Libros y chiles en nogada
Siguiendo la lógica de que a los "productos culturales" no se les deben aplicar las terrestres leyes de la oferta y la demanda libres, deberíamos prohibir también los descuentos y los precios diferenciados, por oferta y demanda, en la venta de chiles en nogada.
El libro es un producto cultural. De ello no cabe duda. El libro, y por supuesto no nos referimos al mero objeto físico de papel y tinta, es una propuesta cifrada que se propone a los lectores para ser descifrada. Lo mismo que este artículo que usted, lector, está descifrando.
Por su carácter de producto cultural, se argumenta, es incoveniente que el libro sea sometido a las pedestres leyes de la oferta y la demanda libres que, se dice, tal vez sean adecuadas para otros bienes mostrencos, pero no para los delicados productos culturales. Se ha llegado a decir que cada libro constituye una suerte de monopolio natural, dada su unicidad, no sujeto a la competencia y al que, por tanto, conviene un precio también único. Este argumento del poeta, ensayista e ingeniero Gabriel Zaid es, hay que reconocerlo, ingenioso. Pero es un sofisma.
Los conocedores y degustadores de las delicias de la cocina, por ejemplo, nos dirán que cada chile en nogada es único porque es irrepetible la azarosa combinación de circunstancias y talento culinario que se dieron cita para elaborarlo y ofrecerlo al paladar de los amantes de la buena mesa. Siguiendo la peculiar lógica de quienes promueven la prohibición de los descuentos en los libros – descuentos decididos libremente por los distribuidores de acuerdo a las condiciones de demanda, oferta, mayores o menores costos de distribución derivados de la logística y demás- debería prohibirse también que ese producto cultural llamado "chiles en nogada" (que para algunos en ciertos casos podría alcanzar el rango sublime de obra de arte) sea sometido a las rudas leyes del mercado libre y, en cambio, se ofrezca siempre y en todo lugar – independientemente de la apetencia de los consumidores- al mismo precio. Así, siguiendo el discurso de los promotores del precio único, aumentarían la producción y el consumo de los chiles en nogada, se estimularía a los innovadores gastronómicos que propongan nuevos y audaces arreglos en ese platillo tradicional a despecho de los zafios y adocenados gustos del público mayoritario y se protegería a los pequeños y distantes oferentes de chiles en nogada, propiciando que hasta la más remota población tenga, gracias a esta "inteligente" prohibición de descuentos y precios diferenciales, chiles en nogada al mismo precio que en las grandes ciudades.
Salta a la vista lo absurdo de esta propuesta – que ignora por ejemplo que los chiles en nogada compiten, de hecho, con las homogenizadas hamburguesas de Mc Donalds aunque nos escandalice – de la misma forma que, a despecho del prestigio de algunos de sus promotores, salta a la vista lo absurdo de la propuesta del precio único en los libros. La unicidad del producto ni crea ni justifica el monopolio.
1 Comentarios:
Nuestra cultura depende del consumo de chiles en nogada. Los creadores que nos comparten parte de su espíritu cada vez que desgranan una granada, necesitan esa ley.
La idea es que la ley del libro supuestamente ayudará a la cultura, a fomentar la lectura. Si se decretara una ley (es una suposición, pensemos que sucede en el reino del sol macuspano) que decretara que las editorial tendrían que regalar sus libros, lo cierto es que los leeríamos los mexicanos a los que nos gusta leer. Aunque fueran gratis, quien no tiene el hábito de la lectura, no va a leer, ni aunque regales un gansito junto con el libro. Allí están las bibliotecas, las tiendas de segunda mano que ofrecen libros a precios de chicles, a veces. El número de lectores es el mismo.
Claro, es más fácil pasar una ley así, que solucionar el problema del magisterio, capacitar a los maestros, cambiar los planes de estudio de primaria y fomentar desde allí a la lectura. No, qué flojera.
El que no vio jamás a sus padres leer; el que tiene su casa llena de todo tipo de cosas menos de libros, no va a leer por más precio bajo que se le imponga a los libreros ofrecer.
Por cierto: recuerdo haber comido un chile en nogada realmente celestial en el café 1810, allá en Querétaro, frente a la fuente de los perros. En esos tiempos, el gobernador del estado era un señor muy pequeñito, Burgos.
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