Cambio climático y el derecho al escepticismo
El espectro de opiniones respecto de las amenazas del llamado cambio climático es muy amplio. Veamos.
En un extremo tenemos el rechazo total a las previsiones de una eventual catástrofe climática - seguida de una secuela de catástrofes económicas y sociales - y el rechazo a que se inviertan cuantiosos recursos públicos y se limiten seriamente las oportunidades de crecimiento de los países pobres fijando prohibiciones y límites al uso de combustibles de origen fósil.
En el otro extremo tenemos a quienes proclaman una fe ciega (de carbonero, se decía antes) en las predicciones más sombrías acerca de la catástrofe ecológica y proclaman que esta lucha - contra el llamado calentamiento global - es la más importante, urgente y noble que pueden y deben emprender hoy los seres humanos.
En medio de estos extremos, tenemos a multitud de gobiernos que hablan mucho del asunto, que hacen propias la mayoría de las presunciones de los profetas del desastre ecológico final, pero que a la hora de la verdad tampoco hacen mucho, en sus propios ámbitos de poder local, para disminuir eficientemente las emisiones de CO2 a la atmósfera.
Ejemplo del primer extremo es la excepcional - y sin duda valiente, porque se necesita mucho valor para desafiar la opinión dominante y la hegemonía de los políticamente correctos- postura del presidente de la república checa Vaclav Klaus quien sin ambages hace votos porque fracase la inminente cumbre de Copenhague: Tal fracaso consistiría en que no se acordarse ninguna medida efectiva en la cumbre - a celebrarse del 7 al 18 de diciembre- porque para Klaus toda la retórica acerca del cambio climático sólo esconde una "ideología medioambiental" que socava los fundamentos del liberalismo y promueve un totalitarismo pintado de verde. (Ver aquí).
Por el otro, tenemos a los campeones más o menos serios del cambio climático, como Nicholas Stern (digo "serios" porque personajes como Al Gore son más estrellas pop de la política medio-ambiental que sin escrúpulos ni bases científicas incrementan las alarmas sólo para llevar agua a su molino político y dólares a sus bolsillos) quien poco menos que advierte que la cumbre de Copenhague es la última oportunidad para que la humanidad se salve a sí misma de la destrucción. (Ver en este otro sitio).
Me ubico más cerca de Klaus que de Stern, pero no por ello creo que debamos hacer oídos sordos a los llamados serios a evitar una mayor degradación ambiental. Tampoco creo que sea pura pérdida de tiempo buscar políticas públicas viables que limiten el uso desenfrenado del petróleo, del gas y del carbón (entre otros energéticos) y sospecho que la mejor respuesta está en la energía nuclear que injustamente ha sido calificada como excesivamente riesgosa (eso es un cuento, pregunten a los franceses que reciben la mayor parte de su energía eléctrica de plantas nucleares, sin haber enfrentado nunca un accidente serio). Pero también aplaudo la franca y valiente oposición de personajes como Vaclav Klaus porque nos recuerdan dos cosas muy importantes: 1. Tenemos derecho a ser escépticos y a no comprar, sin análisis ni crítica, cualquier profecía disfrazada de ciencia que, en el fondo, se sustenta en un entramado complejo de suposiciones no demostradas, y 2. Los costos de combatir con denuedo a un espectro - de cuya existencia no tenemos certeza- pueden ser altísimos e irreversibles sobre todo para muchos países que apenas empiezan a despegar hacia el desarrollo.
En un extremo tenemos el rechazo total a las previsiones de una eventual catástrofe climática - seguida de una secuela de catástrofes económicas y sociales - y el rechazo a que se inviertan cuantiosos recursos públicos y se limiten seriamente las oportunidades de crecimiento de los países pobres fijando prohibiciones y límites al uso de combustibles de origen fósil.
En el otro extremo tenemos a quienes proclaman una fe ciega (de carbonero, se decía antes) en las predicciones más sombrías acerca de la catástrofe ecológica y proclaman que esta lucha - contra el llamado calentamiento global - es la más importante, urgente y noble que pueden y deben emprender hoy los seres humanos.
En medio de estos extremos, tenemos a multitud de gobiernos que hablan mucho del asunto, que hacen propias la mayoría de las presunciones de los profetas del desastre ecológico final, pero que a la hora de la verdad tampoco hacen mucho, en sus propios ámbitos de poder local, para disminuir eficientemente las emisiones de CO2 a la atmósfera.
Ejemplo del primer extremo es la excepcional - y sin duda valiente, porque se necesita mucho valor para desafiar la opinión dominante y la hegemonía de los políticamente correctos- postura del presidente de la república checa Vaclav Klaus quien sin ambages hace votos porque fracase la inminente cumbre de Copenhague: Tal fracaso consistiría en que no se acordarse ninguna medida efectiva en la cumbre - a celebrarse del 7 al 18 de diciembre- porque para Klaus toda la retórica acerca del cambio climático sólo esconde una "ideología medioambiental" que socava los fundamentos del liberalismo y promueve un totalitarismo pintado de verde. (Ver aquí).
Por el otro, tenemos a los campeones más o menos serios del cambio climático, como Nicholas Stern (digo "serios" porque personajes como Al Gore son más estrellas pop de la política medio-ambiental que sin escrúpulos ni bases científicas incrementan las alarmas sólo para llevar agua a su molino político y dólares a sus bolsillos) quien poco menos que advierte que la cumbre de Copenhague es la última oportunidad para que la humanidad se salve a sí misma de la destrucción. (Ver en este otro sitio).
Me ubico más cerca de Klaus que de Stern, pero no por ello creo que debamos hacer oídos sordos a los llamados serios a evitar una mayor degradación ambiental. Tampoco creo que sea pura pérdida de tiempo buscar políticas públicas viables que limiten el uso desenfrenado del petróleo, del gas y del carbón (entre otros energéticos) y sospecho que la mejor respuesta está en la energía nuclear que injustamente ha sido calificada como excesivamente riesgosa (eso es un cuento, pregunten a los franceses que reciben la mayor parte de su energía eléctrica de plantas nucleares, sin haber enfrentado nunca un accidente serio). Pero también aplaudo la franca y valiente oposición de personajes como Vaclav Klaus porque nos recuerdan dos cosas muy importantes: 1. Tenemos derecho a ser escépticos y a no comprar, sin análisis ni crítica, cualquier profecía disfrazada de ciencia que, en el fondo, se sustenta en un entramado complejo de suposiciones no demostradas, y 2. Los costos de combatir con denuedo a un espectro - de cuya existencia no tenemos certeza- pueden ser altísimos e irreversibles sobre todo para muchos países que apenas empiezan a despegar hacia el desarrollo.
Etiquetas: calentamiento global, cumbre de Copenhague, escepticismo justificado, Nicholas Stern, Vaclav Klaus
5 Comentarios:
¿derecho a ser escépticos? es la condición necesaria para ejercer el pensamiento crítico.
¿dedicar recursos a problemas que no se tiene la certeza de que existan? tantos para países con muchos recursos como para países pobres es un despilfarro.
no está mal invertir dinero en desarrollar nuevas tecnologías energéticas como lo hace suecia que pretende dejar de usar pretróleo para 2020. para nada, es una excelente inversión si se ve por el lado de que los recursos petroleros tienden a escasear y que en unos años el resto del mundo tendrá la necesidad de comprar la tecnología que suecia haya desarrollado. excelente negocio.
pero ya basta de narrativas épicas donde todos viviremos en un paraíso donde no habrá emisiones de C02 y la justicia social será universal.
las energías alternativas son un buen negocio con externalidades positivas, punto.
Completamente de acuerdo. A México le convendria desarrollar fuentes verdes de energia porque ya (casi) no tenemos petroleo y el viento, el sol o la energia geotermica los tenemos en abundancia, pero no por alinearnos en contra las "terribles" emisiones de bioxido de carbono, ni por combatir el fantasma del calentamiento global.
El problema principal a mi entender es la confusión convertida en histeria por pensar en términos de finitud y no de reciclaje como cultura de vida. Al final de cuentas es un hecho que nuestro planeta es finito, y también es un hecho que no va a ninguna parte.
Sin embargo, vasto como es, puede perfectamente albergar la vida de 30 mil millones de habitantes humanos o más... siempre y cuando entendamos que tenemos que, tal como lo hacen los astronautas en las naves espaciales, reciclar nuestros recursos comestibles y energéticos.
Ni es momento para histerias protagónicas AlGoristas, ni tampoco para desentendernos irresponsablemente de la realidad y seguir viviendo como lo hacemos.
Saludos.
A mi me parece que el presidente de la republica checa es valiente por decir la opinion que tiene siendo un presidente, ya de por si estar del lado contrario de lo politicamente correcto provoca una andanada de ladridos de parte de los progres, peor que lo diga un presidente! ya nada mas falto que fuera de una potencia economica, y aunque la Rep Checa tiene una buena economia, es un pais chico y su presupuesto no juega en la politica internacional. Ojala hubiera mas Vaclav Klaus en el mendo, porque evos, hugos, bartlets, pejes y demas fauna abunda.
Y que decir del "climate-gate" donde científicos de la Universidad de "East Anglia" falsifican y corrompen datos cuando no corresponden con su modelo del calentamiento global?
Por cierto este escándalo ha pasado prácticamente inadvertido en México.
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