El irresistible (y peligroso) alegato emocional (I)
Ricardo Medina Macías
La utilización lacrimosa de un perro “cocker spaniel” ante las cámaras de la televisión salvó la carrera política de Richard M. Nixon en 1952. Con razón a ese discurso, conocido por el nombre del perro ( “Checkers”), se le ha llamado “un manual para demagogos basado en los más bajos preceptos”. Un manual exitoso, por desgracia.
Richard Milhous Nixon fue un superviviente. Durante su larga carrera política se forjó más en las adversidades y en los fracasos que en los éxitos. Superó obstáculos que habrían desanimado a cualquiera. Es probable que esas experiencias le hayan persuadido de que era “indestructible”…
El párrafo anterior no es, en modo alguno, un elogio a Nixon. Es una severa advertencia sobre el terrible poder de la demagogia en las democracias.
En 1952 Nixon aspiraba a ser Vicepresidente de Estados Unidos en la fórmula republicana que encabezaba el Presidente Dwight Eisenhower. Se le atravesó en el camino un obstáculo que parecía insalvable: El diario New York Post reveló que el senador Nixon estaba siendo generosamente financiado por la élite de los negocios en California. Era una terrible acusación – puntualmente cierta, desde luego- para quien presumía que llegaría a la Casa Blanca para limpiar la política estadounidense – junto con el prestigiado “Ike”- de corruptos y oportunistas.
Prácticamente vencido – hasta el mismo “Ike” consideraba seriamente deshacerse de tal incómodo compañero- Nixon acudió la tarde del 23 de septiembre de ese año, cinco días después de las revelaciones del diario neoyorquino, a los estudios de la NBC en Los Ángeles para dar la cara ante millones de televidentes. Se jugaba el todo por el todo.
Nixon, el principio de su alegato ante las cámaras, argumentó que el dinero recibido era de ciudadanos comunes y corrientes, que sólo se había utilizado para gastos de campaña – nunca para su beneficio personal- y que de ningún modo había significado compromisos que afectasen futuras decisiones de gobierno. Pero ese rutinario desmentido no fue la esencia de su discurso, sino el emotivo llamado a los sentimientos de la gente común.
Se dibujó a sí mismo como un hombre de orígenes modestos, hijo de unos padres trabajadores, casado con una mujer maravillosa (Pat, que permaneció seria a su lado durante todo el discurso) : “Pat no tiene un abrigo de visón, pero tiene un respetable abrigo republicano y yo siempre le digo que está bien con cualquier cosa que se ponga”. Comentó sobre las hipotecas de sus dos austeras casas en California y en Washington –donde tenía que vivir como senador que era- y aludió a su viejo Oldsmobile de 1950.
Fue entonces, preparado el terreno, cuando Nixon llegó al punto culminante de su emotivo discurso y a millones de televidentes se les humedecieron los ojos.
Pero eso, el clímax del alegato de Nixon frente a la televisión y la sorprendente reacciones de millones de televidentes merecen comentarse con mayor amplitud en las Ideas al vuelo de mañana.
Correo: ideasalvuelo@gmail.com
La utilización lacrimosa de un perro “cocker spaniel” ante las cámaras de la televisión salvó la carrera política de Richard M. Nixon en 1952. Con razón a ese discurso, conocido por el nombre del perro ( “Checkers”), se le ha llamado “un manual para demagogos basado en los más bajos preceptos”. Un manual exitoso, por desgracia.
Richard Milhous Nixon fue un superviviente. Durante su larga carrera política se forjó más en las adversidades y en los fracasos que en los éxitos. Superó obstáculos que habrían desanimado a cualquiera. Es probable que esas experiencias le hayan persuadido de que era “indestructible”…
El párrafo anterior no es, en modo alguno, un elogio a Nixon. Es una severa advertencia sobre el terrible poder de la demagogia en las democracias.
En 1952 Nixon aspiraba a ser Vicepresidente de Estados Unidos en la fórmula republicana que encabezaba el Presidente Dwight Eisenhower. Se le atravesó en el camino un obstáculo que parecía insalvable: El diario New York Post reveló que el senador Nixon estaba siendo generosamente financiado por la élite de los negocios en California. Era una terrible acusación – puntualmente cierta, desde luego- para quien presumía que llegaría a la Casa Blanca para limpiar la política estadounidense – junto con el prestigiado “Ike”- de corruptos y oportunistas.
Prácticamente vencido – hasta el mismo “Ike” consideraba seriamente deshacerse de tal incómodo compañero- Nixon acudió la tarde del 23 de septiembre de ese año, cinco días después de las revelaciones del diario neoyorquino, a los estudios de la NBC en Los Ángeles para dar la cara ante millones de televidentes. Se jugaba el todo por el todo.
Nixon, el principio de su alegato ante las cámaras, argumentó que el dinero recibido era de ciudadanos comunes y corrientes, que sólo se había utilizado para gastos de campaña – nunca para su beneficio personal- y que de ningún modo había significado compromisos que afectasen futuras decisiones de gobierno. Pero ese rutinario desmentido no fue la esencia de su discurso, sino el emotivo llamado a los sentimientos de la gente común.
Se dibujó a sí mismo como un hombre de orígenes modestos, hijo de unos padres trabajadores, casado con una mujer maravillosa (Pat, que permaneció seria a su lado durante todo el discurso) : “Pat no tiene un abrigo de visón, pero tiene un respetable abrigo republicano y yo siempre le digo que está bien con cualquier cosa que se ponga”. Comentó sobre las hipotecas de sus dos austeras casas en California y en Washington –donde tenía que vivir como senador que era- y aludió a su viejo Oldsmobile de 1950.
Fue entonces, preparado el terreno, cuando Nixon llegó al punto culminante de su emotivo discurso y a millones de televidentes se les humedecieron los ojos.
Pero eso, el clímax del alegato de Nixon frente a la televisión y la sorprendente reacciones de millones de televidentes merecen comentarse con mayor amplitud en las Ideas al vuelo de mañana.
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