domingo, 27 de mayo de 2007

Burocratismo y falta de competencia

Es lógico que las empresas privadas sin competencia se asemejen, en lo malo, a los gobiernos: Tienden a la ineficacia en la misma medida en que no hay agentes externos que amenacen su supremacía y les obliguen a ser productivas o desparecer.

Un error común al hablar de productividad es confundir los indicadores de medición de la productividad con la productividad misma.

Ejemplo: Un monopolio petrolero se beneficia del descubrimiento azaroso (que no tuvo que ver con actividades de exploración deliberadas) de un yacimiento más rentable que los que explota actualmente. Sólo en sentido figurado puede decirse que el monopolio se volvió más “productivo”, el adjetivo preciso sería decir que se volvió más “lucrativo”. En cambio, si a raíz de las tareas de investigación tecnológica del mismo monopolio se descubre un método más rentable para la extracción de petróleo, no sólo el monopolio se habrá vuelto más lucrativo, sino más productivo. Dicho de otra forma: En el primer caso la mayor rentabilidad fue azarosa, en el segundo fue el producto de una búsqueda deliberada para hacer más con menos.

En el primer caso la mayor rentabilidad deriva no del trabajo de la empresa sino del privilegio monopólico: Sea quien sea quien descubra un yacimiento, éste sólo podrá ser explotado por el monopolio. En el segundo caso deriva de la creación de valor, a través del trabajo. En el primer caso el descubridor del yacimiento no obtiene ningún beneficio (salvo, tal vez, el de que se bautice el yacimiento con su nombre) y se trata de una “suma cero”. En cambio, la productividad se distingue por la generación de un valor adicional.

Las empresas que se desempeñan en un entorno sin competencia no tienen incentivos para orientarse a la creación de valor a través de la productividad. Viven en un mundo de “suma cero” en el que la ganancia obtenida suele originarse a partir de la pérdida de valor para otro; en el caso de las prácticas monopolísticas esa ganancia se obtiene por una pérdida de bienestar para el consumidor.

Todo esto genera poderosos incentivos en dichas empresas hacia la burocratización, la expulsión del talento, la igualación hacia abajo y, en fin, hacia la dictadura de los incompetentes. En esto, las empresas que actúan en entornos sin competencia – o protegidas de la competencia- tienden a parecerse a los gobiernos. En lo malo.

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