Una ducha con agua fría
Lo más importante que pueden hacer los grandes líderes políticos del mundo, el G-8, es eliminar las barreras al libre flujo comercial, financiero y de personas. Eso sería mucho más provechoso que sembrar tres arbolitos en una isla japonesa.
Sin duda las emisiones de CO2 que arrojamos a la atmósfera han causado, causan y causarán daños al entorno en el que vivimos los seres humanos y en el que, esperemos, habrán de vivir muchas generaciones futuras.
Reconocerlo, sin embargo, no implica aceptar sin el menor asomo de análisis crítico diagnósticos tremendistas y "soluciones" interesadas que causan más males de los que pretenden remediar. Al paso del tiempo hasta los más entusiastas defensores de la ecología han reconocido que dos o tres de los principales supuestos en que se basaron los diagnósticos de alarma resultaron más cercanos al mito que a la verdad.
Tampoco el paso del tiempo ha sido compasivo con el Protocolo de Kyoto. Se ha visto que el acuerdo planteó metas tan ambiciosas como inalcanzables y lo peor: cada vez es más dudoso que las reducciones de CO2 propuestas resulten suficientes y pertinentes para mejorar el clima del planeta y para evitar las catástrofes que se anunciaron. Eso, por no recordar que casi ningún país ha cumplido lo acordado y que el gobierno de Estados Unidos desde entonces se negó a suscribir el acuerdo, esgrimiendo un escepticismo que, aunque odioso, resultó justificado.
El cambio climático no es el problema número uno de la humanidad.
Mucho más grave es la persistencia de miles de muertes a causa de enfermedades que son curables, no sólo en África, sino en vastas extensiones de pobreza desperdigadas en el planeta. Mucho más graves son la pobreza y el hambre causadas no por una insuficiente oferta de alimentos y de bienes, sino por las estúpidas barreras que los gobiernos han erigido en contra del libre movimiento de bienes, de servicios, de capitales y de personas.
Por eso las reuniones en el cumbre son tan simbólicas como inútiles; semejantes a "un punto de acuerdo" de las señoras y señores senadores.
Puestos a producir gestos simbólicos, pero inútiles, para la próxima cumbre los grandes líderes en lugar de sembrar tres arbolitos podrían darse, en grupo, un buen duchazo de agua fría. Simbolizaría que algo hacen contra el calentamiento global…y sería divertido para los espectadores.
Sin duda las emisiones de CO2 que arrojamos a la atmósfera han causado, causan y causarán daños al entorno en el que vivimos los seres humanos y en el que, esperemos, habrán de vivir muchas generaciones futuras.
Reconocerlo, sin embargo, no implica aceptar sin el menor asomo de análisis crítico diagnósticos tremendistas y "soluciones" interesadas que causan más males de los que pretenden remediar. Al paso del tiempo hasta los más entusiastas defensores de la ecología han reconocido que dos o tres de los principales supuestos en que se basaron los diagnósticos de alarma resultaron más cercanos al mito que a la verdad.
Tampoco el paso del tiempo ha sido compasivo con el Protocolo de Kyoto. Se ha visto que el acuerdo planteó metas tan ambiciosas como inalcanzables y lo peor: cada vez es más dudoso que las reducciones de CO2 propuestas resulten suficientes y pertinentes para mejorar el clima del planeta y para evitar las catástrofes que se anunciaron. Eso, por no recordar que casi ningún país ha cumplido lo acordado y que el gobierno de Estados Unidos desde entonces se negó a suscribir el acuerdo, esgrimiendo un escepticismo que, aunque odioso, resultó justificado.
El cambio climático no es el problema número uno de la humanidad.
Mucho más grave es la persistencia de miles de muertes a causa de enfermedades que son curables, no sólo en África, sino en vastas extensiones de pobreza desperdigadas en el planeta. Mucho más graves son la pobreza y el hambre causadas no por una insuficiente oferta de alimentos y de bienes, sino por las estúpidas barreras que los gobiernos han erigido en contra del libre movimiento de bienes, de servicios, de capitales y de personas.
Por eso las reuniones en el cumbre son tan simbólicas como inútiles; semejantes a "un punto de acuerdo" de las señoras y señores senadores.
Puestos a producir gestos simbólicos, pero inútiles, para la próxima cumbre los grandes líderes en lugar de sembrar tres arbolitos podrían darse, en grupo, un buen duchazo de agua fría. Simbolizaría que algo hacen contra el calentamiento global…y sería divertido para los espectadores.
Etiquetas: calentamiento global, ecología, enfermedades evitables, G-8, hambre, pobreza, políticos
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