miércoles, 29 de marzo de 2006

El precio de cada libro y el cálculo económico

Los defensores del “precio único” en los libros huyen de la discusión esgrimiendo nebulosos “argumentos culturales” que, siendo interesantes y hasta válidos, son impertinentes para un asunto que sólo puede analizarse con argumentos de cálculo económico: el precio de un bien.


La economía estudia el comportamiento del ser humano cuando éste tiene que decidir cuáles son los mejores medios, por definición escasos y alternativos, para obtener un fin previamente elegido por el hombre o predeterminado por la naturaleza. La economía, por decirlo así, se desentiende de los fines y se abstiene de calificar si tales fines son o no los mejores o los más adecuados para el ser humano (tarea que corresponde a la ética y, en sentido amplio, a la filosofìa y/o a las religiones) y se limita a calcular – cuantitativa o cualitativamente- cuál es la mejor relación costo-beneficio en el uso de los medios (recursos) disponibles para alcanzar los fines, que cada cual jerarquiza en importancia.
La clásica definición de economía, formulada por Lionel Robbins en 1932, delimita con gran claridad los alcances y los fines de la ciencia económica: “estudia la conducta humana como la adecuación entre unos fines clasificados en cada momento por orden de importancia y unos medios escasos y de uso alternativo”.
Por su parte, el economista español Pedro Schwartz (de quien he tomado lo esencial de su argumentación a favor del precio libre para los libros, que puede verse en “La liberación del libro. Una crítica al sistema de precio fijo”, Madrid, 2000, disponible aquí), ofrece los siguientes ejemplos de problemas que atañen al cálculo económico como muestra de que también el libro es una mercancía sujeta a la oferta y a la demanda cuyo precio óptimo, por tanto, debe establecerse en términos de economía y no de elevados, pero etéreos fines sociales o culturales: Tan “económico” es el cálculo que hace un drogadicto cuando decide robar para adquirir cocaína, como el cálculo que hace un místico para aprovechar mejor su tiempo en la contemplación y el ascetismo o el cálculo que hace un gobierno para organizar un desfile militar.
Más aún: el precio “óptimo” de cada libro – que varia incesantemente en el mercado, dependiendo de la complejísima interacción entre fines individuales y recursos disponibles para cada persona- sólo se alcanza en condiciones de plena y libre competencia entre un gran número de oferentes y demandantes.
Al contrario, como hemos sostenido, establecer un precio único (que no es más que prohibir los descuentos) sólo encarecerá el bien, lo hará más escaso y esteblecerá barreras de entrada a nuevos competidores (autores, editores, distribuidores) beneficiando indebidamente a los ya establecidos y perjudicando a los lectores.
Por fortuna, y a despecho de los afanes proteccionistas – a favor de los grandes editores ya establecidos -, los avances tecnológicos dejarán en pocos años obsoleta esta discusión. La tecnología ha revolucionado, abatiendo los costos y los precios, el mismo concepto de “libro”.

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