El irresistible (y peligroso) alegato emocional (III y final)
Ricardo Medina Macías
La clave del alegato emocional estriba en establecer un sistema de valores diferente y propio y aferrarse con firmeza a él hasta el final. Y entonces, como escribió el profesor de derecho Norman Redlich, “si la gente es tan idiota como tú pensabas que era, algún día llegarás a presidente de los Estados Unidos”. A Nixon le funcionó.
Además del respaldo popular Nixon recibió, gracias a su emotivo discurso sobre el perro “Checkers”, un espaldarazo definitivo de Eisenhower quien acudió personalmente a estrecharle la mano y decir “este es mi hombre” para la vicepresidencia, así como elogios que hoy suenan desmedidos: “Lincoln moderno”, modelo del “verdadero ciudadano estadounidense”.
Un análisis de los diarios de la época revela que no sólo entre el común de la gente el alegato emocional de Nixon resultó eficaz: De 70 periódicos en 48 estados de la Unión Americana sólo siete se refirieron en su cobertura del discurso al asunto que racionalmente era el central: Los fondos irregulares que recibía Nixon de empresarios y negociantes de California – algunos muy cercanos al crimen organizado-, el resto centraron su información y comentarios en los argumentos emotivos del alegato. Casi todos los diarios tendieron a mostrar su apoyo al candidato sin cuestionarle nada, anota Anthony Summers biógrafo de Nixon.
Un demoledor análisis racional del discurso “Checkers” fue hecho tiempo después en la revista The Nation por Norman Redlich, quien llegaría a ser decano de la facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York y formaría parte, años más tarde, de la famosa Comisión Warren que investigó el asesinato de John Fitzegerald Kennedy. Vale la pena citar sus comentarios centrales que se han vuleto clásicos en la historia de la política de Estados Unidos en el siglo XX:
“Por encima de todo, escribió Redlich explicando las pautas centrales de ese manual de la demagogia moderna, jamás hables del verdadero motivo por el que has sido llamado a rendir cuentas. Jamás te cuestiones si estaba bien aceptar dinero de gente cuyos intereses dependen de lo que tú votes. Crea tu propio estándar ético y después hazle saber a todo el mundo la firmeza con la que te aferras a él…Y si la gente es realmente tan idiota como tú pensabas que era, algún día llegarás a presidente de Estados Unidos”.
Es un habilidoso acto de magia: Distrae al público, hazle que olvide por qué estás sentado en el banquillo de los acusados, desvanece tu delito en la imaginación popular y establece, rotundamente, un sistema emocional de valores, unos estándares éticos propios que defenderás a capa y espada (por ejemplo: “ya he demostrado que quieren evitar que llegue a la Casa Blanca a erradicar a los pillos que ahí se esconden”). La gente estará tan fascinada con ese acto de prestidigitación que se pondrá listones en las solapas, saldá a las calles a defenderte, enarbolará pancartas incendiarias, destrozará a quienes piensen de otra manera…
Correo: ideasalvuelo@gmail.com
La clave del alegato emocional estriba en establecer un sistema de valores diferente y propio y aferrarse con firmeza a él hasta el final. Y entonces, como escribió el profesor de derecho Norman Redlich, “si la gente es tan idiota como tú pensabas que era, algún día llegarás a presidente de los Estados Unidos”. A Nixon le funcionó.
Además del respaldo popular Nixon recibió, gracias a su emotivo discurso sobre el perro “Checkers”, un espaldarazo definitivo de Eisenhower quien acudió personalmente a estrecharle la mano y decir “este es mi hombre” para la vicepresidencia, así como elogios que hoy suenan desmedidos: “Lincoln moderno”, modelo del “verdadero ciudadano estadounidense”.
Un análisis de los diarios de la época revela que no sólo entre el común de la gente el alegato emocional de Nixon resultó eficaz: De 70 periódicos en 48 estados de la Unión Americana sólo siete se refirieron en su cobertura del discurso al asunto que racionalmente era el central: Los fondos irregulares que recibía Nixon de empresarios y negociantes de California – algunos muy cercanos al crimen organizado-, el resto centraron su información y comentarios en los argumentos emotivos del alegato. Casi todos los diarios tendieron a mostrar su apoyo al candidato sin cuestionarle nada, anota Anthony Summers biógrafo de Nixon.
Un demoledor análisis racional del discurso “Checkers” fue hecho tiempo después en la revista The Nation por Norman Redlich, quien llegaría a ser decano de la facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York y formaría parte, años más tarde, de la famosa Comisión Warren que investigó el asesinato de John Fitzegerald Kennedy. Vale la pena citar sus comentarios centrales que se han vuleto clásicos en la historia de la política de Estados Unidos en el siglo XX:
“Por encima de todo, escribió Redlich explicando las pautas centrales de ese manual de la demagogia moderna, jamás hables del verdadero motivo por el que has sido llamado a rendir cuentas. Jamás te cuestiones si estaba bien aceptar dinero de gente cuyos intereses dependen de lo que tú votes. Crea tu propio estándar ético y después hazle saber a todo el mundo la firmeza con la que te aferras a él…Y si la gente es realmente tan idiota como tú pensabas que era, algún día llegarás a presidente de Estados Unidos”.
Es un habilidoso acto de magia: Distrae al público, hazle que olvide por qué estás sentado en el banquillo de los acusados, desvanece tu delito en la imaginación popular y establece, rotundamente, un sistema emocional de valores, unos estándares éticos propios que defenderás a capa y espada (por ejemplo: “ya he demostrado que quieren evitar que llegue a la Casa Blanca a erradicar a los pillos que ahí se esconden”). La gente estará tan fascinada con ese acto de prestidigitación que se pondrá listones en las solapas, saldá a las calles a defenderte, enarbolará pancartas incendiarias, destrozará a quienes piensen de otra manera…
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