martes, 18 de septiembre de 2007

Reformas diferentes, consecuencias diferentes

Sólo una gran torpeza analítica o la premeditada intención de confundir explican que todavía se insista en equiparar la reforma fiscal – surgida de un diagnóstico y de una iniciativa del Ejecutivo- con la llamada reforma electoral que fue, en el mejor de los casos, un arreglo poco transparente entre líderes legislativos.


Una demostración palmaria de que dos líneas NO son paralelas es que lleguen, en algún punto, a cruzarse. La reforma fiscal y la llamada reforma electoral NO son paralelas, ni van en la misma dirección. Sus diferencias son abismales: Su origen es claramente distinto, su proceso de discusión y aprobación radicalmente diferente y los efectos de cada una serán muy diversos.

El hecho de que inopinadamente algunos políticos hayan hecho coincidir en el tiempo ambos cambios legislativos, en una especie de intercambio voluntario de bienes de muy distinto valor y naturaleza, propicia que algunos análisis superficiales quieran presentar como dos caras de la misma moneda dichas reformas. A esto se añade la desastrosa manía de algunos comentaristas de establecer simetrías artificiosas para darle a sus "análisis" una fuerza explicativa de la que en realidad carecen.

También existe la estrategia de confundir deliberadamente, confiando en que las debilidades de un cambio precipitado y en buena medida inconsulto – como es el caso de la llamada reforma electoral- se contagien a una reforma, como la fiscal, que se ventiló ampliamente en público, que se construyó racionalmente y con argumentos sólidos y que no esconde segundas intenciones.

De entrada, la reforma fiscal surge de una clara y explícita propuesta del Ejecutivo que se hizo totalmente pública el 20 de junio, el mismo día que se presentó ante el Congreso. En contraste, se desconoce quién planteó qué, ante quién, cuándo y en qué términos en el caso de los cambios en el ámbito electoral.

Los dirigentes empresariales que hoy dicen que la reforma fiscal no atendió suficientemente sus argumentos, en realidad están buscando un chivo expiatorio para justificar su incapacidad para concertar internamente con sus agremiados: Deberían reconocer, por elemental honestidad intelectual, que algunos de sus presuntos representados, como las tiendas de autoservicio, argumentaron ante el Congreso al margen de las cúpulas y lo hicieron con mayor eficacia que éstas.

Que cada reforma se valore por sus propios méritos. El tiempo pondrá a cada una en el lugar que le corresponde.

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