Estados Unidos y la brújula extraviada
¿Cuál es el objetivo prioritario del gobierno de Barack Obama en estos momentos?
Sin duda es lograr la reforma al sistema de salud en su país. Para lograr ese propósito Obama ha destinado lo mejor de su oratoria (que es buena) y muchas horas de su tiempo (que no le sobra). Su esfuerzo persuasivo se ha estrellado en varias ocasiones con grandes resistencias, pero Obama no ceja en su empeño.
Independientemente de los méritos o deméritos de la propuesta específica de Obama, crece la percepción de que el Presidente de los Estados Unidos – y con él, buena parte del Congreso- está desperdiciando un tiempo precioso que debería dedicarse a objetivos más urgentes y estratégicos para el futuro de ese país.
Cito cuatro objetivos estratégicos para el futuro de Estados Unidos que Obama está desdeñando o postergando al apostarle todo a la reforma del sistema de salud:
1. El aterrador desafío fiscal. ¿Cuál es la estrategia de salida, creíble y viable, para revertir el déficit fiscal?
2. El estratégico desafío de una política energética de largo plazo más allá del petróleo y de los combustibles fósiles. Un giro decisivo en esta materia, en la línea de un impuesto alto al consumo de gasolina y diesel para disminuir la dependencia del petróleo, podría ser uno de los mecanismos de salida al desastre fiscal (el otro mecanismo, ver punto 4, sería un giro radical en la política migratoria).
3. El crucial desafío del comercio internacional: ¿Hay o no hay un compromiso serio y creíble del gobierno de Barack Obama con el libre comercio? La respuesta, hasta ahora, es una pésima noticia: No sólo no hay tal compromiso con el libre comercio mundial; todo parece indicar que el añejo proteccionismo del que ha hecho gala Obama (por ejemplo, con su inopinada ocurrencia de gravar las importaciones de neumáticos chinos, perjudicando a los consumidores estadounidenses) no ha sido un evento circunstancial, sino reflejo de un prejuicio tan acendrado como erróneo.
4. El desafío ineludible de establecer una política – reforma- migratoria moderna que apuntale la productividad de la economía estadounidense, disipe los irracionales temores de la xenofobia y, atención, contribuya también a darle una salida al problema fiscal (este asunto merece varios comentarios que le quedo a deber, para el futuro, a los lectores).
"Washington" (es decir la etiqueta con la que suele denominarse a la Casa Blanca, al Congreso y a la clase política de los Estados Unidos) no está prestando atención a estos desafíos que son mucho más graves y urgentes que la reforma al sistema de salud.
Peor aún, las señales que día con día envían Obama y ese colectivo etiquetado como “Washington” en estas materias resultan no sólo desconcertantes, sino alarmantes. Peor: A pesar de las múltiples advertencias de observadores, académicos y analistas independientes, nadie en “Washington” – empezando por el Presidente Obama- parece percatarse de que resolver estos desafíos podría sentar las bases para que la acariciada reforma al sistema de salud tenga viabilidad fiscal y sea sostenible.
En este sentido es cómo debe entenderse, por ejemplo, la advertencia que hace unos días hizo Thomas L. Friedman el sábado 19 en The New York Times. En resumen: Estados Unidos está errando su política energética de largo plazo, no está haciendo nada para disminuir en serio su dependencia del petróleo (lo cual lo pone en franca desventaja frente a la Unión Europea) y la clase política – otra vez, esa etiqueta generalizadora que llamamos “Washington”- está cometiendo un error histórico al borrar de la agenda, sin considerarlo siquiera, el tema de un impuesto al consumo de gasolina y diesel.
Friedman hace una cuenta simple – merecería una elaboración más cuidadosa, pero estoy cierto de que arrojaría resultados semejantes a los que anota el periodista- respecto de los beneficios fiscales (además de los económicos y ambientales) que generaría tal impuesto. Calcula que un gravamen de un dólar por galón generaría ingresos públicos por unos 140 mil millones de dólares al año, los cuales podrían usarse así: 45 por ciento para amortizar deuda pública y reducir el déficit fiscal; 45 por ciento para financiar la reforma al sistema de salud (el claro objeto del deseo de Obama) y el 10 por ciento restante para dar apoyos focalizados (subsidios o transferencias) a los afectados por el incremento en el precio final de los combustibles, incluidos los impuestos, como los más pobres o aquellos grupos que requieren forzosamente recorrer grandes distancias.
Todo esto, anota Friedman, no está en la agenda de la Casa Blanca (y tampoco en la agenda mediática del Congreso, aunque pueda ocupar y preocupar a varios congresistas) y, en esa misma medida, parece indicar que el gobierno de Estados Unidos, en tiempos de Obama al igual que en tiempos de Bush, ha perdido la brújula.
Sin duda es lograr la reforma al sistema de salud en su país. Para lograr ese propósito Obama ha destinado lo mejor de su oratoria (que es buena) y muchas horas de su tiempo (que no le sobra). Su esfuerzo persuasivo se ha estrellado en varias ocasiones con grandes resistencias, pero Obama no ceja en su empeño.
Independientemente de los méritos o deméritos de la propuesta específica de Obama, crece la percepción de que el Presidente de los Estados Unidos – y con él, buena parte del Congreso- está desperdiciando un tiempo precioso que debería dedicarse a objetivos más urgentes y estratégicos para el futuro de ese país.
Cito cuatro objetivos estratégicos para el futuro de Estados Unidos que Obama está desdeñando o postergando al apostarle todo a la reforma del sistema de salud:
1. El aterrador desafío fiscal. ¿Cuál es la estrategia de salida, creíble y viable, para revertir el déficit fiscal?
2. El estratégico desafío de una política energética de largo plazo más allá del petróleo y de los combustibles fósiles. Un giro decisivo en esta materia, en la línea de un impuesto alto al consumo de gasolina y diesel para disminuir la dependencia del petróleo, podría ser uno de los mecanismos de salida al desastre fiscal (el otro mecanismo, ver punto 4, sería un giro radical en la política migratoria).
3. El crucial desafío del comercio internacional: ¿Hay o no hay un compromiso serio y creíble del gobierno de Barack Obama con el libre comercio? La respuesta, hasta ahora, es una pésima noticia: No sólo no hay tal compromiso con el libre comercio mundial; todo parece indicar que el añejo proteccionismo del que ha hecho gala Obama (por ejemplo, con su inopinada ocurrencia de gravar las importaciones de neumáticos chinos, perjudicando a los consumidores estadounidenses) no ha sido un evento circunstancial, sino reflejo de un prejuicio tan acendrado como erróneo.
4. El desafío ineludible de establecer una política – reforma- migratoria moderna que apuntale la productividad de la economía estadounidense, disipe los irracionales temores de la xenofobia y, atención, contribuya también a darle una salida al problema fiscal (este asunto merece varios comentarios que le quedo a deber, para el futuro, a los lectores).
"Washington" (es decir la etiqueta con la que suele denominarse a la Casa Blanca, al Congreso y a la clase política de los Estados Unidos) no está prestando atención a estos desafíos que son mucho más graves y urgentes que la reforma al sistema de salud.
Peor aún, las señales que día con día envían Obama y ese colectivo etiquetado como “Washington” en estas materias resultan no sólo desconcertantes, sino alarmantes. Peor: A pesar de las múltiples advertencias de observadores, académicos y analistas independientes, nadie en “Washington” – empezando por el Presidente Obama- parece percatarse de que resolver estos desafíos podría sentar las bases para que la acariciada reforma al sistema de salud tenga viabilidad fiscal y sea sostenible.
En este sentido es cómo debe entenderse, por ejemplo, la advertencia que hace unos días hizo Thomas L. Friedman el sábado 19 en The New York Times. En resumen: Estados Unidos está errando su política energética de largo plazo, no está haciendo nada para disminuir en serio su dependencia del petróleo (lo cual lo pone en franca desventaja frente a la Unión Europea) y la clase política – otra vez, esa etiqueta generalizadora que llamamos “Washington”- está cometiendo un error histórico al borrar de la agenda, sin considerarlo siquiera, el tema de un impuesto al consumo de gasolina y diesel.
Friedman hace una cuenta simple – merecería una elaboración más cuidadosa, pero estoy cierto de que arrojaría resultados semejantes a los que anota el periodista- respecto de los beneficios fiscales (además de los económicos y ambientales) que generaría tal impuesto. Calcula que un gravamen de un dólar por galón generaría ingresos públicos por unos 140 mil millones de dólares al año, los cuales podrían usarse así: 45 por ciento para amortizar deuda pública y reducir el déficit fiscal; 45 por ciento para financiar la reforma al sistema de salud (el claro objeto del deseo de Obama) y el 10 por ciento restante para dar apoyos focalizados (subsidios o transferencias) a los afectados por el incremento en el precio final de los combustibles, incluidos los impuestos, como los más pobres o aquellos grupos que requieren forzosamente recorrer grandes distancias.
Todo esto, anota Friedman, no está en la agenda de la Casa Blanca (y tampoco en la agenda mediática del Congreso, aunque pueda ocupar y preocupar a varios congresistas) y, en esa misma medida, parece indicar que el gobierno de Estados Unidos, en tiempos de Obama al igual que en tiempos de Bush, ha perdido la brújula.
Etiquetas: adicción al petróleo, Barack Obama, déficit fiscal en Estados Unidos, economía de Estados Unidos, energía, Washington
1 Comentarios:
Desde mi punto de vista, el gob. de Barak Obama hara quedar al gob. de Bush como un buen gobierno... a ver que pasa
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