Elecciones 2006: Un estudio de casos (V)
Visto el efecto marginal, irrelevante o casi, de su voto aislado dentro del total, el votante puede razonar que el mejor flujo de rentas a esperar por su voto sea el de satisfacer la necesidad emocional de expresar su rechazo a un orden de cosas que percibe injusto.
El ejemplo relatado ayer nos da aún mucho material de análisis para entender el funcionamiento real, no el teórico o normativo, de las democracias y de los procesos electorales.
Se sabe que el costo para el votante de obtener toda o la mayor parte de la información pertinente para emitir un voto cercano al óptimo es demasiado alto, en comparación con la capacidad de ese voto para determinar el resultado de unos comicios.
Esto significa, en la práctica, que aun en el supuesto (irreal) de que el votante medio tuviese toda la información pertinente, carece de incentivos para invertir recusos en allegársela. Lo que, a su vez, también significa que el candidato o partido invertirán sus esfuerzos “racionalmente” en formular ofertas que “empaten” con la información y los deseos que tiene el votante medio, especialmente el votante que no tiene una clara lealtad a determinado partido y que suele ser el menos informado y/o el más desencantado.
Volvamos al ejemplo de ayer: 1. Está claro que el votante medio no conoce la legislación tributaria y que tampoco tiene el tiempo ni los recursos, ni el interés, para calcular cuánto ganó o cuánto perdió cada uno de miles de accionistas que vendieron acciones mediante la bolsa ante una oferta pública de adquisición como la que hizo Citigroup por Banamex, 2. En cambio, el votante medio “sabe” que es “justo” que los ricos paguen más impuestos que los pobres e intuye que, en el supuesto de un gobierno “justo y honesto” (cualidades morales), los impuestos que paguen los ricos podrán revertirse en beneficio del propio votante a través del gasto público.
Vistas así las cosas, la oferta-promesa del candidato (cobrarle impuestos a RH) es racional aun cuando sea – en el entorno de una normalidad democrática- descabellada e irrealizable. Nótese que si además el votante está descontento con su situación personal –y culpa de ella a los ricos y a los poderosos- la promesa de una reivindicación moral es sumamente atractiva. Tan “racional” como la satisfacción del seguidor de un equipo de futbol que, por fin, un dìa memorable obtiene una victoria. Es una renta “emocional” a cambio de la cual se está dispuesto a realizar un desmbolso, una renta “emocional” similar a la que recibe un refinado esteta cuando desmbolsa miles de dólares para contemplar un paisaje único.
Nótese también que la credibilidad de la oferta no radica tanto en su factibilidad, sino en que se perciba que quien la formula reúne las carácterísticas de “justo” y “honesto”, ya que la competencia – premisa de partida en este ejemplo- se plantea como una batalla moral más que como un proceso rutinario de renovación de mandatarios.
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