La ruido-difusión y el hartazgo de la política
¿Cuál es el sentido de repetir miles de veces, en decenas de estaciones de radio y en “cápsulas” de 30 segundos, el mismo mensaje durante meses?, ¿los promotores de esos anuncios ya calcularon el efecto de hartazgo y rechazo que provocan? Tal vez no les importa porque no es su dinero el que se desperdicia…
“Hola, les tengo una buena noticia. A partir de ahora…usted dejará de escuchar este anuncio con el cual el Senado de la República le ha atosigado durante las últimas doce semanas a todas horas del día a través de la radio, para decirle que se aprobó el no cobro de comisiones de bancarias para quienes les depositan un sueldo de hasta $8,300 pesos al mes. En el Senado alguien, por fin, cayó en la cuenta de que en lugar de mejorar la deteriorada imagen de los legisladores, la machacona repetición ha logrado hartar a los radioescuchas y reforzar la percepción de que los senadores, como la mayoría de los políticos, desperdician los escasos recursos públicos. Ya era justo”.
No, nunca escucharemos un mensaje semejante por la radio. Tampoco escucharemos algún anuncio de que por fin, tras 70 años de existencia, desaparecerá la “Hora Nacional” porque alguien se dio cuenta no sólo del fuerte tufillo totalitario de esa ocurrencia – un mensaje único producido por el gobierno difundido en todas las estaciones de radio durante una hora- sino también de su absoluta inutilidad, aun en términos de propaganda.
En sus inicios la radio despertó de inmediato el afán controlador de burócratas y políticos tanto en Europa como en Estados Unidos y hubo quien aseguró (sir William Preece en 1899) que “lo peor que le puede ocurrir a este invento es ir a parar a las manos de una compañía (privada). Basta ver qué pasó con el teléfono para convencernos de ello”.
Hubo quien se opuso al afán controlador con un argumento que me parece contundente: “Nos hemos educado en la idea de que el aire es absolutamente libre para todos, ¿por qué habría de dejar de serlo?”, en el Congreso de Estados Unidos, alrededor de 1912.
En buena medida los controladores obsesivos – adoradores del Estado- siguen queriendo restringir el uso del aire y, si los dejásemos, obstaculizarían hasta el libre vuelo de papalotes o cometas. Gracias en buena parte a ellos la radio-difusión parece cada día más ruido-difusión.
“Hola, les tengo una buena noticia. A partir de ahora…usted dejará de escuchar este anuncio con el cual el Senado de la República le ha atosigado durante las últimas doce semanas a todas horas del día a través de la radio, para decirle que se aprobó el no cobro de comisiones de bancarias para quienes les depositan un sueldo de hasta $8,300 pesos al mes. En el Senado alguien, por fin, cayó en la cuenta de que en lugar de mejorar la deteriorada imagen de los legisladores, la machacona repetición ha logrado hartar a los radioescuchas y reforzar la percepción de que los senadores, como la mayoría de los políticos, desperdician los escasos recursos públicos. Ya era justo”.
No, nunca escucharemos un mensaje semejante por la radio. Tampoco escucharemos algún anuncio de que por fin, tras 70 años de existencia, desaparecerá la “Hora Nacional” porque alguien se dio cuenta no sólo del fuerte tufillo totalitario de esa ocurrencia – un mensaje único producido por el gobierno difundido en todas las estaciones de radio durante una hora- sino también de su absoluta inutilidad, aun en términos de propaganda.
En sus inicios la radio despertó de inmediato el afán controlador de burócratas y políticos tanto en Europa como en Estados Unidos y hubo quien aseguró (sir William Preece en 1899) que “lo peor que le puede ocurrir a este invento es ir a parar a las manos de una compañía (privada). Basta ver qué pasó con el teléfono para convencernos de ello”.
Hubo quien se opuso al afán controlador con un argumento que me parece contundente: “Nos hemos educado en la idea de que el aire es absolutamente libre para todos, ¿por qué habría de dejar de serlo?”, en el Congreso de Estados Unidos, alrededor de 1912.
En buena medida los controladores obsesivos – adoradores del Estado- siguen queriendo restringir el uso del aire y, si los dejásemos, obstaculizarían hasta el libre vuelo de papalotes o cometas. Gracias en buena parte a ellos la radio-difusión parece cada día más ruido-difusión.
Etiquetas: adoradores del Estado, burocracia, crisis de los medios, desperdicio de recursos públicos, La Hora Nacional, medios de comunicación, propaganda tonta, radio, Senado de la República
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