jueves, 6 de agosto de 2009

Se veía más presentable en pijama

Divagaciones más o menos frívolas acerca de la facha de algunos falsos héroes de la democracia.

Desde el primer momento tuve serias dudas de que ese sainete en Honduras fuese propiamente un “golpe de Estado” (ver aquí), pero ya se sabe que los simples ciudadanos vemos las cosas distinto que los políticos.

No me voy a meter en honduras (se dice que eso hace quien “trata de cosas oscuras y dificultosas sin tener bastante conocimiento de ellas”), acerca del asunto, aunque una lectura de la Constitución hondureña me ha persuadido de que ambas partes, Manuel Zelaya el defenestrado y quienes lo defenestraron con tan poca elegancia (¡en pijama y sin haberle permitido darse un regaderazo!), violaron esa Constitución; conjeturo que ambas partes tendrían que perder sus puestos y enfrentar acusaciones de delitos ante un juez; claro, el problema, en tal caso, se vuelve práctico y con cierto tinte de melodrama: ¿Quién cierra la puerta de la cárcel?

A lo que voy es a lo de la pijama. Fue muy poco elegante, le dio a todo el asunto desde el principio un toque tropical de cosa poca seria, de exotismo para disfrute de turistas europeos cultos, que se muestran sorprendidos y risueños ante las excentricidades de los nativos. Por esa misma razón parecía un asunto del siglo pasado, no de éste. En fin, se veía muy mal que hayan sacado a Zelaya de su casa a deshoras en pijama y lo hayan trepado a un avión. Algún periodista español – de esos que no perdonan las burlas – comentó que deberían haber sido más cuidadosos porque imagínense, exclamó, que Zelaya hubiese tenido la fea costumbre de dormir en paños menores o en cueros…

Pero con todos sus inconvenientes lo de la pijama generaba simpatías para Zelaya: lo mostraba desvalido. Si no podía exhibir golpes producto de una brutal tortura (porque no la hubo) o heridas escandalosas que mostrasen la violencia con la cual los “malos” le habían sometido (no parece haberla habido), podía exhibir al menos la ropa de dormir, la pijama, como ejemplo del “salvajismo” de los presuntos golpistas. ¡Esas cosas no se hacen!

Lo malo – para Zelaya y sus amigos, reales o fingidos – es que, el presidente hondureño defenestrado, muy pronto adquirió otra estampa, ya no de víctima sino de palurdo adinerado, con sombrero tejano, que se sueña en el rancho inmenso con pozos petroleros, montones de vacas pastando (antes de convertirse en jugosos cortes), y conduciendo a toda velocidad, por sus inmensos dominios campiranos, una de esas camionetotas abrumadoras, potentes y prepotentes, que tanto gustan a quienes suspiran por ser rancheros motorizados. Émulos de George Bush, el pequeño.

Así llegó Zelaya a México, le dieron recibimiento con honores (no me meto en honduras, repito, pero aquello fue muy desagradable, como de parodia mala) y el tal Zelaya anduvo de arriba para abajo, recibiendo saludos, llaves de la ciudad (habrá que cambiar la cerradura para no llevarnos una sorpresa desagradable), sonrisas, algún beso y algún abrazo, así como “las seguridades de mi más atenta consideración” o como quiera que dijesen las despedidas formales en las viejas cartas.

Todo, habrán de perdonarme, se vio mal. Como de visita incómoda que se recibe por obligación o por costumbre o porque “¿qué va a decir la gente?”. Episodio inolvidable que a todos nos hace sentir ridículos e hipócritas. Y el tío incómodo, de visita, ni siquiera parece percatarse del embarazo que causa. Por el contrario, se suelta contando chistes malísimos, se sienta a la mesa con sombrero, pide un palillo para hurgase los dientes, le guiñe el ojo al ama de llaves, aventura dos o tres palabrotas y no entiende las indirectas (“bueno, creo que las visitas tienen sueño” dice la anfitriona y el invitado lo toma a chanza y propone echarse una cantadita de sentidas melodías vernáculas, con todo y gritos de “ay, ay, ay, ay” o de “ésa no porque me duele” o un “¡viva mi rancho, bola de cabrones!”).

La verdad el personaje necesita con urgencia un asesor de imagen y relaciones públicas que lo vista como víctima, que le de aires de personaje democrático, que le dedique un par de tardes (¡o más!) a quitarle lo palurdo y descarado, lo zafio. Con ese tipo nadie puede hacer la película del héroe civil moderno que se enfrenta a los militares despiadados y que vive agobiado por la pobreza y el sufrimiento de su pueblo bueno. Costa-Gavras, Konstantino Gavras, el cineasta griego avecindado en Francia, rechazaría hacer una de esas películas profundas y emotivas a las que nos tiene acostumbrados, con tal personaje: “Zelaya, el liberador de un pueblo oprimido” o algo así. No hay manera.

Se veía mejor en pijama. Daba lástima, al menos.

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jueves, 18 de junio de 2009

Dos estampas de humorismo electoral, involuntario

INSTRUCCIONES PATAFÍSICAS PARA VOTAR

A ver, queridos electores de Iztapalapa: No se confundan, vamos a hacer que gane Clara y lograrlo va a ser muy sencillo. Cuando en la boleta vean el nombre de Clara NO voten por ella; fíjense bien, por ningún motivo voten por ella, sino por "Juanito", aquí presente, que en realidad NO se llama "Juanito" sino Rafael, porque a su vez "Juanito", que en realidad se llama Rafael, ya se comprometió, ¿verdad que sí Juanito?, a que una vez que gane va a renunciar de inmediato para que Marcelo le diga a la Asamblea Legislativa que sustituyan a Rafael, a quien todos conocemos por Juanito, por Clara. ¿Y qué pasa si votamos directamente por Clara en las boletas? Pues que el voto no es para Clara, sino para Silvia, que no queremos que gane porque es esposa de René y cuñada de Víctor Hugo, que son hermanos pero se apellidan distinto.

Clarísimo.

Vale la pena divertirse un rato leyendo hoy el artículo de Sergio Sarmiento - ¡felicidades por el 12 aniversario de su programa!- quien limitándose a "explicar" cómo quiere Andrés (Manuel) que voten los habitantes de Iztapalapa construyó una de las piezas más divertidas de la patafísica, que es el arte de proponer soluciones delirantes a problemas imaginarios.


UNA GRILLA HABLANDO DE GRILLETES

Tomen nota de esta conclusión visionaria e inspirada de la "Juana de Arco" de las telecomunicaciones mexicanas (conocida también como Purificación, topo mayor, Carpinteyro) y que hoy se dedica a lo que suelen dedicarse todos los políticos en la banca, que es fingir que son periodistas: México podrá "aspirar a librarse de los grilletes que hoy hacen imposible la verdadera democracia" el día que entremos de lleno a la "nueva era de la TV digital"...

Estudiosos de la ciencia política, dejad de especular...la democracia es un asunto de tener o no tener TV digital. Tan sencillo.

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martes, 9 de junio de 2009

“Lo que el anulador quiso decir es…”

Ya lo tengo: Lo que requiere el movimiento de los anuladores de votos para tener éxito es que en cada casilla electoral exista un exégeta de votos anulados o en blanco. Un exégeta (como palabra esdrújula, por favor) es la persona que interpreta un texto oscuro o de difícil comprensión.

Y es que ése es el problema con la ocurrencia de los anuladores: La interpretación del gesto. Menudo problema.
Los exégetas de cada casilla, ciudadanos elegidos al azar por las autoridades electorales (“insaculados” se dice en jerga burocrático-electoral), harían algo similar a lo de aquél vocero de aquél personaje que solía decir: “Lo que don Vicente quiso decir es…”.

En este caso, el exégeta tendría que ofrecer una lectura autorizada, oficial, del voto anulado: “Lo que quiso decir la señora al anular su voto es que está muy enojada porque en esta ocasión no le tocó candidatura”…, entonces se consignaría en el acta: “Voto anulado del tipo Dulce María Sauri”, o “lo que quiso decir el señor al escribir en la papeleta Esperanza Inútil quién sabe qué sea pero se clasifica como anulación tipo Sergio Aguayo o a ver a qué horas me dan la procuraduría de los derechos humanos…”

Y podríamos llevar la experiencia más allá, hasta la interpretación profunda de cada voto, incluso de los no anulados, para lo cual sería conveniente que los exégetas de casilla tomasen cursos rápidos de grafología: “Sin duda, el trazo de la X sobre el emblema del partido es titubeante, el elector no estaba totalmente convencido de su elección, propongo que este voto se contabilice como una fracción, digamos como 0.64 de voto”.

Por supuesto todo esto es ridículo. Aunque no mucho más ridículo que las “lecturas” de los votos que nos prodigan los “expertos” una vez concluidos los comicios: “Yocrioque (sic) los electores nos han dicho muy claramente que quieren un Congreso dividido”. Lo cual deja estupefacto al atribulado elector de carne y hueso, porque cuando él fue a votar lo hizo por el candidato Zutano o por el partido Tal y punto. Pero así son los expertos y hay que ser comprensivos con ellos, si no ¿de qué van a vivir?, “¡también son mexicanos y también comen!”, como dice un comentarista financiero pidiendo subsidios para los vendedores de autos.

Es que, de veras, están viendo la tempestad y no se hincan.

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jueves, 7 de mayo de 2009

Mientras más lejos, mejor

Dije que esto de las corbatas patógenas se pondría bueno. No me imaginé cuánto. En lo que estuve totalmente equivocado es en haber conjeturado que la corbata es inocua. Me lo aseguran múltiples lectores.

Por lo que dicen numerosos testimonios la mayoría de las corbatas se usan lo mismo para sonarse los mocos que para enjugarse el sudor, sopear los frijolitos o hacerle sospechosas carantoñas a los compañeritos de trabajo. ¡Qué horror!

Juan Ignacio Zavala las calificó de armas de destrucción masiva y comentó que las corbatas suelen meterse en los platos de la sopa; tal vez, supongo, porque tales comensales comen de cuclillas con el plato en el piso o se abalanzan sobre la mesa para abrazar al compadre recién llegado y meten la corbata en el caldo de lentejas. Quitarse la corbata no los hará mejor educados.

Estas encendidas condenas a la corbata, por parte de personas que tienen una vasta y cara colección de ellas (y que antes solían presumirlas como sinónimo de “ya te diste cuenta de con quién estás habando”), me han persuadido de dos cosas:
1. Las corbatas sí son peligrosos focos de infección.
2. Estamos rodeados de gente muy sucia. “Para cochinos, los humanos”, dirían los cerdos que tienden a ser animales limpios e inteligentes.

Que la corbata, supuestamente bien anudada al cuello de la camisa, termine chapaleando en mole poblano sólo le puede suceder a personas muy torpes – con problemas severos de coordinación- o a personas muy sucias.

Que haya personas en las oficinas que durante las juntas de trabajo – varios testigos juran haberlo visto- usen la corbata para enjugarse el sudor o hacerle coquetos saluditos al vecino (que se está durmiendo) agitándosela en el rostro, sólo es atribuible a la mala educación y a la bajísima productividad.

Que haya personas que “limpien” con sus corbatas la “grasita” acumulada en un disco compacto, en unos anteojos o en otros objetos (no sin antes arrojar sobre los objetos a “higienizar” su fétido aliento como si se tratase de un desinfectante todopoderoso) es simplemente vomitivo.

Sí, ya me convencieron: hagamos una quema pública de todas las corbatas. Pero también me convencieron que 2.25 metros de distancia entre mí y toda esa bola de prójimos “cochinos” es poco. Demando que el “espacio vital e inviolable” de tres metros mínimo se incluya como garantía individual en la Constitución.

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martes, 5 de mayo de 2009

Corbatas patógenas

Esto se va a poner bueno. Si alguien, que debería saber lo que dice, ha desaconsejado el uso de la corbata por considerarlo peligroso para la salud pública, resultará que ahora el uso de la corbata será señal de transgresión al orden establecido, desafío a la autoridad, descortesía hacia el prójimo que vive aterrorizado por invisibles microorganismos nocivos, conducta rayana en lo criminal.

En emergencias de salud pública una recomendación de este jaez adquiere visos de ley o decreto. Es así porque un buen porcentaje de la población tiene propensión a la beatería: Disfruta juzgando si el prójimo – recordemos que hoy todo prójimo debe estar a 2.25 metros de distancia, mínimo – cumple con la letra de la ley, y disfruta aún más si de ese juicio puede derivar una condena o un reproche despiadado.

Quien use corbata mientras dure este episodio (es decir, mientras no haya un valiente, al que le hagan caso, que diga que la recomendación-orden es una tontería) corre el riesgo de recibir una andanada de insultos (“incivil”, “desconsiderado”, “subversivo”, “rebelde”, “delincuente”, “patógeno”) y de que, además, lo corran de su empleo.

Entre otras instrucciones a sus empleados, ante la inminente reanudación de sus labores normales, una institución oficial indica: “No usar corbata porque ésta actúa como reservorio de microorganismos”. En biología se le llama reservorio a una “población de seres vivos que aloja de forma crónica el germen de una enfermedad, la cual puede propagarse como epidemia”. Ignoro si el autor de la ocurrencia tomó la precaución de consultar un diccionario antes de decir lo que dijo, pero si así fue me parece que el siguiente paso es clausurar las corbaterías y promover una sanitaria y edificante quema de corbatas en alguna plaza pública.

Si cualquier corbata alberga de forma crónica microorganismos nocivos, ¿qué guardan los tapabocas?, ¿microorganismos beneficiosos?

Habrán querido decir que incidentalmente la corbata podría ser receptora de minúsculos, o no tan minúsculos, residuos nocivos (y asquerosos) provenientes de estornudos o toses. Pero, ¿cuántas personas acostumbran usar la corbata como pañuelo o cuántas personas tienen el extraño hábito de llevarse a la boca, a la nariz o al rostro su propia corbata o las corbatas del prójimo?

Esta tácita prohibición de las corbatas es fácil de cumplir y hasta suena “kosher”, como no mezclar lácteos con carne. Parece totalmente irrelevante en términos de salud pública pero, eso sí, no deja de ser divertida.

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martes, 28 de abril de 2009

Un senador cae víctima del SAPI

El terrible SAPI ha llegado al Senado. Esperemos que se trate de un caso aislado y que se tomen las medidas pertinentes para evitar una epidemia.

No es lo mismo el SAPI que el SAPT. El primero es el Síndrome de Aturdimiento Político Incurable que es, como su nombre lo indica, una condición patológica sin remedio. (El otro es el síndrome temporal que se cura quitando de la nómina al afectado).

En algunos casos particularmente penosos el SAPI cursa con alucinaciones auditivas aterradoras (el paciente llega a escuchar millones de voces al unísono), con mudanzas incontrolables de partido (conocidas en la jerga como “chaqueteo oportunista irrefrenable”) y suele presentarse junto con el POC, Politización Obstructiva Crónica, que se caracteriza por una incontrolable compulsión por interpretar todos los acontecimientos como fenómenos exclusivamente políticos.

Si se le muestran a una persona que padece POC las diez manchas de tinta de la prueba diagnóstica de Rorschach, tal persona “ve” en las diez manchas sólo eventos, símbolos y personajes políticos. Un experimento desarrollado por el doctor Aníbal Basurto Corcuera en pacientes con POC solicitó a los sujetos describir lo que veían en las nubes (el experimento se realizó en un llano durante una tarde nubosa) e invariablemente los enfermos vieron en las nubes figuras de conocidos políticos – “pero si esa nube es el vivo retrato de mi general Cárdenas”, “aquella tiene el mismo bigotito de Beltrones”-, emblemas de partidos políticos, urnas, curules y otros elementos de la parafernalia político-electoral (Ver: “Interpretación nubosa: Su uso para el diagnóstico de Politización Obstructiva Crónica”, Basurto Corcuera et al. Apizaco, Tlaxcala, 1998).

Lamento informar que el senador Ricardo Monreal Ávila manifiesta todos los síntomas del SAPI. Una muestra clara es este párrafo de su colaboración hoy en un periódico: "Millones de padres de familia con sentido común se preguntan: ¿en verdad es tan arriesgado mandar a los hijos a las escuelas y confinarlos en la casa? Si todo afuera es riesgo de contagio, ¿qué cualidad inmunológica tiene el hogar que está negada al aula, a la oficina, al supermercado, al camión de pasajeros o al parque de la colonia? Si el beso y el abrazo son vías de transmisión, ¿no es el hogar donde más besos, apapachos y contactos de mano nos prodigamos los mexicanos?" (El artículo se llama: "Influenza, más política que salud").

Fijémonos – explica el doctor Basurto- en la desorbitada presunción del paciente (fruto de las alucinaciones auditivas) quien asegura escuchar simultáneamente las voces de “millones de padres de familia” haciéndose las mismas preguntas idiotas.
La tragedia la resumió en dos palabras uno de los colegas de Monreal que pidió no ser identificado: “Lo perdimos”.

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lunes, 20 de abril de 2009

Cursis frente a las visitas

Ni hablar, a los mexicanos la cursilería se nos agudiza frente a las visitas. Hay quien dice, como Germán Dehesa, que a muchos les brota en todo su esplendor su condición de “nacos irredentos” apenas atisban en el horizonte que pisará nuestro patrio suelo un personaje de renombre mundial.

Si el personaje, como es el caso de Barack Obama, viene precedido de una oleada mítica – digamos: el primer Presidente de los Estados Unidos afroamericano o la reencarnación de Abraham Lincoln, F. D. Roosevelt y John F. Kennedy en una sola persona- la cursilería toma un impulso irrefrenable.

Se define lo cursi como el intento vano de algunos de mostrar “refinamiento expresivo” o “valores elevados”. Atención: la clave de la cursilería es que tanto afán no se ve coronado por el éxito, sino por el ridículo; la razón del fracaso debe buscarse en la ignorancia, que incapacita en el cursi cualquier aptitud para distinguir lo auténtico de lo falso.

Pues ahí nos tiene usted (la primera persona es una licencia retórica porque no estuve ahí ni nadie cometió el desatino de invitarme, por fortuna) recibiendo en nuestra “humilde casa” (los verdes jardines de Los Pinos o el hermoso y monumental edificio que alberga al Museo de Antropología e Historia son nuestra “humilde casa”) a mister Obama, y extasiándonos en la grandiosidad de aviones, autos y helicópteros.
No faltó, es cursilería irremediable que nos viene de fábrica al igual que lo de las “fibras sensibles”, la profusión de las frases hechas en los medios de comunicación (los locutores de la radio ganaron, como siempre, el primer lugar) tales como “impresionante dispositivo de seguridad” y las alusiones a los “perímetros”, en lenguaje de patrullero informando al mando superior, como sinónimos analfabetos de áreas, zonas o territorios: “Con la novedad, mi comandante, de que es imposible que la unidad ingrese al perímetro de Polanco, porque ahí está el hotel del distinguido”.

Para mí quien alcanzó la cumbre de la cursilería en esta visita fue la periodista que, en una novel columna, calificó de “leoninos” los despliegues de seguridad. Genial humorismo involuntario. ¿Acaso los del Servicio Secreto traían leones para ahuyentar a los impertinentes?, ¿o tal vez fueron “leoninos” porque, semejantes a contratos sumamente desventajosos para una de las partes, estipulaban que cada cortesía del visitante debería ser pagada con cien cursilerías de los anfitriones?

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jueves, 22 de mayo de 2008

Los “cadeneros” nacionalistas y el petróleo

Ahora sí don Lorenzo Meyer se voló la barda. Decretó ayer que sólo puede hacer propuestas acerca del petróleo mexicano “la izquierda” y no cualquier izquierda – mucho ojo- sino exclusivamente aquella “que tenga en orden sus credenciales nacionalistas”.

Lo de PEMEX como “mascarón de proa” del nacionalismo parece una cursilada inofensiva del doctor Lorenzo Meyer comparado con lo que el propio académico (sic) escribió en su largo artículo semanal publicado ayer en un diario mexicano.

Cito textual: “Si alguien hubiera podido proponer que nuestra empresa petrolera estatal se asociara con alguna foránea en algunos de sus campos, sin despertar sospecha sobre sus intenciones -hacer negocios privados a la sombra del interés público-, era la izquierda. Y no cualquier izquierda, sino una con sus credenciales nacionalistas en orden.”

Ante esta declaración de fanatismo no hay nada que hacer. Cierra y vayámonos. El cancerbero nacionalista, el policía de las conciencias, el burócrata del partido, encargado de revisar minuciosamente tus papeles, jamás te dejará pasar. Igual que esos antropoides que impiden el paso de los indeseables – o de quienes les parezcan tales- a las puertas de bares y discotecas:

-“No, joven, ¿cómo quiere usted participar en este debate, si a su credencial le faltan un montón de resellos?, ¿a ver, dónde está su estampita bendita de Tata Lázaro?, ¿dónde su constancia de que estuvo al lado de San Peje en la épica toma del Paseo de la Reforma?, si ni siquiera trae un triste escapulario autorizado por el Partido…Es más, no sólo no pasa, sino que me va a tener que acompañar a la delegación para explicar por qué sus credenciales ni son nacionalistas, ni están en regla…¿no las habrá comprado en Tepito?”

Más vale tomar como una muestra más de humorismo involuntario estas odiosas proclamas porque, en el fondo, son terroríficas. Ya me imagino a don Lorenzo, con un poquito del poder coactivo del Estado, a cargo de una comisaría de conciencias, ¿nos obligaría a portar estrellas amarillas en la solapa a todos aquellos que no pasemos, a su juicio, el examen de las credenciales nacionalistas con sus resellos en orden?

Lo que queda claro es que el contenido de las reformas propuestas, para estos personajes, es irrelevante. Lo que importa es quién haga la propuesta. Si es de los suyos o de “los otros”. Estos son fanáticos y no cuentos.

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viernes, 17 de agosto de 2007

“Mi caudillo es el sol azteca y López mi copiloto”

Urge elevar la calidad histriónica de nuestros políticos. Anhelan, sin duda, facturar frases para inmortalizarse en bronce y acaban, lastimosamente, profiriendo babosadas retóricas.

De que les gusta el tono melodramático, les gusta. Lo malo es que carecen de neuronas, destrezas o conocimientos para desarrollar con decoro, sin incurrir en el ridículo, esa vocación histriónica. Necesitarían leer más a Cicerón o a Séneca o, cuando menos, al moderno Cioran que siempre es muy citable ante coros de intelectuales.

El otro día, el senador Manlio Fabio Beltrones intentó un juego retórico con la gasolina, la pobreza y la reforma fiscal. Lástima, la pólvora lingüística le salió mojada y aquello no encendió imaginación alguna, ni siquiera la de los locutores radiofónicos que tienen la rara virtud de entusiasmarse hasta con la más gastada de las frases hechas.

Dos o tres días después superó la marca el siempre dicharachero Andrés López Obrador cuando sentenció: “El PRD sólo puede tener como caudillo al PRD”. Se llevó “la de ocho” como se dice en la jerga de los periódicos: Es una frase corta, suena definitoria y definitiva. El problema – para quienes todavía creemos que las palabras tienen significado y las oraciones sentido- es que la frasecita es un disparate, algo así como decir: “¡Al diablo con las instituciones!, atentamente: el diablo”.

Hasta ahora, sin embargo, mi favorita entre las babosadas retóricas, por su complejidad y porque revela en forma magistral cómo un intento voluntarioso de fabricar una frase ingeniosa puede terminar en un estruendoso ridículo, fue escrita por un anónimo redactor de noticias de espectáculos que dio a luz este ayuntamiento imposible de metáforas desgastadas: “Fulanito llevó agua a sus molinos de viento”. El pobre autor de este disparate jamás cayó en la cuenta de que hay molinos que mueve el viento y hay molinos que mueven las corrientes de agua, y que del incesto de dos metáforas fatigadas por el uso, y con sentidos diversos, sólo puede surgir un engendrito ininteligible.

Tan mala es esa combinación de molinos metafóricos que podría usarse para describir a estos aspirantes fallidos al melodrama: Quieren mover las aspas de un molino de viento a salivazos…o las paletas de un molino de río a soplidos.
Eso sí: “No hay más caudillo que el sol azteca, ni más copiloto que López, nuestro Señor”. ¿O era al revés?

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jueves, 12 de julio de 2007

El humorismo involuntario de políticos e intelectuales

Que el senador Monreal cite a Popper – fuera de contexto, desde luego- es tan risible como disertar en un noticiario radiofónico acerca de porqué Frida Kahlo lloraba cuando sostenía relaciones íntimas con Diego Rivera.

Hace unos días leí disciplinadamente – hay que “estar bien informado”- un farragoso alegato apologético del senador Ricardo Monreal acerca de sus actividades electorales en Zacatecas. Supongo que el senador, o su amanuense, decidió que el artículo de marras (del que, ¡oh Dios!, se promete una segunda parte y tal vez hasta una tercera) debiera ser “de altura”, como les gusta decir a los políticos, y de ahí que el texto estuviese sembrado de referencias y citas más o menos cultas. Entre otras, y esto es el colmo del absurdo, una cita del gran liberal Karl Popper. Algo tan inopinado como si un destacado pornógrafo citase, en defensa de sus actividades, una frase del libro de las fundaciones de Santa Teresa de Jesús.

Tal vez por la afición que los mexicanos tenemos por la solemnidad y los esquematismos – derivada, sospecho, de algún complejo de inferioridad- el país está lleno de humoristas involuntarios, pero es en el terreno de la política y de los asuntos públicos donde rompemos todas las marcas.

Por ejemplo, hace una o dos semanas un fridólogo – es decir, un especialista en Frida Kahlo de los que en estos días brotan debajo de cada piedra, en busca del presupuesto perdido- disertaba en un noticiario de radio acerca de algo que ha mantenido en vilo a los mexicanos durante décadas: ¿Padecía o gozaba Frida durante sus ayuntamientos carnales con Diego Rivera?, ¿el llanto de Frida en tales ocasiones, del cual el sesudo investigador tuvo noticia gracias a fatigosas búsquedas documentales, era señal de gozo o de dolor? Nuestro fridólogo se inclina por la hipótesis del dolor físico causado por algún trastorno orgánico y agravado quizá por la brusquedad del pintor, pero no hay una conclusión definitiva y, ¡ay de nosotros!, la duda seguirá causándonos noches de insomnio. Es una pena que asuntos tan relevantes para México permanezcan ignotos.

Me imagino que la segunda parte de la apología del senador Monreal contendrá alguna cita de Jürgen Habermas o, cuando menos, del siempre citable Cioran. Es lo menos que uno espera de un político tan refinado.

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martes, 12 de junio de 2007

El tartamudo que se burlaba de Hitler

Aprovechaba los pregones de carnaval, en Messkirch, Alemania, para derramar, entre risas, el ácido de la crítica sobre las patrañas que Hitler usaba para envenenar a la juventud alemana. Su hermano, Martin, era un destacado filósofo consentido por el régimen nazi, un intelectual orgánico dirían los exquisitos. Se llamaba, ese maestro de la crítica paródica, Fritz Heidegger.

Con frecuencia aquellos políticos para quienes la política lo es todo, y devienen en dictadores, toman una palabra y la revisten de caracteres mágicos para enardecer a las masas. Lo hizo Hitler con los conceptos de “Volk” – pueblo- y de “Gemeinschaft” – comunidad- llevando la impostura a esos linderos en los que el paganismo quiere volverse religión y siembra el odio, la intolerancia y la muerte.

Es preciso imaginar ese ambiente fanatizado, en pleno ascenso de Hitler hacia el poder absoluto, para hacerse una idea del efecto que causaban los pregones bufonescos que dirigía a sus vecinos Fritz Heidegger, tartamudo, autodidacta y funcionario de una caja de ahorros católica. Por ejemplo en 1937:

“Os quiero decir una palabrita, que hoy nos alegra y mañana se malinterpretará: me refiero a la comunidad popular. Es un ideal que enardece la sangre del bufón. Por eso os digo: menos parloteo y a reflexionar sobre ello…pues, para darse cuenta de que el camino hacia la comunidad popular es el camino del yo al vosotros, para eso necesitamos por lo menos cien años. Y, con la ayuda de fórmulas matemáticas, he calculado que en Messkirch necesitaremos, como poco, quinientos años. Necesitaremos cien años para saber de qué se trata; luego otros cien multiplicados por tres para pretender entender todo esto en los ámbitos más importantes de nuestra vida. Y luego otros cien para eliminar la peste de la obviedad. Pues en este mundo no hay nada que sea obvio. Ni siquiera es obvio que yo pueda bajar ileso de esta tarima”.


Cuando lanzaba sus dardos humorísticos contra la ideología dominante Fritz dejaba de tartamudear.

Todo esta historia – de la que sólo puedo resumir una partecita- la conocí gracias a un revelador comentario de Jon Juaristi en el diario español ABC del domingo, acerca de un libro – fascinante por lo que se ve- llamado “Martin y Fritz Heidegger” del profesor Hans Dieter Zimmermann. Libro que la editorial Herder acaba de publicar en español. Libro ilocalizable en México…o en Amazon, donde sólo hay ofertas de la edición en alemán.

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martes, 24 de abril de 2007

Futbolistas sin editor y nubes en forma de anillo

En la lucha contra la vacuidad no sólo proliferan las etiquetas – que se vuelven insignificantes de tanto usarse- sino divertidos disparates lingüísticos.

Un lector amigo me hace notar que los llamados reporteros viales – en los programas radiofónicos de ¿noticias? – han sobrepasado a los cronistas de encuentros deportivos en la fabricación de disparates lingüísticos. Por ejemplo, algún insigne locutor con etiqueta de periodista se “enlaza” – sin anfibologías, por favor- con el reportero vial y éste nos ¿informa?: “Sigue lloviendo en el perímetro del centro histórico”. Lo cual, de ser cierto, debe ser una más de las atrocidades del terrorífico cambio climático: Ahora las nubes tendrían una configuración anular y provocan lluvias no en tales o cuáles áreas sino en sus respectivos perímetros.

Ante esto empalidece el divertido disparate de los “expertos” que narran encuentros de futbol y que nos ilustran así: “El delantero Godínez sigue inédito en esta temporada”: Se supone que eso quiere decir que no ha anotado goles, pero significa, en español y en realidad, que algunas obras literarias, didácticas, periodísticas, musicales, tal vez cinematográficas o dramáticas del tal Godínez – que nadie sospechaba que existiesen- aún siguen en busca de un editor que las divulgue.

Pero estos disparates son asuntos menores, y hasta divertidos, una consecuencia del “horror vacui” (horror al vacío) que las señoras y los señores de los micrófonos parecen compartir con los artistas del barroco: No hay que dejar espacios vacíos, no hay que permitir el reconfortante silencio.

O tal vez sean sólo los síntomas menos alarmantes de una enfermedad progresiva que padecen muchos medios de comunicación tradicionales en casi todo el mundo. Una enfermedad que, me temo, en pocos años podría llevarlos a la extinción. Es el virus de la irrelevancia. Sus síntomas de veras graves empiezan por el tedio del público y concluyen con el abandono, silencioso pero multitudinario, de los otrora lectores así como de los otrora videntes y oyentes de “noticias”.
La causa es la impostura para disfrazar lo anodino. Intermediarios entre el numeroso pero anónimo público y los poderosos anunciantes, muchos medios acaban engañando, a la postre, a unos y a otros. Hasta que el embuste se vuelve un secreto a voces, y unos y otros – primero lo ha hecho el público, más tarde lo harán los patrocinadores- abandonan el barco sigilosamente. ¿Será una enfermedad curable?

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