martes, 24 de octubre de 2006

¿Qué tanto nos interesa la educación?

La tendencia en el mundo y en México es que las familias destinan un porcentaje mayor del gasto a la educación de lo que hacían hace dos décadas. Esto ¿significa que los gobiernos están “fallando” en esa materia?, ¿significa que cada vez valoramos más la educación?


Según la más reciente Encuesta Ingreso-Gasto de los hogares (INEGI), las familias mexicanas destinaron en promedio en 2005 el 14.8% de su gasto total a “educación y esparcimiento”.

Este porcentaje es notoriamente más alto que el que se destinaba hace unos 20 años, pero es más bajo que el registrado en el año 2000. Baste decir que en el año 2000 las familias mexicanas en promedio gastaban casi lo mismo en transporte que en “educación y esparcimiento”, mientras que hoy destinan al transporte el 18.9% de los gastos monetarios. (Alimentación sigue siendo con mucho el primer rubro de gasto, al que se destina en promedio el 29.8% del gasto monetario en los hogares).

Este cambio puede obedecer a muchas causas, probablemente a la combinación de varias de ellas, y sería temerario extraer conclusiones inmediatas.
Lo cierto es que, como tendencia de largo plazo, las familias mexicanas suelen otorgar un alto valor a la educación, al grado de que aun en periodos de crisis económica mantienen o incluso incrementan el porcentaje de los recursos familiares destinados a ese fin.

Cuando presenciamos la angustiante prolongación de conflictos que afectan gravemente a la educación pública, como el que se vive en Oaxaca, tendemos a pasar por alto que -independientemente del estancamiento, agravamiento o solución del conflicto en las instancias políticas y gubernamentales- las familias no suelen quedarse cruzadas de brazos y tratan de poner remedio a la carencia. Sería interesante investigar qué soluciones alternativas – que las hay- le están dando las familias en Oaxaca a la carencia de enseñanza pública formal básica para las niñas y los niños.

Lo más trágico sería que el “reflejo estatista” – la percepción de que es el gobierno y sólo el gobierno quien tiene que hacerse cargo de las cosas- fuese tan arraigado entre las familias que éstas viesen este lamentable conflicto como una fatalidad insuperable, ante la cual sólo cabe resignarse.

Sin duda, el conflicto en sí confirma que los gobiernos en su conjunto – diferentes niveles e instancias – están fallando, pero ante estos fallos graves de la acción gubernamental en la provisión de un “bien público” indispensable, la sociedad suele reaccionar de inmediato, no sólo reprobando a los gobiernos, sino inventando soluciones, como sucede en el caso de la inseguridad pública.

Lo cierto es que, sea en gastos directos extraordinarios – por ejemplo, pagando onerosas colegiaturas en escuelas privadas o destinando recursos para suplir en el hogar lo que no está dando la escuela pública- o sea en costos de oportunidad (lo que se está dejando de hacer), este conflicto está costándole muy caro a quienes menos tienen en Oaxaca.

Imperdonable, sin duda.

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