jueves, 26 de junio de 2008

Parábola del mercado

Pocas cosas tan de carne y hueso, tan humanas, como los mercados. Y pocas cosas tan impersonales, tan despiadadas y tan insensibles como las burocracias gubernamentales.

Hace muchos años elaboré un bosquejo de guión que serviría para una serie de programas de televisión acerca de la economía en la vida cotidiana. El proyecto no encontró eco entre los genios de la televisión que estaban más interesados, entonces como hoy, en la producción de telenovelas lacrimosas que repiten hasta la saciedad dos o tres historias melodramáticas o en noticiarios salpicados de sangre, balazos, tragedias y sollozos. Ni modo.

He recordado ese proyecto frustrado porque justamente el primer programa de la serie trataba acerca de lo que es el mercado. Las primeras imágenes mostrarían un mercado público en México – digamos, el mercado de Mixcoac, en la ciudad de México- pleno de actividad a media mañana, con compradores comparando precios y calidades en los distintos puestos y con vendedores empeñados en seducir a los clientes potenciales, mostrando sus mejores frutas y verduras, presumiendo de sus precios bajos y jurando que sus relucientes básculas, a diferencia de otras, pesan con ejemplar honestidad y transparencia. La voz de un locutor que no aparece a cuadro, simplemente sentencia: "Esto es un mercado".

En la siguiente escena la cámara recorre las mismas instalaciones de ese ¿mercado? público, pero vacías, sin compradores y sin vendedores, sólo con las mercancías en los estantes, pero sin letreros indicando los precios y sin persona alguna…En este caso la voz fuera de cuadro advertía: "Esto NO es un mercado, para efectos prácticos esto es un almacén o una bodega".

¿Cuál es la diferencia entre un mercado y una bodega? La gente, decidiendo libremente si se deshace de su dinero a cambio de un kilo de tomates o de un cuartito de perejil o si se deshace de sus tomates o de su perejil a cambio de unos billetes o unas monedas. Cuando esa gente llega a un acuerdo se da mutuamente las gracias porque ambas partes – quien compra y quien vende- consideran que han ganado en el intercambio y, efectivamente, así es.

Eso es un mercado. Ninguna oficina gubernamental, ningún burócrata iluminado ha logrado, en toda la historia de la humanidad, sustituir con eficacia esa maravilla o hacerla "más humana".

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