miércoles, 9 de mayo de 2007

¿Aprendimos?

Las atrocidades del totalitarismo, por desgracia, volveremos a cometerlas o a sufrirlas. Tal parece que no aprendimos. Tal parece que millones de “civilizados” seres humanos siguen apostándole, en lo más íntimo, a la exterminación de los contrarios, como quien le apuesta a un purificador sacrificio ritual “por el bien de la causa”.

Quizá, como escribió Carlos Marín, a partir del martes 8 de mayo de 2007 dejó de haber presos políticos en los reclusorios de la capital mexicana. Se dice y se escribe fácil, pero eso – puntualmente cierto- es una enormidad y una vergüenza.

Basta considerar que millones de mexicanos dieron su voto hace unos cuantos meses – con más o menos entusiasmo- para que fuese Presidente del país quien fue, según todas las evidencias, el autor intelectual de esa barrabasada: Andrés Manuel López Obrador.

Desde luego este vergonzoso caso mexicano parece minúsculo si se le compara con el conjunto de atrocidades que se cometieron en el siglo XX en nombre de ideologías totalitarias. Empalidece, pero obedece a la misma lógica de que “el bien de la causa” lo justifica todo, incluyendo – si es preciso y si se puede- la eliminación de los “traidores a la causa”.

Al final de su valiente y documentado libro sobre el “Gulag” soviético, Anne Applebaum hace un diagnóstico descarnado de la situación actual en Rusia – olvido y desdén mayoritario por los sufrimientos infligidos a millones por la dictadura soviética y, en no pocos casos, añoranza por esos viejos tiempos de mano dura y orgullo nacionalista e imperialista- y advierte que no escribió ese extenso memorial de atrocidades, como dice el cliché, “para evitar que vuelva a suceder”, sino conciente de que volverá a suceder: “Las filosofías totalitarias han tenido y siguen teniendo un gran atractivo para millones de personas. Destruir al ‘enemigo objetivo’, como lo expresó Hannah Arendt, permanece como el fin fundamental de muchas dictaduras. Necesitamos saber por qué – y cada relato, cada recuerdo, cada documento en la historia del Gulag es una pieza del rompecabezas, una parte de la explicación. Sin ellos, un día nos despertaremos y nos daremos cuenta de que no sabemos quiénes somos”.

¿Aprendimos? No. No aprendimos. Al menos sepamos reconocer el huevo de la serpiente cuando lo veamos.

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1 Comentarios:

Blogger Ramón Mier dijo...

Efectivamente, no aprendimos. Porque insistimos en dejar al corazón hacer lo que le corresonde al cerebro.

Porque siempre será más fácil encontrar en los demás la causa de nuestros problemas y errores. Condenar a otros por los propios pecados y meterlos en una cárcel como si allí quedaran encerrada la realidad que nos aplasta.

Carlos Ahumada cometió ilícitos, hay pruebas de ello y eso lo conviertía en un delincuente. Pero fue el gobierno del DF quien hizo de ese delincuente un preso político al mantenerlo en la cárcel, al incomunicarlo, al retenerlo una vez que fue decretada su libertad.

Amlo pensó que al encerrarlo a el encerraría la realidad de corrupción en torno a su gobierno, corrupción que todos pudimos ver por televisión.

Carlos Ahumada está libre y efectivamente ya no hay presos políticos en las cárceles del DFl

mayo 11, 2007  

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