "vea"- es la perspectiva del consumidor y la del contribuyente. La miopía focaliza todo en la mezquina balanza de costos-beneficios de un productor o de un sector de los productores. El mundo lo reducimos a los fabricantes de ventanas y a quienes reparan ventanas rotas. No existe el fabricante de zapatos que venderá menos zapatos porque gastamos lo que teníamos en reponer ventanas rotas ¡y no existimos, para tal miopía, nosotros mismos que destinamos recursos escasos no a generar valor, sino a subsanar una pérdida neta, que es la ventana rota!
Esta miopía, pertinaz y arrogante, que se resiste a abandonarnos, también está presente en algunos cálculos alegres – pero miopes- que se hacen sobre el gasto público. Veamos:
Gasto público y miopía
Todos los años es la misma historia: El político “típico” presume que habrá mayor gasto público, como si anunciara una buena nueva. Sin embargo, esa es una mala noticia para contribuyentes y consumidores; para todos.
El nombre, el partido político y hasta el año de que se trate es lo de menos: Se aprueba un nuevo presupuesto público, se anuncia que los legisladores lograron más recursos de los que había propuesto originalmente el Ejecutivo, se festeja esa victoria. ¿Victoria?, ¿para quién?
Es otro ejemplo de nuestra pertinaz miopía acerca de lo que se ve y de lo que no se ve; lo que no se ve, lo que no se festeja, es – hay que repetirlo- lo más importante.
Podríamos tomar multitud de partidas específicas del presupuesto para mostrar no sólo que mayor gasto no significa, necesariamente, mayor bienestar o la creación de un valor que antes no existía, sino que por lo general hay una pérdida neta – para la sociedad en su conjunto- derivada de la asignación de tales recursos.
Por una parte, existe el costo directo: El conjunto de los contribuyentes ve mermados sus recursos propios en un porcentaje (llamémoslo “T”) equivalente a la tasa neta final de impuestos, contribuciones y otras cargas fiscales que paga. Por “otras cargas fiscales” me refiero a múltiples costos asociados al gasto gubernamental: Disminución de recursos disponibles para crédito (en la medida que el gobierno recurre a los mercados para financiarse), presión sobre las tasas de interés, inflación derivada del gasto improductivo y otras “añadiduras” más o menos costosas, como pueden ser las corrupciones y las ineficiencias en el ejercicio del gasto público, e incluso el costo de los controles burocráticos establecidos para combatir tales corrupciones e ineficiencias. El político típico oculta “T”.
Por otra parte, en cada caso específico la elección de gasto ha implicado múltiples renuncias al uso de tales recursos para otros fines alternativos dentro del mismo presupuesto: Lo que destino a un gasto etiquetado como “educación superior” implica gastar menos en otro rubro etiquetado como “educación básica”. ¿Cuáles son los costos de oportunidad implícitos en esa elección?, ¿acaso los legisladores hicieron una evaluación precisa y objetiva de esos costos de oportunidad?
Y ello, para no entrar a discutir la inoperancia e impertinencia de la mayor parte de los indicadores de resultados diseñados para el gasto público, así como la muy escasa calidad de las herramientas de medición aplicadas a tales resultados.
Esta miopía específica respecto del gasto público – y de su contraparte: los costos fiscales para consumidores y contribuyentes- recibe el nombre de “ilusión fiscal”. Es una ilusión que explotan con gran rentabilidad esos grandes ilusionistas que son los políticos. El ilusionismo, ¿hay que repetirlo?, consiste, entre otras cosas, en ocultar “T”.
Llegará el día, esperemos, en que al aprobarse un nuevo presupuesto festejemos, entonces sí, auténticas buenas noticias: Que el gasto público disminuya. No estaría nada mal; para variar.
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