Descripción precisa de un “operativo”
Cuando la sociedad adopta sin empacho el pésimo lenguaje de los policías o, aún peor, la jerga de los delincuentes, estamos en serios problemas.
¿Por qué hemos adoptado con tanta naturalidad el lenguaje sórdido y equívoco de policías y delincuentes?
Si a una brutal redada de la policía le llamamos “operativo”, significa que lo anómalo – la constante convivencia con la inseguridad pública- se ha convertido en algo tan cotidiano que aceptamos que nuestros profesores de semántica sean los gendarmes semianalfabetos, sus jefes más o menos atrabiliarios o hasta los mandamases de la delincuencia que han hecho del salvajismo un modo de vida. Hay periódicos que describen con el inocente verbo “levantar” el crimen atroz de secuestrar seres humanos, adoptando un barato eufemismo, inventado por los delincuentes para trivializar sus crímenes.
En estas cavilaciones andaba cuando releí un párrafo de Jorge Ibargüengoitia en su novela “Maten al león” (1969) que resume lo esencial de eso que hoy se llama “operativo” policial y que sólo es una sórdida redada realizada por gendarmes prepotentes y corruptos. Lo copio:
“La toma de la casa de doña Faustina, la de San Cristóbal número 3, el burdel más caro de Puerto Alegre formará, en adelante, parte de la mitología arepana. Los policías entraron por la puerta principal, por la lateral, por la trasera, y por las ventanas del segundo piso, usando la escalera de los bomberos. Juntaron a veinte putas histéricas en la sala morisca, les metieron mano, y les quitaron el dinero que habían ganado con tanto trabajo, aquella noche de quincena; después las metieron en el furgón de los presos, y las hicieron pasar la noche en chirona, en donde tres de ellas pescaron resfriado, y un sargento carcelero, gonorrea. Los clientes (…) fueron fichados, extorsionados y puestos en libertad. De nada sirvió que doña Faustina, la dueña, amenazara al coronel Jiménez con hablarle por teléfono al Mariscal”.
Podemos conjeturar, no lo contó Ibargüengoitia, que al día siguiente la prensa oficialista de la imaginaria isla de Arepa consignaría: “Realiza policía local exitoso operativo en casa de mala nota; detienen a sexo servidoras”.
Lo que sí contó Ibargüengoitia es que en realidad lo que los gendarmes tenían instrucciones de buscar (¿o “sembrar”?) en el burdel era un sombrero del candidato de la oposición, recién asesinado, para desprestigiarlo en forma póstuma.
¿Por qué hemos adoptado con tanta naturalidad el lenguaje sórdido y equívoco de policías y delincuentes?
Si a una brutal redada de la policía le llamamos “operativo”, significa que lo anómalo – la constante convivencia con la inseguridad pública- se ha convertido en algo tan cotidiano que aceptamos que nuestros profesores de semántica sean los gendarmes semianalfabetos, sus jefes más o menos atrabiliarios o hasta los mandamases de la delincuencia que han hecho del salvajismo un modo de vida. Hay periódicos que describen con el inocente verbo “levantar” el crimen atroz de secuestrar seres humanos, adoptando un barato eufemismo, inventado por los delincuentes para trivializar sus crímenes.
En estas cavilaciones andaba cuando releí un párrafo de Jorge Ibargüengoitia en su novela “Maten al león” (1969) que resume lo esencial de eso que hoy se llama “operativo” policial y que sólo es una sórdida redada realizada por gendarmes prepotentes y corruptos. Lo copio:
“La toma de la casa de doña Faustina, la de San Cristóbal número 3, el burdel más caro de Puerto Alegre formará, en adelante, parte de la mitología arepana. Los policías entraron por la puerta principal, por la lateral, por la trasera, y por las ventanas del segundo piso, usando la escalera de los bomberos. Juntaron a veinte putas histéricas en la sala morisca, les metieron mano, y les quitaron el dinero que habían ganado con tanto trabajo, aquella noche de quincena; después las metieron en el furgón de los presos, y las hicieron pasar la noche en chirona, en donde tres de ellas pescaron resfriado, y un sargento carcelero, gonorrea. Los clientes (…) fueron fichados, extorsionados y puestos en libertad. De nada sirvió que doña Faustina, la dueña, amenazara al coronel Jiménez con hablarle por teléfono al Mariscal”.
Podemos conjeturar, no lo contó Ibargüengoitia, que al día siguiente la prensa oficialista de la imaginaria isla de Arepa consignaría: “Realiza policía local exitoso operativo en casa de mala nota; detienen a sexo servidoras”.
Lo que sí contó Ibargüengoitia es que en realidad lo que los gendarmes tenían instrucciones de buscar (¿o “sembrar”?) en el burdel era un sombrero del candidato de la oposición, recién asesinado, para desprestigiarlo en forma póstuma.
Etiquetas: Ciudad de México, delincuentes, Jorge Ibargüengoitia, lengua española, literatura, policía
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