Mientras más lejos, mejor
Dije que esto de las corbatas patógenas se pondría bueno. No me imaginé cuánto. En lo que estuve totalmente equivocado es en haber conjeturado que la corbata es inocua. Me lo aseguran múltiples lectores.
Por lo que dicen numerosos testimonios la mayoría de las corbatas se usan lo mismo para sonarse los mocos que para enjugarse el sudor, sopear los frijolitos o hacerle sospechosas carantoñas a los compañeritos de trabajo. ¡Qué horror!
Juan Ignacio Zavala las calificó de armas de destrucción masiva y comentó que las corbatas suelen meterse en los platos de la sopa; tal vez, supongo, porque tales comensales comen de cuclillas con el plato en el piso o se abalanzan sobre la mesa para abrazar al compadre recién llegado y meten la corbata en el caldo de lentejas. Quitarse la corbata no los hará mejor educados.
Estas encendidas condenas a la corbata, por parte de personas que tienen una vasta y cara colección de ellas (y que antes solían presumirlas como sinónimo de “ya te diste cuenta de con quién estás habando”), me han persuadido de dos cosas:
1. Las corbatas sí son peligrosos focos de infección.
2. Estamos rodeados de gente muy sucia. “Para cochinos, los humanos”, dirían los cerdos que tienden a ser animales limpios e inteligentes.
Que la corbata, supuestamente bien anudada al cuello de la camisa, termine chapaleando en mole poblano sólo le puede suceder a personas muy torpes – con problemas severos de coordinación- o a personas muy sucias.
Que haya personas en las oficinas que durante las juntas de trabajo – varios testigos juran haberlo visto- usen la corbata para enjugarse el sudor o hacerle coquetos saluditos al vecino (que se está durmiendo) agitándosela en el rostro, sólo es atribuible a la mala educación y a la bajísima productividad.
Que haya personas que “limpien” con sus corbatas la “grasita” acumulada en un disco compacto, en unos anteojos o en otros objetos (no sin antes arrojar sobre los objetos a “higienizar” su fétido aliento como si se tratase de un desinfectante todopoderoso) es simplemente vomitivo.
Sí, ya me convencieron: hagamos una quema pública de todas las corbatas. Pero también me convencieron que 2.25 metros de distancia entre mí y toda esa bola de prójimos “cochinos” es poco. Demando que el “espacio vital e inviolable” de tres metros mínimo se incluya como garantía individual en la Constitución.
Por lo que dicen numerosos testimonios la mayoría de las corbatas se usan lo mismo para sonarse los mocos que para enjugarse el sudor, sopear los frijolitos o hacerle sospechosas carantoñas a los compañeritos de trabajo. ¡Qué horror!
Juan Ignacio Zavala las calificó de armas de destrucción masiva y comentó que las corbatas suelen meterse en los platos de la sopa; tal vez, supongo, porque tales comensales comen de cuclillas con el plato en el piso o se abalanzan sobre la mesa para abrazar al compadre recién llegado y meten la corbata en el caldo de lentejas. Quitarse la corbata no los hará mejor educados.
Estas encendidas condenas a la corbata, por parte de personas que tienen una vasta y cara colección de ellas (y que antes solían presumirlas como sinónimo de “ya te diste cuenta de con quién estás habando”), me han persuadido de dos cosas:
1. Las corbatas sí son peligrosos focos de infección.
2. Estamos rodeados de gente muy sucia. “Para cochinos, los humanos”, dirían los cerdos que tienden a ser animales limpios e inteligentes.
Que la corbata, supuestamente bien anudada al cuello de la camisa, termine chapaleando en mole poblano sólo le puede suceder a personas muy torpes – con problemas severos de coordinación- o a personas muy sucias.
Que haya personas en las oficinas que durante las juntas de trabajo – varios testigos juran haberlo visto- usen la corbata para enjugarse el sudor o hacerle coquetos saluditos al vecino (que se está durmiendo) agitándosela en el rostro, sólo es atribuible a la mala educación y a la bajísima productividad.
Que haya personas que “limpien” con sus corbatas la “grasita” acumulada en un disco compacto, en unos anteojos o en otros objetos (no sin antes arrojar sobre los objetos a “higienizar” su fétido aliento como si se tratase de un desinfectante todopoderoso) es simplemente vomitivo.
Sí, ya me convencieron: hagamos una quema pública de todas las corbatas. Pero también me convencieron que 2.25 metros de distancia entre mí y toda esa bola de prójimos “cochinos” es poco. Demando que el “espacio vital e inviolable” de tres metros mínimo se incluya como garantía individual en la Constitución.
Etiquetas: corbatas, higiene, humorismo involuntario, inflluenza A H1NI, México hoy, suciedad, virus
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal