Competitividad, ¿para qué y en qué?
Para variar voy a ser políticamente incorrecto y un poco – sólo un poco – provocador: Si de veras nos interesa tanto la competitividad, ¿por qué le tenemos tanto miedo a una verdadera apertura económica?
De unos meses a la fecha se ha puesto de moda criticar a los monopolios y, eventualmente, a los oligopolios. Perfecto, es un gran avance, al grado de que algunos, otrora paladines de la etérea justicia social, ahora se han transformado – en la retórica, al menos- en paladines de la competencia. Lo malo es que cada cual censura la falta de competencia según preferencias e intereses muy particulares y hasta peculiares.
¿Por qué exigimos competencia en las telecomunicaciones y no en el suministro de energéticos?, ¿por qué es bueno que compitan en precios las Afores, pero no las librerías?, ¿por qué nos parecería bien que hubiese más empresas en competencia en la televisión abierta pero nos repugna siquiera pensar que algunas de esas empresas pudiesen ser de capital extranjero?, ¿por qué somos partidarios de la libre competencia mundial sin cortapisas en la oferta de vinos pero nos oponemos a que terminen los apoyos y subsidios a la industria cinematográfica nacional?, ¿por qué está bien que compitan, en los estantes de los supermercados, chocolates y mermeladas de cualquier origen, pero aceptamos como una fatalidad que el azúcar en México cueste tres veces más cara que en el mercado libre internacional?
La lista de incoherencias podría seguir por muchas páginas. Y me parece que seguimos eludiendo la respuesta de fondo, radical en el sentido de ir a la raíz del asunto: Apertura económica plena.
Nunca vamos a saber para qué somos buenos – cuáles son nuestras ventajas y desventajas absolutas y relativas – si nos sigue paralizando de terror hablar de competencia nacional e internacional en el suministro de energéticos o si es tabú la inversión extranjera en medios electrónicos de comunicación o si es políticamente censurable proponer un desmantelamiento de las estructuras proteccionistas y de subsidios que mantienen en un mercado de mentiritas a los cultivos agrícolas tradicionales.
¿Competitividad? ¡Por favor!, ¡si es herejía poner a las escuelas públicas a competir y si merece excomunión cualquier particular que quiera entrar al negocio de producir y suministrar energía en el mercado!
De unos meses a la fecha se ha puesto de moda criticar a los monopolios y, eventualmente, a los oligopolios. Perfecto, es un gran avance, al grado de que algunos, otrora paladines de la etérea justicia social, ahora se han transformado – en la retórica, al menos- en paladines de la competencia. Lo malo es que cada cual censura la falta de competencia según preferencias e intereses muy particulares y hasta peculiares.
¿Por qué exigimos competencia en las telecomunicaciones y no en el suministro de energéticos?, ¿por qué es bueno que compitan en precios las Afores, pero no las librerías?, ¿por qué nos parecería bien que hubiese más empresas en competencia en la televisión abierta pero nos repugna siquiera pensar que algunas de esas empresas pudiesen ser de capital extranjero?, ¿por qué somos partidarios de la libre competencia mundial sin cortapisas en la oferta de vinos pero nos oponemos a que terminen los apoyos y subsidios a la industria cinematográfica nacional?, ¿por qué está bien que compitan, en los estantes de los supermercados, chocolates y mermeladas de cualquier origen, pero aceptamos como una fatalidad que el azúcar en México cueste tres veces más cara que en el mercado libre internacional?
La lista de incoherencias podría seguir por muchas páginas. Y me parece que seguimos eludiendo la respuesta de fondo, radical en el sentido de ir a la raíz del asunto: Apertura económica plena.
Nunca vamos a saber para qué somos buenos – cuáles son nuestras ventajas y desventajas absolutas y relativas – si nos sigue paralizando de terror hablar de competencia nacional e internacional en el suministro de energéticos o si es tabú la inversión extranjera en medios electrónicos de comunicación o si es políticamente censurable proponer un desmantelamiento de las estructuras proteccionistas y de subsidios que mantienen en un mercado de mentiritas a los cultivos agrícolas tradicionales.
¿Competitividad? ¡Por favor!, ¡si es herejía poner a las escuelas públicas a competir y si merece excomunión cualquier particular que quiera entrar al negocio de producir y suministrar energía en el mercado!
Etiquetas: apertura económica, competitividad, libre comercio, mercados, miedo, mitos, productividad
2 Comentarios:
Son buenas preguntas para los intereses especiales en favor del proteccionismo y el nacionalismo dinosaurio, Ricardo.
No nos gusta la competencia porque la competencia porque deposita en el consumidor el poder de elgir qué empresa triunfará y cuales no.
¿Cómo podemos dejar en manos de los consumidores una decisión tan importante?
Los consumidores son caprichosos y exigentes, simpre quieren mejor calidad, pero al mismo tiempo bajos precios, a menudo no saben ni siquiera lo que quieren y son súmamente infieles y dejande comprarle a un proveedor tan solo porque otro le ofrezca el mismo producto unos cuantos centavos más barato.
Los consumidores tampoco tienen conciencia social y no se ponen a pensar en los indígenas, el calentamiento global o los terribles efectos de la globalización al hacer sus compras. Tampoco son patriotas, no compran los productos que se fabrican en su país sin importarles que las fuentes de trabajo emigren a otras latitudes.
¿Cómo podemos dejar la decisión de que empesa triunfa y cuales no en manos de los consumidore si son de lo peor?
En efecto, los consumidores son de lo peor, lo se de cierto, porque yo soy uno de ellos.
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