La crisis después de la crisis
Es muy probable que, conforme se incrementen las señales de una recuperación gradual de la actividad económica, crezca la percepción de que buena parte del mundo, en especial Estados Unidos y otras economías desarrolladas, ha quedado atrapado en una terrible crisis fiscal, en su afán de salir lo antes posible de la recesión.
El domingo 29 de marzo indiqué aquí que "un día después de la crisis empezará otra"; se trata, desde luego, de una figura retórica porque esa otra crisis, la fiscal, ya ha empezado en el mundo y se encuentra superpuesta, por decirlo así, a la propia recesión.
La receta tradicional para enfrentar la recesión - estimular la demanda mediante políticas fiscales expansivas, que incrementan el déficit fiscal, ayudadas por políticas monetarias de "dinero fácil" que supuestamente también alentarán la demanda y harán menos difícil la escasez de crédito a causa de la pérdida de confianza - tiene un gran atractivo político porque permite ofrecer a los electores, así sea temporalmente, "el mejor de los mundos posibles", aquel en el que se pueden incrementar los beneficios derivados del gasto público sin el costo de aumentar los impuestos o crear nuevos gravámenes.
El problema es que tal "mejor mundo" entre los posibles es absolutamente ilusorio. Por una parte, ya lo hemos vivido desde que la Reserva Federal disminuyese la tasa de interés de referencia prácticamente a cero, caemos en una trampa de liquidez: La tasa se vuelve indiferente para estimular la demanda, pero en cambio castiga severamente el ahorro. Por la otra, cada estímulo fiscal, cada rescate con cargo a los recursos públicos, penaliza la formación de capital presente y futura.
La coartada para la aplicación despreocupada de esta medicina contraproducente (el equivalente a una práctica médica iatrogénica) es la persuasión de que la magnitud de la caída de la demanda es tal que no hay, en el horizonte inmediato, ninguna amenaza de inflación, sino por el contrario de más caídas de los precios. Grave error: De hecho, desde este momento ya empezaron, aunque aún no se registren en los índices de precios, dos de los efectos más destructivos de la inflación: 1. El desquiciamiento de los precios relativos, que propicia una mala asignación de recursos y 2. El brutal acortamiento del horizonte temporal para el ahorro y para la inversión, lo que tiende a generar un febril impulso hacia el consumo inmediato, a la vista del acelerado proceso de pérdida del poder adquisitivo del ahorro.
El inevitable desplazamiento de recursos que de otra forma se habrían destinado a inversión privada productiva, acaba por disminuir el potencial de crecimiento de la economía global; de ahí que veremos, como epílogos no deseados de la recesión global, bajas tasas de formación de capital y, por ende, el proceso de recuperación del crecimiento se hará desesperadamente lento, si es que no se frustra ante la magnitud del desastre fiscal.
En el contexto de México resulta sorprendente y lamentable la miopía de diversos dirigentes empresariales que exigen, con fervor digno de mejor causa, incentivos y estímulos fiscales y monetarios de todo tipo sin percibir que en la misma medida en la que logren su propósito de corto plazo estarán minando severamente el potencial de crecimiento futuro de la economía.
La crisis después de la crisis, el desajuste fiscal que viven ya las economías de Estados Unidos y de la Gran Bretaña, entre otras, no es un mero escollo del que pueda salirse con voluntarismo político (como parece decirnos Barack Obama con sus promesas de que muy pronto empezarán a corregir el déficit fiscal) toda vez que la misma mecánica de la toma de decisiones en una democracia hace casi imposible que los legisladores o el propio gobierno actúen como déspotas benévolos y sabios que a voluntad abren o cierran la llave del gasto público.
El domingo 29 de marzo indiqué aquí que "un día después de la crisis empezará otra"; se trata, desde luego, de una figura retórica porque esa otra crisis, la fiscal, ya ha empezado en el mundo y se encuentra superpuesta, por decirlo así, a la propia recesión.
La receta tradicional para enfrentar la recesión - estimular la demanda mediante políticas fiscales expansivas, que incrementan el déficit fiscal, ayudadas por políticas monetarias de "dinero fácil" que supuestamente también alentarán la demanda y harán menos difícil la escasez de crédito a causa de la pérdida de confianza - tiene un gran atractivo político porque permite ofrecer a los electores, así sea temporalmente, "el mejor de los mundos posibles", aquel en el que se pueden incrementar los beneficios derivados del gasto público sin el costo de aumentar los impuestos o crear nuevos gravámenes.
El problema es que tal "mejor mundo" entre los posibles es absolutamente ilusorio. Por una parte, ya lo hemos vivido desde que la Reserva Federal disminuyese la tasa de interés de referencia prácticamente a cero, caemos en una trampa de liquidez: La tasa se vuelve indiferente para estimular la demanda, pero en cambio castiga severamente el ahorro. Por la otra, cada estímulo fiscal, cada rescate con cargo a los recursos públicos, penaliza la formación de capital presente y futura.
La coartada para la aplicación despreocupada de esta medicina contraproducente (el equivalente a una práctica médica iatrogénica) es la persuasión de que la magnitud de la caída de la demanda es tal que no hay, en el horizonte inmediato, ninguna amenaza de inflación, sino por el contrario de más caídas de los precios. Grave error: De hecho, desde este momento ya empezaron, aunque aún no se registren en los índices de precios, dos de los efectos más destructivos de la inflación: 1. El desquiciamiento de los precios relativos, que propicia una mala asignación de recursos y 2. El brutal acortamiento del horizonte temporal para el ahorro y para la inversión, lo que tiende a generar un febril impulso hacia el consumo inmediato, a la vista del acelerado proceso de pérdida del poder adquisitivo del ahorro.
El inevitable desplazamiento de recursos que de otra forma se habrían destinado a inversión privada productiva, acaba por disminuir el potencial de crecimiento de la economía global; de ahí que veremos, como epílogos no deseados de la recesión global, bajas tasas de formación de capital y, por ende, el proceso de recuperación del crecimiento se hará desesperadamente lento, si es que no se frustra ante la magnitud del desastre fiscal.
En el contexto de México resulta sorprendente y lamentable la miopía de diversos dirigentes empresariales que exigen, con fervor digno de mejor causa, incentivos y estímulos fiscales y monetarios de todo tipo sin percibir que en la misma medida en la que logren su propósito de corto plazo estarán minando severamente el potencial de crecimiento futuro de la economía.
La crisis después de la crisis, el desajuste fiscal que viven ya las economías de Estados Unidos y de la Gran Bretaña, entre otras, no es un mero escollo del que pueda salirse con voluntarismo político (como parece decirnos Barack Obama con sus promesas de que muy pronto empezarán a corregir el déficit fiscal) toda vez que la misma mecánica de la toma de decisiones en una democracia hace casi imposible que los legisladores o el propio gobierno actúen como déspotas benévolos y sabios que a voluntad abren o cierran la llave del gasto público.
Etiquetas: Barack Obama, déficit fiscal en Estados Unidos, el miedo a la recesión, keynesianismo para negociantes abusadillos, los años de sequía
2 Comentarios:
A finales de marzo el petroleo estaba a $53.59 usd, hoy está a $72.15. Esto es un incremento del 35%.
Francisco: Tienes toda la razón, el aumento de los precios del petróleo es una pésima señal porque no hay todavía una recuperación de la demanda real por el energético que valide un aumento de esa magnitud (¡sería increíble pensar que la demanda mundial por petróleo ha crecido de marzo a la fecha siquiera la mitad de lo que ha aumentado el precio en el mismo periodo!), estamos, pues, ante una nueva burbuja alimentada por las políticas fiscales expansionistas...No tardará en traducirse en presiones inflaciones ¡cuando aún no salimos de la recesión!...Para el caso de México, es también una pésima noticia, ¿por qué cada vez que estamos a punto de tener que enfrentarnos a la realidad "nos sacamos la lotería"?
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