jueves, 3 de diciembre de 2009

Reformar a México es destruir mitos

¿Por qué es tan difícil reformar a México?
Porque es muy difícil derribar mitos arraigados y reforzados por años de adoctrinamiento.
Este adoctrinamiento está plasmado en la instrucción oficial que durante casi un siglo hemos recibido los mexicanos.
Este adoctrinamiento, que ha troquelado los mitos en las conciencias, se ofrece cada día, desde hace décadas, en las instituciones educativas mexicanas, incluidas las instituciones privadas.
Este adoctrinamiento se refuerza cotidianamente a través de la propaganda, disfrazada de información y análisis, de la mayoría de los medios de comunicación.
Ajustarse a los mitos inoculados por el adoctrinamiento garantiza el éxito - o al menos previene contra el fracaso- en el sector público, en las instituciones y en los ambientes académicos, en el mundo editorial y de los medios de comunicación. De esta forma, hay un nuevo refuerzo para la constelación de mitos: Si te atienes a ellos puedes triunfar, si atacas los mitos tienes el fracaso asegurado. Pierdes la chamba por incómodo, eres condenado al ostracismo y el aislamiento social ("ninguneado"), no puedes ingresar al Sistema Nacional de Investigadores, no te publican, no obtienes ascensos, becas, promociones, no recibes "palmadas en la espalda" (el premio tal o cual; los homenajes, las invitaciones...), no eres funcional; tienes "problemas de actitud".
Los mitos son ilusiones (mentiras glorificadas por el deseo) y somos una sociedad de ilusos que lo que más detesta es que lleguen los insolentes o los iconoclastas o los excéntricos a destruir mitos. (Ver "país de ilusos" en esta misma bitácora).
Uno de los procesos históricos más fascinantes y menos conocidos de la historia mexicana fue la exitosa transformación de Benito Juárez y de la Reforma liberal del siglo XIX en sendos mitos. A 15 años de la muerte de Juárez, el Presidente de México, Porfirio Díaz, lo elevó a los altares, lo hizo mito, del mismo modo que su régimen, con el valioso auxilio de los positivistas mexicanos, había ya logrado hacer del liberalismo una etiqueta mítica que encajaba sin hacer ruido en el discurso del orden y el progreso, en la retórica que justificaba la poca política y la mucha administración.
El liberalismo mexicano del siglo XIX murió cuando se hizo mito retórico, del mismo modo que Benito Juárez (ser humano de carne y hueso, lleno de defectos, que representaba la facción triunfadora del liberalismo mexicano del siglo XIX), se murió definitivamente cuando, a 15 años de su muerte, Porfirio Díaz lo "inmortalizó" haciéndolo mito, estatua de piedra o de bronce, héroe inaccesible al que se recurre retóricamente lo mismo para un barrido que para un fregado (Andrés López, profundamente antiliberal, pudo proclamarse ferviente seguidor de Juárez y prácticamente nadie se llamó a sorpresa o enojo por la falsificación).
Tres ejemplos de mitos que algunos "excéntricos", que desde luego cuentan con toda mi simpatía, han tratado de derribar en días recientes:
-La UNAM es una gran universidad que merece recibir un caudal inagotable de recursos públicos. El mito lo desbarata Santos Mercado en Asuntos Capitales (leer pinchando aquí).
- El campo mexicano no debe incluirse en las reformas estructurales, no se toca. Mito que lamenta Ángel Verdugo en Excélsior hoy (puede leerse pinchando en este otro lugar).
- "México" pide a sus hijos "sacrificarse" por la voz del gobierno (Presidente, senadores, diputados, ¿encuestas?, ¿editoriales en medios de comunicación?) para ocupar puestos de "servicio público". "México" asume, entonces, el carácter de una deidad que habla de forma unívoca y a la que jamás se le puede decir que no. Mito que ataca mordazmente Clotilde Hinojosa en "Asuntos Capitales" (puede leerse aquí).

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martes, 24 de noviembre de 2009

La evaluación de Fitch en ocho puntos

1. Es correcta porque básicamente evalúa la probabilidad de que en México se hagan las reformas estructurales necesarias y suficientes para crecer a tasas superiores al 4 por ciento anual. Y tal probabilidad es, en el horizonte inmediato, baja.
2. Es correcta porque básicamente considera, además de los efectos de la crisis global, el gravísimo problema para la viabilidad de las finanzas públicas que significa la caída de la producción petrolera.
3. Es correcta porque señala que las modificaciones tributarias realizadas recientemente por el Congreso van en el camino correcto (incrementar la recaudación no petrolera), pero son insuficientes.
4. Es correcta porque considera que el costo político - basta ver la andanada de críticas y quejas en los medios de comunicación, alimentadas por los poderosos intereses levemente afectados por los cambios tributarios- de sacar adelante esos cambios fue desproporcionadamente alto frente a los beneficios logrados. Ello abona la percepción de que el sistema político mexicano es poco funcional para la realización de transformaciones de fondo.
5. No es el fin del mundo y ya la habían descontado los mercados.
6. Se conserva, y se conservará, salvo algún desastre de veras grave que tampoco se percibe en el horizonte inmediato, el grado de inversión.
7. No es un "tache" para Fulano o para Mengano, para tal o cual partido político o para tal o cual sector, es una evaluación para uso de quienes invierten o consideran invertir en papeles de la deuda externa mexicana, pública.
8. Las debilidades estructurales de la economía mexicana se supone que todos las conocemos (aunque parece, por lo que uno lee, que aún hay muchos comentaristas de los asuntos públicos que todavía no se enteran) y son: A. Debilidad de los ingresos tributarios o baja recaudación no petrolera, B. Barreras irracionales, pero políticamente infranqueables, a la competencia y, por tanto, a la productividad en áreas tan decisivas como la energía, las telecomunicaciones, el transporte, el agro, la educación y otras, C. Débil protección a los derechos de propiedad, D. Restricciones irracionales a la inversión extranjera, E. Excesiva politización, parcialidad y dispersión en los debates acerca de las políticas públicas, lo que nos hace parecer una nación que pierde el tiempo en debates estériles y fuera de foco, todo lo cual supone un costo de oportunidad (lo que se deja de hacer) inmenso para el país.

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miércoles, 2 de septiembre de 2009

Calderón va por las reformas

Las palabras comprometen. Van dos frases de significado inequívoco que dijo hoy el Presidente de México:

"Tenemos que cambiar a México. Ante la disyuntiva de administrar lo logrado y de seguir con el impulso de la inercia, o asumir cambios profundos en las instituciones de la vida nacional, claramente me inclino por un cambio sustancial de las mismas con todos los riesgos y todos los costos que ello implica"


"Lo que propongo es pasar de la lógica de los cambios posibles, limitados siempre por los cálculos políticos de los actores, a la lógica de los cambios de fondo que nos permitan romper las inercias y construir en verdad nuestro futuro"


Y una lista de las reformas propuestas, según las enumera el periódico "Reforma":

1) Concentrar la fuerza y recursos del Estado para frenar los efectos de la pobreza. Dijo que propondrá un programa que no reduzca el gasto social sino que lo oriente precisamente a las familias más pobres.

2) Establecer una cobertura universal de salud a nivel nacional, independientemente de la condición económica de las personas.

3) Impulsar una educación de calidad que prepare a los jóvenes para desarrollarse un mundo competitivo.

4) Reformar profundamente las finanzas públicas ante el descenso de los ingresos petroleros e impulsar una revisión de programas sociales que permita priorizar con eficiencia y transparencia el gasto del Gobierno federal.

5) Lograr una reforma económica de fondo que permita al País ser más competitivo y generar más empleos. Transformar a empresas del sector energético cuyos resultados cada vez son menos alentadores.

6) Concretar una reforma en materia de telecomunicaciones para que garantizar una competencia entre los actores de este sector y lograr que los precios sean más accesibles a la población, además de promover una conversión hacia las tecnologías más avanzadas.

7) Transformar el sector laboral para facilitar el acceso de mujeres y jóvenes a un ingreso económico digno e incrementar la productividad sin menoscabar los derechos de los trabajadores.

8) Desarrollar una reforma regulatoria de fondo para que el Gobierno tenga una regulación base cero que permita derogar todo acuerdo o reglamento cuya necesidad no esté plenamente justificada. Esto, dijo, con el fin de evitar todo trámite innecesario a ciudadanos y empresas.

9) Fortalecer la lucha frontal contra el crimen por la seguridad de los ciudadanos, a través de la certidumbre jurídica y el respeto al estado de Derecho. Además, refirió la necesidad de ayudar a las autoridades locales para que combatan los delitos que más afectan a los ciudadanos como el secuestro y el robo. También pidió a la ciudadanía mayor participación en el combate al crimen, a través de la denuncia y la prevención.

10) Hacer una reforma política de fondo, ya que los ciudadanos no están conformes porque perciben una enorme brecha entre sus necesidad y las acciones de sus gobernantes. Consideró también la necesidad de revisar las reglas electorales y pasar del "sufragio efectivo" a la "democracia efectiva" para que la política no sea sinónimo de parálisis.

¿Mi opinión sobre estas "reformas"?

De acuerdo con todas, excepto la 2 que no parece tener viabilidad fiscal. Respecto de la "reforma política de fondo", la verdad no entiendo de qué se trata. Excelentes: las propuestas de reforma educativa, laboral, de telecomunicaciones y de energía. Habrá que ver hasta dónde se llega.

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sábado, 22 de agosto de 2009

Tres cursos de acción posibles o "si yo fuera el Presidente"

La vida semeja el jardín de senderos que se bifurcan del famoso cuento de Borges(*). Casi a cada momento estamos ante encrucijadas que nos obligan a decidir. Con frecuencia las encrucijadas no son tales (disyuntivas entre A y B) sino opciones múltiples: tres, cuatro, cinco posibles cursos de acción, que pueden o no ser excluyentes. Los senderos, entonces, ya no sólo se bifurcan (perdón, Borges), sino que se trifurcan o más.

Pero sólo hay un “siguiente paso” y ese único próximo paso determina, al menos parcialmente, los siguientes y marca de forma inexorable la secuencia (si tomo la ruta ciudad de México-Monterrey, puedo llegar, desviándome un poco, a Tampico, pero es imposible que llegue a Tapachula).

Propongo a los lectores “jugar” a que cada cual es, hoy y ahora, el Presidente de México y tiene ante sí sólo tres cursos de acción excluyentes – si se opta por A, se descartan, al menos por el momento, B y C, y así para cada caso- porque lo que hay que elegir es el siguiente paso, y ese siguiente paso determinará en gran medida todo lo que siga. Dicho coloquialmente: Tienen que matar al tigre pero sólo tienen un tiro. ¿Cuál debe ser ése tiro de entre tres posibles?

Curso de acción A, “reformar para crecer contra viento y marea”: Una agenda de reformas estructurales en la línea de lo deseable y necesario, apelando a que la situación de las finanzas públicas y del (no) dinamismo de la actividad económica las hacen impostergables y, por lo tanto, debe superarse el mero cálculo político de “lo que parece posible” aunque haya que enfrentar resistencias y que generar conflictos por los intereses afectados.

Curso de acción B, “el pato cojo”: Aceptar el papel de administrador de la crisis. Ir tirando como “pato cojo” (es una denominación que en los Estados Unidos se da a los Presidentes que ya han perdido futuro político, para ellos o para su partido) y hacer “lo mejor posible” sin desatar conflictos, despertar resistencias o enfrentar nuevas críticas. Hacer cambios cosméticos (verbigracia, quitar a Fulano para poner a Mengano), como los que andan empujando algunos, vaya usted a saber con qué intenciones, en los medios de comunicación.

Curso de acción C, “el Ayatolá justiciero” : Conjeturar que la principal causa de irritación de la sociedad y de los electores es la rampante corrupción en la vida política y en el gobierno, elegir, por tanto, una estentórea y espectacular cruzada por la “renovación moral” castigando con severidad inusitada cualquier corruptela en el gobierno federal, real o aparente, imponer una “austeridad gubernamental” consistente en rebajar a la mitad o más los sueldos de todos los funcionarios del gobierno federal y acciones similares. Una vez iniciada la cruzada moralizadora dentro de casa tener la “autoridad moral” para denunciar la corrupción de los demás: gobiernos locales, los otros poderes, los empresarios, los sindicatos, aunque sea de forma testimonial. El cálculo es que esto daría una nueva imagen al partido en el poder y que los ciudadanos pueden perdonar la incompetencia – o un cierto grado de incompetencia o de inacción en otras áreas- pero no perdonan la deshonestidad en asuntos de dinero.

Por supuesto, sé que podrían darse muchas variantes y mezclas entre estas tres opciones. Pero la pregunta es ¿cuál es la prioridad?, ¿cuál es, de las tres, la que promete ser más acertada o más correcta?

Por supuesto, también, la elección revela mucho sobre la jerarquía de valores (¿qué es lo más importante?) de quien elije.

Una última consideración: NO se trata de imaginar qué hará el Presidente sino de enunciar qué sería deseable que hiciese o, para ser más preciso, decir qué elegiría cada cual de ser, aquí y ahora, el Presidente. Claro, si alguien desea comentar por qué cree que el Presidente real haría tal o cual cosa, aunque no sea ésa nuestra elección, puede hacerlo. Lo interesante sería saber por qué se conjetura eso.



(*) El cuento de Borges, excelente, puede leerse en la red navegando a este sitio, pero recomiendo – por aquello de los posibles errores del copista -, buscar mejor la edición impresa (en el volumen titulado “Ficciones” de Emecé, editorial argentina, y debe haber también ediciones españolas en antologías u “obras completas”).

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lunes, 17 de agosto de 2009

Chesterton en Iztapalapa

¿Cómo sería hace cien años el barrio de Pimlico en Londres? Probablemente muy feo. Al menos G. K. Chesterton escribió, en el quinto capítulo de su espléndida "Ortodoxia", justo cuando disecciona el asunto del pesimista y del optimista, lo siguiente:

"Supongamos que nos hallamos frente a frente de una de las cosas más feas: Por ejemplo, el barrio de Pimlico".

Bien, supongamos, para ponerlo en un contexto a la vez actual y local, que estamos ante una de las cosas más feas de México que podría ser Iztapalapa. Y supongamos, también, que el ya famoso delegado electo de Iztapalapa, "Juanito", es un incodicional de su barrio o delegación.

Es, para seguir el itinerario que nos traza Chesterton, un "optimista" de Iztapalapa, una suerte de "patriota". Que "Juanito" acaso ame Iztapalapa con amor incondicional no le cierra los ojos a la fealdad de su querida delegación, argumentaría Chesterton. Por el contrario: Porque ama Iztapalapa "Juanito" desea reformarla.

Ése, el que ama con los ojos bien abiertos, es el optimista. No el bobalicón que cree que todo está bien y que todo es hermoso porque se trata de "su" barrio, de "su" país o de "su" cosmos.

El optimista quiere reformar lo que ama, porque sabe que es reformable y porque está cierto de que aquello que ama merece una suerte o un destino mejor. Las mujeres, aventura Chesterton, siempre defienden a capa y espada a quien aman, aun cuando siempre estén empeñadas en reformar a quien aman.

(Hoy, por cierto, en una especie de autocrítica contenida, Jesús Silva Herzog Márquez cita unas definiciones de Chesterton sobre el optimista y el pesimista - ese par de originales sujetos que "en los días de mi infancia, dice Chesterton, vagaban por el mundo"-, pero olvida advertir que el propio escritor británico ofreció tales definiciones, en su "Ortodoxia", como aproximaciones provisionales y antes de citar una definición que podría ser, acaso, la mejor que se ha dado sobre esos dos personajes, el optimista y el pesimista, y que Chesterton escuchó decir a una niña: "Optimista es el que os mira a los ojos y pesimista es el que os mira a los pies").

No se si las reformas que México necesita se vayan a realizar. Sólo se que son racionalmente posibles (otros países las han hecho y aun en condiciones más adversas). También estoy seguro de que son necesarias y deseables. Si soy un optimista porque me atrevo a creer en ello, que se me condene por optimista. Si soy un optimista porque creo que las cosas pueden mejorar, en la medida que nos empeñemos en mejorarlas y en que tengamos la inteligencia y la humildad necesarias para sostener ese empeño, sí, lo confieso sin vergüenza, soy optimista.

Pero no soy candoroso o bobalicón. No soy optimista, en lo absoluto, si por optimista se entiende el fanático ciego que no ve las carencias, las enormes fallas, las miserias, la fealdad abrumadora de su terruño.

Y tampoco soy romántico: No creo que Iztapalapa, o Pimlico, o esa cosa horrenda que es Santa Fe al poniente de la Ciudad de México , se puedan transformar de la noche a la mañana y al solo influjo de un voluntarismo quijotesco. No, tanto es lo que hay que reformar que de antemano sabemos que el camino será largo y arduo. Que tendremos que negociar y ceder, que el cambio será gradual.

Tendremos que empezar por el primer paso, digamos por encender una vela en medio de la oscuridad (¡otro apagón por la incompetencia de Luz y Fuerza del Centro!) o por poner una bonita maceta con flores en medio de la fealdad de una calle de Iztapalapa, repleta de vulcanizadoras, talleres mecánicos y "deshuesaderos" de autos de dudosa procedencia.

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domingo, 16 de agosto de 2009

Más sobre reformar al gobierno y el caso de NZ

Algunos lectores me han solicitado más referencias acerca de la reforma presupuestal en Nueva Zelanda que terminó siendo, para efectos prácticos, una profunda reforma al gobierno y al mismo Estado.

Con todo gusto.

1. En diciembre de 2006 traté en una serie de cuatro artículos - en estas "Ideas al Vuelo"- el asunto: Pueden verse en uno, dos, tres y cuatro (hacer clic con el cursor en cada mención para ir al artículo respectivo).

2. Por otra parte, hay un excelente resumen y análisis de esta reforma, en español, en este documento del chileno Harald Beyer, doctor en economía por UCLA, que puede bajarse en PDF haciendo clic aquí.

3. Otro documento interesante de información y análisis acerca de esa reforma en NZ fue producido por investigadores del CIDE en México, y puede obtenerse en la red haciendo clic en esta otra dirección.

4. Nueva Zelanda hizo una impresionante serie de reformas estructurales en las décadas de los años 80 y 90, me he referido a otras de estas reformas, sobre todo a la referente a la eliminación total de subsidios agrícolas - con estupendos resultados- en estas "Ideas al Vuelo" al menos en un par de ocasiones. Para leer los artículos hay que pinchar aquí y también aquí.

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jueves, 13 de agosto de 2009

Reformar el gobierno

La precariedad de las finanzas públicas de México - conocida y advertida desde antiguo tanto por el actual como por los anteriores secretarios de Hacienda- fue desnudada sin compasión por la recesion global, pero NO fue causada por la recesión.

De ahí que no haya ninguna contradicción entre dos hechos ciertos: 1. Ya pasó lo peor de la recesión y hay señales inequívocas de recuperación económica, y 2. Aun con la recuperación incipiente de la demanda mundial y local, nuestras finanzas públicas seguirán siendo precarias, como lo eran antes de la crisis global. Con un agravante: El plazo fatal para subsanar esa precariedad ya llegó.

De no corregirse habremos de hundirnos en una espiral de mediocridad - en el mejor de los casos- o en una quiebra fiscal ésta sí, como es obvio, de origen interno.

La caída de los precios del petróleo no es ni signo ni causa de nuestra precariedad fiscal. Contribuyó al agravamiento de los síntomas, pero NO es la enfermedad.

La enfermedad - crónica y que los fatalistas se empeñan en imaginar incurable- es la dependencia fiscal de los recursos petroleros, aunada al hecho igualmente crónico de la ineficiencia del monopolio gubernamental petrolero. Los precios del petróleo podrán acaso recuperarse, de hecho ya se han recuperado a lo largo del año (de manera exagerada a mi juicio, pero eso es otro asunto), y la precariedad fiscal seguirá siendo tan grave como ahora.

En lo inmediato, ya se ha dicho, se cuenta con tres herramientas fiscales para atenuar el golpe (es decir: para subsanar el diferencial entre ingresos y gastos fiscales), que son: 1. Incrementar de forma permanente los ingresos fiscales no petroleros, 2. Disminuir significativamente - y también de forma permanente- el gasto del gobierno (o, mejor, de los gobiernos, incluyendo a los gobiernos locales y el gasto de otras entidades del Estado), y 3. Sólo como remedio temporal - esté sí relacionado con la recesión global que, al desplomar la actividad económica, ha impactado la recaudación de ingresos no petroleros- recurrir a un déficit fiscal; que es un remedio tan lleno de riesgos que debe administrarse con extrema cautela, con un plazo perentorio para convertir en menos de dos años el déficit en finanzas equilibradas o en superávit, mediante ahorros e ingresos extraordinarios destinados en su totalidad a la amortización de deuda pública.

De las tres herramientas tal vez la que prometa mejores resultados - y que, por lo tanto, debe emplearse a fondo- es la de disminuir de forma permanente el gasto público y frenar su tendencia a expandirse muy por encima del crecimiento de la economía.

De hecho, una genuina reforma fiscal debe incluir como capítulo principal una reforma del ejercicio del gasto público con criterios de eficiencia. Costos contra beneficios medidos objetivamente y sin subterfugios retóricos.

La información crucial en cualquier estado de resultados es la línea final: La utilidad o la pérdida neta. Si se hiciese para cada operación del gobierno (en sus tres niveles) un auténtico estado de resultados, ¿qué arrojaría la línea final de cada uno de esos análisis?

En la mayoría de los casos tendríamos pérdidas, y en muchos de tales casos las pérdidas se nos mostrarían tan cuantiosas que la operación gubernamental tendría que cancelarse de inmediato y dejarla a la libre competencia de los particulares.

Si acaso por la naturaleza específica de la actividad gubernamental de la que estemos hablando - digamos, la procuración y administración de justicia- parece desaconsejable dejarla en manos de empresas particulares, resulta claro que lo que debe hacerse es reformarla a fondo; es decir: darle una forma nueva (eso significa reformar) que permita evaluarla con objetividad y con criterios similares a los que aplicamos a otras actividades en las que la asignación de recursos debe buscar la eficiencia. Y, ¿qué es la eficiencia? Obtener resultados cuyo valor sobrepase el valor original de los recursos empleados: un "producto" superior a la suma de los "insumos" invertidos.

Es decir, aunque les horrorice a los ideólogos de la "superioridad moral" de gobiernos y políticos, evaluar la actividad de los gobiernos y de todas las actividades sufragadas con recursos público con criterios económicos o "bussines-like".

Dirán de inmediato algunos que usar el símil con un estado de resultados es totalmente inapropiado. Desde tiempo inmemorial los creyentes en una presunta superioridad moral de los gobiernos sobre lo que motejan como "estrechez de miras" de los tecnócratas, han considerado sacrílego analizar la "noble" tarea de los gobiernos con herramientas de análisis financiero, propias - siguen diciendo- de la contabilidad de una tienda de abarrotes o de la frialdad - "insensibilidad social"- de los informes periódicos que los accionistas demandan a la administración de una empresa para ver cómo marcha el negocio. Presumen que la tarea de gobernar es tan sublime que evaluarla con criterios de eficiencia es tan inapropiado como ponerle precio al amor, a los buenos sentimientos o a los sentimientos religiosos.

Esas creencias en realidad son patrañas. Gobernar no es amar, ni rezar, ni ejercer la caridad.

¿En qué consiste la presunta y aplastante "superioridad moral" de los gobiernos sobre los prosaicos negocios? En una falacia o petición de principio (para usar la terminología de la lógica) que es la siguiente: "Los gobiernos son mejores moralmente que los negocios porque no buscan mezquinas utilidades, sino el beneficio de la colectividad, el bien común, el bienestar de las mayorías". Falacia que suele acompañarse de esta otra: "Quienes gobiernan, aspiran a gobernar o son funcionarios en un aparato gubernamental, no buscan su beneficio sino el del prójimo, a diferencia de quienes son accionistas, funcionarios o empleados de un emprendiemiento privado que invariablemente buscan prioritariamente su beneficio personal".

Desafío a cualquier téorico de la filosofía política o a cualquier experto en administración pública a demostrar racionalmente esas dos peticiones de principio. No podrá hacerlo por la simple razón de que son falsedades. Mitos ideológicos muy convenientes para quienes viven (vivimos) del erario, sea como burócratas, "representantes populares", técnicos, políticos profesionales o recipendarios de subsidios públicos, por ejemplo: personal administrativo y académico de universidades sustentadas con dinero de los contribuyentes.

Ojo, no estoy diciendo que sea de suyo inmoral o incorrecto que alguien se dedique a la política o trabaje en el llamado "sector público", simplemente estoy diciendo que al igual que cualquier otro trabajo (transformación de lo existente para obtener un valor agregado al que se tenía originalmente) los trabajos públicos y la actividad gubernamental en sí misma tienen que evaluarse con criterios de eficiencia igualmente rigurosos que aquellos con los que evaluamos las actividades privadas.

Ahora bien, si se debe reformar profundamente el gasto público en los tres niveles de gobierno para evaluarlo y ejercerlo con criterios de eficiencia económica esto nos conduce, inevitablemente, como sucedió en el caso de Nueva Zelanda durante la década de los años 90, a una auténtica reforma de la totalidad del gobierno. Incluso a un replanteamiento de lo que corresponde y de lo que no corresponde hacer al Estado.

Estoy cierto de que si a los administradores de entidades gubernamentales les exigimos llevar estados de resultados, semejantes a los de cualquier empresa que busca deliberadamente utilidades para sus accionistas, y se les advierte que de acuerdo con tales resultados se les evaluará, ellos mismos acabarán por desechar todo gasto superfluo e injustificado, porque estorbara al cumplimiento de las metas con las que serán evaluados y del que depende su permanencia en el puesto o la pérdida, por incompetencia, del mismo.

Nada más miope que ver la reordenación de los gobiernos y del Estado como un mero recorte de gastos. El recorte, urgente, de los gastos que son notoriamente improductivos habrá de darse de inmediato (el lector, estoy seguro, podrá mencionar de inmediato tres o cuatro secretarías de Estado y decenas de entidades gubernamentales totalmente prescindibles), pero la reforma debe ir aún más allá, para ser permanente y contribuir a la productividad total de la economía. La reforma debe ser reforma del gobierno en su esencia.

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martes, 11 de agosto de 2009

¿Nos queremos ver en el espejo de Argentina?

Alguna vez Néstor Kirchner cuando era presidente oficial de Argentina (hoy, dicen, lo es extraoficialmente por interpósita persona, que es su esposa Cristina) dijo, de visita en China, que Argentina aspiraba a ser, bajo su iluminda conducción, "un país en serio". Y aunque los corresponsales en Pekín no reportaron que los altos jerarcas del Partido Comunista Chino se desternillaran de la risa ante la humorada involuntaria de Kirchner, como hubiera correspondido, es un hecho que algunos caricaturistas argentinos le sacaron jugo al disparate del "Pingüino". Argentina, ¿un país en serio? Lo que hay que oir.

Hoy en México el Secretario de Hacienda habló como el Secretario de Hacienda de un "país en serio" y temo que pocos entendieron la gravedad del asunto.

El Secretario acudió de buena gana a una convocatoria del Senado a unas audiencias públicas acerca de la política fiscal anta la crisis económica que nos aqueja (el nombre de la audiencia es mucho más ampuloso pero en esencia se trata de eso: Cómo les ha pegado a las finanzas públicas de México la crisis global). El asunto es crucial y dentro de menos de un mes corresponderá a una flamante Cámara de Diputados abordar justamente el asunto, cuando reciba, como cámara de origen, todo el paquete económico para el año próximo y como cámara que tiene la facultad exclusiva de analizar, discutir y aprobar - en su caso- la propuesta de prespuesto de egresos de la Federación para 2010.

El caso es que Agustín Carstens estuvo ahí, con los senadores, y habló muy en serio, sin adornos ni afeites, acerca de lo mal que se ven las cosas para las finanzas públicas de México, porque no hicimos la tarea a tiempo o porque equivocadamente conjeturamos que habría tiempo más tarde para ocuparse de las cosas importantes y no de los desplantes histriónicos para ver quién clava mejor las banderillas o da los mejores muletazos al astado. "El futuro ya nos alcanzó" dijo.

De alguna manera el mensaje del Secretario de Hacienda fue que aun cuando ya hay indicios ciertos de que el mundo y México están saliendo de lo peor de la recesión, las consecuencias de este episodio seguirán presentes en México, bajo la forma muy real de una amenaza grave para las finanzas públicas. A menos que el Congreso se ponga a trabajar en serio, el país enfrentará gravísimos dilemas fiscales, con consecuencias para toda la economía y para la economía de todos, mientras buena parte del resto del mundo, mal que bien, empezará a disfrutar algo de los retoños de la recuperación.

La crisis, como dice un buen amigo, encueró nuestros problemas estructurales. Problemas que todos conocíamos, problemas que todos sabíamos que tenían que enfrentarse, pero problemas que pospusimos gracias, entre otras cosas, a que los altos precios del petróleo embriagaron a los políticos y sirvieron - todo hay que decirlo- para que el primer gobierno no priísta en décadas, el de Vicente Fox, comprara el apaciguamiento y la gobernabilidad a un abigarrado ejército de gobernadores del PRI, dispuestos a bailar más o menos en paz a cambio de crecientes participaciones y aportaciones de dinero federal. El feuderalismo fiscal mexicano en todo su esplendor.

Por fin sucedió lo que tenía que suceder: Se nos está acabando inexorablemente el petróleo y ahora hay que ponernos a trabajar en serio. Tenemos que convertirnos en un país en serio, en el que la gente paga de veras impuestos, en el que los gobiernos, no sólo el gobierno federal, sino también los estatales y municipales, rinden cuentas, se someten al escrutinio público inteligente (aunque sea del puñado de personas que en México quieren y pueden hacer escrutinios inteligentes), en el que los gobiernos locales afrontan la responsabilidad y el costo político de cobrar los impuestos locales que correspondan (en lugar de esperar todo de la recaudación federal) y en el que los farsantes de la política - que tratan de resolver todo con desplantes ingeniosos y gracejadas más o menos groseras de conductor de microbús envalentonado e impune- no caben.

Hay tres herramientas para hacer frente al grave problema en el que están, ya desde ahora, inmersas las finanzas públicas de México: 1. Aumentar los ingresos fiscales no petroleros, 2. Reducir en serio el gasto público improductivo en los tres niveles de gobierno, en los tres poderes y en varios de los organismos autónomos, como la Comisión Nacional de Derechos Humanos, que gastan con singular desparapajo, y 3. Recurrir al expediente, peligrosísimo, veneno de alta toxicidad, de incrementar el déficit fiscal.

El Secretario de Hacienda anticipó que habrán de usarse, en la combinación adecuada, las tres herramientas, pero también adviritió que el aumento de ingresos fiscales no petroleros debe ser permanente (reforma tributaria de a de veras) y también debe ser permanente la reforma al ejercicio del gasto público para reducirlo a montos de eficiencia y productividad. En cambio, mucho ojo, el recurso al déficit debe ser temporal, medido hasta el escrúpulo, más que cauteloso.

Esto es: Si uno no tiene más remedio que entrar al antro de mala muerte, más le vale no perder de vista tres cosas: 1. El reloj (para salirse en el momento preciso, ni un minuto más tarde), 2. La cartera (para que no se la sutraigan) y 3. La puerta de salida más próxima y expedita.

Lo cual signiifca que, junto con un déficit fiscal deliberado deberá pactarse (poner candados legales muy claros) la salida del mismo déficit en un plazo perentorio.

Eso es lo que hace un "país en serio"...¿Será "en serio" nuestra clase política o nos ponemos a rezar por un doble milagro: Ganar el campeonato mundial de futbol y volver a sacarnos la malhadada lotería del petróleo para seguir en la farsa y los deplantes histriónicos?

El llamado "riesgo país" refleja, aproximadamente, esto de la "seriedad" que merecen los países:

México: 175 puntos base.
Argentina: 860 puntos base. (Datos al 7 de agosto de 2009).

¿Nos queremos ver en el espejo de Argentina?

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lunes, 10 de agosto de 2009

Reformas estructurales e índices de precios

Hay que prestarle mayor atención a los índices de precios que recopila el Banco de México. Además del fenómeno inflacionario en sí - asunto en el que no debe quitarse el dedo del renglón -, los índices que miden las variaciones de diferentes precios (los de mercancías, los de bienes sujetos a factores de estacionalidad, los administrados y concertados por el gobierno o los gobiernos) nos dicen mucho acerca de las distorisones que padecen los mercados en México.

Los precios son la información más relevante para la toma de decisiones económicas.

Hace unos días, al revisar el Informe Trimestral sobre inflación de Banxico, me llamó la atención la gráfica que comparaba las variaciones anuales - mes a mes- de tres variables: el Índice Nacional de Precios al Consumidor (lo que conocemos popularmente como "la inflación en México"), la llamada inflación subyacente (conocida en Estados Unidos como "core inflation") que es la que corresponde a los precios de mercancías comerciadas libremente y que no padecen claros efectos estacionales y la llamada inflación no subyacente que son los precios de aquellos bienes sujetos a variaciones estacionales, como las frutas y verduras o el ganado, y de aquellos bienes y servicios cuyos precios NO fija el mercado, sino que son "administrados" (eufemismo equivalente a "fijados") por el gobierno federal y en ocasiones por gobiernos locales, como: gasolinas, electricidad, agua o "concertados" por los gobiernos (tarifas de transporte o tarifas de telecomunicaciones).

La inflación subyacente o "core inflation" es aquella en la que, en principio, se supone que los instrumentos de la política monetaria del banco central influyen directamente, como tasas de interés interbancarias, crecimiento de los agregados monetarios (especialmente el "dinero del alto poder", M1 y M2) y es la que más interesa, en principio subrayo, para detectar tendencias de alza generalizada en los precios, esto es: Para la inflación como fenómeno monetario.

Lo que me llamó la atención de la gráfica fue la gran volatilidad, en el transcurso de dos años, de la inflación no-subyacente, que iba de "cimas" de casi nueve por ciento anual a "valles" de casi dos por ciento anual, en contraste con la evolución, ligera pero claramente al alza, sin picos ni valles, de la inflación en general y de la inflación subyacente.

Uno presumiría que la volatilidad de la llamada inflación no subyacente obedece fundamentalmente a las variaciones estacionales y pronunciadas de la oferta de bienes agropecuarios, como verduras, legumbres, granos, así como de ganado en píe. Variaciones que obedecen a las estaciones del año en cada hemisferio y a factores muy difíciles de prever o predecir, como huracanes, plagas, sequías y demás.

Sin embargo, en el caso de México y en los últimos años ha influido más la variabilidad de los precios administrados y concertados (llamémosle precios de gabinete gubernamental como contrarios a precios de mercado) que la volatilidad de la oferta de bienes agropecuarios (volatilidad que, por otra parte, tiende a disminuir conforme hay más libertad de comercio en el mundo y los avances en transporte, almacenamiento y conservación de los alimentos permiten normalizar a lo largo de todo el año la oferta de dichos bienes y disponer, por ejemplo, de jugosas ciruelas chilenas durante el invierno en México).

De hecho, los precios de gabinete gubernamental pesan 17 por ciento en el INPC de México, en tanto que los precios de bienes agrícolas y ganaderos pesan sólo 8 por ciento en el mismo índice general de la inflación.

(Hay un interesante trabajo de investigación del propio Banxico respecto de pronósticos de índices de precios que comenta, aunque sea de forma lateral, algunos de estos aspectos, puede leerse haciendo clic aquí).

La siguiente gráfica muestra con claridad los pronunciados picos y valles de los "precios administrados y concertados" respecto de la trayectoria más regular del INPC, (la línea azul corresponde a los precios "administrados y concertados" y la línea color naranja al índice nacional de precios al consumidor), durante los últimos cinco años.



Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con las reformas estructurales de las que tanto se habla y, a veces, tan poco se comprende?

1. El hecho de que alrededor del 17 por ciento de los precios en México NO sean fijados por la oferta y la demanda en los mercados, nos revela una gran distorsión en la asignación de recursos. Los precios, repito, son el elemento clave de la economía porque permiten asignar los recursos eficientemente, cuando los precios son "administrados" o "concertados" desde una sala de juntas en el gobierno o desde una oficina donde unos cuantos oferentes de los bienes y servicios negocian ajustes con las autoridades, a despecho de la voluntad de los consumidores, nos confirma que los mercados en México están lejos de ser completamente libres y, por supuesto, muy lejos de ser eficientes.

2. En cada uno de los casos de precios administrados y concertados estamos hablando de insumos clave para toda la economía (energéticos, transporte, telecomunicaciones) por lo que las variaciones en dichos precios afectan directamente a toda la actividad económica, desde un banco hasta una tienda de abarrotes, desde una fábrica de maquinaria y equipo hasta una empresa de mensajería.

3. Si vemos con detenimiento la gráfica notaremos que los picos suelen situarse alrededor de noviembre a enero y los valles entre abril y junio, pero no de una manera uniforme todos los años, ni en los mismos periodos para cada año (si nos fuésemos más atrás, veríamos que los picos invariablemente se presentaban cada enero, como en los servicios de educación privada los picos de precios al alza se presentan invariablemente en septiembre), un elemento determinante de esta tendencia son las famosas "tarifas de verano" de la Comisión Federal de Electricidad, cuando entran en vigor el índice cae y cuando termina su vigencia el índice vuelve a subir, pero no es el único.

4. Un factor cada vez más decisivo para estas variaciones es la situación de las finanzas públicas. Esto, a mi juicio, tenderá a agravarse conforme los ingresos petroleros han caído estrepitosamente no sólo por el descenso de los precios internacionales, sino por la declinación inexorable de la plataforma de producción y exportación (la llamada reforma energética NO resolvió, ni por asomo, esta grave vulnerabilidad).

5. Lamentablemente los precios y tarifas del sector público - electricidad y combustibles, sobre todo- fueron "administrados" políticamente en años recientes para calmar a grupos de presión (véase el escándalo que puede hacer un puñado de adinerados negociantes por el precio del diesel), para complacer al electorado o por la errónea percepción de que un aumento de algunos precios (verbigracia, gasolinas) incendiaría a un país que se suponía (leen demasiados periódicos y ¡se creen todo lo que leen!) a merced de los caprichos de un iluminado que sentenció: "¡No al gasolinazo!", para regocijo de los amantes del ruido.

Concluyo, aunque el tema da para mucho más, que apenas estamos a tiempo para emprender reformas estructurales en serio y completas (fiscal, energética, de telecomunicaciones, educativa, laboral, entre otras), antes de que la dura realidad nos imponga escenarios catastróficos: Presiones inflacionarias por alzas desmedidas de precios "administrados y concertados" con toda su cauda de efectos en el resto de los precios, finanzas públicas al borde de la quiebra o escasez de veras grave de algunos bienes, por ejemplo: el agua, cuyos precios, fijados por los gobiernos locales, llegan a ser criminalmente irrisorios como en el Distrito Federal.

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miércoles, 29 de julio de 2009

Banxico señala barreras al crecimiento económico

En su informe trimestral de inflación el Banco de México señala dos graves restricciones estructurales que padece la economía mexicana para crecer (y cerrar la "brecha del producto" de la que escribimos aquí ayer por la tarde):

1. La baja flexibilidad que exhibe el país para reubicar eficientemente sus factores productivos (traducción: urge una reforma laboral de a de veras).

2. "Falta de mayores incentivos para la adopción de tecnologías de punta y de prácticas de trabajo más eficientes" (traducción: restricciones a la inversión extranjera en sectores clave; falta de competencia en los mismos sectores y, asociado a lo anterior, el desinterés de las empresas dominantes en dichos sectores para invertir en tecnología, dadas las rentas excesivas que obtienen al despojar al consumidor del excedente que le correspondería, ¿así, o lo ponemos en mayúsculas: TELECOMUNICACIONES?).


Estas dos barreras al crecimiento - descritas en forma muy general- se sumaron a la estrecha dependencia de México respecto del ciclo económico en Estados Unidos y a un deterioro de la confianza de algunos inversionistas a la vista de los estrechos márgenes fiscales de que goza México, para agravar los efectos de la recesión en México (traducción: Es no sólo indispensable sino urgente una reforma fiscal integral, que comprenda lo mismo ingresos que gastos)

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martes, 28 de julio de 2009

La “brecha del producto” y la recuperación

La calidad de la recuperación del crecimiento dependerá, en el caso de Estados Unidos, de que sea rápida y eficaz la corrección del desastroso déficit fiscal. En el caso de México, además del prerrequisito de mantener finanzas públicas en orden, sólo reformas estructurales en serio para incrementar la productividad pueden garantizar un crecimiento del PIB que supere las mediocres tasas del 3% anual promedio.

Hay una interesante discusión entre los economistas serios en Estados Unidos acerca de la “brecha del producto” (output gap) en ese país y de cuáles serían las condiciones necesarias y suficientes para que dicha brecha – actualmente negativa, desde luego, por la recesión - sea cubierta en el menor plazo posible y, de tal forma, que la recuperación del dinamismo de la economía sea sostenida y rápida, en lugar de tímida, prolongada y sembrada de retrocesos.

Huelga decir que, hasta ahora, el segundo de los escenarios, el de la recuperación a cuentagotas y con retrocesos (algo así como una W o una serie de W con pendiente negativa), es el que va ganando la partida. Si bien hay un formidable potencial de productividad en los avances tecnológicos, ésta puede verse frenada si el gobierno de Estados Unidos (presidencia y congreso) no se compromete con mayor seriedad a reducir el desastroso déficit fiscal y si el banco central (la Reserva Federal) no recupera su autonomía real respecto del gobierno y prioriza el combate a la inflación desde ahora como su verdadera misión, aun cuando ello parezca políticamente impertinente porque estamos aún en medio de la recesión y los dichosos retoños tardan en aparecer o en convertirse en frondosa vegetación.

Otro factor decisivo para una recuperación sostenida (que cierre la brecha del producto en el menor plazo posible) es la reanimación del comercio mundial que, en estos momentos, sólo puede lograrse con acciones decididas a favor de la reducción de aranceles y barreras al comercio, asunto en el que el gobierno de Barack Obama, dicho sea sin segunda intención, no ha dado color.

Conviene, antes de proseguir, definir en beneficio de los neófitos – que somos legión-, qué significa eso del “output gap” que hemos traducido como brecha del producto, ya que en los próximos meses, o semanas, el concepto será infaltable en las discusiones serias acerca de la recuperación económica, tanto en Estados Unidos como en México.

Se entiende por “brecha del producto” una medida económica de la diferencia entre la producto (el PIB sería el “producto” por excelencia) actual y aquél que podría alcanzarse en un escenario de óptima eficiencia en la asignación de los recursos o factores totales de la producción (TFP por sus siglas en inglés) o, en otras palabras, si la economía funcionase eficazmente a su máxima capacidad potencial sin generar presiones inflacionarias.

Teóricamente existen tanto brechas negativas como positivas del producto. Una brecha positiva sería aquella en la que el producto actual es mayor al óptimo en términos de eficiencia, se trataría en tales casos de un sobrecalentamiento de la economía, frágil y logrado artificiosamente, que genera presiones inflacionarias que lo hacen insostenible.

Para una discusión más profunda, y hasta un tanto abstrusa, acerca de la brecha del producto en Estados Unidos y la recuperación de la economía puede verse este sitio en la red: “Econbrowser” pulsando aquí.

Es obvio que hoy en día, salvo en el caso de China (aunque habría que discutirlo), ninguna economía relevante en el mundo vive una brecha positiva del producto. Todas están en brechas negativas, es decir: creciendo por abajo, o muy por abajo en algunos casos como México, de su potencial de eficiencia óptima. (Respecto de China hay indicios de que la sobre-estimulación fiscal a través de los cuantiosos créditos otorgados por sus bancos, apuntalados a su vez por rescates multimillonarios del gobierno, podría estar creando burbujas especulativas en los mercados locales de valores y de bienes raíces; por lo pronto, las autoridades financieras chinas el lunes pasado ya dieron la voz de alarma y están tratando de monitorear si tanto dinero de veras está llegando a donde se supone que tendría que llegar; pero el asunto de la existencia o no de “burbujas chinas” merecería un mejor y mayor análisis para otra ocasión; los interesados, por lo pronto, pueden consultar este breve reporte del Financial Times).

Descrito sucintamente el concepto de brecha del producto, pasemos a lo que nos interesa: ¿Cómo deberían cubrir Estados Unidos y México, cada cual en su circunstancia, dicha brecha negativa?, y, siendo realistas: ¿Qué nos espera en el mediano plazo si ambos países fallan en ese propósito, o falla uno de ellos?

Ya mencioné brevemente que las tres principales tareas de Estados Unidos, para cerrar la brecha del producto son: 1. Atender con eficiencia y eficacia la indispensable reducción del déficit fiscal, 2. Emprender una decidida cruzada a favor de la reanimación del comercio mundial, mediante la disminución unilateral de barreras a las importaciones (arancelarias o no), así como empujando de veras un salvamento política de la fracasada ronda de Doha, y 3. Que la Reserva Federal recupere vigorosamente su autonomía respecto de la política fiscal del gobierno estadounidense.

Y ya mencioné que en ninguno de los tres frentes las cosas pintan bien.

Para México, superar la brecha del producto es, en cierta forma, más sencillo y también más complicado. Veamos: Es más sencillo porque está mucho más claro lo que se debe hacer y se antoja mucho más complicado porque parecería que, salvo el gobierno federal (y ello de una manera desigual), ningún otro de los otros actores políticos tiene clara dicha agenda ni está muy interesado en sacarla adelante, sea porque es una agenda que lesiona sus intereses de corto plazo (o los de sus patrocinadores) o sea porque no ven rendimientos inmediatos en llevar a buen término tal agenda de reformas (por desgracia, parece ser que la miopía – imposibilidad de ver a larga distancia- es el padecimiento generalizado de la política mexicana).

Lo que hay que hacer es sencillo:

Primero, en el plazo más corto posible, desde el inicio del próximo periodo de sesiones en el Congreso, diseñar una estrategia racional y viable de fortalecimiento definitivo de las finanzas públicas que, como ya se ha dicho, debe contemplar tanto un incremento de los ingresos tributarios (no petroleros, desde luego) como reducciones significativas del gasto con criterios de eficiencia, no politizados. La opción de un mayor endeudamiento debe manejarse con pinzas, hasta por razones prácticas: En la medida que la solución se recargue en exceso en un mayor déficit fiscal, el castigo de la potencial inversión externa hacia México (a través de las calificadoras de valores, urgidas de lavarse la cara después de sus desatinos durante la euforia previa a la crisis) será fulminante y nos meterá en problemas aún más graves; ni hablar de crecimiento en ese contexto.

Segundo: Desatar todo el potencial de productividad aletargado en la economía mexicana, mediante una reforma laboral seria que flexibilice tal mercado para demandantes y oferentes de trabajo; emprender una acción coordinada y decidida, sin titubeos ni aplazamientos burocráticos, para establecer condiciones de competencia auténtica en mercados estratégicos, empezando por las telecomunicaciones, la energía, el transporte y siguiendo por los mercados financieros. El “benchmark” o parámetro a imitar debe ser la competencia ya existente entre las grandes cadenas de comercio al menudeo, menos competencia es incompetencia.

La agenda es relativamente sencilla, porque es clara y porque los rendimientos esperados son inmensos y de corto plazo, pero se antoja también una agenda extremadamente complicada de negociar y llena de ruidos perturbadores. Los mismos que deberían llevarla a cabo, los políticos y en especial los miembros del Congreso, parecen ser los primeros promotores del ruido que impide, incluso, que se hable en serio de estos asuntos en la arena política.

Habrá que ver, pero las señales que envían los políticos tanto en Estados Unidos como en México no son para alentar el optimismo.

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lunes, 20 de julio de 2009

¿Por qué en México no bajan los precios?

Apunta con gran acierto hoy Everardo Elizondo ( *) que:

"La trayectoria anémica de la actividad económica productiva a nivel global ha coincidido en general, como era de esperarse, con un claro proceso de desinflación."


Pero, añade el propio Elizondo, no en todas las economías este comportamiento - descenso de la actividad productiva y caída de la inflación - ha sido igual de claro e igual de fuerte.

Por ejemplo, para el caso de América Latina, en Chile la inflación anual fue de sólo 1.9 por ciento en junio pasado (contra 9.9 por ciento de un año antes), mientras que en México...

"... la inflación ha descendido algo así como 0.8 puntos porcentuales entre su punto más alto (6.5 por ciento) en el pasado reciente (diciembre 2008) y el mes de junio. Esta reducción, aunque significativa, no deja de ser sorprendentemente baja, considerando la extraordinaria flojedad de la actividad económica durante ya tres trimestres al hilo."


Esboza Elizondo, para este fenómeno sorprendente, dos interpretaciones: 1. Que el proceso de ajuste de los precios a la baja "quizás está frenado por las imperfecciones de la estructura de producción y distribución" y 2. Que tal vez el impacto de la depreciación del peso frente al dólar no se ha agotado.

La primera interpretación es, a mi juicio, la correcta y, a su vez, nos revela dos problemas graves de México que generalmente son desdeñados o muy mal explicados:

1. Nuestro supuesto sistema de mercado (fijación de precios y asignación de recursos mediante oferta y demanda más o menos libres) es muy imperfecto, porque tenemos grandes áreas en las que la competencia o no existe (por ejemplo, el monopolio estatal de los energéticos) o es un mito (telecomunicaciones, transporte y otros sectores), y

2. Estrechamente relacionado con lo anterior: Precios clave de la economía mexicana siguen siendo "precios administrados", eufemismo que quiere decir: Precios fijados desde la sala de juntas de una dependencia gubernamental.

LAS CONSECUENCIAS

1. Mientras no se realicen auténticas reformas estructurales (que son más, mucho más, que una reforma tributaria) la meta del Banco de México de 3% de inflación para fines de 2010 será inverosímil por inalcanzable. Ni siquiera una muy improbable política monetaria restrictiva del banco central podría lograrlo. Cualquier recuperación de la dinámica de crecimiento (mediocre dinámica, por cierto, de crecimientos de 3% anual) avivará las presiones inflacionarias;

2. Las reformas estructurales deben perseguir aumentos notables e inmediatos en la productividad a partir de una mayor competencia en los mercados; (en este sentido, reportes como el más reciente del Instituto Mexicano de la Competitividad, IMCO, son desalentadores no tanto por los resultados que ofrecen sino por la pobreza deliberada de su diagnóstico, que elude consistentemente tocar el asunto toral: la falta de competencia en los mercados internos).

3. Aunque la inflación haya dejado de estar entre las preocupaciones de empresarios, políticos, gobiernos y comentaristas (si es que de veras alguna vez les preocupó), seguirá siendo un espectro amenazante para México, máxime cuando ya se conjetura que deberá ampliarse el déficit fiscal permitido por la ley para paliar las limitaciones de las finanzas públicas.

Más aún: La inflación, derivada de una competencia débil o inexistente en los mercados, será un formidable obstáculo al crecimiento y un factor que deteriorará aún más, e inevitablemente, la distribución del ingreso.

( *) En "Reforma" en la sección de Negocios, página 6, "Recesión y desinflación en AL" (acceso restringido sólo a suscriptores del diario en la red).

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martes, 14 de julio de 2009

Los dos mitos de Casar

Hoy en "Reforma" María Amparo Casar (ver su ficha biográfica) comunica a sus lectores el descubrimiento de dos "mitos" acerca de las consecuencias que tendrán los resultados de las recientes elecciones.

El primer "mito mayor" - dice- es la creencia de que la población percibirá al PRI como responsable del curso que siga el país, dado que ahora tendrá la mayoría en la Cámara de Diputados. No será así, dice la socióloga, porque México es un "país presidencialista" y "el buen o mal desempeño se le carga siempre al Presidente". Traducción: Los mexicanos son tan ignorantes y crédulos que si mañana hay un terremoto culparán al Presidente o que si pasado mañana la Cámara de Diputados aprueba un presupuesto notoriamente irresponsable y carente de funcionalidad, culpará de ello al Presidente.

El segundo mito - prosigue Casar- es que los políticos del PRI actuarán racionalmente. No será así, ¿por qué? Porque lo dice María Amparo basada en ejemplos (actuación de los legisladores del PAN en 1997 y actuación de los legisladores del PRI desde el año 2000) de Cámaras de Diputados en las que ningún partido tenía mayoría simple..., es decir: basada en escenarios sustancialmente distintos al que tendremos a partir del primer día de septiembre próximo.

¿Mi opinión? Le faltó al sesudo "análisis" de Casar citar un tercer mito: Los "expertos" saben por conocimiento infuso lo que nos depara el porvenir.

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viernes, 10 de julio de 2009

Del Estado capturado al Estado eficaz

La nueva composición del escenario político en México permite anticipar que el concepto de Estado ocupará un lugar central en las discusiones políticas acerca de las reformas que se requieren para transformar a México.

El primer sitio en el que saldrá a relucir la necesidad de replantear el papel del Estado será en la nueva Cámara de Diputados, y será alrededor del diseño del paquete presupuestal de 2010 que la Secretaría de Hacienda debe hacer llegar a los nuevos legisladores a más tardar el 8 de septiembre.

El diagnóstico preliminar: Uno de los problemas torales de México es la debilidad del Estado. Tenemos gobiernos gastalones e ineficaces porque el Estado es débil. Tenemos mercados estratégicos sin competencia porque el Estado es débil. Tenemos una recaudación tributaria no petrolera insuficiente porque el Estado es débil. Tenemos un gasto público ineficaz, que "no se nota" a pesar de que cada vez es más cuantioso, y a pesar de las estrategias contracíclicas diseñadas para amortiguar la recesión, porque tenemos un Estado débil con mucha grasa y poco músculo.

Padecemos los contribuyentes cautivos una carga tributaria excesiva (y sin embargo el aporte de los ingresos fiscales no petroleros es bajo) porque el Estado es débil y ha permitido (y hasta propiciado durante décadas) la proliferación de la economía informal bajo esquemas de clientelismo político. Tenemos una mala distribución del ingreso no porque los gobiernos a todos los niveles no gasten (al contrario, gastan en exceso) sino porque el Estado es débil y los mecanismos de asignación del gasto programable, desde la Cámara de Diputados, frecuentemente están capturados por intereses político-electorales de corto plazo. No tenemos una rendición de cuentas del gasto público que mida su eficiencia económica porque tenemos un Estado débil.

Sufrimos un entorno de inseguridad y de embates de la delincuencia de todo tipo porque tenemos un Estado débil. No confiamos en la impartición de justicia porque tenemos un Estado débil. Padecemos un déficit grave de representación en el Congreso y en los partidos políticos (crisis de credibilidad) porque tenemos un Estado débil. No tenemos más empresarios exitosos, pero sí un puñado de negociantes cada día más adinerados, que se apropian del "excedente" que correspondería a los consumidores, porque tenemos un Estado débil, avasallado en diferentes instancias (en la administración pública, en las agencias reguladoras, en los juzgados y en los tribunales, en el mismo Congreso y en no pocos congresos locales) por ese puñado de negociantes exitosos que funciona bajo un esquema mercantilista de connivencia con políticos y gobiernos.

Nuestras libertades personales - de expresión, de trabajo, de creencias, para invertir, para comerciar, para disentir, para emprender - son precarias porque el Estado es débil.

No somos competitivos en la economía global porque tenemos un Estado débil en el que las trabas y los trámites burocráticos se multiplican en relación inversamente proporcional al desdén hacia el estado de Derecho ("rule of law"); desdén en el que los campeones son los políticos y no pocos legisladores.

Presenciamos episodios de corrupción escandalosa porque tenemos un Estado débil. El sistema impositivo está plagado de excepciones, privilegios, salvedades, subterfugios y zonas grises, porque tenemos un Estado débil que ha sido incapaz de imponer el principio elemental de igualdad de todos y cada uno ante la Ley.

No confundamos el Estado "grandote" con el Estado eficaz que cumple sus funciones básicas e imprescidibles.

No confundamos el Estado fuerte con el Estado intervencionista y metiche. No confundamos, en fin, el Estado eficiente con el Estado omnipresente y opresor.

Seguramente la nueva mayoría funcional en la Cámara de Diputados (PRI y su apéndice verde) echará mano de una retórica "progresista" con invocaciones frecuentes a la "sensibilidad social", "los que menos tienen", "la pobreza lacerante", "la ineficacia del gobierno federal ante la peor crisis de los útimos 70 años" y demás.

Bien, estarán en su papel. Lo importante para los ciudadanos es evitar que la traducción de esa retórica sea más de lo mismo: Más gasto público, más intervencionismo gubernamental en la economía (obstaculizando la productividad), más subsidios indiscriminados, irresponsabilidad fiscal, más elefantes blancos so pretexto de atender "las ingentes necesidades del pueblo".

Por el contrario: Si de veras quieren demostrar que han cambiado y que han aprendido de la experiencia de estar en la oposición política, el discurso "social" de esta mayoría legislativa deberá traducirse en fortalecer al Estado frente al dispendio de los gobiernos, los privilegios de un puñado de negociantes que impiden la libre competencia, las extravagencias de los políticos profesionales y la opacidad de los sindicatos.

Si de veras quieren poner en marcha una legislación de emergencia económica eficaz deberán traducirla NO en más presupuesto para los elefantes blancos y para sus clientelas, sino en una verdadera revolución desreguladora, que le quite poder a las burocracias de todo tipo, y subsidie directamente a la demanda (a los necesitados de carne y hueso) y no a la oferta (los elefantes blancos de la burocracia).

Por supuesto, esto no sólo tiene que entenderlo la mayoría priísta, sino los demás partidos y el mismo gobierno federal.

Rescatar al Estado para que sirva a todos no es una tarea menor, siempre y cuando se entienda que el gobierno NO es el Estado.

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lunes, 6 de julio de 2009

Calderón, a recoger las varas

Así se llama un comentario de Juan Pablo Roiz que acaba de publicar "Asuntos Capitales", puede leerse AQUÍ. De que, además de negociar con el PRI, el Gobierno Federal tiene que recomponerse no cabe duda. Artículo para la discusión.

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Ahora, a trabajar

Bueno, terminó el trance electoral. Los resultados, como dejó entrever el Presidente desde anoche, hacen más necesario que nunca negociar inteligentemente con el ganador de la contienda - en términos de diputaciones federales- que es el PRI, la ronda de reformas estructurales que le urgen al país.
No sólo se trata de la reforma fiscal, sino de reformas tal vez más decisivas para el futuro del país, en términos de productividad (que es la clave para crecer a tasas más altas una vez superada la recesión global), que se deben hacer ya:
* Flexibilizar la legislación laboral
* Garantizar, ya, una mayor competencia en telecomunicaciones
* Fomentar una mayor competencia en transportes (incluido el transporte aéreo)
* Abrir a la inversión, y a la competencia en beneficio de los consumidores, el sector energético, especialmente: energía eléctrica.
* Fortalecer de veras a la Comisión Federal de Competencia para que combata con mayor eficacia las prácticas monopolísticas.
* Abrir a la inversión extranjera sectores que, absurdamente, se encuentran protegidos en perjuicio de los consumidores, como el de telefonía local, el de medios de comunicación electrónica, el transporte aéreo local ("cielos abiertos"), y varios más.
* Emprender una reducción inmediata y significativa de los aranceles a las importaciones y abolir otras barreras no arancelarias al comercio.
* Encabezar en el mundo la cruzada a favor del libre comercio (revivir la ronda de Doha) y en contra del proteccionismo.
¿Usted qué opina?

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