domingo, 20 de mayo de 2007

¿Es el gobierno “nuestro amigo”?

Ojalá no lo sea. La misión del gobierno no es amarnos. Ello, además de imposible porque el gobierno es una institución y es abstracto, nos dejaría a la merced de la benevolencia, dudosa, y de la sabiduría, aún más incierta, de quien ocupa el gobierno.

El Presidente de Colombia, Álvaro Uribe, ordenó el viernes rescatar militarmente a Ingrid Betancourt y a medio centenar de personas más secuestradas por la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia que algunos, eludiendo cualquier eufemismo, motejan como Fuerzas Armadas Recolectoras de Coca), pese a que la familia de Betancourt, ex candidata presidencial secuestrada en febrero de 2002, le ha suplicado desistir para no poner en riesgo la vida de la secuestrada.

¿Está haciendo lo correcto en este caso el gobierno de Uribe?

Sí. La abismal diferencia entre una dictadura y una democracia consiste en que nunca los gobiernos democráticos pueden ser “amigos” o “enemigos” de los ciudadanos. El gobierno en una democracia NO es una persona – benevolente o malévola, torpe o sabia- sino una institución por definición abstracta e impersonal.
Una institución, siguiendo a Douglass North, es el conjunto de reglas formales y sus mecanismos de refuerzo que condicionan el comportamiento de los individuos y de las organizaciones en una sociedad. El gobierno democrático es una institución subordinada al mandato que obtuvo de los individuos – mediante un contrato implícito o explícito- para cumplir unos cuantos pero cruciales fines específicos, el primero de los cuales es preservar la seguridad física de los habitantes en un territorio nacional de acuerdo con una constitución y con las leyes que de tal constitución derivan.

Subordinándose a la ley el gobierno se subordina a los ciudadanos.

El gobierno de Uribe no tiene más que dos opciones honestas: O cumple la ley y la hace cumplir o renuncia a ser gobierno.

En la medida que los gobiernos abdican del estricto e impersonal cumplimiento de la ley, así sea para tratar de convertirse en “amigos benevolentes y sabios” de los ciudadanos, en esa misma medida los ciudadanos pierden su libertad y sus derechos fundamentales y quedan a merced de la incierta y voluble voluntad de quien ocupe el gobierno.

Mañana comentaré otro ángulo de la perniciosa ocurrencia de los “gobiernos amigos”: Cómo los negociantes mercantilistas minan las bases del Estado buscando “amistarse” con los sucesivos gobiernos.

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