jueves, 2 de marzo de 2006

La ironía, un lujo prohibido a los tontos

Hay un gozo que está vedado a los tontos, a los fanáticos, a los engreídos y a quienes padecen delirios de grandeza o de persecución: La ironía.


El cantante Bono y su grupo U2 llegaron a Buenos Aires después de sus presentaciones en México. Un avispado observador señaló que Bono se veía severamente disminuido y explicó la causa: “¿Y viste?, es que aquí en Argentina a todos los bonos los reducimos un 70 por ciento”.
El chiste (porque lo es; tontos abstenerse) introduce la risa o la franca carcajada ante una tragedia que bien conocen los argentinos y muchos inversionistas extranjeros que tenían bonos de la deuda pública de aquél país: La decisión unilateral y arbitraria – equivalente a un latrocinio – del gobierno argentino de cubrir su deuda con los tenedores individuales de bonos disminuyéndole el 70 por ciento de su valor nominal.
El humor, especialmente el de quien sabe reírse de sí mismo y de los reveses, es un rasgo característico de la civilización occidental, que se desarrolló en todo su esplendor a partir de esos dos grandes gigantes de la literatura que inventaron la novela: Rabelais y Cervantes.
Ese tipo de humor – el que realmente vale la pena y nos reconcilia con la grandeza humana, aun en las peores adversidades – es signo no sólo de inteligencia, sino de libertad. (En cambio, llamar “chachalacas” a los adversarios…)
Y ese tipo de humor alcanza su mayor dicha en la ironía que el diccionario define como la figura retórica que consiste en decir intencionalmente lo contrario de lo que se quiere significar. (Y que para los antiguos griegos significaba atribuirse a sí mismo más defectos de los que la verdad aconseja, para apartar de sí el juicio ajeno). La ironía requiere de un entramado común de inteligencia entre los interlocutores; es un guiño que, ¡ay!, no todos son capaces de percibir: No hay nada más lastimoso que un tonto tomando al pie de la letra una ironía y construyendo agravios donde no los hay. Los tontos suelen suplir con una enfermiza suspicacia su falta total de perspicacia.
Una ironía maravillosa es la que, ya bien avanzada la novela inmortal de Cervantes, elabora Sancho Panza, cuando su señor, don Quijote, elogia su buen juicio. Sancho agradece el elogio y se lo regresa a su interlocutor con un irreprochable dardo envenenado, adjudicando a su amo y maestro el mérito:
“Quiero decir que la conversación de vuestra merced ha sido el estiércol que sobre la estéril tierra de mi seco ingenio ha caído”.
Inteligente, como es don Quijote, no puede sino acusar cortésmente el golpe y darle el tanto de la victoria – en este delicioso intercambio- a su escudero. Un tonto solemne habría reaccionado con la típica irritación del acomplejado: ¿Qué hacer?, ¿ofenderse porque se le ha dicho que sus palabras son semejantes al estiércol?, ¿envanecerse por un elogio equívoco?
Ni hablar, el mundo es “injusto”, muera el igualitarismo: la dicha de la ironía no es para todos.

1 Comentarios:

Blogger Enrique Gallud Jardiel dijo...

Estoy muy de acuerdo. El humor es un producto de la civilización, un refinamiento del espíritu y, por tanto, no para todos.
Lamentablemente hoy ne día se cifunde el humor con el insulto. Es una tendencia que hay que revertir.

marzo 03, 2006  

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