Napoleoncitos al abordaje
Sean del color que sean o de la adscripción ideológica que se les antoje – izquierdosa o derechosa- buena parte de nuestros políticos son Napoleoncitos llenos de sueños de grandeza y de desprecio hacia la libertad de los ciudadanos.
El modelo del típico político mexicano es napoleónico y, por ende, profundamente antidemocrático. Un ejemplo prístino de esta admiración por el paradigma del déspota benevolente es la reciente reforma electoral: Para quienes idearon tal reforma los ciudadanos somos tan idiotas e irresponsables que no se nos debe permitir perturbar una contienda electoral con la expresión de nuestros libérrimos juicios acerca de los candidatos.
Supongamos que el día de mañana el señor Narciso Delgadillo se nos ofrece como candidato del partido Tal a un cargo de elección popular. Supongamos también que varios ciudadanos, alarmados por las propuestas de Narciso, pensamos que es un peligro para el país. Y supongamos, por último, que unidos – el grupo de ciudadanos preocupados, con razón o sin ella lo mismo da- juntamos los recursos para contratar anuncios en la radio o en la televisión para tratar de influir en el ánimo de otros electores. ¡Prohibido, bajo pena gravísima! Ninguna estación o cadena de radio o televisión se arriesgará a ser castigada – hasta con la suspensión definitiva de sus transmisiones- si comete el desacato de vendernos tiempo para transmitir nuestros mensajes.
¿Qué hay detrás de esta fascinación de muchos políticos mexicanos por establecer qué debemos decir y qué no, qué debemos hacer y qué no, qué podemos disfrutar y qué no? Una imagen idealizada de ellos mismos como seres omniscientes y omnipotentes que salvarán a los ciudadanos a pesar de los ciudadanos. En breve: El arquetipo de Napoleón.
En el caso de México, la genealogía napoleónica es extensa, lo mismo incluye a Gustavo Díaz Ordaz que a Lázaro Cárdenas del Río. Y si nos ponemos cosmopolitas lo mismo incluye la versión chabacana – digamos Hugo Chávez- que la refinada – digamos Charles de Gaulle- del déspota que se sueña y se ofrece a su pueblo como la encarnación de la sabiduría y la benevolencia.
La coartada que nunca se les cae de la boca es “el interés público”. Como si nos dijeran: “Dado que esto es de interés público, tú no te metas, es un asunto privado de nosotros, los políticos y los partidos”.
El modelo del típico político mexicano es napoleónico y, por ende, profundamente antidemocrático. Un ejemplo prístino de esta admiración por el paradigma del déspota benevolente es la reciente reforma electoral: Para quienes idearon tal reforma los ciudadanos somos tan idiotas e irresponsables que no se nos debe permitir perturbar una contienda electoral con la expresión de nuestros libérrimos juicios acerca de los candidatos.
Supongamos que el día de mañana el señor Narciso Delgadillo se nos ofrece como candidato del partido Tal a un cargo de elección popular. Supongamos también que varios ciudadanos, alarmados por las propuestas de Narciso, pensamos que es un peligro para el país. Y supongamos, por último, que unidos – el grupo de ciudadanos preocupados, con razón o sin ella lo mismo da- juntamos los recursos para contratar anuncios en la radio o en la televisión para tratar de influir en el ánimo de otros electores. ¡Prohibido, bajo pena gravísima! Ninguna estación o cadena de radio o televisión se arriesgará a ser castigada – hasta con la suspensión definitiva de sus transmisiones- si comete el desacato de vendernos tiempo para transmitir nuestros mensajes.
¿Qué hay detrás de esta fascinación de muchos políticos mexicanos por establecer qué debemos decir y qué no, qué debemos hacer y qué no, qué podemos disfrutar y qué no? Una imagen idealizada de ellos mismos como seres omniscientes y omnipotentes que salvarán a los ciudadanos a pesar de los ciudadanos. En breve: El arquetipo de Napoleón.
En el caso de México, la genealogía napoleónica es extensa, lo mismo incluye a Gustavo Díaz Ordaz que a Lázaro Cárdenas del Río. Y si nos ponemos cosmopolitas lo mismo incluye la versión chabacana – digamos Hugo Chávez- que la refinada – digamos Charles de Gaulle- del déspota que se sueña y se ofrece a su pueblo como la encarnación de la sabiduría y la benevolencia.
La coartada que nunca se les cae de la boca es “el interés público”. Como si nos dijeran: “Dado que esto es de interés público, tú no te metas, es un asunto privado de nosotros, los políticos y los partidos”.
Etiquetas: democracia simulada, libertad de expresión, libertad para elegir, partidocracia, políticos "transitivos", reforma electoral
1 Comentarios:
Tenemos un gobierno de napoleoncitos porque somos una ciudadanía de tercera, unos muy pobres para importarles, y los demás, incluida "la intelligentsia", demasiado acomodaticia para ser un verdadero reto a los parásitos de turno en Los Pinos y San Lázaro.
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