miércoles, 5 de septiembre de 2007

La ética del político: Debe haber un límite

¿Todo es negociable? No. Cierto que la ética del político no puede ser sólo ni prioritariamente la ética de la convicción, pero cierto también que, aun poniendo entre paréntesis algunas convicciones, el político no puede eludir la responsabilidad por las consecuencias de sus actos u omisiones.

Max Weber planteó, como modelo explicativo de las diferencias de conducta entre el científico y el político, la antinomia teórica entre la ética de la convicción, aquella que pone la verdad ante todo y siempre sin medir consecuencias prácticas, y la ética de la responsabilidad, propia del político, que en la esfera pública pone por encima de todo las consecuencias de sus decisiones.

Por supuesto, se trata de una antinomia sólo teórica, ya que en la vida real ambas éticas resultan complementarias y no hay “convencidos irresponsables” o “responsables sin convicción”. Raymond Aron escribió al respecto:

“Un político debe ser al mismo tiempo convencido y responsable. ¿Pero cuál es la elección moral cuando es preciso mentir o perder, matar o ser vencido? La verdad, responde el moralista de la convicción; el éxito, responde el moralista de la responsabilidad. Las dos elecciones son morales con tal de que el éxito que este último quiere sea el de la ciudad y no el suyo propio. La antinomia me parece esencial, aun cuando en la mayor parte de los casos la prudencia sugeriría un compromiso razonable”
.

Bajemos ahora a nuestra prosaica realidad: México, septiembre de 2007. ¿Acaso el confuso juego de intercambios negociadores que presenciamos es sólo una muestra de dicha ética de la responsabilidad?, ¿es ése “compromiso razonable” del que habló Aron? No lo parece. Primero, está la confusión introducida deliberadamente por actores políticos que presionan sin piedad pero no dan la cara y sólo susurran: “Si quieres que apoye la reforma tal concédeme tu apoyo para este ajuste de cuentas entre mafias”.

¿Dónde está el límite para negociar? Yo ya me habría bajado de ese tren que parece ir hacia cualquier lugar indeseable. Pero yo no soy político y me acechan otros demonios, no los del poder.

Weber cita, al describir los límites éticos del “éxito” al que aspira el político, la famosa frase de Martín Lutero ante la dieta de Worms: “Aquí me detengo; no puedo proceder de otro modo. Que Dios me ayude”.

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