"El síndrome Consuelito Velázquez" y la corteza cerebral
"Ansiedad, angustia y desesperación".
Alrededor de 15 a 20 por ciento de los seres humanos nacen (nacimos) con predisposición a la ansiedad.
Ejemplos:
Mañana tienes que presentar al Consejo de Administración, como director general de la empresa, un ambicioso plan de negocios a cinco años, que implica una secuencia de cambios radicales, uno de los cuales es capitalizar la firma, mediante una oferta pública de forma que el 60 por ciento de las acciones (de una empresa que ha sido familiar durante 60 años) se cotizarán en el mercado de valores. Dominas la situación, conoces el plan minuciosamente y estás convencido que le puedes dar respuesta satisfactoria a todas las inquietudes, objeciones y dudas de los accionistas. Más aún, conoces muy bien a tus interlocutores, puedes prever cómo reaccionará cada cual de los miembros del Consejo. Sin embargo, no puedes conciliar el sueño en toda la noche...
F. es una niña inteligente, bonita y simpática, saludable aunque un poco tímida (reconocen sus padres), que mañana tiene su primer día de clases en una nueva escuela. Hoy en la tarde, después de comer, empezó a sentir un fuerte dolor abdominal; tiene mareos, náusea, dolor de cabeza y vómito. No llegará a la escuela, amanecerá en la sala de urgencias de un hospital aquejada de un cuadro clínico que podría ser lo mismo apendicitis, que hepatitis infecciosa, cólico nefrítico o señal de cálculos en las vías biliares. Finalmente, se le diagnostica "estrés" y le recetan un ansiolítico.
M. es una exitosa estudiante de doctorado en matemáticas, Está aparentemente despreocupada tomando un café con algunos compañeros a dos cuadras de su departamento. Cuando están a punto de pagar la cuenta M. y sus amigos ven pasar a toda velocidad, y con la sirena abierta, un carro de bomberos. Al salir de la cafetería, y antes de subir al auto para regresar a la universidad, M. les pregunta a sus amigos si no les importa desviarse un poco para que M. pueda pasar a su departamento y verificar que todo esté bien: "A lo mejor se van a burlar de mí- les confiesa a sus amigos-., pero me quedaría más tranquila sabiendo que no es mi departamento el que se está incendiando".
R. está hecho un manojo de nervios. Hace un mes optó por caminar todos los días tres kilómetros para ir a su trabajo, con tal de no tomar el "Metro", donde invariablemente se sentía sofocado, con dolor en el pecho, dificultad para respirar, sudor frío y palpitaciones. Más tarde, optó por subir hasta el séptimo piso, donde está su oficina, por las escaleras en lugar de tomar el ascensor. Es una persona sumamente inteligente pero con cierta dificultad para relacionarse con los demás ("muy tímido"); a pesar de su presunto racionalismo y frialdad no logra erradicar de su mente la percepción de que se quedará atrapado en el elevador y sufrirá un ataque cardíaco a causa de la angustia, mientras espera ser rescatado. Hace unos días pretextó estar enfermo para no ir, en avión, a una convención en Chihuahua; lo malo es que la asistencia a dicha convención era crucial para que lograse un ascenso. Ha empezado a inventar excusas, cada vez más inverosímiles, para no asistir a las juntas semanales que preside el director general, piensa que sufrirá un ataque de pánico en plena junta y quedará en ridículo enfrente de todos.
Finalmente, le confía todos sus vagos pero cada vez más angustiosos temores a un amigo quien le recomienda visitar a un psiquiatra. Le diagnostican "ansiedad y pánico fóbico". Además de tratamiento farmacológico (con un ansiolítico fuerte y un medicamento especialmente efectivo para inhibir ataques de pánico asociados con fobias), R. pasa cuatro años en terapia psicoanalítica heterodoxa combinada con métodos de intención paradójica (Viktor Frankl), consistente en "exorcizar" sus temores, proponiéndose experimentar los eventos que más teme, como quedarse atrapado en el elevador. Hace 20 años superó todos esos temores, pero sigue sintiendo un inquietante cosquilleo en la columna vertebral cada vez que se sube a un avión o a un elevador.
Cada uno de los casos anteriores podría deberse a una característica de la corteza cerebral, un poco o un mucho más delgada que la del restante 80 por ciento de la población. Más causas orgánicas que culturales. Quien hizo los experimentos científicos y rigurosos, pioneros en este campo de investigación con cientos de bebés, a los que sometió a estímulos novedosos (ruidos, olores, imágenes desconocidas) para medir su reacción a tales estímulos, al principio descartó la hipótesis - que parecía saltar a la vista- de una cierta predisposición desde el nacimiento a la ansiedad, por prejuicios ideológicos: Una persona de "izquierda" y progresista, a su entender, no podía darle tanto peso a los factores genéticos; la idea en boga en los años 50 y 60 era que somos, al nacer, un pizarrón en blanco. El origen de la ansiedad, de la angustia y, eventualmente, de la desesperación, tenía que ser "cultural" no "natural" ("nurture, not nature"). Pero la evidencia lo venció y lo convenció. Hablamos de predisposición, no de fatalidad. Porque hay tres asuntos diferentes que confluyen en el síndrome "Consuelito Velázquez" (perdón por la denominación tan poco seria), que son: el sustrato cerebral (orgánico) de la predisposición a la ansiedad, la manera en la que el individuo describe lo que siente y la forma en la que el individuo se comporta (conducta) respecto de su propia predisposición a la ansiedad.
El pionero de estas investigaciones, quien primero fue escéptico respecto de la hipótesis "predisposición orgánica a la ansiedad", es el doctor Jerome Kagan, quien hizo el seguimiento de cientos de bebés durante más de dos décadas, en Harvard. Un recorrido fascinante por la historia de estos descubrimientos, que después han perfeccionado y continuado sus alumnos en otras universidades, puede leerse en la revista semanal del The New York Times haciendo clic aquí (tal vez les pidan registrarse para tener acceso al magnífico reportaje de Robin Marantz Henig "Understanding the Anxious Mind", pero el registro es gratis y de veras vale la pena para leer esta buena historia de cómo se hace la ciencia).
Alrededor de 15 a 20 por ciento de los seres humanos nacen (nacimos) con predisposición a la ansiedad.
Ejemplos:
Mañana tienes que presentar al Consejo de Administración, como director general de la empresa, un ambicioso plan de negocios a cinco años, que implica una secuencia de cambios radicales, uno de los cuales es capitalizar la firma, mediante una oferta pública de forma que el 60 por ciento de las acciones (de una empresa que ha sido familiar durante 60 años) se cotizarán en el mercado de valores. Dominas la situación, conoces el plan minuciosamente y estás convencido que le puedes dar respuesta satisfactoria a todas las inquietudes, objeciones y dudas de los accionistas. Más aún, conoces muy bien a tus interlocutores, puedes prever cómo reaccionará cada cual de los miembros del Consejo. Sin embargo, no puedes conciliar el sueño en toda la noche...
F. es una niña inteligente, bonita y simpática, saludable aunque un poco tímida (reconocen sus padres), que mañana tiene su primer día de clases en una nueva escuela. Hoy en la tarde, después de comer, empezó a sentir un fuerte dolor abdominal; tiene mareos, náusea, dolor de cabeza y vómito. No llegará a la escuela, amanecerá en la sala de urgencias de un hospital aquejada de un cuadro clínico que podría ser lo mismo apendicitis, que hepatitis infecciosa, cólico nefrítico o señal de cálculos en las vías biliares. Finalmente, se le diagnostica "estrés" y le recetan un ansiolítico.
M. es una exitosa estudiante de doctorado en matemáticas, Está aparentemente despreocupada tomando un café con algunos compañeros a dos cuadras de su departamento. Cuando están a punto de pagar la cuenta M. y sus amigos ven pasar a toda velocidad, y con la sirena abierta, un carro de bomberos. Al salir de la cafetería, y antes de subir al auto para regresar a la universidad, M. les pregunta a sus amigos si no les importa desviarse un poco para que M. pueda pasar a su departamento y verificar que todo esté bien: "A lo mejor se van a burlar de mí- les confiesa a sus amigos-., pero me quedaría más tranquila sabiendo que no es mi departamento el que se está incendiando".
R. está hecho un manojo de nervios. Hace un mes optó por caminar todos los días tres kilómetros para ir a su trabajo, con tal de no tomar el "Metro", donde invariablemente se sentía sofocado, con dolor en el pecho, dificultad para respirar, sudor frío y palpitaciones. Más tarde, optó por subir hasta el séptimo piso, donde está su oficina, por las escaleras en lugar de tomar el ascensor. Es una persona sumamente inteligente pero con cierta dificultad para relacionarse con los demás ("muy tímido"); a pesar de su presunto racionalismo y frialdad no logra erradicar de su mente la percepción de que se quedará atrapado en el elevador y sufrirá un ataque cardíaco a causa de la angustia, mientras espera ser rescatado. Hace unos días pretextó estar enfermo para no ir, en avión, a una convención en Chihuahua; lo malo es que la asistencia a dicha convención era crucial para que lograse un ascenso. Ha empezado a inventar excusas, cada vez más inverosímiles, para no asistir a las juntas semanales que preside el director general, piensa que sufrirá un ataque de pánico en plena junta y quedará en ridículo enfrente de todos.
Finalmente, le confía todos sus vagos pero cada vez más angustiosos temores a un amigo quien le recomienda visitar a un psiquiatra. Le diagnostican "ansiedad y pánico fóbico". Además de tratamiento farmacológico (con un ansiolítico fuerte y un medicamento especialmente efectivo para inhibir ataques de pánico asociados con fobias), R. pasa cuatro años en terapia psicoanalítica heterodoxa combinada con métodos de intención paradójica (Viktor Frankl), consistente en "exorcizar" sus temores, proponiéndose experimentar los eventos que más teme, como quedarse atrapado en el elevador. Hace 20 años superó todos esos temores, pero sigue sintiendo un inquietante cosquilleo en la columna vertebral cada vez que se sube a un avión o a un elevador.
Cada uno de los casos anteriores podría deberse a una característica de la corteza cerebral, un poco o un mucho más delgada que la del restante 80 por ciento de la población. Más causas orgánicas que culturales. Quien hizo los experimentos científicos y rigurosos, pioneros en este campo de investigación con cientos de bebés, a los que sometió a estímulos novedosos (ruidos, olores, imágenes desconocidas) para medir su reacción a tales estímulos, al principio descartó la hipótesis - que parecía saltar a la vista- de una cierta predisposición desde el nacimiento a la ansiedad, por prejuicios ideológicos: Una persona de "izquierda" y progresista, a su entender, no podía darle tanto peso a los factores genéticos; la idea en boga en los años 50 y 60 era que somos, al nacer, un pizarrón en blanco. El origen de la ansiedad, de la angustia y, eventualmente, de la desesperación, tenía que ser "cultural" no "natural" ("nurture, not nature"). Pero la evidencia lo venció y lo convenció. Hablamos de predisposición, no de fatalidad. Porque hay tres asuntos diferentes que confluyen en el síndrome "Consuelito Velázquez" (perdón por la denominación tan poco seria), que son: el sustrato cerebral (orgánico) de la predisposición a la ansiedad, la manera en la que el individuo describe lo que siente y la forma en la que el individuo se comporta (conducta) respecto de su propia predisposición a la ansiedad.
El pionero de estas investigaciones, quien primero fue escéptico respecto de la hipótesis "predisposición orgánica a la ansiedad", es el doctor Jerome Kagan, quien hizo el seguimiento de cientos de bebés durante más de dos décadas, en Harvard. Un recorrido fascinante por la historia de estos descubrimientos, que después han perfeccionado y continuado sus alumnos en otras universidades, puede leerse en la revista semanal del The New York Times haciendo clic aquí (tal vez les pidan registrarse para tener acceso al magnífico reportaje de Robin Marantz Henig "Understanding the Anxious Mind", pero el registro es gratis y de veras vale la pena para leer esta buena historia de cómo se hace la ciencia).
Etiquetas: ansiedad, ciencias de la conducta, Jerome Kagan, The New York Times
3 Comentarios:
Excelente
genial, es un approach que nunca había utilizado para ver y analizar ciertas cosas.
si no fuera tan codo iría con una psicóloga =)
Felicidades Ricardo.
Como siempre muy interesante tu artículo.
Me hace pensar algo que cada vez más se confirma: la vida es química, estamos predispuestos por el código genético y parece que no hay mucho que hacer, más que estar consciente de esto y tratar de superarnos continuamente.
Pero otra vez la capacidad de querer superarnos o no caería en la predisposición genética y se vuelve un círculo eterno.
Tema para reflexionar!!
Saludos,
Javier
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