El déficit fiscal inhibe el crecimiento
Para muchos comentaristas la crisis económica mundial 2007-2009 (¿y contando para adelante?) ha roto el paradigma de la economía de libre mercado y ha reivindicado la intervención del Estado y de los gobiernos en la vida económica. Este es uno de los efectos más penosos de la crisis, desde el punto de vista intelectual, porque se diría que la crisis ha propagado la estulticia humana que, de suyo, desde antes de la crisis era mucho más abundante de lo deseable.
Una manifestación particularmente insidiosa de dicha estulticia - definición: necedad o tontería - es la creencia de que los déficit fiscales ayudan a estimular el crecimiento económico y la generación de empleos. No es así. Siendo benévolos podríamos conjeturar que esta creencia proviene de una confusión entre lo que son medidas extremas de emergencia para evitar un colapso del sistema financiero mundial (momento que sucedió hace exactamente un año, en septiembre de 2008, con la quiebra inesperada de Lehman Brothers y los rescates, incongruentes con el episodio de Lehman, de Fannie Mae, Freddie Mac y AIG, entre otras instituciones "demasiado grandes para dejarlas caer") con lo que es una política económica inteligente y "normal" para favorecer el crecimiento de la economía. Es una confusión tan lamentable como inferir que, dado que la amputación de una pierna le salvó la vida a una persona amenazada por la gangrena, las amputaciones de miembros deben hacerse a toda la población para mejorar la salud general.
Hay sólo tres formas de financiar el gasto de los gobiernos: 1. Impuestos, 2. Deuda colocada en los mercados, 3. Emisión de dinero. Confiemos en que nadie, a estas alturas de la historia humana, será tan estulto o tan ignorante como para pensar que la menos mala de esas tres opciones es la emisión de circulante. Quedémonos, pues, con las otras dos: Impuestos y deuda que sí paga intereses (la emisión de circulante podría entenderse como "deuda sin costo" -o sin pago de intereses para el emisor, que es el gobierno-, pero en buen castellano es sólo un robo: el Estado confisca arbitrariamente los bienes de los ciudadanos, dañando más a quienes sólo tienen su salario o su pensión como patrimonio, que suelen ser los más pobres).
Entre impuestos y deuda pública (mayor déficit fiscal), los primeros son menos malos que la segunda. Nótese que digo "menos malos" porque lo ideal es que el gasto del gobierno NO aumente. Estamos suponiendo, empero, que una profunda recesión hace indispensable ese mayor gasto, sea para "estimular" la economía, sea para atender necesidades impostergables; por ejemplo: una pobreza extrema que se agrava y que se ha decidido, por las razones que sean, atenuar o combatir con recursos públicos en un proceso de redistribución de riqueza (no entro a discutir ahora si esta idea de la redistribución es deseable moral y económicamente) o por necesidades ineludibles, como el pago de las pensiones que el Estado se obligó a pagar de forma contractual a trabajadores jubilados. En ese escenario los impuestos, como medio de financiamiento público, son una opción mejor (o mucho menos mala) que el incremento de la deuda.
¿Por qué? 1. Porque las deudas públicas contratadas hoy serán los impuestos que nos impondrán mañana...o que se les impondrán a las futuras generaciones (en el caso, improbable, de que dicha deuda pueda contratarse a un plazo suficientemente largo que posponga su servicio, pago de intereses, y su amortización por muchísimos años), lo que supone hipotecar un futuro que no nos pertenece, 2. Porque la contratación de una deuda debe prever la generación de recursos para darle servicio; no es lo mismo endeudarse para construir una carretera de peaje, que previsiblemente producirá los ingresos para pagar la deuda, que endeudarse para pagar pensiones o para dar subsidios a la población en extrema pobreza, y 3. Porque la deuda pública, especialmente en un periodo de restricción real del financiamiento privado como el que estamos viviendo (es decir: de escasez severa de fondos disponibles para el financiamiento de las actividades productivas) desplaza esos recursos escasos de la sociedad hacia el gobierno. Es decir: La deuda pública le quita, desde su contratación o su emisión, recursos disponibles a la sociedad. Lo cual demuestra, por cierto, que es ilusorio - una ilusión a la que sucumbe la generalidad de las personas- pensar que la deuda no nos cuesta hoy. No, también nos cuesta hoy.
Pongamos un ejemplo simple: Hay una oferta de 100 millones de dólares disponibles (producto del ahorro privado) en el mercado de financiamiento, pero hay una demanda de financiamiento en el sector privado de 500 millones de dólares. Obviamente, la tasa de interés tenderá a subir o, en todo caso, el acceso al financiamiento será muy difícil (en términos de probabilidad, sin atender a otras variables, podríamos decir que nuestra probabilidad de lograr un crédito es de uno sobre cinco o de sólo 20 por ciento). Ahora, supongamos que el gobierno acude también al mercado de financiamiento y demanda 50 de los 100 millones de dólares disponibles en el mercado de financiamiento. Dado que la "calidad crediticia" de un gobierno suele ser más alta que la de un agente privado, por la presunción de que los gobiernos no quiebran (presunción sustentada en que los gobiernos son los emisores de la moneda con la que se solventan las deudas), es previsible que el gobierno logrará satisfacer su demanda lo que: 1. Reduce la oferta de crédito disponible para quienes NO son el gobierno a sólo 50 millones de dólares frente a una demanda de 500 millones, y 2. Eleva la tasa de interés para todos. Volviendo a nuestra ilustración en términos de probabilidad (haciendo a un lado todas las otras variables que pueden influir en la probabilidad de recibir o no un crédito) las probabilidades de tener acceso a un crédito han bajado a una entre diez, es decir al diez por ciento.
Si alguien sostiene que la deuda pública NO inhibe las probabilidades de crecimiento de la economía ese alguien sufre una intoxicación intelectual (conocida como keynesianismo ramplón) que le impide reconocer la realidad. ¿Es o no, pues, una manifestación de estulticia, proclamar que México, a imitación de otras naciones, debe "estimular" la economía contratando más deuda pública?
El déficit fiscal inhibe el crecimiento. Ya lo veremos en Estados Unidos, en la Gran Bretaña y en España. Y no tendremos que esperar mucho.
Una manifestación particularmente insidiosa de dicha estulticia - definición: necedad o tontería - es la creencia de que los déficit fiscales ayudan a estimular el crecimiento económico y la generación de empleos. No es así. Siendo benévolos podríamos conjeturar que esta creencia proviene de una confusión entre lo que son medidas extremas de emergencia para evitar un colapso del sistema financiero mundial (momento que sucedió hace exactamente un año, en septiembre de 2008, con la quiebra inesperada de Lehman Brothers y los rescates, incongruentes con el episodio de Lehman, de Fannie Mae, Freddie Mac y AIG, entre otras instituciones "demasiado grandes para dejarlas caer") con lo que es una política económica inteligente y "normal" para favorecer el crecimiento de la economía. Es una confusión tan lamentable como inferir que, dado que la amputación de una pierna le salvó la vida a una persona amenazada por la gangrena, las amputaciones de miembros deben hacerse a toda la población para mejorar la salud general.
Hay sólo tres formas de financiar el gasto de los gobiernos: 1. Impuestos, 2. Deuda colocada en los mercados, 3. Emisión de dinero. Confiemos en que nadie, a estas alturas de la historia humana, será tan estulto o tan ignorante como para pensar que la menos mala de esas tres opciones es la emisión de circulante. Quedémonos, pues, con las otras dos: Impuestos y deuda que sí paga intereses (la emisión de circulante podría entenderse como "deuda sin costo" -o sin pago de intereses para el emisor, que es el gobierno-, pero en buen castellano es sólo un robo: el Estado confisca arbitrariamente los bienes de los ciudadanos, dañando más a quienes sólo tienen su salario o su pensión como patrimonio, que suelen ser los más pobres).
Entre impuestos y deuda pública (mayor déficit fiscal), los primeros son menos malos que la segunda. Nótese que digo "menos malos" porque lo ideal es que el gasto del gobierno NO aumente. Estamos suponiendo, empero, que una profunda recesión hace indispensable ese mayor gasto, sea para "estimular" la economía, sea para atender necesidades impostergables; por ejemplo: una pobreza extrema que se agrava y que se ha decidido, por las razones que sean, atenuar o combatir con recursos públicos en un proceso de redistribución de riqueza (no entro a discutir ahora si esta idea de la redistribución es deseable moral y económicamente) o por necesidades ineludibles, como el pago de las pensiones que el Estado se obligó a pagar de forma contractual a trabajadores jubilados. En ese escenario los impuestos, como medio de financiamiento público, son una opción mejor (o mucho menos mala) que el incremento de la deuda.
¿Por qué? 1. Porque las deudas públicas contratadas hoy serán los impuestos que nos impondrán mañana...o que se les impondrán a las futuras generaciones (en el caso, improbable, de que dicha deuda pueda contratarse a un plazo suficientemente largo que posponga su servicio, pago de intereses, y su amortización por muchísimos años), lo que supone hipotecar un futuro que no nos pertenece, 2. Porque la contratación de una deuda debe prever la generación de recursos para darle servicio; no es lo mismo endeudarse para construir una carretera de peaje, que previsiblemente producirá los ingresos para pagar la deuda, que endeudarse para pagar pensiones o para dar subsidios a la población en extrema pobreza, y 3. Porque la deuda pública, especialmente en un periodo de restricción real del financiamiento privado como el que estamos viviendo (es decir: de escasez severa de fondos disponibles para el financiamiento de las actividades productivas) desplaza esos recursos escasos de la sociedad hacia el gobierno. Es decir: La deuda pública le quita, desde su contratación o su emisión, recursos disponibles a la sociedad. Lo cual demuestra, por cierto, que es ilusorio - una ilusión a la que sucumbe la generalidad de las personas- pensar que la deuda no nos cuesta hoy. No, también nos cuesta hoy.
Pongamos un ejemplo simple: Hay una oferta de 100 millones de dólares disponibles (producto del ahorro privado) en el mercado de financiamiento, pero hay una demanda de financiamiento en el sector privado de 500 millones de dólares. Obviamente, la tasa de interés tenderá a subir o, en todo caso, el acceso al financiamiento será muy difícil (en términos de probabilidad, sin atender a otras variables, podríamos decir que nuestra probabilidad de lograr un crédito es de uno sobre cinco o de sólo 20 por ciento). Ahora, supongamos que el gobierno acude también al mercado de financiamiento y demanda 50 de los 100 millones de dólares disponibles en el mercado de financiamiento. Dado que la "calidad crediticia" de un gobierno suele ser más alta que la de un agente privado, por la presunción de que los gobiernos no quiebran (presunción sustentada en que los gobiernos son los emisores de la moneda con la que se solventan las deudas), es previsible que el gobierno logrará satisfacer su demanda lo que: 1. Reduce la oferta de crédito disponible para quienes NO son el gobierno a sólo 50 millones de dólares frente a una demanda de 500 millones, y 2. Eleva la tasa de interés para todos. Volviendo a nuestra ilustración en términos de probabilidad (haciendo a un lado todas las otras variables que pueden influir en la probabilidad de recibir o no un crédito) las probabilidades de tener acceso a un crédito han bajado a una entre diez, es decir al diez por ciento.
Si alguien sostiene que la deuda pública NO inhibe las probabilidades de crecimiento de la economía ese alguien sufre una intoxicación intelectual (conocida como keynesianismo ramplón) que le impide reconocer la realidad. ¿Es o no, pues, una manifestación de estulticia, proclamar que México, a imitación de otras naciones, debe "estimular" la economía contratando más deuda pública?
El déficit fiscal inhibe el crecimiento. Ya lo veremos en Estados Unidos, en la Gran Bretaña y en España. Y no tendremos que esperar mucho.
Etiquetas: crecimiento económico, déficit fiscal, deuda pública, keynesianismo, locos por la crisis, restricciones al crecimiento
3 Comentarios:
Muy de acuerdo
creo que deberias asesorar a los economistas de EU, GRAN BRETAÑA Y ESTADOS UNIDOS para que no contraten deuda
jaja, ese ultimo anonimo, que el deficit publico inhiba el crecimiento es algo comprobado en el mundo, Mexico lo ha comprobado en la realidad, y RMM no es la unica persona, en todos los paises del mundo habra al menos alguien que coincida con esto, no asi los politicos (tambien de todo el mundo), abusado!!
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