domingo, 12 de febrero de 2006

El torrente improductivo

El gran lastre que frena el crecimiento de la economía mexicana es la improductividad. Tristemente, el torrente discursivo de las contiendas políticas sólo alimenta una mayor improductividad.


En un artículo memorable, publicado en El Economista el pasado 25 de enero, Roberto Newell sintetizó con agudeza cuál es el mayor problema de la economía mexicana:
“Lo poco que hemos crecido deriva de emplear más recursos, y no de usarlos más eficientemente”
.
En efecto, desde los años 70 del siglo pasado México ha crecido, lo poco que lo ha hecho, empleando más recursos, no innovando en la utilización de los recursos para hacerlos más productivos. Es un camino que en el mejor de los casos sólo nos puede conducir al estancamiento, lo que de suyo es un retroceso si nos comparamos – como debemos hacerlo – con el resto del mundo.
En ese artículo Newell identificaba tres obstáculos que inhiben la innovación tecnológica en México y, con ello, el incremento de la productividad: 1. Una oferta pequeña de talento innovador derivada de la falta de incentivos, 2. La falta de un mercado de capitales suficientemente profundo y líquido para fondear la innovación tecnológica y 3. Una deficiente protección a los derechos de propiedad, ya no tanto en el entramado jurídico sino en la práctica.
Me permitiría agregar al muy pertinente análisis de Newell que como telón de fondo y causa ultima de esos tres obstáculos padecemos en México de un desdén constante – en la educación, en la política, en los negocios, en los medios de comunicación- hacia el análisis objetivo y riguroso y una proclividad enfermiza hacia los discursos torrenciales cargados de emotividad y adjetivos, de falacias “ad hominem”, de descalificaciones gratuitas al adversario, de condenas encendidas y de voluntarismo romántico.
En épocas electorales, como la que vivimos ahora, se hace aún más notoria la desconexión entre los discursos torrenciales y la solución a los verdaderos problemas del país. En el discurso torrencial, característico del populismo, “no queda títere con cabeza”: Todo se ha hecho mal y, peor aún, con malas intenciones, pero todo cambiará si se vota por el candidato tal o cual que se vende como el gran renovador. El análisis lógico – causal – basado en datos y hechos objetivos está ausente. El torrente de palabras no busca la solución a los problemas, sino satisfacer las pulsiones emocionales de un auditorio. Y es un recurso eficaz porque se calcula que el voto será impulsado por la emotividad, no por un análisis racional.
La “promesa de compra” – para emplear el lenguaje de los mercadólogos metidos a asesores electorales- es clara: El voto te dará una satisfacción emocional, sea el desquite, sea la apuesta por un sueño a la vez vago y apremiante.
Es de temerse que esta divergencia entre análisis objetivo y discurso político se ensanche cada vez más. Y es de temerse que, ante el agravamiento de la improductividad discursiva, haya quien no encuentre mejor respuesta que aumentar la dosis: Votando por un sueño.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal