Impuestos bajos y parejos para generar empleos
Para generar los empleos productivos que necesita el país hay dos reformas fundamentales y urgentes: Una reforma que fortalezca de tal forma el Estado de Derecho que haga de México un país ejemplar en la materia y una reforma fiscal que establezca, de una vez por todas, impuestos bajos y parejos.
Fue un gran acierto de la campaña electoral de Felipe Calderón centrarse en el empleo como el eje de su oferta política. Hay que ir más allá de la buena idea de ofrecer prosperidad - en lugar de alimentar el resentimiento por agravios reales o fingidos- y empezar a trabajar, ya, en el diseño inteligente de las políticas públicas que hagan realidad esa oferta de bienestar fundado en empleos cada vez más productivos.
En una primera instancia parecería que la reforma para flexibilizar el mercado laboral debería ser el primer paso para concretar esa oferta política. Correcto, pero insuficiente y tal vez impráctico porque, aislada, la reforma laboral encontrará formidables resistencias por parte de las cúpulas sindicales y de numerosos grupos de presión (que han florecido gracias a la explotación de rentas que permite la actual legislación rígida y colectivista), lo que muy probablemente implique una nueva y costosa frustración, amén de que sería ofrecer banderas a quienes han hecho una industria de la agitación del resentimiento social.
Además de la rigidez laboral, la generación de empleos productivos en México es obstaculizada – como ya se dijo- por el avance de la economía informal, de baja productividad y nociva para el Estado de Derecho. De ahí que dos reformas fundamentales directamente vinculadas con la generación de empleos productivos sean: La reforma fiscal o tributaria y el conjunto de reformas que consoliden tres condiciones clave para la productividad: cumplimiento constante y previsible de la ley, respeto a los derechos de propiedad y garantía de cumplimiento en los contratos.
Un error garrafal que se ha cometido en el pasado, respecto de la reforma fiscal, es argumentar que tal reforma debe hacerse para incrementar los ingresos del Estado. Se entiende que un argumento de esa naturaleza sea muy atractivo para la clase política (en la medida que dicha clase precisamente vive de los recursos públicos), pero es un argumento equivocado y que asusta e incomoda a quienes – con razón o sin ella- percibimos que pagamos más tributos a los gobiernos de lo que recibimos a cambio, en bienes públicos específicos, como seguridad pública y certidumbre jurídica.
La razón válida y auténtica para emprender una reforma fiscal es totalmente diversa: Necesitamos un sistema fiscal competitivo, que fomente la productividad, premie el trabajo, castigue el desperdicio de recursos y promueva la creación de empresas, que son las que generarán los empleos bien remunerados y productivos que demanda el país.
Necesitamos, como trataré de mostrar en los siguientes artículos, de impuestos bajos y parejos. Una reforma fiscal para generar empleos.
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