lunes, 7 de agosto de 2006

La envidia como programa de gobierno

El resorte emocional que explica la adhesión "popular" a estas políticas que fastidian a los pobres se llama envidia: "Pesar por el bien ajeno".



Gary Becker explica brevemente y con gran claridad los motivos racionales que podrían haber impulsado a una mayoría de los concejales de la ciudad de Chicago a favorecer un aumento discriminatorio de los salarios mínimos que, en realidad, como se dijo ayer, perjudicará especialmente a los más necesitados. Por supuesto, la intención de ninguna manera fue fastidiar a los pobres, sino presuntamente ayudarlos, logrando el efecto contrario al pretendido.
Remito de nuevo al lector al comentario original de Becker en su blog compartido con el juez Posner (aquí) y me limito a señalar que de nuevo, en este caso, se cumple puntualmente el hallazgo de Mancur Olson: En las democracias representativas los grupos pequeños bien organizados en torno a un solo objetivo – sindicatos – son mucho más eficaces y poderosos que los grandes grupos dispersos y desorganizados – consumidores o desempleados sin destrezas laborales especiales.
Sin embargo, más allá de los motivos racionales existe un poderoso prejuicio que parece explicar este tipo de políticas públicas, tan comunes, que no sólo son anti-económicas sino contraproducentes para los intereses de los más pobres. Ese prejuicio, que provisionalmente podríamos bautizar como el prejuicio de la "suma-cero", tiene una gran eficacia persuasiva y propagandística porque se apoya en un resorte emocional que no falla: La envidia.
El prejuicio dice que el éxito o la prosperidad de "A" son la causa de la pobreza de "B" y, por tanto, que basta disminuir la prosperidad o castigar el éxito de "A" para que disminuya automáticamente la pobreza de "B". Este prejuicio está detrás lo mismo del mito de que los impuestos progresivos a la renta sirven para mejorar la distribución del ingreso, que del mito de que los salarios mínimos favorecen a los más pobres al disminuir la rentabilidad de las inversiones productivas.
Tengo para mí que estos prejuicios no serían tan populares entre los políticos ni tan eficaces propagandísticamente si no fueran un satisfactor emocional idóneo para un vicio moral siempre presente en la naturaleza humana, que es la envidia. Definida como "pesar por el bien ajeno" por Santo Tomás de Aquino, la envidia es uno de los motores más poderosos en la historia de la humanidad. Lo mismo explica rivalidades seculares y sanguinarias entre regiones y razas, que ha sido la clave narrativa de los grandes y pequeños dramas en la literatura.
Nada más eficaz para el político venal y corruptor que apelar a los resentimientos de los pobres y desamparados y prometer resolver esas penalidades como por ensalmo, mediante el expediente de expropiar a los ricos y eliminar a los exitosos.
Por eso, la vocación secreta pero inexorable de los populistas es instaurar la dictadura de los incompetentes.

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