lunes, 21 de agosto de 2006

Y ahora, ¿cómo sacamos el gas?

Evo Morales “nacionalizó” los yacimientos de gas natural de Bolivia en mayo. Ahora resulta, sin embargo, que el gobierno de Bolivia carece de los recursos y de los conocimientos para manejar esa industria. Resultado neto para los bolivianos: Están peor que antes.


Tiene razón Johan Norberg – ver aquí – cuando recomienda volver a leer “La Rebelión de Atlas” de Ayn Rand para entender asuntos como el autogol que le metió Evo Morales a todos los bolivianos al “nacionalizar” los yacimientos de gas natural. Una cosa es parir decretos revolucionarios y otra, muy distinta, hacer que las cosas funcionen.
En breve, según lo explica The Economist del pasado 17 de agosto, la industria del gas en Bolivia está paralizada desde la dichosa “nacionalización”. La nueva propietaria de los yacimientos, la empresa gubernamental Yacimientos Petrolíferos Fiscales de Bolivia (YPFB) no es capaz de hacer funcionar el negocio y necesita a las “odiosas” empresas víctimas de la nacionalización para tener los recursos económicos y/o tecnológicos (conocimientos, expertise) y volver a poner en marcha esa compleja industria.
Vaya, ni siquiera el solícito Hugo Chávez puede echarles una mano, porque la petrolera gubernamental venezolana (PDVSA) tampoco tiene mucha experiencia en esa materia específica: el gas natural.
Es obvio que los afectados por la expropiación arbitraria de Morales no están muy deseosos de hacer funcionar un negocio del que se les despojó, en beneficio del gobierno que los despojó.
Algo similar, así sea simbólicamente, sucede en la Ciudad de México, según nos relata en su columna de ayer Mari Carmen Cortés: Resulta que el gobierno de la ciudad pretende colocar más bonos de deuda en el mercado de valores, como lo ha hecho a lo largo de los últimos años (y como lo hacen gobiernos estatales y municipales), pero resulta también que dicho gobierno apoya sin embozo a los exaltados, como Martí Batres, que pretendieron bloquear las instalaciones de la Bolsa Mexicana de Valores en la capital y que presumieron que con ello expresaban su profundo rechazo a la especulación y al capitalismo “voraz” que representa dicho mercado de valores.
No vamos, a estas alturas del embrollo patafísico de don Andrés y de sus huestes, a pedir congruencia a ciertos actores políticos. Pero imaginemos qué sucedería si, en reciprocidad, el mercado de valores, en este caso los inversionistas, castigan al gobierno de la ciudad y nadie adquiere sus dichosos bonos. Después de todo, ¿por qué voy a financiar a quien desea mi exterminio?
Sucedería, entonces, como en la novela de Ayn Rand: que los competentes se negarían a cooperar con la dictadura de los incompetentes y de los rapaces. Por supuesto que el daño sería mayúsculo, especialmente para quienes han sucumbido a la vieja retórica de la envidia y se han creído el cuento de que basta con fastidiar a los ricos para beneficiar a los pobres o que basta con castigar a los competentes para que los incompetentes se vuelvan capaces.
No funciona y no funcionará.

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